Podemos
afirmar que la desesperación, el aburrimiento,
el júbilo, y la alerta espiritual, en sus formas radicales constituyen
estados de ánimo que hacen posible la experiencia del “ente como totalidad”.
Todos ellos pueden dar lugar al fundamental estado de ánimo de la
angustia, en donde el ente como
totalidad se proyecta hacia la nada, y esto es la trascendencia.
A
partir de ahí, la pregunta que podría surgir es ¿Cómo el hombre puede librarse
de las miserias de la vida y encaminarse a lo trascendente? Y para responder a
esta pregunta debemos abordar el tema de los tres principales tipos de goces,
análogos a tres tipos fisiológicos explicados por Eduardo Alfonzo[1]:
nutrición, motor, y cerebral.
El tipo
de nutrición, es aquel en el que predominan aquellos goces más elementales,
como comer, beber, copular, y otros relacionados con estos. En el tipo motor
tienen preponderancia los goces del movimiento, como los paseos, los viajes,
los deportes, etc. Y en el tipo cerebral tienen preponderancia los goces del
espíritu, como pensar, contemplar, intuir, y otros semejantes a estos.
De los
tres, los goces del espíritu son los más nobles, y los que se pueden prolongar
por más tiempo, a condición de que se cumplan dos requerimientos imprescindibles:
el ocio y la capacidad intelectual. El ocio es una situación excepcional en
medio de una vida repleta de dolores y miserias de todo tipo, en donde la gran
mayoría debe ocupar su tiempo en solventar las necesidades fundamentales de sí
mismo y de su familia. Y aquellos pocos que se han librado de los sinsabores
del trabajo, se encuentran con los tormentos del hastío, que en una situación
de pobreza espiritual se trata de eludir con todo tipo de disipaciones materiales y anímicas. Y así, respondiendo a
la pregunta que nos hacíamos más arriba, la manera de librarse de las desgracias
humanas y encaminarse a lo trascendente es el cultivo del espíritu.
Estos tres tipos de goces nos revelan a
grandes rasgos los distintos proyectos de felicidad o buen vivir que pueden
convivir en el mundo de hoy, sin que ninguno de ellos sea éticamente mejor que
los demás. La ética de máximos (que busca el bien) está en manos de los
individuos, en tanto que la ética de mínimos (que busca la justicia) debe
lograrse a través del consenso social basado en el diálogo.
Sin embargo una postura que pretende ser
tolerante como esta, no nos debe hacer olvidar las condiciones miserables e
idiotizantes de la cotidianeidad (expresión elocuente de la vida del último
hombre nietzscheano), que no dejan espacio sino con mucha fricción a las
posibilidades de llevar adelante el cultivo espiritual. Esto no es precisamente
para lamentarse, puesto que sería iluso pensar que la cotidianeidad pueda ser
dulce y estimulante, y al contrario, las dificultades que ella expone sirven
como obstáculos didácticos para despertar la vocación aletargada. Puede que
entonces la vivencia del destino convierta a todo en un gran espectáculo,
irónica manera de vivir en la postmodernidad.
(Extracto de “La auto-ética. Reflexiones sobre la
vida individual”).
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