viernes, 14 de junio de 2013

EL PROBLEMA DEL MAL EN EL MUNDO



Los griegos

   Para los antiguos pensadores griegos en general, el mal tenía que ver con la ignorancia, es decir, si un hombre era malo, ello se debía a que desconocía el bien. El pensador más representativo de esta postura fue sin lugar a dudas Sócrates, quien impulsó con sus ideas un marcado “intelectualismo moral”. A su vez, con ciertas variantes, pero sin alejarse mucho de esa misma tendencia, Platón y Aristóteles continuaron la senda abierta por el ejemplar maestro.
   A pesar de esta postura, que como ya dijimos era generalizada entre griegos, también habían voces dispares en relación a los límites del conocimiento, en especial por parte de los sofistas que en ética proponían el convencionalismo y como postura gnoseológica postulaban el escepticismo y el relativismo. La fuente de esta limitación del conocimiento radicaba para los sofistas en la fuerte influencia de los componentes irracionales de la vida humana sobre aquello que conocemos. 

El cristianismo  

   Con el advenimiento del cristianismo al panorama intelectual de occidente, el problema del mal alcanzó una nueva orientación, ya no tenía que ver principalmente con una imperfección del conocimiento, sino con una falta que todo ser humano traía desde su mismo nacimiento, el “pecado original”. En esta perspectiva  no se  llega al  saber supremo sobre mundo y la humanidad  a través del esfuerzo en el cultivo de la razón, sino mediante un regalo otorgado por la divinidad. San Agustín hablaba de “iluminación”, graficando elocuentemente  la fuerte preponderancia que posee el sentido de la vista en el ser humano. La fe ciega viene así a constituirse en  una especie de contracara de la mera racionalidad, o en otras palabras, el voluntarismo, el querer porque si, frente a la razón que expone motivos.
   Para Agustín, y para el agustinismo en general, el pecado original viene aparejado con consecuencias funestas para el conocimiento, pues la condición corrompida de la naturaleza humana establece limitaciones infranqueables para la razón. Ante esta situación viene en auxilio la fe, que predispone al hombre a recibir la súbita revelación de Dios, que traerá la claridad y el apaciguamiento de la mente atormentada.
   El agustinismo, corriente espiritual que parte a su vez de Platón, se difundirá a lo largo de toda la edad media a través de importantes filósofos y teólogos,  para desembocar finalmente desde el siglo XIII en los pensadores franciscanos y a principios de la edad moderna en la corriente protestante.

La modernidad

A través de un proceso de fortalecimiento de una razón autónoma y secularizada,  que se aceleró desde el siglo XV, y que maduró con la ilustración del siglo XVIII, se da una conversión en clave racionalista de los grandes problemas y respuestas  de las líneas generales del pensamiento medieval.
   Uno de los principales ejemplos de este proceso de secularización fue el sentido que fue adquiriendo el problema del mal en el mundo. Así, frente a la idea de la providencia, como la guía de Dios de los sucesos del mundo hacia la salvación final, la ilustración propone la noción de progreso, como un despliegue en la sociedad de los principios de la razón (en especial a través de la ciencia) hacia la plena realización de las posibilidades humanas.
   Como ejemplos notables de enfoques sobre el problema del mal en la modernidad, tomemos a dos grandes pensadores sociales: Tomas Hobbes y Jean-Jaques Rousseau. Hobbes consideraba que el hombre era malo por naturaleza (siguiendo así en forma secularizada la postura defendida por el protestantismo) por lo cual para hacer posible la convivencia social era necesaria la existencia de un estado dictatorial, que Hobbes relacionó simbólicamente con el Leviathan bíblico, un verdadero monstruo artificial. En contrapartida, Rousseau sostenía que el hombre era innatamente bueno, y era la sociedad la que estaba corrompida por haberse alejado de los caminos de la naturaleza.   
   Una fuerte reacción a los afanes de eliminar el mal a través de los esquemas de la razón lo constituyó el romanticismo (en auge en el siglo XIX). Este movimiento espiritual sostenía la preeminencia del sentimiento sobre la razón, de la nacionalidad sobre el cosmopolitismo uniformizante, y la interpretación de la naturaleza como fuente de sabiduría y de experiencias estéticas antes que como una burda ocasión para la ganancia.
   Cuando la idea del genio romántico es trasladada al campo político, surgen las deplorables formas del líder autoritario que cree estar destinado a llevar a la patria al retorno a una mítica edad de oro, en donde en el origen de los tiempos reinaba la suprema perfección de la existencia humana. Como vemos, este tipo de posturas sigue considerando que el mal se encuentra enraizado en la sociedad, y no en la misma naturaleza humana, sólo que a diferencia de la ilustración y de la modernidad en general, la salida de esta situación no se encuentra en el futuro, sino en el retorno al origen, de la mano del mesías-genio de la patria. 
   El problema del mal en el mundo desemboca finalmente en la “crisis de los fundamentos”, lo que nos puede llevar quizá a una nueva comprensión de las ideologías que pretendían poseer las recetas incuestionables para alcanzar una tierra sin mal.

(Extracto y ampliación de “En torno a un mundo gris”.

Bibliografía:
-Garcia Venturini, Jorge. Filosofía de la historia. Gredos, Madrid, 1972.
-Giner, Salvador. Historia del pensamiento social. Ariel, Barcelona, 1966.
-León Helman, Robert. De pie sobre el abismo. Interiora terrae, Asunción, 2012.
-Lyon, David. Postmodernidad. Alianza, Madrid, 1996.
-Morin, Edgar. El método 3. Catedra, Madrid, 1998.
-Navarro Cordón-Calvo Martínez. Historia de la filosofía. Anaya, Madrid, 1992.


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