miércoles, 31 de julio de 2013

EL CULTIVO DEL ESPÍRITU



Podemos afirmar que la desesperación, el aburrimiento,  el júbilo, y la alerta espiritual, en sus formas radicales constituyen estados de ánimo que hacen posible la experiencia del “ente como totalidad”. Todos ellos pueden dar lugar al fundamental estado de ánimo de la angustia,  en donde el ente como totalidad se proyecta hacia la nada, y esto es la trascendencia.
    A partir de ahí, la pregunta que podría surgir es ¿Cómo el hombre puede librarse de las miserias de la vida y encaminarse a lo trascendente? Y para responder a esta pregunta debemos abordar el tema de los tres principales tipos de goces, análogos a tres tipos fisiológicos explicados por Eduardo Alfonzo[1]: nutrición, motor, y cerebral.
  El tipo de nutrición, es aquel en el que predominan aquellos goces más elementales, como comer, beber, copular, y otros relacionados con estos. En el tipo motor tienen preponderancia los goces del movimiento, como los paseos, los viajes, los deportes, etc. Y en el tipo cerebral tienen preponderancia los goces del espíritu, como pensar, contemplar, intuir, y otros semejantes a estos.
  De los tres, los goces del espíritu son los más nobles, y los que se pueden prolongar por más tiempo, a condición de que se cumplan dos requerimientos imprescindibles: el ocio y la capacidad intelectual. El ocio es una situación excepcional en medio de una vida repleta de dolores y miserias de todo tipo, en donde la gran mayoría debe ocupar su tiempo en solventar las necesidades fundamentales de sí mismo y de su familia. Y aquellos pocos que se han librado de los sinsabores del trabajo, se encuentran con los tormentos del hastío, que en una situación de pobreza espiritual se trata de eludir con todo tipo de disipaciones  materiales y anímicas. Y así, respondiendo a la pregunta que nos hacíamos más arriba, la manera de librarse de las desgracias humanas y encaminarse a lo trascendente es el cultivo del espíritu.
   Estos tres tipos de goces nos revelan a grandes rasgos los distintos proyectos de felicidad o buen vivir que pueden convivir en el mundo de hoy, sin que ninguno de ellos sea éticamente mejor que los demás. La ética de máximos (que busca el bien) está en manos de los individuos, en tanto que la ética de mínimos (que busca la justicia) debe lograrse a través del consenso social basado en el diálogo.
   Sin embargo una postura que pretende ser tolerante como esta, no nos debe hacer olvidar las condiciones miserables e idiotizantes de la cotidianeidad (expresión elocuente de la vida del último hombre nietzscheano), que no dejan espacio sino con mucha fricción a las posibilidades de llevar adelante el cultivo espiritual. Esto no es precisamente para lamentarse, puesto que sería iluso pensar que la cotidianeidad pueda ser dulce y estimulante, y al contrario, las dificultades que ella expone sirven como obstáculos didácticos para despertar la vocación aletargada. Puede que entonces la vivencia del destino convierta a todo en un gran espectáculo, irónica manera de vivir en la postmodernidad.

(Extracto de “La auto-ética. Reflexiones sobre la vida individual”).



[1] Alfonso, Eduardo. Curso de  medicina natural en cuarenta lecciones.
[2] Ver apartado 1.3.

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