En cuanto seres en
relación con nosotros mismos, estamos inmersos en un mundo en el que se han
desvanecido los fundamentos que el pensamiento tradicional había establecido. Un
abismo anida en la trágica travesía humana hacia ninguna parte. Esta situación
se refleja a su vez en la condición del sujeto, que ahora se muestra “débil”, o
“crepuscular”, como lo explicó Gianni Vattimo[1].
Este contexto en el que se desarrolla el
pensamiento actual constituye para nosotros un renovado espacio para lo místico
o trascendente. Sin embargo, sigue siendo necesario que el hombre dirija
conscientemente su vida, de modo a no dejarse llevar por la corriente de la
masificación social, o para no caer en la ilusión de que se está viviendo una
realidad fundada y absoluta.
Precisamente, el objetivo principal de la
auto ética es el logro de un “estado de alerta”, a partir del cual se accede al
“estado de angustia”, que nos abre a la experiencia estética radical (en donde
un mundo maravilloso se muestra sobre el abismo de la nada).
Simbólicamente, podemos decir que la vida
del hombre es como una cruz, en donde el poste horizontal representa esa mezcla
de placeres inmediatos y desdichas, de trabajo y de renunciamientos que
caracterizan a la cotidianeidad, en tanto que el poste vertical expresa el
desarrollo interior, que establece las condiciones necesarias para que los místico
advenga (en sus formas a la vez estética y nihilista).
(Extracto de “Parar la marcha. Cosecha de
pensamientos”).
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