jueves, 27 de junio de 2013

REGLAS GENERALES DE VIDA (CUENTO)


La noche de hondura abismal penetraba el silencio de la habitación, cubriendo de sombras estantes de libros, muebles, cuadros, y el cuerpo de un hombre inclinado hacia la luz de su pequeña lámpara. ¿Qué buscaba Juan en aquella lóbrega noche sin tiempo? Quizá buscaba la respuesta a la pregunta aun no planteada, buscaba el misterio que llena las cosas, o la infinita sed de todo lo que respira. Juan se decía a sí mismo: “Debo librarme de esta miseria que me acongoja, que debilita mi cuerpo y que lastima mi mente”.

 Leía con avidez, con un profundo deseo de saber la “verdad”. Se decía a sí mismo: “¿La verdad? ¿no será la verdad un mero invento como decía Nietzsche? ¿no seré yo buscando la verdad una especie de rata que hace girar y girar su ruedita para obtener un miserable bocado? Ah, debo estar loco, debería estar persiguiendo bellas mujeres o el imprescindible dinero como los demás. ¿Qué me está pasando? ¿qué hice mal en mi vida?”.

 Juan salió un momento al balcón, las calles del centro de Asunción estaban desiertas, pensaba: “Al amanecer estas calles se llenarán de la muchedumbre afanosa, el deseo y el ruido serán el alma de esta ciudad podrida”. Se adentró de nuevo a la habitación, se dijo a sí mismo: “Quizá esta ciudad inmunda me esté enfermando el alma, debería abandonarla, retirarme al campo y respirar mejor”.

 A la semana siguiente Juan delegó todas sus responsabilidades, juntó todos sus ahorros y le habló a un amigo de Villarrica que estaba dispuesto a recibirlo en su granja como socio inversionista. Así, en un día lluvioso partió hacia Villarrica, llevando consigo todas sus penas y todas sus preguntas sin respuestas. Mientras viajaba, miraba plácidamente el paisaje de campos y serranías y se decía a sí mismo: “La ciudad nos ha traicionado, nos ha prometido la plenitud y la libertad, pero sólo nos ha llenado de cadenas y nos ha embotado los sentidos con basura”.


 Al bajar del colectivo una fresca brisa acarició la frente de Juan; miró como se perdía lentamente el colectivo por el horizonte pintado de matices rojizos y azulados. Se orientó hacia el este, la inmensidad del Ybytyrusu se elevaba desde la espesa capa de bosques oscurecidos. A un costado de la ruta ya estaba su amigo Vicente esperándolo en una camioneta.

 El automóvil se abría paso por los caminos de arena como una luciérnaga en la noche. A medida que se internaban en la espesura de aquellos campos boscosos, Juan experimentaba la frescura del lugar, a la par que un gozo espiritual que le daba la certeza de que no se había equivocado al venir.

 Al llegar, se sentaron frente a un rancho de la estancia, abrieron una botella de vino,y conversaron mientras observaban la lejanía de los campos bajo el cielo iluminado.

- ¿Cómo te decidiste a venir? –preguntó Vicente

- Estaba cansado, enfermo, la ciudad me tenía preso –dijo Juan

- ¿Qué enfermedad tenías? –preguntó Vicente

- Aun estoy enfermo espiritualmente, pero creo  que el campo me va a devolver la salud –dijo Juan

- ¿Por qué? –preguntó Vicente

- El campo es el espacio de la vida; la ciudad, el espacio de la muerte –dijo Juan

- ¿Porqué la ciudad se relaciona con la muerte? –preguntó Vicente

- La ciudad es la expresión de la inteligencia separada completamente de la percepción –dijo Juan-, en la ciudad ya no se contempla a la naturaleza, se vive como en un mundo virtual, en medio de una cotidianeidad llena de los efectos de las tecnologías de la comunicación, de las seducciones del consumismo, en fin, de afanes absurdos.

- ¿Por qué piensas que la tecnología y el consumismo nos enferman? –preguntó Vicente

- Pienso que al hombre-masa no le afecta –dijo Juan-, pues está conforme con la sociedad establecida, pero al hombre sensible lo perturba, porque le impide ver su destino con claridad, le impide a su vez escuchar su llamado, la vocación que corresponde a cada uno.

 Vicente asintió, satisfecho con las palabras de su amigo, y dijo:

- Quizá tu destino sea ver al médico de la zona, un estudioso de la naturaleza, lo conocí cuando fui a consultarle por un problema estomacal, es un médico excéntrico, me habló también, como tú, de las diferencias entre la ciudad y el campo, apuesto a que te quita tus inquietudes.

- No creo que nadie pueda curarme –dijo Juan-, a no ser yo mismo, ¿pero porqué no conocer a tal estudioso? Tal vez podamos aprender algo de él.

- Mañana lo visitaremos –dijo Vicente asintiendo.

Luego de un momento Vicente se retiró a dormir, no sin antes indicarle a Juan la habitación reservada para él.

 Juan quedó a contemplar las estrellas, que brillaban en un largo cause que se perdía cerca de las oscurecidas cumbres del Ybytyrusu.  Se decía a sí mismo: “He vivido todo mi pasado para llegar hasta aquí, todo momento es una cumbre”.  


Al día siguiente Vicente y Juan ya estaban recorriendo el largo camino cubierto de altos eucaliptos que conducía a la casa del médico. Al llegar, un hombre les hizo pasar a un amplio corredor, rodeado por un colorido jardín. Se sentaron y al momento vieron que se abría una puerta, era el médico que acompañaba a un paciente que hablaba animadamente.

 Al retirarse el paciente, el médico les invitó a pasar. Era Sebastián Sosa un hombre de pelo blanco, y de una nutrida barba grisácea, su mirada era penetrante y serena, tenía una frente amplia, era de estatura mediana. La habitación que el doctor Sosa utilizaba como consultorio estaba cubierta de numerosos libros. Mientras se sentaban, Juan trato de leer algunos de los títulos. El doctor Sosa comentó:
-El sesenta por ciento de estos libros no son de medicina, sino de Sociología, Psicología y Filosofía.

-¿Gusta de la filosofía? –preguntó Juan

- Ah, si –dijo el doctor Sosa-, creo que es mi auténtica vocación, la medicina no ha sido para mí más que un medio de subsistencia, un afán juvenil que pronto se enfrió; en cambio la filosofía siempre ha todo para mí.
 Luego de un momento de conversación, el doctor Sosa preguntó cuál era el motivo de la visita, si alguno de los dos poseía algún malestar. Juan se limito a responder:
- Yo creo que estoy enfermo del mal de las ciudades.
- ¿El mal de las ciudades? Interesante enfermedad –dijo el doctor Sosa-, supongo que te duele el alma y el cuerpo.
- No doctor Sosa –dijo Juan-, no me duele nada, la enfermedad de  las ciudades no es más que cercanía al abismo, la conciencia de la nada del mundo.
- Es la angustia –dijo el doctor Sosa-, la única manera occidental de convivir con ella es la filosofía, la manera oriental es la meditación, la religión de occidente se ha convertido en puro formalismo.
- Estoy de acuerdo con usted –dijo Juan-, ¿donde encuentro a la filosofía por aquí?
- En ti mismo –dijo el doctor Sosa-, también la puedes encontrar en mis peñas de los domingos, en donde conversamos de filosofía y de arte con un grupo de estudiantes y profesores de filosofía; o puedes venir a visitarme entre semana, cuando cae la tarde, me encantaría que leas mi libro  y que me des tus impresiones.
 Al momento el doctor Sosa extrajo de uno de sus cajones un libro, cuyo título decía “Pensamientos fundamentales de los grandes filósofos”. Juan le dijo al doctor Sosa que le gustaría pasar por las tardes. 


Siempre que tenía la oportunidad Juan llegaba durante la tarde a  la casa del doctor Sosa. En una de esos encuentros Juan le hizo al médico una pregunta que durante muchas noches no le había dejado dormir, ¿Cuál es la manera más inteligente de vivir?
-Es de una enorme importancia la pregunta que me acabas de hacer –le dijo el doctor Sosa-, creo que un hombre que pretende alcanzar la sabiduría debe reflexionar cada día sobre los principios que le permitirán vivir lo más inteligentemente posible su vida. Pero debemos tener en claro que las normas que sigamos deberán estar fundadas en una jerarquía de valores, que a su vez estará fundamentada en una antropología, que a su vez estará en dependencia de una metafísica, ya sea de carácter débil, como postulan los pensadores postmodernos, o de carácter fuerte como sostiene la filosofía tradicional.

 Tratemos entonces de enumerar cada una de las reglas que nos parezcan importantes:

Primera regla: “buscar la disminución del dolor antes que el placer”. Esto debe entenderse a partir de la consideración del placer como un fenómeno meramente negativo, frente a lo inmediato y positivo del dolor. El hombre no es más que un cúmulo de mil necesidades; por cada necesidad satisfecha hay diez que no han sido atendidas; a su vez, por cada una de esas satisfacciones renace en nosotros la esperanza de alcanzar la felicidad, pero lo único que logramos es disminuir algo la sed infinita que sentimos en el desierto de la vida.

 Segunda regla: “La gravedad del inconveniente que acongoja a un hombre nos revela el grado de bienestar que posee”. Así, el malestar es tan inevitable que por pequeño que sea sabrá hincharse hasta alcanzar enormes proporciones, y así ocupar la atención inmediata.

 Tercera regla: “Es necesario establecer un plan reducido de vida”. Esto es, concentrar nuestras atenciones fundamentalmente hacia el cultivo del espíritu antes que hacia el logro de bienes materiales.

 Cuarta regla: “Es necesario establecer un auto-estudio”. Para ello es preciso tener en cuenta algunos criterios clásicos de tipología psicológica. Así, tenemos tres tipos fundamentales, el tipo de nutrición, el tipo motor, y el tipo cerebral. Cada uno de ellos está concentrado en la búsqueda de aquellos goces o placeres que mejor se compaginan con su estructura fisiológico-espiritual. Así, el tipo de nutrición buscará principalmente los goces de los sentidos, como los de la comida, la bebida, el sexo, etc; el tipo motor estará inclinado los goces del movimiento, como los deportes, los viajes, los paseos, etc; mientras que el tipo cerebral se desvivirá por los placeres espirituales, como la contemplación, el pensamiento, la creatividad artística, etc.

   No podemos sostener que necesariamente uno de los tipos sea mejor que los demás, puesto que la complejidad de nuestro mundo hace necesario un trabajo y un conocimiento que conjugue a todas las capacidades humanas para el bien de la humanidad toda. Para ello contribuirán el hombre fuerte, el sentimental, así como el pensante.

 Quinta regla: “Es necesario establecer una proporción adecuada entre la atención que prestamos tanto al presente como al porvenir”. Los que prestan demasiada atención el presente son las personas frívolas, que piensan que la vida está hecha para vivirla, para gozar de ella tanto como se pueda, desoyendo los preceptos de los más grandes sabios de todos los tiempos, que recomiendan la prudencia y la circunspección constante. 

 Sexta regla: “Restringir nuestros dominios tanto sociales como espirituales”. Cuando más vasto es el círculo en el cual nos desenvolvemos más es estimulada la voluntad individual, o en otras palabras, el ego, y ello trae aparejado consigo más deseos, malestares, e inquietudes.  En relación con esto podemos entender porque la vida es más bella durante la niñez, donde las relaciones sociales son mínimas y el espacio físico se reduce principalmente al hogar. En la juventud los contactos sociales se amplían, a la vez que nace la preocupación por la apariencia exterior, la ropa, la belleza física, etc. El inconveniente que trae el cumplimiento  de esta regla es que abre paso al tedio, frente al cual la única auténtica medicina es la actividad espiritual, propia del hombre cultivado.

 Séptima Regla: “Lo que ocupa la conciencia determina el bienestar”. Todo trabajo espiritual es una fuente de gozo constante; en cambio el trabajo cotidiano es una sucesión constante de malestares y esperanzas. La actividad exterior es fuente de distracciones, aleja de la tranquilidad y el recogimiento que exige la labor intelectual.

 Octava Regla: “Es necesario retornar muchas veces a nuestros recuerdos para cosechar las enseñanzas que nos deja la vida”. La experiencia es como un gran libro al que debemos someter a reflexión continuamente. Mucha experiencia acompañada de poca reflexión es como una obra literaria que difícilmente pueda ser entendida sin las notas a pie de página. Mucha reflexión, pero acompañada de poca experiencia es como un libro de poco texto, pero con un exceso de notas, que hace difícil su comprensión.

Novena Regla: “Bastarse a sí mismo”. Quizá la principal fuente de malestar este en el contacto con las masas, que exige una acomodación espiritual recíproca que implica la renuncia a sí mismo por parte del hombre de riqueza intelectual. Las grandes fiestas, la algarabía social, lo único que nos deja es el hastío, del que otra vez huimos vanamente buscando más contacto social. La libertad, esa palabra central en los pensamientos de los más grandes filósofos, sólo puede lograrse en la soledad. La cercanía, frecuencia, y confianza en las relaciones sociales está en una relación inversa a la riqueza espiritual.

Décima Regla: “La envidia es natural al hombre”. Es necesario evitar la inclinación a este sentimiento por las repercusiones negativas que tiene sobre la serenidad del espíritu. En los momentos de flaqueza espiritual, en contrapartida, el mejor remedio no es fijarnos en aquellas personas afortunadas o en situaciones que nos parecen deseables, sino en personas que se encuentran en peores condiciones que nosotros, o en situaciones más embarazosas.

 Podemos decir que tres pueden ser los tipos de envidia, la envidia por la sangre (o por la pertenencia  a una nobleza social), la envidia por el dinero, y la envidia por el genio o la riqueza espiritual. A estos tres tipos de envidia se corresponden tres tipos de aristocracia, la de la sangre, la del dinero, y la del espíritu. De las tres, sin lugar a dudas la última es la más elevada.

 Décimo primera regla: “Antes de tomar una decisión en el ámbito que fuere, es necesario someter el problema a un análisis riguroso”. Esto en particular, considerando las limitaciones del conocimiento humano, y la fuerte influencia del azar en el mundo. Por tal motivo, en las cuestiones importantes, si no existe una necesidad imperiosa de cambio es preferible mantener las cosas como están, tal como dice el dicho latino: “quieta non movere”, no mover lo que esta quieto. Sin embargo, una vez tomada la decisión, la acción debe realizarse con firmeza, considerando que se ha reflexionado lo suficiente sobre el problema. En ocasiones puede que nos lamentemos por las decisiones tomadas, mas ello puede encontrar cura en la consideración de que todas las empresas humanas se encuentran sometidas al azar, tal como lo sostenían los epicúreos; o de lo contrario, puede considerarse, tal como lo hacían los estoicos, que en la vida todo ocurre necesariamente. Toda medicina es válida cuando de lo que se trata es lograr la serenidad interior.

 Duodécima Regla: “Considerar que en el mundo todo ocurre necesariamente”. Esta enseñanza se relaciona con las ideas de los estoicos, así como también podemos relacionarla con Spinoza o Schopenhauer. Cuando frente a un hecho sucedido ya, nos imaginamos que hubiera podido ser de otro modo, podemos ganarnos innecesariamente un molestoso tormento, que no nos dejará poner el pensamiento en calma. Pero esta regla no debería hacernos olvidar que muchos de nuestros inconvenientes diarios tienen que ver con nuestros propios errores o negligencias, por lo cual deberían servirnos de motivos para la enmienda de nuestros actos. 

Décimo Tercera Regla: “En la consideración de lo que hace a nuestro bienestar o desgracia debemos dejar de lado la imaginación”. El peligro de formar castillos en el aire es la posibilidad de que en cualquier momento se derrumben, llevando tras de sí la serenidad interior. Debemos procurar no auto atormentarnos pensando constantemente desgracias que no tienen presencia real. Sin embargo, hay que considerar que en un mundo lleno de necesidades, de azar y de error, hay que prepararse prudentemente para afrontar tales circunstancias, y comprender que con ellas llega una oportunidad de auto-enmienda, por más fatal que pueda parecer el acontecimiento.

Décimo Cuarta Regla: “Cuando nos incomoda algún deseo, no debemos concentrar la imaginación en ello, sino en cómo reaccionaríamos si nos faltara lo que ya poseemos”. Así, podemos hacernos una simple pregunta: ¿Qué valor le daríamos a lo que poseemos si es que lo perdiéramos? Luego de este simple ejercicio, los nuevos valores de lo que poseemos nos permitirán preocuparnos por su mantenimiento antes que por su aumento.

Décimo Quinta Regla: “Cada problema debe ser bien delimitado, sin que los vaivenes de los estados de ánimos influyan en el abordaje de los mismos”. En tal sentido, hay que guardarse de introducir los efectos de nuestros problemas personales en nuestros problemas de negocios, por tomar un ejemplo común.

Décimo Sexta Regla: “Poner rienda a los deseos, la codicia, la cólera”. Consideremos que las capacidades que el individuo tiene en la vida son limitadas en una vida que pasa como un suspiro, en cambio los males lo rodean por todas partes y a todas horas. En relación con esto no estaría de más citar el conocido lema estoico: “abstine et sustine”, abstenerse y aguantar.

Décimo Séptima Regla: “Considerar la vida como un movimiento constante”. En relación con ello podemos decir que el pensamiento de Aristóteles es un intento constante de explicar el movimiento en todos los ámbitos de la realidad. Así como nuestro cuerpo físico se halla en un movimiento constante, ya sea de los nutrientes, ya sea de los impulsos nerviosos, la mente necesita una ocupación constante, un propósito al cual dedicar sus esfuerzos para no caer en el aburrimiento. Una muestra de que el hombre necesita constantemente estar en movimiento es la costumbre de muchas personas que no tienen en que ocupar la mente, de ponerse a tamborilear con los dedos a lo que tenga a mano. De acuerdo al temperamento y al carácter de cada uno se deben elegir las ocupaciones que ofrezcan la mayor satisfacción y posibilidad de realización. Si nos valemos de algunas consideraciones, ajustando algunos términos, podemos decir que existen diferentes tipos de hombres con diferentes tipos de bienes, y esto considerando, que el tipo de hombre superior es aquel cuyo bien corresponde a la actividad intelectual o contemplativa.

Décimo Octava Regla: “Nociones claramente concebidas son las que deben guiar cada uno de nuestros actos”. Principalmente en la juventud, es cuando el hombre deposita sus planes de felicidad en las interminables imágenes agradables que se le presentan. Frente a tales imágenes no existe nada mejor que oponerles fríos razonamientos, que devuelvan al pensamiento hacia las condiciones esenciales de una vida llena de tormentos.

 Décimo Novena Regla: “Hay que dominar la impresión de lo que se presenta como inmediato”. Lo que es visible, presente ante los sentidos, se presenta con más fuerza que el pensamiento, que actúa siempre en forma mediada. En tal sentido, el auto dominio manifestado por un individuo frente a situaciones conflictivas, es señal de una mente cultivada y atenta.

 Vigésima Regla: “El cuidado de la salud corporal”. Muchas son las veces que el hombre de las ciudades sacrifica su salud (corporal y espiritual) por la obtención de dinero o figuración social. El cambio de esta actitud es el primer paso que debe ser tomado para el cultivo de nuestra salud integral.

Comencemos hablando de la importancia para nuestra salud del “aire puro”. El aire puro es el primer alimento y la primera medicina para el cuerpo. De esto se desprende que deberíamos tratar de pasar cierto tiempo en contacto cercano con la naturaleza, por ejemplo, pasar un día de campo por lo menos una vez al mes, excursionar por los bosques, o paseos por los cerros; y si no es posible, por lo menos caminar por los parques, o al costado de arroyos o ríos. Siempre debe respirarse por la nariz y no por la boca, pues sólo a través de este primer conducto el aire entra purificado. Es recomendable respirar profundamente al amanecer, en el patio, en el caso en que vivamos en las ciudades, o mucho mejor, en el campo.

 En cuanto a la “alimentación”, mucho se ha hablado por parte de los naturistas de la conveniencia de una dieta vegetariana, pero antes me inclino por sostener que lo necesario es una buena digestión de los alimentos escogidos, que se manifiesta de manera clara en la consistencia de la materia fecal. Sin una buena digestión, el alimento más bueno y natural puede producir una desagradable intoxicación.

 Entre las sustancias que nutren nuestro cuerpo, unas de las principales es el “agua”. El agua no tiene solamente la virtud de nutrir, sino también de purificar el cuerpo; así, el agua limpia tanto el exterior como el interior del cuerpo. Cuando se tienen indigestiones, la mejor manera de hacerla pasar es tomando pequeños sorbos de agua durante todo el día. Cuando una persona se siente muy agitada lo primero que se debe hacer es darle un vaso de agua para tranquilizarla. En el Paraguay la bebida más folclórica y popular es el tereré, no está por demás decir, que gran parte de la salud que posee el campesino paraguayo se lo debe al tereré. 

 Otra norma de salud importante es mantener la “limpieza” en todo. Ya hablamos de la importancia del agua para la limpieza tanto interior como exterior del cuerpo. Es necesario a su vez, mantener limpio los lugares en donde pasamos la mayor parte del día. Sin lugar a dudas, en medio de este afán debemos lidiar siempre con el inevitable inconveniente de vivir en ciudades contaminadas por gases tóxicos  y ruidos molestos.

 Otra norma, debemos “evitar los desbordes de estados afectivos”. Estos desbordes tienen fuerte impacto en todo el sistema neuro-endócrino, situación que explica cualquier tipo de desequilibrio orgánico. Los distintos tipos de afecciones (emociones, sentimientos, pasiones) deben ser puestos a raya para sustentar la salud orgánica, y para ello, nada mejor que seguir las normas que ya hemos apuntado.

 También debemos considerar los “ejercicios físicos moderados”, imprescindibles para mantener la salud. Por ejemplo, las caminatas al aire libre, pueden ser consideradas como el mejor ejercicio.

 Por último, debemos aludir al “descanso”. Durante el sueño tanto el cuerpo como la mente encuentran un sano alimento y remedio. De ser posible debemos dormir con las ventanas abiertas, para que el aire circule libremente por la habitación, pero eso si, evitar las correntadas.

 En fin, reconozco que estas reglas que te he dado no son fáciles de seguir, pero creo que pueden contribuir a hacer algo más habitable este complejo mundo en el que nos toca vivir”.

 Luego de numerosas charlas con el Doctor Sosa, Juan volvió a las ruidosas y agitadas urbes, reaprendió a vivir entre la ciudad y el campo, entre la razón y el sentimiento, entre la vida y la muerte.

Fin.
(Extracto de "El problema del sueño. Colección de cuentos")

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