El contacto con los
demás es ciertamente una fuente de innumerables conflictos, sin embargo, las
exigencias de nuestro tiempo, tanto en relación con la especie, como en
relación con el individuo, hacen necesario que las problemáticas
socio-culturales sean vividas y pensadas, no para proclamar alguna ingenua
utopía o una absurda redención de la humanidad, sino para mantenernos parados
en este viaje incierto que nos hace a todos “compañeros de infortunio”.
La democracia, que podemos considerar como
el régimen político “menos nocivo” de todos, precisa constantemente no sólo del
conflicto de la crítica, sino también de acuerdos sobre principios mínimos de
convivencia, que le permitan al individuo seguir el proyecto de felicidad que
se le antoje, en medio de este maremágnum de visiones de mundo que caracteriza
a nuestro tiempo.
A su vez, el
cultivo de una ética social debilitada, debe contribuir a al mantenimiento de
las condiciones de vida en el planeta, que se ha visto amenazado tanto por la degradación
ambiental (resultado de la actividad humana) como por las guerras con armas
nucleares (resultado de la necedad humana).
(Extracto de “Parar la marcha. Cosecha
de pensamientos”)
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