Luego de la tragedia de la guerra
grande, el Paraguay tuvo que reacomodarse a un vivir plagado de carencias y
malestares; al viejo optimismo de la edad oro de los López, le sucedió una
visión pesimista y gris, un valle de lágrimas convertido en patria. El trabajo
de reafirmación de los ánimos fue lento, tal como la convalecencias de un
enfermo; en 1893, un grupo de brillantes estudiosos surge de la novel
universidad nacional de Asunción. El periodo juvenil de la cultura paraguaya
empezaba a florecer.
En aquel tiempo, en toda Latinoamérica el
positivismo había sido utilizado como un trampolín para independizarse
intelectualmente de España, llegando a ocupar una posición análoga a la de la
ilustración para los europeos. Y así, de alguna manera el romanticismo fue la
reacción del sentimiento, de la voluntad, a las frías y mecánicas
construcciones racionalizadoras de la ilustración. Y ¿en Latinoamérica como se
reaccionó a los excesos del positivismo? El mejicano Octavio Paz nos explica
que con la sublime y espiritual aventura del modernismo literario: “El
modernismo fue un estado del espíritu. O más
exactamente: por haber sido una respuesta de la imaginación y la
sensibilidad al positivismo y a su visión helada de la realidad, por haber sido
un estado de espíritu, pudo ser un autentico movimiento poético”[1].
Volvamos entonces al Paraguay. Nuestro
modernismo literario (marcado por la romántica figura de Manuel Ortiz Guerrero)
coincidió con el periodo cultural llamado "el novecentismo",
integrado por inolvidables escritores y estudiosos como Blas Garay, Cecilio
Báez, Manuel Domínguez, Juan E Oleary, Manuel Gondra, Fulgencio R Moreno, y
otros. Como podemos apreciar citando estos nombres, el novecentismo viene a ser
el espacio intelectual en el cual se ponen frente a frente el positivismo y el
espíritu vitalista e historicista que explosionó con el modernismo literario
(sin dejar de reconocer que en algunos autores conviven ambas orientaciones).
Tenemos entonces en el origen de la cultura paraguaya moderna principalmente
a dos líneas de ideas bien marcadas, por una parte la dirección positivista,
encabezada por Cecilio Báez, Manuel Gondra y otros; por otra parte la dirección
vitalista e historicista, que agrupa a Juan E O’leary, Manuel Domínguez, y en
una generación posterior a Natalicio González (quizá en sentido estricto no
podemos llamar a Natalicio un novecentista, siendo no obstante uno de los
principales herederos intelectuales de este periodo cultural).
Pero aun existe una tercera línea, a la que podemos llamar socialista,
que se desarrolló tímidamente durante las primeras décadas del siglo XX. Esta
posición intelectual tiene a Rafael Barret como a su iniciador, y tal vez como
a su principal representante. Al parecer se tuvo que esperar varias de décadas
luego de la muerte del pensador español para recuperar otra figura intelectual
de su fuste, y en efecto, recién hacia los años 60 aparece Oscar Creydt,
reavivando en cierta medida el discurso socialista en la esfera cultural paraguaya.
(Extracto de “La Idea del Paraguay.
Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”)
[1]
Paz, Octavio. Los hijos del limo. Seix Barrail, Mexico, p 129.
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