Podemos pensar el mundo
social desde distintas aristas, sea desde la sociología, la economía, la
antropología cultural, la psicología social, la filosofía, etc. Sin embargo, lo
que intentaremos desarrollar aquí no es meramente una crítica de las míseras
condiciones espirituales del mundo de hoy, sino específicamente será encontrar
un modo tanto ético como estético para ubicarnos en él.
Pero ¿Qué queremos decir cuando hablamos de ética y estética, y más
aun al relacionarla con las condiciones socio-culturales de nuestro tiempo? Lo
estético desborda lo meramente teórico y se despliega en una transformación del
sujeto cognoscente, que deja su condición íntegra, fundante y apegada, propia
de nuestra mísera cotidianeidad. El mundo moderno trató de imponer esa
condición del sujeto, pero hoy lo único que tenemos es un profundo desengaño
frente a tantas promesas descaminadas e incumplidas.
El problema del mal en el mundo, que había tomado un rumbo
intelectualista con los clásicos pensadores griegos, que con el cristianismo se
dramatizó con la idea del pecado original, que con los modernos adquirió un
enfoque que al ser secularizado se hizo socio-cultural, hoy nos muestra un panorama sombrío, pues los
metarrelatos han perdido consistencia y el futuro ha dejado de entusiasmar a
las masas. Navegamos hacia ninguna parte, cuidándonos de no empeorar la
deplorable situación en la que el mundo se encuentra. Tal vez entonces, una
ética social sólo puede prometernos ya hacer de la convivencia algo más
tolerable, luego de tantas discordias, guerras internacionales y agresiones al
medio ambiente.
Pero buscar un espacio tolerable para vivir no
implica que la crítica social sea paralizada, al contrario, en la medida en la configuración
socio-cultural se complejice a través de la crítica incansable, podrá mantenerse
a flote en medio de las crecientes incertidumbres de nuestro tiempo.
Cuando hablamos de ética, necesariamente nos topamos con la trivialidad
que llena a la cotidianeidad y que se conjuga con el dolor interminable de
tener que luchar por vivir y figurar mejor en una sociedad mundial sumida en
una profunda crisis de valores. Esto termina desembocando en un crudo
narcicismo difundido ampliamente[1].
Vemos que el mundo se desmorona ¿Qué hacer entonces? ¿Simplemente contemplar
como todo se va al diablo? ¿O es que acaso todavía hay posibilidad de
salvación? Las ideologías de la gran promesa se han desinflado, la misma
ciencia ha dejado de ser la garante del progreso, y así, quizá lo que
humildemente nos resta es buscar por lo menos una sociedad más tolerable.
¿Acaso ya es esto mucho pedir? No si confiamos en las posibilidades del
aprendizaje humano.
A partir de esto alguno puede preguntarse porque lo ético tiene que ver
especialmente con lo social. En las condiciones actuales de crisis de los
fundamentos, un saber como la ética, que pretendía ser universal e
incuestionablemente verdadero, ahora sólo puede ser consensuado y no impuesto. Esto
nos obliga a ver la ética como una extraña dualidad de principios de mínimos de
convivencia y de máximos de auto-realización.
Entre estas polaridades de la vida humana podemos desplegar los
propósitos del ensayo, como un viaje de ida y vuelta entre lo pragmático de la
ética social y lo gozoso e inefable de lo estético.
Partir de la crisis de los
fundamentos no implica renunciar al conocimiento, antes bien, ir en busca de un renovado
encuentro con el saber, de modo a dejar de lado esa fría imagen que se tiene de
la actividad intelectual como un juego sacrificado y exigente al que solo se
pueden entregar unos pocos estudiosos. La modernidad quiso equiparar la
filosofía con las ciencias, mas, lo que ahora también podemos reclamar es que
la filosofía vuelva a ser el juego maravilloso que surge desde el asombro ante
el espectáculo del mundo y del hombre.
(Extracto de “En torno a un mundo
gris. Ensayo de filosofía social”)
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