La contemplación estética constituye el
sentido cognoscitivo que revela lo místico o trascendente, en donde el estado
de conciencia abandona su forma cotidiana usual, y el sujeto deja de sentirse
identificado con los sucesos y con el ego, es decir, se hace sujeto débil o
crepuscular.
Cuando la nada se revela en la angustia, los entes se hacen símbolos, y
el mundo se estetiza. Así, de una manera
asombrosa, a la par que el ente en su totalidad se muestra el mundo como un
gran sueño, experimento y juego a la vez.
Lo estético constituye un tipo de conocimiento, por lo cual es posible
diferenciar un sujeto cognoscente y un objeto conocido, aunque sin llegar a una
contraposición irremediable (podríamos incluso sostener que existe una relación
dialógica, es decir, a la vez se da una contraposición, complementariedad, y
concurrencia entre ambos factores).
Comencemos
por el objeto, que deja su cotidiana condición de realidad material evidente,
para pasar a ser la "forma", el "arquetipo", la
"Idea", o el “símbolo” de aquello que aparenta ser el fundamento del
conocimiento, sin serlo, la nada.
Podemos plantear que a grandes rasgos se dan dos variables en el
conocimiento estético: por una parte, la experiencia estética moderada, al
alcance de todo individuo en general, que despierta la emoción de la vivencia
de los símbolos, y que se produce sin mayores inconvenientes anímicos; por otra
parte, la experiencia estética radical, que llega a la par que la angustia,
revelando la falta de fundamentos de todo lo que conocemos y hacemos.
La explicación y la comprensión de la experiencia estética ha adquirido
una nueva perspectiva con los desarrollos de la ontología hermenéutica,
propiciadas de manera particular tanto por Gadamer como por Vattimo. Así,
Vattimo, reasimilando las ideas de Gadamer, sostiene que en el mundo actual,
postmoderno y posthistórico, se observa la "estetización general de la
existencia"[1].
Esto a su vez nos revela la crisis de fundamentos del pensamiento actual, el
nihilismo como condición de vida, o si se quiere, la muerte de Dios o de los
valores fundamentales de la tradición occidental. ¿Qué nos da a entender esto?
Que el mundo no es más que un sueño, un juego, una fábula, como decía Nietzsche,
o en otras palabras, que en el fondo, el principio de razón no tiene solidez,
suelo en que apoyarse, por lo cual, la experiencia estética está inmersa en
todo, incluso en la ciencia y en la cotidianeidad.
El encuentro con las distintas manifestaciones artísticas o con paisajes
diversos (sean naturales, o incluso urbanos), o con la cotidianeidad misma,
debe poseer el sentido de una “oración”, o encuentro con lo trascendente, para
que lo estético alcance las cumbres más elevadas a las que puede aspirar el
espíritu humano.
a. La contemplación estética a través de la lectura de símbolos
La totalidad infundada se manifiesta
a través de maravillosos símbolos, que pueden ser de diferentes tipos,
naturales, socio-culturales, o filosóficos.
b. La contemplación estética a través del recorrido de la historia del
pensamiento
Podemos plantear que la
contemplación estética no solamente se desenvuelve en la admiración de los
paisajes naturales o en las obras de arte, sino también, en el recorrido de la
historia del pensamiento con ánimo de trascender el mero esquema o sistema de ideas hacia el
espacio de la nada. A la par que la nada se “da” el ente en cuanto tal, y
“regala” todo lo maravilloso y sublime de las “formas”, “arquetipos”, o
“símbolos”, y en ello va a su vez el recorrido de la historia del
pensamiento.
c. La contemplación estética y la complejidad
Vivir plenamente la complejidad
exige en verdad una transformación de la conciencia. La crítica al paradigma de
simplicidad desarrollada por Morin debe ir en forma paralela a la crítica al
“sujeto fuerte” desarrollada por Vattimo a partir de las obras de Heidegger y
Nietzsche. Así, el pensamiento complejo propicia el debilitamiento tanto del
sujeto como del objeto.
De ahí que esto nos revela que en verdad los planteamientos de Váttimo y
Morin poseen la flexibilidad necesaria para enlazarlos con nuestras reflexiones
sobre la experiencia estética.
(Extracto de “Retorno. Ensayo de Antropología
filosófica”).
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