jueves, 29 de agosto de 2013

EL DESAPEGO


Cuando buscas, todo falta; cuando no buscas, todo sobra. La agitación de la vida cotidiana obnubila a la mente, sume al hombre en la ilusión de que la vida guarda un sentido detrás de tantos sacrificios y padecimientos, detrás de tantos conflictos y frustraciones.

   A veces se pretende que en la cotidianeidad todo se desarrolle a pedir de boca, sin embargo los obstáculos se acumulan hasta en las empresas más sencillas. En esas ocasiones es importante contemplar los tiempos, dejarlos cumplirse, dejar que ellos nos enseñen a través de los dolores o frustraciones que produzcan.  

   Unirse a la naturaleza es dejar de lado todas esas luchas atormentadoras, es liberarse de tantos afanes que no terminan sino con lo ineludible de la muerte. Esta liberación implica una experiencia estética, por la cual el mundo entero se hace un espectáculo maravilloso.

   El término naturaleza proviene del latín “natura”, que como lo aclaró Heidegger[1], a su vez es una traducción del griego “physis”. Considerando esto podemos decir que la naturaleza constituye o aquello que las cosas son, o la totalidad de lo existente.  Este enfoque metafísico de la naturaleza tomó luego un sentido estético, ya en el siglo XVIII, cuando algunos pensadores ingleses empezaron a preguntarse por los sentimientos que despertaban la contemplación de una obra de arte o de los paisajes naturales. Así, lo orgánico se manifestaba también en la mente del artista, que cumplía plenamente los fines supremos de la esencia del mundo, la naturaleza. Ideas como estas se condensarán en la magistral obra de Kant, la “Crítica al juicio”, una de las que más influenció en la mente de los idealistas alemanes y de los pensadores románticos en general.   

(Extracto de “La auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual).  

 



[1] Cfr. Heidegger, Martin. Introducción a la metafísica.

miércoles, 28 de agosto de 2013

EL SEMINARISTA (CUENTO)



Una luna radiante iluminaba la sombría calle del seminario, mientras desde la lejanía se asomaban los ladridos quejumbrosos de algunos perros. De pronto, sobre una oscura muralla se dibujó aquella figura silenciosa, que como un ladrón nocturno se abalanzaba sobre los ladrillos. Era José, el seminarista.

 Caminando por un horrible empedrado, fue alejándose de aquel lugar. Sus dispersos pensamientos se tambaleaban entre recuerdos de placer, experimentados en su primer romance, con una cuarentona obesa. Y un sentimiento de culpa lo embargaba, por estar faltando a su promesa de castidad, propia de un aspirante al sacerdocio.

 Pero su profundo ardor se excusaba con lo que le había dicho su compañero seminarista, mientras se embriagaban en secreto en la habitación que compartían.

- Mirá José –le decía su amigo agarrándose los testículos- si Dios ha colocado este instrumento entre mis piernas, será para que yo lo utilice y te digo que lo haré siempre que lo quiera, ¿o acaso no sabes? ¡Si Dios se hizo hombre! ¡Dios también se hizo pene!

- Shhhhiiiiiii…. Callate que nos escuchan –le decía José, y ambos reían tapándose la boca-.

   José sonreía en el camino, mientras recordaba aquel momento, pero de nuevo volvía aquella pesadumbre de la culpa, y su alma se teñía del color de la noche que lo escuchaba.

   Hasta que llegó a una casa de dos plantas, miró hacia arriba, los vidrios estaban cubiertos de cortinas. Se agachó entonces, buscando alguna piedrita, -¡tac!¡tac!- resonó el cristal en la noche silenciosa; luego se escuchó un tenue crujido y una puerta que se abría, era Irma, que se asomó al balcón; tenía una cara regordeta y lánguida, y unos cabellos desparramados en el caos. Colocó un índice en la boca y le indicó una puertecita en el costado de la casa.

   Apenas se introdujo José en el oscurecido jardín, cuando se encontró con los voluminosos brazos de Irma que lo apretaron contra sus pechos de melones, mientras su boca hambrienta sorbía los jugos de inocencia del joven seminarista. Pero el tiempo era escaso, debido al peligro de su marido, que podía volver a la casa en cualquier momento. Lo tomó pues del brazo, y lo llevó a una pequeña habitación que antes utilizaba la niñera. Allí él la penetró y ella gimió su placer prohibido.

   Pero un fuerte golpe en la puerta los devolvió a ambos al mundo de la desgracia, era el marido de Irma, que de una patada había abierto la puerta. ¡Pero qué carajo! Gritó airado el marido, José se abalanzó sobre su pantalón largo, lo único que tenía a mano, y arremetió como un ariete contra el marido, éste cayó al piso y José se escabullo como una comadreja por el jardín, salió a la calle y empezó a correr como nunca antes lo había hecho.

   Desnudo, aun un poco excitado, pero asustado como un niño, corrió hasta que se cruzó frente a las narices de un perro, que furioso empezó a perseguirlo. José no podía creerlo, el máximo placer se había cambiado en infortunio en un abrir y cerrar de ojos.

   Pero el perro lo dejó al momento, José llegó a la cuarta cuadra jadeando, giró a la izquierda, se colocó lentamente el pantalón, y caminó despacio hacia el seminario. Su cuerpo nadaba en adrenalina y su alma en el fuego de la culpa.

   Llegó al seminario, agachó la frente y dejó caer unas lágrimas, luego trepó la muralla y desapareció de sus calles de tragedia.

 

Fin.

(Extracto de “El problema del sueño. Colección de cuentos”).

 

martes, 27 de agosto de 2013

LA VEJEZ DEL PARAGUAY



Finalmente, llega el hastío de la vejez, la putrefacción cultural, el "nihil admirari" (no admirarse de nada) de Horacio. ¿Pero porqué putrefacción? Porque los valores tradicionales empiezan a descomponerse y con ello se empieza a perder la unidad que garantizaba en gran medida la fortaleza de la cultura paraguaya. Con la crisis de valores, empezamos a tener noticia del nauseabundo olor del cadáver de Dios.
   El Paraguay se urbaniza (el censo del 92 ya muestra la superioridad en número de la población de las ciudades sobre la del campo).   Un infierno urbano se expande en la zona metropolitana y explota en horarios picos,  con automóviles apresurados, colectivos colmados, vendedores ambulantes, limpiadores de vidrio, indígenas desterrados y gente agitada de todo tipo. A pesar de tanta convulsión, todo parece tan vacio, tan vano, tan absurdo. Despertarse a las cuatro de la mañana, tomar un colectivo repleto, descargar todas las energías en un trabajo alienante, volver aniquilado al hogar, para el día siguiente repetir el mismo miserable ritual. El alma de Sísifo recorre las ciudades del país.
   Las perspectivas de crecimiento poblacional no se han reducido, en tanto que la cultura consumista se ha visto fortalecida por la proliferación de shoppings y el alcance mayor del servicio de internet en las zonas urbanas. Esto nos revela que debemos acostumbrarnos presenciar cada día  la mezcla difusa de pobreza y lujo, de hambre y hastío, de ignorancia y conocimiento. La uniformidad se pierde en lo impreciso, los fines se estancan en los medios, los compromisos se diluyen en el placer inmediato. 
   Rápidamente se extiende un manto de desengaños sobre las ingenuas esperanzas de la transición democrática; los patéticos cuadros literarios de Gabriel Casaccia y Roque Vallejos encuentran más que nunca un sentido concreto. Los dioses nos han abandonado, navegamos sin brújula hacia ninguna parte.
   En medio de tanta calamidad, el filósofo José Brun, el maestro que nunca escribió (a parte de sus tesis de grado), el Sócrates paraguayo, pide que se retorne al “pensamiento inútil”[1]. Irónico deseo en medio de un mundo sin direcciones, sin motivos valederos para pensar. ¿Es la vivencia de lo absurdo una especie de liberación de tanta lucha encarnizada, de tanto cargar en vano el tonel de las danaides?
   El Paraguay se integra al globo terrenal, deja de ser la isla rodeada de tierra, pasando a través de un traumático salto de las carretas al ciber espacio. La Idea del Paraguay se expresa en el dilema que ya también se ha hecho mundial, o morimos o renacemos. Acaso podremos recrearnos, pero no sin sufrir los profundos dolores que corresponden a nuestro tiempo.
(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una interpretación estética de la cultura paraguaya”).


[1] Ponencia de José Brun en el convivium de filosofía de la UCA, 2012.

miércoles, 21 de agosto de 2013

ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES EN TORNO A LA MEDICINA NATURAL



El hombre es un ser en relación, en tres formas: con el mundo, con los demás y consigo mismo.
   En cuanto ser en el mundo el hombre se encuentra íntimamente relacionado con el medio ambiente que lo rodea y en particular con su mismo cuerpo físico, es decir, con su naturaleza biológica. Así, la medicina natural, al enfocarse en la salud física, se encuentra íntimamente asociada con esta dimensión humana.
   En lo que hace a la relación con los demás, el ser humano se encuentra constantemente obligado a tratar con otros individuos, y en tal sentido, recibe el influjo espiritual de estos, y a su vez influye sobre ellos. En referencia a esto, la medicina natural puede contribuir a disminuir el inmenso sufrimiento del hombre de hoy, sumido muchas veces en espacios ambientales y sociales que promueven la aparición de enfermedades tanto físicas como mentales.
   En su relación con sí mismo, el hombre busca su realización plena, a través del sentido existencial que le presta a cada momento de su vida. La medicina natural puede ayudar en esta dimensión con una visión de mundo que pregona la armonía entre todos los niveles de la naturaleza, desde la más humilde roca, hasta las más excelsas producciones del genio humano. 
 
   Pero cuando hablamos de salud, generalmente la asociamos con un término contrapuesto, la enfermedad. ¿Pero qué es la enfermedad? ¿Es la enfermedad un mal? Siguiendo dos de las principales posturas filosóficas en relación al mal, podemos decir que la enfermedad (identificada con un mal) es producto de la ignorancia (de acuerdo al intelectualismo moral) o de algún tipo de culpa o pecado. En el primer caso bastaría que uno se instruya para eliminar la enfermedad y recuperar la salud; en el segundo caso, sería necesario el arrepentimiento y la purificación espiritual. No es necesario inclinarse definitivamente hacia una de las alternativas expuestas para desechar la restante, pues podemos tranquilamente tomar a ambas para alimentar nuestros abordajes sobre el tema. Así, podemos sostener que para abordar la enfermedad, el hombre necesita cultivarse intelectualmente tanto como purificarse espiritualmente. No está por demás decir que la difusión masiva de este tipo de perspectivas terminaría llevando a la bancarrota a la mayoría de los médicos académicos. Lamentablemente las exigencias que vienen aparejadas con este tipo de enfoques son excesivas para una sociedad masificada y banalizada.

   De todas maneras, la enfermedad debe dejar de ser considerada solamente como un mal al cual se le declara la guerra y al cual se busca despachar a como dé lugar, para verla también como una oportunidad ideal para rectificar los rumbos de la vida, para replantear el camino que hemos elegido para transitar. En general, la debilidad física debe propiciar la fortaleza espiritual que nos permita comprender que las dimensiones del ser humano van más allá de lo meramente físico, es decir, que también poseemos una interioridad que cultivar, y un planeta y una sociedad con las que nos encontramos profundamente unidos. Al final, la vida misma es una enfermedad con la que a diario lidiamos y lidiaremos, hasta que lleguemos al supremo fracaso de la muerte.      

   En general, para la medicina natural la salud no se basa en drogas, cirugías, o en los grandes avances de la ciencia, sino en el poder curativo de la naturaleza (vis natura medicatrix), que habita en lo más profundo del ser humano (Schopenhauer llegó a equipararlo con la voluntad, esencia del mundo)[1].

   En numerosos tratados de medicina natural se considera la existencia de unas leyes de la naturaleza que explican las condiciones que definen tanto la salud como la enfermedad. Mas, en un ambiente espiritual en el que se respira por todas partes los efectos de una crisis de los fundamentos, ya no podemos decir que estas leyes sean inapelables y obligatorias (a diferencia de las leyes civiles, las llamadas leyes de la naturaleza no exigen obligación a través de la fuerza). Además, las leyes de la naturaleza defendidas por la medicina natural no poseen el rigor de las leyes de las ciencias naturales (quizá tampoco lo reclamen), que están avaladas por una exigente comunidad científica.
   A su vez, aunque sostengamos que las leyes de la naturaleza son en verdad los valores del naturismo médico, no nos veremos con un mejor panorama para encontrar certezas inapelables, pues la ya aludida crisis de los fundamentos también afecta a los valores, pero ya de un modo menos agresivo. Los valores no exigen obligatoriedad, simplemente deben ser asumidos vivencialmente, y con ello aparte de ser principios de acción serán también motivos de goces estéticos.    

(Extracto de “El médico del campo. Ensayo de medicina natural”).



[1] Cfr: Schopenhauer, Arthur. Sobre la voluntad en la naturaleza.

lunes, 19 de agosto de 2013

LOCOS (CUENTO)



Pedro permanecía quieto, con la mirada perdida en una extraña lejanía, no se sabía si de su alma o del paisaje campesino que lo rodeaba.
 Cuando Pedro apenas tenía trece años, el auge de la migración gente del campo hacia la Asunción lo alcanzó. Con lágrimas en los ojos su madre hacía adiós al hijo aventurero, sin saber que una de las principales causas de su obstinación por viajar era las infinitas peleas entre ella y  el padrastro de Pedro, que a veces terminaban con golpes y amenazas con arma de fuego. Pedro sólo escuchaba impotente aquellas rencillas, mientras crecía su rabia, no solo contra su padrastro, sino también contra su madre, por su idea de casarse con aquel hombre para él tan despreciable.
 Ya en Asunción, se reunió con unos parientes y aprendió el oficio de la zapatería. Varios años vivió en la capital, se sentía a gusto entre sus parientes y amigos, hasta que lo que en un principio le parecía una simple relación de placer, se convirtió en la tormentosa vivencia de una situación límite.
 Cierta dama llamada Nilda, lo seguía siempre con la idea de conseguir algún romance con él, que por su parte casi siempre se mostraba indiferente hacia sus insinuaciones. Pero a medida que pasaba el tiempo, Pedro empezaba a plantearse la posibilidad de obtener algo de aquella mujer tan insistente. Llegó entonces una noche, Pedro caminaba por unas veredas oscuras, pensaba llegar a un barcito cercano, beberse alguna cerveza, y charlar con algún amigo; pero de pronto sintió una mano que lo atajaba del brazo, era Nilda, que lo había alcanzado, y que lo invitaba a acompañarla hasta su apartamento. Le dijo: –vamos, no seas tan descortés conmigo, sólo quiero que camines conmigo un rato. Pedro sonrió –bueno, vamos entonces.- respondió.
 Cuando llegaron al apartamento de la mujer, ésta lo invito a pasar, Pedro de nuevo acepto, ya estaba decidido a pasar la noche con Nilda. El apartamento era pequeño pero  amueblado, en un modular se encontraban numerosos libros, Pedro los miro de reojo, en algunos se leía “Astrología Práctica”, “La Lectura de las Manos”, “Tarot”. Dos cuadros baratos pendían de la blanca pared. El lugar era limpio, y simple. Nilda lo invito a sentarse. Toda la noche conversaron sobre aquellos libros del modular, entre alcohol, cigarrillo y sexo.
 Pedro nunca se imaginó que podría llegar a entusiasmarle tanto el ocultismo. De la mano de Nilda empezó a introducirse en aquel mundo que a la par que fascinación le comunicaba ciertos atisbos de un terror que ni siquiera Nilda podía explicarle.
 Pero la intimidad entre Nilda y Pedro había llegado a una cota; al menos así lo entendió la dicharachera de Nilda, quien empezó a coquetear con otros hombres, y a poner excusas para evitar las cada vez más numerosas visitas del entusiasmado de Pedro. Y a su vez, Pedro empezó a notar aquel cambio de actitud de su pareja, que en un principio le parecía solo temporal, hasta enterarse de que Nilda ya andaba con otros amoríos.
 Una honda pesadumbre calló sobre el cuerpo y el pensamiento de Pedro. Sentía que de un momento a otro alguien le había puesto una pesa de acero sobre los lomos. Durante el día y la tarde, mientras trabajaba en la zapatería, se atormentaba pensando en los placeres que Nilda estaría viviendo con otros hombres; se concentraba buscando y encontrando todas las ingratitudes que había tenido la mujer con él; se llenaba de rabia al pensar que lo había tratado como a un tonto. Cuando llegaba la noche, Pedro se pasaba volteándose sobre la cama, luego probó con el piso, y aun después empezó a rezar, recordando aquellas oraciones que había aprendido de niño, pero nada funcionaba. Cierta noche consiguió dormir dos horas, soñó con monstruosos seres infernales que lo torturaban con sus gritos, burlas, y obscenidades. Luego de un tiempo, Pedro dejo de ir al trabajo. Le diagnosticaron un cuadro depresivo y una ulcera sangrante. Pedro creía que la mujer lo había embrujado.
 Un pariente hospedó a Pedro en su casa, ya que éste, al no poder trabajar, no podía pagar un alquiler y ni siquiera solventar sus alimentos. Pedro veía enemigos en todas partes, creía que todo lo que le pasaba provenía de los hechizos que le había asestado la bruja de Nilda. Y cierto día, estando Pedro en la terraza de la casa, vio pasar a un vendedor de periódicos, luego se ensayó con el pobre hombre arrojándole unas piedras que tenía a mano en la terraza. Pedro pensó que aquel vendedor de periódicos no era más que un simulador que quería arrojar algún objeto hechizado en la casa. Al cabo de una semana su pariente decidió internarlo en el hospital neuro-siquiátrico de Asunción.  

El hospital estaba poblado de gente con ojos inflamados, que andaban cansinamente, como aquellos niños que apenas empiezan a caminar; otros en cambio, caminaban como cualquier ejecutivo apurado por la calle de alguna metrópoli. Pedro abrió los ojos, el sedante que le inyectaron antes de traerlo empezaba a perder efecto. Observó a un hombre baboso que lo miraba con la cara pegada a la ventanilla de la ambulancia. Se levantó sobresaltado observando a su alrededor: un terreno con muchos árboles, frente a un amplio edificio de paredes blancas; por el patio caminaban algunas personas vestidas estrafalariamente, también algunos enfermeros vestidos de blanco. Buscó entre ellas algún semblante conocido, pero nadie, y menos aquella cara babosa que lo miraba por la ventanilla como un niño. Pedro empezó a darse cuenta de donde estaba, se acostó de nuevo en la camilla, ahora todo aquello le parecía indiferente; cruzó las manos bajo la cabeza, cerró los ojos, y repitió para si mismo: “Bienvenido al infierno Pedro, bienvenido al infierno.”

Un enfermero lo acompañó hasta donde sería su pabellón; el crujido del portón de barrotes volteó hacia ellos a todos los que estaban en el patio interior del pabellón; unos cuantos se acercaron para mirar de cerca al recién llegado, eran como zombis que le preguntaban su nombre, su profesión, su club, también alguno pedía llorando al enfermero que lo deje salir; hasta que apareció un hombre corpulento entre aquello que se había convertido en un barullo inentendible; era Luis, un interno que colaboraba con los enfermeros y doctores por algunos beneficios excepcionales de comida y libertad, y por la promesa de dejarlo salir. El enfermero agradeció la ayuda de Luis, y condujo a Pedro a una amplia habitación que servía de dormitorio a los internos. Había amplias camas de dos pisos, pegadas a unas paredes ennegrecidas por la humedad; la iluminación de la habitación se limitaba a la natural que ingresaba por las dos puertas laterales; las baldosas del piso, a pesar de estar limpias, mostraban desgastes y quebraduras. El enfermero le indicó un lugar donde podría recostarse, y antes de retirarse le avisó que dentro de unas horas tendría una consulta con el médico del hospital. Pedro se acomodó en la cama sin decir nada, cerró los ojos y suspiró hondo, tenía un fuerte dolor de cabeza. Al momento sintió una presencia frente a él, era un hombre que le tendía un cigarrillo; era flaco, de mediana estatura, como de cuarenta años, tenía una barba recortada, y unos ojos penetrantes, que se posaban sobre Pedro como interrogándolo. Este tomó con cierta desconfianza el cigarrillo, el hombre le pasó una cajita de fósforos que tenía bien guardado en algún pliegue secreto de su viejo pantalón de vaquero. Mientras Pedro encendía con cierta dificultad el cigarrillo, el hombre sugirió: -No te tomes demasiado a pecho esto, que terminarás enloqueciendo a la manera de los que están aquí; tú aun puedes enfocar el pensamiento, lo sé por tu mirada.- Pedro le retrucó con una pregunta: -¿Qué haces aquí?- el hombre contestó: - Ya habrá tiempo para contarte, ahora trata de descansar, y no veas esto como una realidad, créeme, cuando salgas de aquí ya nada te parecerá tan real como antes, quizá ni siquiera tú mismo. Pero ahora descansa, hablaremos luego-. El hombre se alejó hacia el patio; Pedro arrojo el cerillo a un costado, y trató de encontrar algún descanso.
 Luego de unas horas llegó el enfermero para acompañarlo a la consulta con el médico. Este le explicó que estaría en observación durante un mes. No se refirió a que podría salir de ahí o debería quedarse. Pedro estuvo en la consulta como ausente, limitándose a contestar brevemente a cada pregunta que le hacía el doctor. Pensaba en las palabras de aquel hombre que le invitó el cigarrillo. Empezó a experimentar en sí mismo el hecho de cuestionar la realidad de las cosas. Pensaba para si mismo: “a los que están aquí encerrados los llaman locos y enfermos por ver el mundo al revés, ¿pero por qué podemos estar seguros de que el mundo de afuera es el verdadero?” Así Pedro terminó su primer día en el hospital para locos.

Día Segundo.
En una hora fija de la mañana, todos los internos eran despertados; Pedro no sabía cuál era esa hora, pero ahí a nadie parecía importarle la hora, en contraste con la absoluta puntualidad con que todo se cumplía. Cuando se tenía que comer se comía, cuando se tenía que tomar medicamentos, se tomaba, todo en forma sincronizada, tal como una extraña fábrica de locura.
 A media mañana, cuando todos estaban en el patio interior del pabellón, Pedro buscó a aquel hombre que le había invitado el cigarrillo, lo encontró en una sombra, haciendo unos garabatos en un cuaderno envejecido. Se sentó a su lado, en un piso de baldosas que comunicaba frescura, en contraste con el intenso calor que se sentía en el patio. El hombre no levantó la vista, parecía indiferente a la presencia de Pedro, pero enseguida preguntó sin quitar la mirada de sus garabatos:
-¿Cómo estás amigo?
-No sé, creo que no sé como estoy- respondió secamente Pedro
–Es buena señal- afirmó el hombre
-¿Buena señal?- le preguntó algo perplejo Pedro
–Sí, tu falta de certeza, es buena señal tu falta de certeza- volvió a afirmar el hombre
–No sé porqué me sorprendió en algo lo que dijiste, puesto que si estás aquí es porque estás loco- Pedro suspiró un momento, y agregó luego –loco como yo
–Y ahí lo tienes –le dijo el hombre- por ser locos ambos podemos ver el mundo al revés
-Es extraño, ayer cuando me hablaba el médico pensaba también en eso de ver el mundo al revés, pero quizá fue por aquellas palabras que me dijiste ayer, quizá me estoy contagiando de tu propia locura- concluyó Pedro.
 El hombre dibujó una leve sonrisa y dijo:
-De eso se trata amigo, aun podemos ser unos buenos locos en este mundo de locura.
Pedro miró fijo a los ojos de aquel hombre, que a pesar de ser los de un loco, no parecían tan locos, luego le dijo:
-¿Sabes qué? Antes de llegar a este lugar leí unos libros sobre magia, y todo lo que estos describían era muy diferente al mundo de allá afuera. A veces me aterrorizaba, sentía que aquello podría abrirme a una especie de infierno, y quizás ya estoy en ese infierno, y tú eres el primer demonio con el que me encuentro-. Ambos rieron a carcajadas, y unos internos que estaban ahí cerca también empezaron a reír, y al poco tiempo todo el pabellón reía a carcajadas.

Día Tercero.
Como en el día anterior, Pedro otra vez buscó al hombre, y siempre lo encontraba pintando o escribiendo. Se sentó a junto a él en el piso.
-¿Qué estás haciendo?- le preguntó Pedro con curiosidad
-¿Qué estoy haciendo? Pues, fumando al mundo- le respondió el hombre
–¿Fumando al mundo?- volvió a preguntar Pedro con algo  de diversión
–Si, estoy fumando al mundo- respondió el hombre también con cara de risa.
¿Quieres probar? –interrogó el hombre a Pedro.
-¿Probar? ¿A ver? ¿Cómo se hace? –dijo Pedro
-Probaremos con este ejercicio –respondió el hombre-: quiero que observes en tu memoria los puntos más importantes para ti, aquellos que pueden ser tomados como giros bruscos o trascendentes de tu vida; quiero que tomes esos puntos y los contemples, no identificándote con ellos, no atormentándote por aquellos dolores o gozando en aquellas alegrías, sino contemplando, sólo contemplando, dejando que aquellos puntos formen una unidad; si te mantienes en ese estado de observación, podrás ver a tu propia existencia como el camino de la misma humanidad, de la vida y el mundo...
 Esa contemplación es nuestra pipa, cuando logres eso en todos los aspectos de tu vida y tu pensamiento, y si puedes también en el arte, eres un gran fumador, y te diría más, pensamiento y mundo cotidiano junto al arte, llegarán a ser lo mismo, la vida entera será un fenómeno estético, ya no una lucha por salvarse con los afanes del yo.
 Juan escuchaba con atención las palabras de aquel hombre, aquello de fumar al mundo le daba cosquillas en el vientre, se sentía liviano como el viento, su semblante se llenó de alegría, empezó a ver todo como por primera vez.

Día Cuarto.
-¿Sabes qué? Ayer pensé mucho en eso de fumar al mundo –dijo Pedro-, pero antes dime ¿cómo te llamas?
-Umm... puedes llamarme como quieras –respondió el hombre-, no me importa cómo me llames, pero según el registro civil me llamo Antonio Heise.
-Y dígame don Antonio ¿porqué esta aquí? –preguntó Pedro
- Porque me volví loco –respondió el hombre
-¡Ja! ¡Ja! ¿pero porqué se volvió loco? –volvió a preguntar Pedro
-Era mi destino –respondió el hombre
-Pero no creo que usted esté loco como los demás, o como yo –dijo Pedro
-Pues deberías dudar –respondió el hombre-, yo podría ser un don Quijote y tú mi escudero, yo podría llevarte por las aventuras de mi desvariada cabeza.
-Pero yo apuesto por usted –le dijo confiado Pedro-, quiero ser su escudero, lléveme por los caminos de su locura, enséñeme a fumar al mundo.
-Adelante entonces –dijo el hombre-, si estas convencido en tu corazón, que quizá tu destino no esté con los cuerdos de este mundo; ponte en guardia que quizá sea tu locura la que habrá de salvarte.

Día Quinto.
-Don Antonio, ande, cuénteme su quijotesca historia –le dijo Pedro
-Está bien –contestó don Antonio-. Cierto día, ya cuando el sol se perdía entre los tejados del barrio en que vivía, sentí en mi alma un deseo enorme de dejarlo todo. Estaba cansado de vivir, de ver pasar un día tras otro sin que nada tuviera sentido. Fue así que fui a visitar a uno de mis mejores amigos, quien es también el director de este hospital; simplemente, le pedí que me dejara estar un tiempo aquí, compartir con los enfermos sus desgracias siempre me ha dado mucho consuelo. En un primer momento mi amigo no accedió a mi deseo de quedarme aquí, me ofreció lugares en otros hospitales, pero no quería aceptar, siempre pensé que este hospital es el mejor para vivir la profundidad del alma del hombre. Quizá debía pasar por aquí para aprender algo, quizá algo tan sencillo, como acostumbrarme a ver el mundo como por primera vez”.

Luego de un mes, ambos salieron del neuropsiquiátrico. Habían mejorado raudamente sus estados de ánimo, para la sorpresa del director del hospital y amigo de don Antonio, quien con una sonrisa en el rostro les dijo que estaba contento con el mejoramiento observado.
 Don Antonio volvió a sus campos y junto a su familia. Pedro volvió a Villarrica, en donde en un día de invierno me relató su historia, con la mirada perdida en una extraña lejanía, no se sabía si de su alma o del paisaje campesino que lo rodeaba.

Fin. 
(Extracto de “El problema del sueño. Colección de cuentos”).

miércoles, 14 de agosto de 2013

INTRODUCCIÓN A EN TORNO A UN MUNDO GRIS



Podemos pensar el mundo social desde distintas aristas, la social, la política, sociológica, o la filosófica. Sin embargo, lo que intentaremos desarrollar aquí no es meramente una crítica de las míseras condiciones espirituales del mundo de hoy, sino específicamente será encontrar un modo tanto ético como estético para ubicarnos en él.
   Pero ¿Qué queremos decir cuando hablamos de ética y estética, y más aun al relacionarla con las condiciones socio-culturales de nuestro tiempo? Lo estético desborda lo meramente teórico y se despliega en una transformación del sujeto cognoscente, que deja su condición íntegra, fundante y apegada, propia de nuestra mísera cotidianeidad. El mundo moderno trató de imponer esa condición del sujeto, pero hoy lo único que tenernos es un profundo desengaño frente a tantas promesas incumplidas.   
   Cuando hablamos de ética, necesariamente nos topamos con la trivialidad que llena a la cotidianeidad y que se conjuga con el dolor interminable de tener que luchar por vivir y figurar mejor en una sociedad mundial sumida en una profunda crisis de valores. Esto termina desembocando en un crudo narcicismo difundido ampliamente[1]. Vemos que el mundo se desmorona ¿Qué hacer entonces? ¿Simplemente contemplar como todo se va al diablo? ¿O es que acaso todavía hay posibilidad de salvación? Las ideologías de la gran promesa se han desinflado, la misma ciencia ha dejado de ser la garante del progreso, y así, quizá lo que humildemente nos resta es buscar por lo menos una sociedad más tolerable. ¿Acaso ya es esto mucho pedir? No si confiamos en las posibilidades del aprendizaje humano.
      A partir de esto alguno puede preguntarse porque lo ético tiene que ver especialmente con lo social. En las condiciones actuales de crisis de los fundamentos, un saber como la ética, que pretendía ser universal e incuestionablemente verdadero, ahora sólo pueda ser consensuado y no impuesto. Esto nos obliga a ver la ética como una extraña dualidad de mínimos de convivencia y máximos de auto-realización.
   Así, entre estas polaridades de la vida humana podemos desplegar los propósitos del ensayo, como un viaje de ida y vuelta entre lo pragmático de la ética social y lo gozoso e inefable de lo estético.

(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”)



[1] Cfr: Lipovetzki, Gilles. La era del vacío.

martes, 13 de agosto de 2013

BREVE RECORRIDO DE LA HISTORIA DE LA MEDICINA



Así como la filosofía surgió de una esfera cultural en la que predominaba el pensamiento mitológico-mágico-simbólico, también la medicina  filosófica emergió de visiones médicas chamánicas y ritualistas. El paso hacia posiciones meramente racionales se fue dando paulatinamente.
   Los dos grandes médicos de la antigüedad, Hipócrates y Galeno, defendían la tesis de que la salud dependía del equilibrio de los llamados “humores”, que eran básicamente cuatro: bilis negra, flema, bilis y sangre. Galeno ya empezó a adelantarse en el argumento del daño orgánico como responsable de la enfermedad, idea que será tomada por la medicina moderna.
   En el año 1526 Aldo Manucio publica una edición del Corpus hipocráticum, propiciando con ello el retorno de Hipócrates al ámbito cultural europeo, luego de cerca de diez siglos de estar a la sombra del venerado Galeno.
   En el siglo XVII la teoría humoral empieza a disminuir su trascendencia frente a las investigaciones de William Hervey sobre la circulación sanguínea y sus distintos efectos en el organismo.   
   En el siglo XVIII tenemos a dos emblemáticas figuras de la historia de la medicina, por una parte está Albrecht Von Haller, quien escribió una obra monumental denominada “Elementos fisiológicos del cuerpo humano” en donde expone los conocimientos médicos de su tiempo junto a sus propias contribuciones a la disciplina médica. En el campo de la fisiología Haller propone una teoría revolucionaria, sostiene que los impulsos nerviosos se desplazan a través de “fibras”, y no por el hipotético fluido nérvico o pneuma psíquico (postura defendida por Galerno). En este siglo también se destaca Giovanni Morgagni, con su obra cumbre “Sobre la localización y las causas de las enfermedades según la indagación anatómica”. Con ello se empieza a orientar la medicina hacia esquemas empiristas (y luego positivistas), dejando de lado el auge hipocrático que había brotado en el renacimiento.
   Pero la reacción a la ilustración y al empirismo no se hizo esperar, con un aire poético, naturalista y místico surgió el romanticismo como una fiebre que se expandió por todos los confines del mundo (el nacionalismo es una de sus expresiones). Bajo la égida de Schelling una nueva filosofía de la naturaleza es cultivada, una que prometía el encuentro fraterno con todas las antiguas tradiciones de sabiduría. Y así, la medicina romántica postuló el carácter unitario del ser humano, en cuerpo, alma y espíritu, y el estrecho parentesco con la totalidad cósmica.
   Pero con esta medicina, que podemos llamar cultivada, no terminaba la reacción a la visión médica empirista. En el siglo XIX, unos enfermos alemanes, desahuciados por los médicos académicos, llevaron adelante un verdadero movimiento naturista de carácter algo simple e ingenuo, pero de notable influencia en las terapias naturales desarrolladas en los años posteriores; estos brillantes empíricos eran Luis Kuhne, Vicente Priesnitz y Sebastian Kneipp.
   A su vez, los médicos influenciados por los filósofos vitalistas heredaron en el siglo XX  esa postura romántica de buscar la salud y la cura de las enfermedades, no en los fármacos y las cirugías, sino en un encuentra cercano con los elementos naturales, el agua, el aire, el fuego y la tierra. Entre estos médicos vitalistas podemos citar a Eduardo Alfonso y a Paul Carton.
   De todas maneras los espectaculares desarrollos científicos y tecnológicos terminaron por imponer en el mundo entero la medicina positivista, aunque ya de una manera tímida van alzándose voces de protesta frente al carácter reduccionista y simplificador que esta visión medica presta al ser humano. Las revoluciones científicas y las crisis de los paradigmas de la ciencia y de los fundamentos de la razón, requieren por lo menos una apertura respetuosa hacia orientaciones médicas milenarias con las que el hombre ha tratado no sólo de disminuir el sufrimiento y el dolor, sino también dar un sentido trascendental al vivir.  

(Extracto de “El médico del campo. Ensayo de medicina natural”).

lunes, 12 de agosto de 2013

LA CONTEMPLACIÓN ESTÉTICA


 La contemplación estética constituye el sentido cognoscitivo que revela lo místico o trascendente, en donde el estado de conciencia abandona su forma cotidiana usual, y el sujeto deja de sentirse identificado con los sucesos y con el ego, es decir, se hace sujeto débil o crepuscular.

  Cuando la nada se revela en la angustia, los entes se hacen símbolos, y el mundo se estetiza.  Así, de una manera asombrosa, a la par que el ente en su totalidad se muestra el mundo como un gran sueño, experimento y juego a la vez.  

  Lo estético constituye un tipo de conocimiento, por lo cual es posible diferenciar un sujeto cognoscente y un objeto conocido, aunque sin llegar a una contraposición irremediable (podríamos incluso sostener que existe una relación dialógica, es decir, a la vez se da una contraposición, complementariedad, y concurrencia entre ambos factores).

  Comencemos por el objeto, que deja su cotidiana condición de realidad material evidente, para pasar a ser la "forma", el "arquetipo", la "Idea", o el “símbolo” de aquello que aparenta ser el fundamento del conocimiento, sin serlo, la nada.

   Podemos plantear que a grandes rasgos se dan dos variables en el conocimiento estético: por una parte, la experiencia estética moderada, al alcance de todo individuo en general, que despierta la emoción de la vivencia de los símbolos, y que se produce sin mayores inconvenientes anímicos; por otra parte, la experiencia estética radical, que llega a la par que la angustia, revelando la falta de fundamentos de todo lo que conocemos y hacemos.

  La explicación y la comprensión de la experiencia estética ha adquirido una nueva perspectiva con los desarrollos de la ontología hermenéutica, propiciadas de manera particular tanto por Gadamer como por Vattimo. Así, Vattimo, reasimilando las ideas de Gadamer, sostiene que en el mundo actual, postmoderno y posthistórico, se observa la "estetización general de la existencia"[1]. Esto a su vez nos revela la crisis de fundamentos del pensamiento actual, el nihilismo como condición de vida, o si se quiere, la muerte de Dios o de los valores fundamentales de la tradición occidental. ¿Qué nos da a entender esto? Que el mundo no es más que un sueño, un juego, una fábula, como decía Nietzsche, o en otras palabras, que en el fondo, el principio de razón no tiene solidez, suelo en que apoyarse, por lo cual, la experiencia estética está inmersa en todo, incluso en la ciencia y en la cotidianeidad.

  El encuentro con las distintas manifestaciones artísticas o con paisajes diversos (sean naturales, o incluso urbanos), o con la cotidianeidad misma, debe poseer el sentido de una “oración”, o encuentro con lo trascendente, para que lo estético alcance las cumbres más elevadas a las que puede aspirar el espíritu humano.

a. La contemplación estética a través de la lectura de símbolos

La totalidad infundada se manifiesta a través de maravillosos símbolos, que pueden ser de diferentes tipos, naturales, socio-culturales, o filosóficos. 

b. La contemplación estética a través del recorrido de la historia del pensamiento

Podemos plantear que la contemplación estética no solamente se desenvuelve en la admiración de los paisajes naturales o en las obras de arte, sino también, en el recorrido de la historia del pensamiento con ánimo de trascender  el mero esquema o sistema de ideas hacia el espacio de la nada. A la par que la nada se “da” el ente en cuanto tal, y “regala” todo lo maravilloso y sublime de las “formas”, “arquetipos”, o “símbolos”, y en ello va a su vez el recorrido de la historia del pensamiento.   

c. La contemplación estética y la complejidad

Vivir plenamente la complejidad exige en verdad una transformación de la conciencia. La crítica al paradigma de simplicidad desarrollada por Morin debe ir en forma paralela a la crítica al “sujeto fuerte” desarrollada por Vattimo a partir de las obras de Heidegger y Nietzsche. Así, el pensamiento complejo propicia el debilitamiento tanto del sujeto como del objeto.

  De ahí que esto nos revela que en verdad los planteamientos de Váttimo y Morin poseen la flexibilidad necesaria para enlazarlos con nuestras reflexiones sobre la experiencia estética.

(Extracto de “Retorno. Ensayo de Antropología filosófica”).



[1] Vattimo, Gianni. El fin de la modernidad.

viernes, 9 de agosto de 2013

DISCIPLINA Y PLAN DE VIDA



La palabra disciplina proviene de los términos latinos "docere" y "disco", que significan enseñar y aprender respectivamente. La disciplina no necesariamente tiene que ver con algo que se realiza forzadamente, es más bien la voluntad de aprender siguiendo con constancia el camino que terminará en un objetivo, sea o no conocido. En el contexto de nuestro trabajo, el supremo objetivo de la disciplina es el establecimiento de las condiciones para que lo trascendente se muestre.
 Una forma típica de expresión de la disciplina es la diferenciación hecha por Aristóteles entre vicios y virtudes. Ambas constituyen hábitos, que son esquemas constantes de acción. Ciertamente, para Aristóteles únicamente las virtudes son los hábitos deseables, sin embargo, el filósofo definió la virtud como el justo medio entre dos extremos, quedando el criterio de esto en manos del hombre prudente. Gianni Vattimo[1] consideró que este criterio era válido para tratar de entender la posición del actuar del hombre en las condiciones postmodernas, por supuesto, no asumiendo la ontología aristotélica.
 En este marco de la disciplina podemos aludir a la necesidad de establecer un “plan de vida”, que permita seguir el camino de la existencia de acuerdo a un proyecto que asuma tanto lo ineludible (condicionamientos físicos, psicológicos, histórico-socio-culturales), como el horizonte de posibilidades que se abren.
  Ubicándonos en nuestro marco de reflexión, consideramos que la disciplina y el plan de vida (cumplido por medio de la disciplina), no pretenden justificar a un sujeto plenamente integro y fundante del conocimiento, antes bien, buscan la apertura de un “sujeto debilitado” a una visión a la vez estética, nihilista y trascendente del mundo.     
(Extracto de “Retorno. Ensayo de antropología filosófica”).


[1] Cfr. Vattimo, Gianni. El fin de la modernidad.

jueves, 8 de agosto de 2013

PERIODO ACADÉMICO DE LA FILOSOFIA EN EL PARAGUAY



Los estudios filosóficos universitarios comenzaron hacia la década del 40 en un aula de la facultad de derecho de la UNA, perteneciente al llamado “Instituto de Filosofía”. Ya hacia finales de la década del 40 se fundó la facultad de filosofía en Itapyta punta, del barrio Sajonia. La UCA se fundó en 1960, no teniendo en un principio la carrera de filosofía, que fue incorporada recién unos años después.
   En los primeros tiempos los educadores, y la misma educación, tenían un carácter “diletante” antes que formalmente filosófico (en la católica los primeros profesores eran sacerdotes, en la nacional eran abogados, médicos o economistas), prevenientes de esa fuerte oleada de la filosofía en el Paraguay que comenzó ya en el siglo XIX con  Don Carlos Antonio López. Esta situación empezaría a cambiar hacia mediados de los años 70, en lo que Fernando Tellechea Yampey llamó “periodo de normalidad filosófica”. Entre los exponentes de estos primeros pasos de la filosofía académica podemos citar a pensadores diletantes como Lorenzo Livieres Bank y Juan Andrés Cardozo, y a sacerdotes como Francisco Rodríguez y Pedro Chinaglia.
   Este periodo de normalidad consiste en la implantación pedagógica de una malla curricular auténticamente filosófica. La transición a esta etapa duró cerca de diez años, y se inició gracias al trabajo encomiable de la que podemos llamar generación de oro de la enseñanza de la filosofía en el Paraguay, constituida por maestros de formación europea que implantaron sus conocimientos en el país. La lista de estos filósofos-maestros incluye a Laureano Pelayo García, Adriano Irala Burgos, Secundino Núñez, Juan Santiago Dávalos, Eduardo Torreani Cuevas, Vicente Sarubbi, entre otros.  
   Una segunda generación de notables maestros de Filosofía académica la constituyen José Brun -gran expositor de los fundamentos de las principales disciplinas filosóficas- y Anselmo Ayala –carismático maestro identificado con las enseñanzas de Oswald Spengler-.
   La tercera generación la componen Fernando Tellechea Yampey y Mario Ramos Reyes. El primero, magnífico filósofo y maestro, se ha ocupado de la formación de numerosos profesores y estudiantes de filosofía en el país; identificado con el pensamiento de Karl Popper, Teilhard de Chardin y otros pensadores de la tradición filosófica, Tellechea ha sabido conjugarlos en sus conocidas obras “La filosofía como reflexión sobre el hombre y la ciencia” y “Pensar hoy”. Mario Ramos Reyes enseñó filosofía unos años en el país y luego emigró a los Estados Unidos; sus ideas giran en torno a la filosofía política y social, que reunió en su obra “La república como tarea ética”.     



(Extracto de “El Paraguay y la filosofía”).



miércoles, 7 de agosto de 2013

LA NO-ENSEÑANZA (CUENTO)



La Luz concentrada de una pequeña lámpara abrazaba a los libros y hojas sueltas del escritorio. Las paredes estaban cubiertas de estantes repletos de libros, así como de polvorientos retratos de algunos filósofos. El computador estaba apagado, ese día no había escrito nada, y apenas había leído, permanecía quieto, sentado en su viejo sillón, experimentando sentimientos lejanos, pensamientos espontáneos.
 La noche dormía en un profundo silencio, y Juan se dejaba llevar por la oscuridad de sus pensamientos: “Ah, la naturaleza, el fuego que arde en mi alma me empuja por sus inmensos secretos, pero acompañado de una profunda melancolía, por no ser quien uno es, porque el buscador se desliza con la naturaleza, destruyendo a su paso las débiles defensas que aseguran lo cotidiano, la vida entre los hombres. Y el precio por la intuición ningún ser humano querría pagarlo, pero la naturaleza no da elección, sus pasos son más rápidos que la razón”. Aquella noche, llena de ángeles y demonios, de visiones certeras, de fuegos hirientes, aquella noche permaneció observando a los perros rabiosos de su perrera interior, ¿pero lo sabía Juan? ¿Sabía que el intento a veces carcome la cordura? La naturaleza no espera, cuando no existen barreras que tranquilicen, ella busca entonces su cura en la misma ponzoña que la envenena, en el mismo puñal que de a poco la mata...

 Ya lentamente iba amaneciendo, Juan yacía arrojado sobre los papeles y libros de su escritorio; desde todas partes llegaban los trinos de las aves, y lejanos ronquidos de algunos buses. Juan se decía a si mismo: “Ah, maldita voluntad que no me permite dormir como cualquier animal, como cualquier perro; qué daría yo por ser un perro y poder dormir sin quejarme de mi condición. Ah, el pensamiento, esto que me condena deberá ser la clave de mi salvación. ¿Estaré repitiendo a un estoico? Y también, no me importa, me importa dormir un poco y ser lo que soy, dejarme de estas tretas del pensamiento, de este teatro inmundo que es tener que aparentar ante los demás”. 
 Juan se alejó de sus pensamientos y de su escritorio, se dirigió hacia la cocina buscando algo que pudiera parecerse a un desayuno. Encontró un pan endurecido, puso a hervir agua en una pava, dentro de la cual luego lanzaría un saquito de té. Aquel desayuno no fue muy sabroso, pero eso a Juan no pareció importarle mucho, se había olvidado un instante de sus tormentos, y con eso bastaba. Pero una función vital sucedía a otra, y así, la angustia volvió a ocupar su trono temporalmente cedido.
 Juan pensaba: “Esto que siento se me antoja muy pesado, ¿qué puedo hacer? Ay! ¿Por qué esto me pasa a mi? ¿Qué mal le hice a alguien? Y sé que frente a esto ni siquiera el suicidio salva, ¿podría salvarme? ¿Salva la filosofía?”
 Se incorporó entonces del lugar donde yacía, y se dirigió al pequeño balcón que aireaba su habitación. Observó a las calles vacías y silenciosas, todavía envueltas en penumbras. Un vendedor de diarios pedaleaba sobre el asfalto.

“Juan, el arte es largo y la vida es breve, deja ya de girar como un trompo. Estas palabras que vienen de Goethe y Marco Aurelio, deben ser vividas por ti si es que quieres ser en verdad un filósofo; fíjate que serlo en nuestro tiempo es una especie de quimera, una empresa quijotesca para muchos; pero al final siempre será así, sólo el filósofo sabrá qué es un filósofo, y alguno quizá ni siquiera pueda expresarlo en palabras. Anímate a ser lo que eres, y eso lo diría a cualquiera, si tú fueras un empresario indeciso te diría anímate a ganar más dinero. Pero solamente cada uno sabe a que ha venido. Mas, generalmente nos molestamos a nosotros mismos para no cumplir plenamente lo que debemos. Pero al fin de cuentas, sólo hacemos lo que necesitamos, y así, sólo puedo serte útil, y sólo podrás vivir aquellas palabras que te cite, si es que en verdad lo necesitas”.  Guardó silencio el profesor Heise, y dirigió su vista hacia la lejanía imprecisa del río Paraguay, que se divisaba desde su estudio, en un viejo edificio céntrico de la ciudad de Asunción. El profesor Heise era un filósofo, dejó la docencia luego de muchos años, para dedicarse sólo a estudiar; conoció a Juan cuando este fue su alumno en la universidad; conversaban en donde sea, Juan apreciaba mucho el constante consejo que el profesor Heise daba a sus alumnos: “la filosofía debe ser vivida, debe marcar cada movimiento del cuerpo, cada pensamiento, cada palabra”. Juan se hizo amigo del profesor, le brindó una devoción inquebrantable durante la época de la universidad, para luego con el tiempo convertirse en uno de sus discípulos.

 Juan dejó aquella tarde el estudio del profesor Heise, caminaba lentamente, con las manos en los bolsillos, pensaba, y mientras lo hacía contemplaba las calles, para él ambas cosas eran lo mismo. Se decía a si mismo: “Es extraño, no he solucionado ningún problema, pero me siento bien, podría decir que hasta feliz, pero dudo de que el ser humano pueda llegar a ser feliz, pero esta felicidad es diferente, es como la de los estoicos y epicúreos, es por la desaparición de muchos deseos, si, deseos que quizá ni siquiera conocía.
 El profesor Heise siempre me repite lo que ya sé, lo que ya me señaló, pero cuando él las pronuncia, las palabras no son simples palabras, en él las palabras viven, o él vive en las palabras. Cuando pienso en ello me viene a la cabeza la imagen de Don Quijote, quizá también el profesor Heise es una especie de chiflado, y yo doblemente chiflado por escucharlo a él. Pero él no me enseña nada, ni siquiera quiere enseñarme, él sólo me da lo que le pido, tal como se le da a alguien un vaso de agua. Todo queda por delante, y a su vez, cuando entiendo aquellas palabras, sé que nada queda, nada importa demasiado. Estar despierto, como el profesor Heise, como un filósofo, eso es ser feliz”.
 El río se escurría hacia la lejanía, una canoa remaba lentamente hacia la costa. Juan miraba hacia el río.

Fin.
(Extracto de “El problema del sueño. Colección de cuentos”).