El hombre de la ciudad va
perdiendo progresivamente la capacidad de escuchar
a la naturaleza, pues todo lo empieza a dominar el sentido de la vista, que
estimula la apresurada y tortuosa búsqueda del “ser más y mejor”. En cambio, el
hombre del campo –o de la cultura seminal- posee simbólicamente una especie de tercer
ojo oriental, manifestado en una profunda intuición, desarrollada a través
del contacto intimo con la naturaleza (lo que se ve reflejada en el mismo
carácter descriptivo de la lengua guaraní).
El arandú o sabio (término que al parecer proviene de la conjunción
de “ara” tiempo, y “ñandú”,
sentir) es aquel que ha logrado una “integración al universo, cuyo palpitar
siente y presiente. Para esta sabiduría
no se requiere un vasto conocimiento sino la actitud medio mística de sentirse
parte integrante de la naturaleza”[1].
Pero insistamos en la alusión al tiempo o “ara” en el espíritu del sabio
del campo. Dice Oswald Spengler: “Si contemplamos una realidad en su forma memorativa, aparece a nuestros
ojos el mundo de Platón, Rembrandt, Goethe, Beethoven”[2].
La memoria no se relaciona sólo con recordar los sucesos acontecidos en la
cotidianeidad, sino también con contemplar los arquetipos, formas, o Ideas que
constituyen a cada cultura en particular. Pero ¿Qué tiene que ver Platón y los
demás genios citados con el arandú ka’aty
del campo paraguayo? Similar pregunta se habrá hecho Mircea Eliade en relación
con las ontologías arcaicas antes de responder que: “Seria, pues, posible decir
que esa ontología “primitiva” tiene una estructura platónica, y Platón podría
ser considerado en este caso como el filósofo por excelencia de la “mentalidad
primitiva”, o sea como el pensador que consiguió valorar filosóficamente los
modos de existencia y de comportamiento de la humanidad arcaica”[3].
En relación con esta actitud del hombre del agro, no podemos decir que
exista un predominio ni del carácter físico ni del espiritual, lo que al
parecer tenemos es una conjunción dialógica entre lo físico y lo anímico. Un
ejemplo elocuente de ello lo tenemos con el uso del término py’a, entrañas, vientre o estómago, que
es utilizado también cuando se hace alusión a los sentimientos, o incluso a una
intuición o conocimiento inmediato sobre el hombre, los acontecimientos o las
cosas.
El hombre seminal está emparentado íntimamente
con el mundo que lo rodea, constituye un microcosmos que repite en sus actos y pensamientos
a un macrocosmos que se manifiesta a través de los ciclos naturales. En efecto,
gracias a la captación de esas repeticiones llena de sentido trascendente sus trabajos
cotidianos y sus actividades sociales.
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