miércoles, 31 de julio de 2013

EL CULTIVO DEL ESPÍRITU



Podemos afirmar que la desesperación, el aburrimiento,  el júbilo, y la alerta espiritual, en sus formas radicales constituyen estados de ánimo que hacen posible la experiencia del “ente como totalidad”. Todos ellos pueden dar lugar al fundamental estado de ánimo de la angustia,  en donde el ente como totalidad se proyecta hacia la nada, y esto es la trascendencia.
    A partir de ahí, la pregunta que podría surgir es ¿Cómo el hombre puede librarse de las miserias de la vida y encaminarse a lo trascendente? Y para responder a esta pregunta debemos abordar el tema de los tres principales tipos de goces, análogos a tres tipos fisiológicos explicados por Eduardo Alfonzo[1]: nutrición, motor, y cerebral.
  El tipo de nutrición, es aquel en el que predominan aquellos goces más elementales, como comer, beber, copular, y otros relacionados con estos. En el tipo motor tienen preponderancia los goces del movimiento, como los paseos, los viajes, los deportes, etc. Y en el tipo cerebral tienen preponderancia los goces del espíritu, como pensar, contemplar, intuir, y otros semejantes a estos.
  De los tres, los goces del espíritu son los más nobles, y los que se pueden prolongar por más tiempo, a condición de que se cumplan dos requerimientos imprescindibles: el ocio y la capacidad intelectual. El ocio es una situación excepcional en medio de una vida repleta de dolores y miserias de todo tipo, en donde la gran mayoría debe ocupar su tiempo en solventar las necesidades fundamentales de sí mismo y de su familia. Y aquellos pocos que se han librado de los sinsabores del trabajo, se encuentran con los tormentos del hastío, que en una situación de pobreza espiritual se trata de eludir con todo tipo de disipaciones  materiales y anímicas. Y así, respondiendo a la pregunta que nos hacíamos más arriba, la manera de librarse de las desgracias humanas y encaminarse a lo trascendente es el cultivo del espíritu.
   Estos tres tipos de goces nos revelan a grandes rasgos los distintos proyectos de felicidad o buen vivir que pueden convivir en el mundo de hoy, sin que ninguno de ellos sea éticamente mejor que los demás. La ética de máximos (que busca el bien) está en manos de los individuos, en tanto que la ética de mínimos (que busca la justicia) debe lograrse a través del consenso social basado en el diálogo.
   Sin embargo una postura que pretende ser tolerante como esta, no nos debe hacer olvidar las condiciones miserables e idiotizantes de la cotidianeidad (expresión elocuente de la vida del último hombre nietzscheano), que no dejan espacio sino con mucha fricción a las posibilidades de llevar adelante el cultivo espiritual. Esto no es precisamente para lamentarse, puesto que sería iluso pensar que la cotidianeidad pueda ser dulce y estimulante, y al contrario, las dificultades que ella expone sirven como obstáculos didácticos para despertar la vocación aletargada. Puede que entonces la vivencia del destino convierta a todo en un gran espectáculo, irónica manera de vivir en la postmodernidad.

(Extracto de “La auto-ética. Reflexiones sobre la vida individual”).



[1] Alfonso, Eduardo. Curso de  medicina natural en cuarenta lecciones.
[2] Ver apartado 1.3.

martes, 30 de julio de 2013

UN PASO MÁS EN LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO



¿Cuántas veces hemos escuchado ya que el mundo está en crisis? Parece ya aburrido volver a toparnos con esta cuestión, sin embargo, esto no debería dejar de asombrarnos. Si viene el predicador a pedir la conversión para lograr la salvación de la humanidad, se le puede pedir que guarde su mensaje para otro momento, como hicieron los filósofos griegos con Pablo, pero lo que quizá no podemos hacer es tirar el problema al basurero y congratularnos por la putrefacción de mundo. Y de esto se trata en gran medida hoy la ética, de buscar una alternativa a la proliferación desmesurada del egocentrismo entre los hombres; es decir, buscar en medio mismo de esta crisis de la humanidad un paso que nos permita seguir pensando que así como estamos cerca de la destrucción total, también estamos cerca de una transformación humana (sin necesidad de pensar en mundos paradisiacos).
  Si la explosión del egocentrismo es un problema para el desarrollo de la ética, también es la clave para su florecimiento, pues al disminuir la fuerza persuasiva de numerosas pautas sociales de comportamiento, al aligerarse los constreñimientos de la especie (métodos anticonceptivos, madres de alquiler, aborto, etc), el individuo queda como la única raíz de la cual podrán volver a florecer los dones de la solidaridad.
  Lo que se podría preguntar uno es hasta qué medida podría ser realizada una auto-ética en las sociedades de hoy. Las reformas son necesarias en todos los ámbitos de la cultura y la sociedad, pero ellas sólo podrán adquirir legitimidad a través de los consensos basados en un diálogo en donde participen todos los sectores que serán afectados por las decisiones a ser tomadas. Esto no implica el arribo a una especie ámbito universal de lo moral, como pretende Adela Cortina, sino que constituye un simple acuerdo momentáneo, que se mantiene  en la medida en que el diálogo lo fortalezca.  
  El camino de la humanidad sigue siendo difícil, la naturaleza inconsciente (a través de la intuición) sigue primando en la formación de los grandes líderes de la humanidad (santos, artistas, pensadores y estadistas), pero ello no es motivo para declinar en el intento de que la especie en su totalidad pueda dar por lo menos "un paso más". Así, simplemente necesitamos decisiones útiles para sobrellevar la incertidumbre de nuestro tiempo, y hacer del mundo por lo menos un espacio más tolerable.  Como decía Antonio Machado: “no hay camino, se hace camino al andar”.

(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”).

lunes, 29 de julio de 2013

EL OCIO



Lo había dicho Schopenhauer, la vida se desplaza como un péndulo, entre la insatisfacción de las necesidades fundamentales y los quebrantos del aburrimiento. Ambos extremos son fuentes de desgracias para el hombre.
  La necesidad es el látigo para las clases más carenciadas, en tanto que el aburrimiento es el castigo para aquellos que se han librado de la lucha por la subsistencia. Sin embargo, el hastío y los efectos de la enfermedad de vivir se han ido popularizando paulatinamente, como resultado de la crisis de valores vigente. Simbólicamente, el domingo es el día reservado para el aburrimiento, en tanto que los restantes seis días lo son para la búsqueda de lo necesario para sobrevivir.
  Frente a tal situación, se puede plantear que el individuo de facultades espirituales necesita verse librado de una vida entregada completamente al logro de lo necesario para la subsistencia de sí mismo y de su familia. Esta situación se capitaliza positivamente,  pues el que cultiva el intelecto y el espíritu no se ve quebrantado por el hastío de la vida, pues sus ocupaciones intelectuales lo mantienen activo y motivado, alejado de los malestares del aburrimiento.
   El vacio interior se refleja en la atención siempre despierta hacia los sucesos exteriores, buscando en ellos librarse de la falta de ocupaciones mentales, que atormenta tanto y más que la insatisfacción de las necesidades fundamentales. En cambio el que posee una riqueza interior sólo pide de la vida un don negativo, el ocio, que le permita pulir como un artista la piedra bruta de su propia existencia.
   De todas maneras, es necesario puntualizar que las jerarquías se han desvanecido, de modo que emplear el tiempo libre en el estudio, la reflexión o el arte, no es precisamente mejor que utilizarlo en ver un partido de fútbol o recorrer despreocupadamente un shopping,  son simplemente opciones paralelas que se toman de acuerdo a la valoración que cada individuo hace de esta absurda aventura de vivir.



(Extracto de “La auto-ética. Reflexiones sobre la vida individual”).




viernes, 26 de julio de 2013

LO TRASCENDENTE



LO TRASCENDENTE

  Podemos definir lo trascendente (o lo místico), como la orientación de la conciencia hacia la nada. La manera oriental de acercarse a la  nada es la meditación, la manera occidental es el pensamiento y la contemplación estética.
 Planteamos que lo trascendente presenta dos caminos, de acuerdo a las dos facultades fundamentales del hombre (el querer y el conocer); el camino místico del querer es la conciencia de que más allá del ente en total nos encontramos en la nada, emergida a la par que el ente mismo. Mientras que el camino místico del conocer, constituye la contemplación estética, y tiene como objeto a las Ideas o arquetipos, o símbolos. En ambas formas de lo trascendente el sujeto es “débil”, alejado ya de los afanes totalitarios para el conocimiento y la acción del “sujeto fuerte” del pensamiento moderno (Descartes, Kant, etc).
   La mística ha tenido una particular resonancia en occidente, a partir de las llamadas terceras vías de la psicología (más allá del conductismo y el psicoanálisis), las impulsadas principalmente por Abraham Maslow, la psicología humanista y la psicología transpersonal (que tiene como a importantes precursores a William James y a Carl Jung). Pero de la mística que aquí queremos tratar es la que se asocia con la tradición filosófica, y que incluyes entre otros a geniales pensadores como Pitágoras, Platón, Plotino, Pseudo Dionisio, Hugo y Ricardo de San Victor, el maestro Eckhart, Giordano Bruno, Nicolás de Cusa, Baruch Spinosa, Jacob Boehme, Friedrich Schelling, Friedrich Schleiermacher, Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, y se prolonga en las ideas de Henri Bergson, Oswald Spengler, Martin Heidegger, Gianni Vattimo, y Edgar Morin. 
  Ya hemos hablado de la contemplación estética cuando nos ocupamos del conocimiento, veamos ahora una cuestión que se desprenden de ella, cuando la relacionamos con el ámbito del querer. 
   Podemos notar una relación dialógica entre lo cognitivo y lo práctico en la experiencia mística, es decir, en la contemplación estética se puede revelar una tendencia a la negación de la voluntad de vivir, y viceversa; pero por supuesto, en la primera habrá una preponderancia del conocer, y en la segunda del querer (con la orientación a negarlo obviamente). Sin embargo, como Schopenhauer lo apunta, al final del proceso de la negación de la voluntad de vivir no queda sino la nada.

(Extracto de “Retorno. Ensayo de antropología filosófica”).

jueves, 25 de julio de 2013

EL JUEGO DEMOCRÁTICO



El sistema democrático constituye el régimen político que mejor se adapta a los requerimientos de un mundo complejo. Se alimenta constantemente de la disensión y el consenso, propiciando así la danza dialógica entre cambio y estructura, entre unidad y pluralidad, entre vida y muerte. La tolerancia, la comprensión, el perdón, pueden emerger como productos de una ética social que a su vez parta desde una auto-ética, que asuma plenamente la crisis de los fundamentos de la razón. Así, la democracia puede asociarse con una religación con los demás, de una manera que traspasa la mera contemplación estética, llegando a un estadio pragmático y realista.
   El “proceso de personalización” del que habla Lipovetski, caracterizado por el auge mundial del hedonismo y el narcicismo, al parecer erosiona el suelo nutricio de la participación democrática, pero en verdad le da a la democracia un sentido que lo equipara con justas deportivas antes que con un medio que proyecta al hombre hacia el final feliz de la historia. En este contexto, la solidaridad viene a ser el producto del la constatación de que las verdades absolutas han desaparecido, y que por tanto todo individuo y todas las culturas merecen ser escuchadas y respaldadas como componentes legítimos de la sociedad mundial. Pero repetimos, creemos que esta actitud sólo podrá crecer y fortalecerse mediante un paso más en la transformación del mundo a través de la educación. Tarea nada sencilla, pero ubicada dentro del alcance de nuestras modestas posibilidades.
   La democracia no implica la eliminación de la esclavitud social, apenas su reducción a niveles aceptables y edulcorados. El control de los ciudadanos al aparato controlador es un juego tan inestable como delicado. Pero es necesario recalcarlo, no tenemos al parecer nada mejor que el sistema democrático para regir a las inmensas muchedumbres que hoy pululan en este desdichado planeta que se ha convertido a la vez que en nuestro hogar, en una especie de chiquero cósmico. 

(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”).

martes, 23 de julio de 2013

EL DESTINO


Es difícil hablar de determinismo en un mundo como el nuestro, en donde la incertidumbre parece reinar en todos los ámbitos, sea cotidianeidad, técnica, ciencia, o filosofía. A pesar de ello, queremos plantear una visión compleja y a la vez estética del destino.

   La libertad, la auto determinación, no es completa, pues uno se encuentra inmerso en un mar de condicionamientos enraizados en el cuerpo físico, en las estructuras mentales y en la misma sociedad y cultura que nos acoge. Estos condicionamientos poseen una fuerte influencia en las decisiones que el individuo toma, de modo que desde donde se lo mire el problema de la libertad no está definido. 

Destino, estética, juego, y sueño

Uno sigue y vive su destino asumiendo estéticamente lo que acontece, es decir, desapegándose de los sucesos cotidianos, no entablando con ellos una mísera identificación, como si el sujeto cognoscente fuera íntegro, pleno, y fundante. En tal condición se hace posible que la vida se revele como “juego” y como “sueño”, no en el  sentido de una irresponsable despreocupación de los sucesos cotidianos, sino como resultado de una orientación del individuo hacia el “ser”. Vivir plenamente este juego y este sueño nos hacen asumir el mundo como nuestro destino, sin que ello implique una adhesión dogmática y conservadora a lo fáctico en el contexto socio-cultural, sino la lucidez que nos da la revelación de la nada que se muestra junto al mundo como totalidad y que constituye a lo trascendente.

   Sin lugar a dudas intuir el propio destino no es una experiencia que se presente cotidianamente; aunque alguno pueda lograrlo con naturalidad a través de la contemplación estética, su búsqueda consiente implica el seguimiento del proceso de lo que hemos llamado auto-ética.



 
(Extracto de “Auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual”).


viernes, 19 de julio de 2013

LA CRISIS DE LOS FUNDAMENTOS


La crisis de los fundamentos del conocimiento emerge tanto de la ciencia como de la filosofía (teoría de la relatividad, mecánica cuántica, teorema de Godel, lógica de Tarski, psicología de la gestal, psicoanálisis,  nihilismo, deconstruccionismo).

   En filosofía, los pensadores románticos pusieron en duda el optimismo que causaban los desarrollos de la ciencia y los alcances de la razón, trasladando al sentimiento el punto arquimédico en donde descansa los más elevado del hombre y del mundo.  Schopenhauer reforzará esta actitud  ubicando a la voluntad como fuente originaria de todos los anhelos humanos. Extremando este mensaje inconmformista, Nietzsche proclamará la muerte de Dios y el derrumbamiento de todos los trasmundos. Luego, se irán multiplicando los embates contra la cosmovisión moderna: Heidegger sostendrá que del ser como tal “ya no queda nada”, Foucault denunciará los juegos de poder detrás de las instituciones más sagradas,  Derrida llevará a cabo la deconstrucción del pensamiento occidental, Lyotard expondrá el descreimiento hacia los metarrelatos, Lipovetski revelará el vaciamiento del alma y Vattimo dará la bienvenida al pensamiento débil.       

   En la ciencia, la esperanza de que ella revelara todos los secretos del cosmos y del hombre empezó a resquebrajarse a principios del siglo XX con el surgimiento de las dos grandes revoluciones de la física. En el campo de lo muy grande  la teoría de la relatividad y en el de lo muy pequeño la mecánica cuántica. La teoría de la relatividad pone en cuestión nuestras ideas corrientes sobre el tiempo y el espacio, y quiebra la imagen del universo concebido como un inerte mecanismo de relojería. La mecánica cuántica desplaza nuestras creencias sobre el carácter determinista del mundo, y nos lleva a replantear la visión fragmentaria que teníamos sobre los fenómenos de la naturaleza y la vida humana.  

   Pero no sólo en el terreno de lo empírico la certeza parecía desvanecerse, pues la misma lógica, aquella que parecía ser el recinto seguro para la coherencia y el orden del pensamiento, empezó a sufrir los embates del debilitamiento de los fundamentos de la razón. Así, el teorema de Godel reveló una indecibilidad (en referencia a unos enunciados que no son ni demostrables ni refutables) irremediable en el seno de los sistemas formalizados; en tanto que la lógica de Tarski explicó que el concepto de verdad relativo a un lenguaje no es representable en este lenguaje.
 
 
 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”)
 
 

 

martes, 16 de julio de 2013

SOBRE LAS POSIBILIDADES DE UN CAMBIO PARADIGMÁTICO


La crisis de los fundamentos nos lleva directamente a la reflexión sobre las posibilidades de que se concrete plenamente un cambio paradigmático. Tal vez a un nivel social esto constituiría para nosotros una especie de utopía, desde el momento en que consideramos que la vivencia plena del paradigma de complejidad implica un cambio radical en la naturaleza del sujeto, que deja su condición íntegra y fundante, para hacerse “débil”. Así, de lo anterior podemos comprender que asumir vivencialmente el paradigma de complejidad nos abriría a una visión estética del mundo, del hombre, y de la sociedad.

   Esto, insistiendo en el tema, no puede ser propuesto a un nivel social debido a las limitaciones y condicionamientos de variada gama a las que desde siempre se halla sometida la inmensa mayoría de los seres humanos. A las masas no les basta la vivencia meramente estética de los arquetipos, necesitan que ellos se concreten en ideologías para que los guíen y conforten  en medio de la vida cotidiana.   

   Esto de hecho va a contramano con la tendencia relajada y despreocupada de un mundo consumista, que se muestra reacio a los llamados a la disciplina y al sacrificio. Pero el intento de establecer las condiciones interiores para que la experiencia estética advenga, no implica el anuncio de una nueva verdad, antes bien, la confirmación de la nada que  sustenta a lo que conocemos y hacemos. Así, el desierto espiritual y la sociedad putrefacta no anulan nuestras posibilidades anímicas, las estimulan en formas renovadas.

   En el ámbito social nos queda entonces la opción de dar “un paso más” en la búsqueda de lograr una  sociedad en donde podamos vivir lo más tolerablemente posible, a través del cultivo de una postura ideológica debilitada ( la democracia)  que nos permita manejar estratégicamente problemas como los conflictos bélicos internacionales o  la creciente degradación ambiental.

Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”.

 



[1] Ver capitulo 6

lunes, 15 de julio de 2013

EL CONTROL SOCIAL


Con el avance del proceso de secularización, y con  la misma crisis de los fundamentos del pensamiento, las tradicionales maneras de instaurar un control de la sociedad (en particular el adoctrinamiento religioso y la violencia) van cayendo en desuso. La dominación actual se basa en sutiles formas de persuasión, basadas en el consumismo y en las nuevas tecnologías.

   El problema por supuesto no es nuevo, en la modernidad, luego de la revolución francesa, ya empezó a preocupar a algunos pensadores el hecho de que las multitudes enardecidas salgan a las calles a sembrar el caos en nombre de la libertad y la igualdad.

   Para Tomas Malthus el aumento desenfrenado de la población mundial y el desigual crecimiento de la disposición de alimentos, terminaría por llevar a la humanidad a una situación de caos social. Pensaba que la multitud se levantaba contra el gobernante no por sus abusos tiránicos sino por las miserias creadas por el exceso de la población. El control social debía establecerse entonces a partir de la regulación de la natalidad por parte del estado.

   Habría que preguntarse si en verdad un escenario utópico terminaría con la necesidad del control social. Herbert Marcuse, discípulo de Martin Heidegger, asimiló de acuerdo a sus perspectivas intelectuales las ideas de su maestro sobre la vida cotidiana inauténtica, para criticar a la sociedad moderna y para proponer la posibilidad de un mundo distinto. En el caso de Heidegger esta cotidianeidad aletargante es constitutiva del ser humano que vive con los demás. El abandono de este estado sólo sería posible para unos pocos individuos que asimilen el peso incómodo e inhospitalario de la angustia.

   La dominación y la esclavitud no han terminado con el advenimiento de la democracia moderna, sólo se han suavizado y edulcorado para lograr una mayor aceptación.

   El control remoto del televisor o la magia de internet nos proponen pasar de un partido de futbol a la imagen de un niño africano muriéndose de hambre, contemplando todo como un mero espectáculo que distiende de las patéticas luchas con los demás por mantener una posición en la oficina o por aparentar mejor que se tiene una vida plena y feliz.

   En el campo de la literatura y el cine distintas formas de control social han sido recreadas sugestivamente, por ejemplo en “1984” de George Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, o en el cine “The Matrix”, de los hermanos Wachowski.

   Pero ¿Qué se logra con el control social? ¿Acaso los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad? No precisamente, pues lo que se consigue es que el carácter bestial de las masas no salga desordenadamente a flote. El mundo recrea la imagen de un super panóptico, más allá de lo que pudo haber imaginado Jeremías Bentham. Así, se canaliza la violencia y los deseos más fundamentales del hombre hacia actividades banales como los espectáculos deportivos, los programas de televisión, o el recorrido de espacios miserables en internet.

   Pero toda esta atmósfera de obnubilación de las masas ya no es suficiente para contener la tormenta que ya se ha instalado. La degradación ambiental y la posibilidad de una catástrofe nuclear que ponga en peligro la supervivencia de la especie humana, son amenazas que obligan a replantear los alcances de la educación, a ver la necesidad de que ella no sirva sólo para tratar de ganar más dinero o mejorar el status social, sino también para hacer que la vida en el planeta tierra y en medio de nuestras sociedades podridas sea por lo menos una experiencia más tolerable. Esto no es mucho pedir, está de acuerdo con nuestros errores, nuestras maldades y nuestras desgracias.

   En última instancia, en medio de la debacle, debemos aprender a ver al mundo caer. Si nuestra era es la del vacío, como apuntara Lipovetski, debemos extremar homeopáticamente la dosis de esta amarga medicina, para comprender la nada que nos sustenta, y que en un momento maravilloso nos regala el goce estético del  cosmos.  

(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social).

       

viernes, 12 de julio de 2013

LA COTIDIANEIDAD


La cotidianeidad es como un sueño, en el que predominan prejuicios e interpretaciones comunes con los demás, es una especie de dictadura del modo de ser corriente, en donde el mundo y el hombre “no sorprenden”. En la cotidianeidad todo lo que se debe saber ya se sabe, por lo cual no es necesario ningún cuestionamiento radical, y aun, cuando apenas se asoman las incertidumbres enseguida son sofocadas por huecas frases de cajón.

   Sin embargo, la inquietud siempre ronda en torno a una vida agitada y problemática, sumida en numerosos deseos y frustraciones; de alguna u otra manera, en medio de circunstancias peculiares, uno se ve obligado a tomar decisiones significativas, en donde considera consiente o inconscientemente un abanico de actitudes, ideas, valores y hasta paradigmas encontrados. A pesar de la aparente uniformidad de la vida cotidiana, la estabilidad espiritual revela una condición precaria en medio de una sociedad putrefacta.

   Por ello, deben venir en auxilio la diversión aletargante y los placeres desbocados, para no saber que los fundamentos han desaparecido y que la seriedad de la vida es una farsa.   

 (Extracto de "La auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual").

miércoles, 10 de julio de 2013

EL SENTIDO DE LA VIDA


La capacidad que tiene el hombre, en comparación con los demás animales, de pensar y de ser consciente, toma un tinte dramático cuando la monotonía del trabajo o de los placeres deja lugar a las situaciones límites, que abren la posibilidad de plantear con seriedad la pregunta por el sentido de la vida. Y esto puede parecer en cierta manera asombroso, pero pocas veces la mayoría de los hombres se plantean con seriedad el rumbo que va tomando sus vidas, pues simplemente se dejan llevar por la oleada de banalidad y de búsqueda de dinero, algo que caracteriza a nuestra mísera cotidianeidad. No pensamos que esté precisamente mal buscar cultivar la imagen social y perseguir beneficios pecuniarios, pero creemos que en ello no radica la totalidad de la vida y mucho menos el súmmum del goce humano.  

 Y así, ¿No parecen tan absurdos los afanes cotidianos? Decía Calderón de la Barca en su famosa novela “La vida es sueño”: “el peor pecado del hombre es haber nacido”. En verdad es increíble todo lo que el hombre sufre vanamente detrás de una felicidad que siempre se escapa de sus manos.

   El mundo está lleno de dolores. El espectáculo trágico de la vida tiene como contrapartida dialógica a los goces de la contemplación estética, que sin embargo no puede llenar todos los momentos de la existencia, reduciéndose a unos pocos momentos extraordinarios.
(Extracto de "La auto-ética").

 

lunes, 1 de julio de 2013

DOS TIPOLOGÍAS FISIOLÓGICO-ESPIRITUALES


1. La configuración trina del ser humano

a. Los sistemas orgánicos

Con el fin de abordar de forma más clara nuestra temática,  podemos dividir el organismo humano en tres grandes sectores: la cabeza, el tórax, y el vientre. A cada uno de  ellos podemos equipararlos con las tres grandes dimensiones humanas apuntadas por Orígenes de Alejandría: el espíritu (nous), el alma (psique) y el cuerpo (soma). No está por demás decir que la separación que establecemos no debe hacer olvidar la unidad funcional que el cuerpo humano manifiesta, en medio de la misma danza dialógica de la vida y  la muerte. El cuerpo es como un cristal de varias caras, cada una de las cuales expresa distintas propiedades de la misma naturaleza.

   Estos sectores se equiparan a su vez con los tres grandes sistemas orgánicos: el sistema nervioso (a través del cual actúa la inteligencia), el sistema circulatorio (que provee la energía), y el aparato digestivo (que provee materialmente al cuerpo). Podemos ver en esta clasificación la presencia de las fuerzas cósmicas fundamentales: las creadoras, destructoras y conservadoras, o utilizando la terminología de Edgar Morin, vemos las presencias complementarias del orden, el desorden, y la organización.    

b. Los tipos humanos

Como consecuencia del predominio de cualquiera de los sistemas orgánicos en cada individuo, tenemos a los tres tipos humanos: cerebral, motor y nutrición.

 

 Tipo cerebral. En él poseen preponderancia los órganos y las funciones del encéfalo, lo que se proyecta en una fuerte influencia psicológica sobre los tejidos orgánicos. Anatómicamente se lo puede identificar a través de algunas características como: uñas muy rosadas, laxitud de los músculos, huesos rectos y largos, frente ancha. Psicológicamente expresa una profunda sensibilidad y una inteligencia penetrante.

   Tipo motor o de movimiento. Predomina en él los órganos y las funciones del tórax (pulmones y corazón). Posee una rica oxigenación de la sangre y una circulación activa. Anatómicamente se caracteriza por la fortaleza de los músculos, poca grasa subcutánea, pronunciamiento de las facciones, predominio y flexibilidad de la zona torácica.   

   Tipo de nutrición. En este tipo se nota un predominio del sistema digestivo. La capacidad mecánica, digestiva, y absorbente de los órganos de esta zona están potenciadas al máximo. Anatómicamente se caracteriza por su volumen o gordura, el tamaño de la zona digestiva, papada grasienta y prominencia del vientre.

2. Los temperamentos

Ya Empédocles, el filósofo griego que vivió hacia el siglo VI ac, había hablado sobre los cuatro elementos cósmicos fundamentales: tierra, agua, fuego y aire. Hipócrates de Samos, médico-filósofo contemporáneo de Sócrates, sostuvo que estas propiedades se expresan en el cuerpo físico en los llamados “humores”, que son también cuatro, y se equiparan con los elementos de Empédocles: la tierra con la bilis negra (fría y seca), el agua con la flema (fría y húmeda), el fuego con la bilis (caliente y seca) y el aire con la sangre (caliente y húmeda).  

   Galeno de Pérgamo, uno de los grandes médicos de la antigüedad, considerado cerca de diez siglos como autoridad indiscutible en la medicina (lo que debe entenderse dentro del contexto socio-cultural que hizo eso posible), sostuvo que la preponderancia de uno de estos humores sobre los demás determina distintos “temperamentos” en el individuo humano (nervioso, flemático, bilioso y sanguíneo).

Temperamento nervioso o cefálico. Se caracteriza por predominio de las funciones del encéfalo. Psicológicamente muestra una intensa sensibilidad, emotividad y susceptibilidad. Son amantes de la variación imprevista, y necesitan un ideal para vivir. Anatómicamente suele diferenciarse por el rostro triangular, la frente ancha, los ojos vivos, ademanes rápidos e irregulares y la piel pálida y fría. Resisten poco a las enfermedades y mucho a la muerte. En general son de poco comer. De acuerdo a la formación que reciba se constituyen en estudiosos, reflexivos, comprensivos, o por el contrario ilusos, ansiosos, desordenados y pesimistas. La mezcla de este temperamento con el tipo cerebral es difícil de templar.

Temperamento flemático (o linfático). Se caracteriza por la poca definición y diferenciación de sus tejidos y órganos, también por la lentitud de sus desplazamientos. Anatómicamente suele revelar el cutis pálido, el labio grueso, nariz pequeña y poco puntiaguda, carnes blandas, contextura física ancha, piel húmeda y fría,  de poca reacción a los tratamientos médicos. Psicológicamente son calmados, plácidos, pasivos, de mucho sueño.        

Temperamento bilioso (o abdominal). Se caracteriza por el predominio de las glándulas digestivas (en especial la bilis). Psicológicamente se muestran concentrados, serios e irritables, son muy activos y autoritarios. Anatómicamente se caracterizan por una piel poco regada de sangre, abundancia de bello, dilatación de las venas, tinte amarillento, facciones pronunciadas, mirada fija y dura, musculatura fuerte.

Temperamento sanguíneo (o angioneumático o torácico). Se da en este temperamento un predominio del aparato circulatorio y sus funciones, lo que se expresa en la gran vitalidad que posee.  

Anatómicamente muestra pulmones potentes, corazón fuerte, capilares activos, piel caliente y sonrosada y ojos vivos. En general reaccionan rápidamente a los tratamientos, con vivaces absorciones de piel y mucosas y con fáciles eliminaciones. Psicológicamente son alegres, expansivos, imaginativos, entusiastas, optimistas y joviales.

(Extracto de “El médico del campo. Ensayo sobre medicina natural).

Bibliografía:

-Alfonso, Eduardo. La medicina natural en cuarenta lecciones. Kier, Bs As, 1995.

-Estrada Herrero, Eduardo. Estética. Herder, Barcelona, 1988.

-Chinaglia, Pedro. Personalidad. Don Bosco, Asuncion, 1996.

-León Helman, Robert. Retorno. Interiora terrae, Asuncion, 2013.

-Schopenhauer, Arthur. El arte del buen vivir. Edaf, Madrid, 1998.