Lo había dicho Schopenhauer, la vida
se desplaza como un péndulo, entre la insatisfacción de las necesidades
fundamentales y los quebrantos del aburrimiento. Ambos extremos son fuentes de
desgracias para el hombre.
La necesidad es el látigo para las clases más carenciadas, en tanto que
el aburrimiento es el castigo para aquellos que se han librado de la lucha por
la subsistencia. Sin embargo, el hastío y los efectos de la enfermedad de vivir se han ido
popularizando paulatinamente, como resultado de la crisis de valores vigente. Simbólicamente,
el domingo es el día reservado para el aburrimiento, en tanto que los restantes
seis días lo son para la búsqueda de lo necesario para sobrevivir.
Frente a tal situación, se puede plantear que el individuo de facultades
espirituales necesita verse librado de una vida entregada completamente al
logro de lo necesario para la subsistencia de sí mismo y de su familia. Esta situación
se capitaliza positivamente, pues el que
cultiva el intelecto y el espíritu no se ve quebrantado por el hastío de la
vida, pues sus ocupaciones intelectuales lo mantienen activo y motivado,
alejado de los malestares del aburrimiento.
El vacio interior se refleja en la atención siempre despierta hacia
los sucesos exteriores, buscando en ellos librarse de la falta de ocupaciones
mentales, que atormenta tanto y más que la insatisfacción de las necesidades
fundamentales. En cambio el que posee una riqueza
interior sólo pide de la vida un don negativo, el ocio, que le permita
pulir como un artista la piedra bruta de su propia existencia.
De todas maneras, es necesario puntualizar que las jerarquías se han
desvanecido, de modo que emplear el tiempo libre en el estudio, la reflexión o
el arte, no es precisamente mejor que utilizarlo en otras ocupaciones, son simplemente opciones paralelas que se
toman de acuerdo a la valoración que cada individuo hace de esta absurda
aventura de vivir.
Los imperativos éticos se han esfumado, ahora nos conformamos con
acuerdos públicos que evitan que se desate el caos social y que la economía
vaya al diablo, en tanto que los proyectos de felicidad son desplazados a los
espacios privados, en donde uno puede elegir desde ir a vivir en las cumbres
del Himalaya hasta dedicarse a perder dinero en los casinos y burdeles.
(Extracto de “La auto-ética. Reflexiones sobre
la vida humana individual”).
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