El fuerte carácter
descriptivo que posee la lengua guaraní,
condiciona la interpretación que el
paraguayo expresa sobre la naturaleza y el hombre. El hecho de esta intensa
cercanía del guaraní con el medio natural nos muestra un parentesco
significativo con una visión cíclica del cosmos. A partir de ello tal vez pueda
entenderse mejor porque la modernidad resulta algo que no termina nunca de
implantarse en el Paraguay, y quizá, luego de la crisis de los paradigmas
modernos, tampoco existan ya muchas motivaciones para ello.
La rueda del tiempo gira eternamente, repitiendo
los ciclos naturales y humanos, con la naturalidad del crecimiento de los cultivos
con que al hombre de tierra adentro se mantiene con vida. Los periodos de temporada,
de la luna, de semana santa, de las fiestas de San Juan, del carrulín, etc, expresan la necesidad con que
el paraguayo espera la repetición del tiempo y de los arquetipos.
Aludiendo al carácter descriptivo del guaraní, Saro Vera llama al paraguayo “un hombre fuera de su mundo”, lo
que nos deja la imagen de un hombre sin interioridad, sin alma. Lo que éste
autor sostiene es que el paraguayo no se entretiene con los espacios meramente
abstractos del pensamiento, lo que a nuestro entender tampoco debería implicar
que se encuentra “fuera de su mundo”. El pensamiento racional y técnico desarrollado con preferencia en la cultura
moderna, no define a la inteligencia y a la interioridad, es apenas uno de los
factores que lo constituyen. Por supuesto, el autor trata de describir al
paraguayo en su integridad, no trata de reducirlo, pero tal vez el subtitulo
elegido no haya sido el más afortunado.
Pero el idioma seminal del paraguayo no es sólo el guaraní, es una
conjunción compleja del guaraní con el castellano, que en la mayoría de los
habitantes se concreta en el “jopará” o mezcla idiomática. En el principio el guaraní posee
una fuerte preponderancia, en medio de una vida agraria y despreocupada del
tiempo lineal; pero con el paso del tiempo y con los aires urbanizadores, el
castellano se va imponiendo, a través de un triunfo patético, que no revela
gloria alguna.
El carácter oral de esta fructífera conjunción lingüística hace que
proliferen modos peculiares de comunicación, como el “radio so’ó” o el
“ñe’e mbegué”, modos de informales de
difusión de la información que propician el surgimiento de lo fabuloso en medio
mismo de lo cotidiano. A veces parece difícil creerlo, pero el realismo mágico
se difunde por las calles con la naturalidad de un saludo, como por ejemplo los
frecuentes comentarios sobre el enigmático “plata
ybyguy”, el telúrico tesoro que alimentan el imaginario colectivo.
La Idea del Paraguay se proyecta a su vez desde la intuición que
despiertan sus formas geográficas, como sus paisajes campesinos, cargados de
una espesa belleza natural; los angostos senderos (tapé po’í) que conectan ranchos, chacras y bosques; el flujo sereno
y melodioso de los arroyos; la soledad y el mutismo de los campos de cultivo;
todo esto que con el despliegue orgánico e histórico se proyecta hacia los lúgubres y estruendosos
espacios urbanos.
Es posible así rememorar a un pensamiento enraizado en la tierra y en el
idioma, en una emoción que emerge de la unidad mística entre el mundo y el
lenguaje, entre la naturaleza y el hombre.
(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia
una visión estética de la cultura paraguaya”)
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