Su abuelo siempre escuchaba a Johannes Brahms,
escribiendo a la vez en su escritorio, mientras él, niño aun, permanecía en el
jardín, a veces jugando y a veces tendido en el césped, escuchando aquella
música celestial y perdiendo su vista en el tenue aleteo de las hojas, entre el
vasto y sosegado cielo azul. Alcanzaba al todo y se abrazaba al mundo, el gozo
y la compasión llenaban su cuenco espiritual.
Pero un día de
aquellos, el abismo se desveló, el niño gritó su espanto, hondo, de asombro y
miedo, asustando a las avecillas que agitaron sus alas hacia todas partes.
Llegó el abuelo a abrazarlo, los ojos del niño eran lágrimas. Y desde entonces
lo supo, y le dijo al abuelo: “Voy a ser músico, abuelo, voy a ser músico”. El
abuelo lo comprendió, y ambos estuvieron abrazados, mientras el sol se despedía
del jardín.
Fin.
Comentarios:
“Alcanzaba
al todo y se abrazaba al mundo, el gozo y la compasión llenaban su cuenco
espiritual”. La contemplación estética produce una transformación radical en el
sujeto que conoce, de estar sometido a la interminable danza de alegrías y
desdichas de la cotidianeidad, se pasa a un espacio de placeres elevados que
hacen del mundo un espectáculo maravilloso. Pero la riqueza simbólica del
cosmos estético nunca adviene en forma solitaria, siempre la acompaña la
certeza de la nada que funda al todo, frente a la cual el individuo no
familiarizado con ello se conmueve y se atemoriza.
(Extracto
y ampliación de “El problema del sueño”)
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