La crisis de los fundamentos nos lleva directamente a la reflexión sobre
las posibilidades de que se concrete plenamente un sentido crítico social sobre
los léxicos, cosmovisiones o paradigmas reinantes.
Tal vez en el marco de las masas sociales esto constituiría para
nosotros una especie de utopía, desde el momento en que consideramos que la
vivencia plena de este debilitamiento de la razón (la crisis de los fundamentos
nos revela tal debilitamiento) implica un cambio radical en la naturaleza del
sujeto, que deja su condición íntegra y fundante (a la par que narcisista,
puesto que la noción gnoseológica debe asociarse con la cotidiana), para
hacerse “débil”. Así, de lo anterior podemos comprender que asumir contemplativamente
nuestra crítica situación, nos abriría a una visión estética del mundo, del
hombre y de la sociedad.
Esto, insistiendo en el tema, no puede ser propuesto a un nivel social
debido a las limitaciones y condicionamientos de variada gama a las que desde
siempre se halla sometida la inmensa mayoría de los seres humanos. A las masas
no les basta la vivencia meramente estética de los arquetipos, necesitan que
ellos se concreten en ideologías para
que los guíen y conforten en medio de la
vida cotidiana; o en palabras de Donald Davidson, necesitan que el uso
“metafórico” del lenguaje pase un uso “literal”.
El cultivo espiritual (marco en el cual se desarrolla la contemplación
estética) de hecho va a contramano con la tendencia relajada y despreocupada
del mundo consumista, que se muestra reacio a los llamados a la disciplina y al
sacrificio. Pero el intento de establecer las condiciones interiores para que
la experiencia estética advenga, no implica el anuncio de una nueva verdad,
antes bien, la confirmación de la nada
que sustenta a todo lo que conocemos y
hacemos. Así, el desierto espiritual y la sociedad putrefacta no anulan
nuestras posibilidades anímicas, las estimulan en formas renovadas.
De todas maneras, aunque al parecer está lejos
de nuestras posibilidades una crítica radical de nuestra sociedad establecida, por
parte de las masas, si es posible que por lo menos una crítica moderada se desenvuelva.
Y no basta con escupir indignación y cólera
por los medios de comunicación, como si la crítica se tratara sólo de un ronquido
salvaje y ofuscado contra los administradores de turno; no, ella debe desenvolverse
desde la argumentación sana y el diálogo abierto y tolerante.
En el ámbito social nos queda entonces la opción de dar “un paso más”[1] en
la búsqueda de lograr una sociedad en donde
podamos vivir lo más tolerablemente posible, a través del cultivo de una
postura ideológica debilitada (la democracia) que nos permita manejar estratégicamente
problemas como los conflictos bélicos internacionales o la creciente degradación ambiental.
Así, la adopción de la democracia ya no necesitaría justificarse con
razones absolutas que invaliden un sano diálogo, antes bien, debería consolidarse
en un consenso, renovado constantemente a través de la crítica.
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