La crisis de los fundamentos nos
lleva directamente a la reflexión sobre las posibilidades de que se concrete
plenamente un cambio paradigmático. Tal vez a un nivel social esto constituiría
para nosotros una especie de utopía, desde el momento en que consideramos que
la vivencia plena del paradigma de complejidad implica un cambio radical en la
naturaleza del sujeto, que deja su condición íntegra y fundante, para hacerse
“débil”. Así, de lo anterior podemos comprender que asumir vivencialmente el
paradigma de complejidad nos abriría a una visión estética del mundo, del
hombre, y de la sociedad.
Esto, insistiendo en el tema, no puede ser propuesto a un nivel social
debido a las limitaciones y condicionamientos de variada gama a las que desde
siempre se halla sometida la inmensa mayoría de los seres humanos. A las masas
no les basta la vivencia meramente estética de los arquetipos, necesitan que
ellos se concreten en ideologías para
que los guíen y conforten en medio de la
vida cotidiana.
Esto de hecho va a contramano con la tendencia relajada y despreocupada
de un mundo consumista, que se muestra reacio a los llamados a la disciplina y
al sacrificio. Pero el intento de establecer las condiciones interiores para
que la experiencia estética advenga, no implica el anuncio de una nueva verdad,
antes bien, la confirmación de la nada
que sustenta a lo que conocemos y
hacemos. Así, el desierto espiritual y la sociedad putrefacta no anulan
nuestras posibilidades anímicas, las estimulan en formas renovadas.
En el ámbito social nos queda entonces la opción de dar “un paso más” en
la búsqueda de lograr una sociedad en donde
podamos vivir lo más tolerablemente posible, a través del cultivo de una
postura ideológica debilitada ( la democracia) que nos permita manejar estratégicamente
problemas como los conflictos bélicos internacionales o la creciente degradación ambiental.
Extracto de
“En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”.
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