La palabra disciplina proviene de los
términos latinos "docere" y "disco", que significan enseñar
y aprender respectivamente. La disciplina no necesariamente tiene que ver con
algo que se realiza forzadamente, es más bien la voluntad de aprender siguiendo
con constancia el camino que terminará en un objetivo, sea o no conocido. En el
contexto de nuestro trabajo, el supremo objetivo de la disciplina es el
establecimiento de las condiciones para que lo trascendente se muestre.
Una
forma típica de expresión de la disciplina es la diferenciación hecha por
Aristóteles entre vicios y virtudes. Ambas constituyen hábitos, que son
esquemas constantes de acción. Ciertamente, para Aristóteles únicamente las
virtudes son los hábitos deseables, sin embargo, el filósofo definió la virtud
como el justo medio entre dos extremos, quedando el criterio de esto en manos
del hombre prudente. Gianni Vattimo[1]
consideró que este criterio era válido para tratar de entender la posición del
actuar del hombre en las condiciones postmodernas, por supuesto, no asumiendo
la ontología aristotélica.
En
este marco de la disciplina podemos aludir a la necesidad de establecer un
“plan de vida”, que permita seguir el camino de la existencia de acuerdo a un
proyecto que asuma tanto lo ineludible (condicionamientos físicos,
psicológicos, histórico-socio-culturales), como el horizonte de posibilidades
que se abren.
Ubicándonos en nuestro marco de reflexión, consideramos que la
disciplina y el plan de vida (cumplido por medio de la disciplina), no pretenden
justificar a un sujeto plenamente integro y fundante del conocimiento, antes
bien, buscan la apertura de un “sujeto debilitado” a una visión a la vez
estética, nihilista y trascendente del mundo.
(Extracto
de “Retorno. Ensayo de antropología filosófica”).
No hay comentarios:
Publicar un comentario