El
hecho de simplemente observar, sin tomar partido, las distintas manifestaciones
de nuestro ser individual, constituye un ejercicio básico, pero fundamental
para desarrollar un estado de alerta, que propicie el cultivo del espíritu y la
orientación hacia lo místico o trascendente.
La auto-observación propicia el desapego de
los afanes cotidianos, al revelarnos nuestra condición humana de ser “sujetos
débiles”.
a.
Auto-observación y división trina del cuerpo humano
La
auto-observación puede desarrollarse en conjunción con la división trina de los
sistemas orgánicos del hombre.
En lo que hace a la esfera del
"vientre", deben observarse los instintos, también los deseos más
básicos, como comer, beber, dormir, copular.
En la esfera del "tórax" se observan
los distintos movimientos corporales, y siguiendo con la división trina podemos
dividir los movimientos que corresponden al “vientre” en pies, piernas, y ante
piernas; los que corresponden al "tórax", en mano, brazo, y antebrazo,
sin olvidar la "respiración consiente", y la postura de la columna;
mientras que en la "cabeza" tenemos los movimientos del cuello, las
muecas del rostro, los movimientos oculares, bucales, y frontales.
En la esfera de la "cabeza", tenemos
la observación de las distintas formas de la conducta intelectiva, de la
conducta afectiva, y aun de la conducta operativa. Por parte de la conducta
intelectiva debemos considerar la percepción, la atención, la imaginación, la
inteligencia, y la memoria. En lo que hace a la conducta afectiva tenemos las
emociones, los sentimientos, y las pasiones.
b.
La auto-observación y el conflicto interior
El
hombre generalmente se encuentra en su cotidianeidad en un estado de conflicto
interior, abalanzándose como un péndulo entre la alegría y la tristeza. Los
afectos (sentimientos, emociones, pasiones) constituyen las formas como uno
reacciona frente a los sucesos del mundo exterior, y también frente a los
productos de la conducta intelectiva (memoria, inteligencia, imaginación).
La charla
interior hunde al hombre en las miserias espirituales de la cotidianeidad,
lo que se proyecta a su vez en las conversaciones que a diario un individuo
desarrolla, llenas de auto-consideraciones, de miedos, de vanidad y egoísmo,
que luego son reproducidos por los innumerables medios de comunicación.
Así, un ejercicio básico de la
auto-observación consiste en atender el discurrir de esa charla, tanto en uno
mismo como en los demás, no tratando de interferir con ella, sino de aprender
de su dinámica, de su insignificancia frente al suelo abismal que sustenta al
todo.
(Extracto
y ampliación de “Retorno. Ensayo de antropología filosófica”).
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