viernes, 28 de junio de 2013

PLAN DE VIDA


La madurez suele traer consigo la necesidad de comprender lo que se ha vivido, así como cuando se escala un cerro y se mira todo el camino que se ha dejado atrás en la subida. La apreciación de lo que hemos hecho, vivido y aprendido puede plantearnos la posibilidad de seguir viviendo de manera algo diferente, asimilando ya los costosos resultados del pasado.

  Y así surgen los planes de vida. Tal vez, sea muy pretencioso querer establecer un programa por el cual uno deba regirse puntillosamente, en especial en tiempos en los  que la incertidumbre ha dejado de ser la mera ausencia de conocimiento, para implantarse ineludiblemente ya en numerosos campos del saber (como en la física, la matemática, la lógica, la economía, la sociología, la epistemología y la filosofía en general). Lo que necesitamos son entonces estrategias, y no ya programas. Las estrategias consideran la imprevisible, lo caótico, la incertidumbre y en tal sentido se mantienen abiertas a lo irremediable de los cambios.    

  Entonces la vida nos obliga a apostar, a jugarnos en nuestros actos por aquello que creemos conveniente, bueno, o justo. Nuestras elecciones implican necesariamente renunciamientos, pues la existencia humana es finita y breve, llena de limitaciones y contratiempos.

   Las apuestas de la vida pueden tener un marco racional, al que como ya dimos a entender llamaremos plan de vida o plan estratégico de vida. Un plan de vida está compuesto por normas, preceptos, o principios que se tratarán de poner en práctica en la inmediatez de lo cotidiano.  

  Los temas que hemos abordado hasta ahora son relativos a una moral formal, o estructural, ya que no nos hemos metido en los contenidos, o sea, en la explicación exhaustiva de las normas de vida. Y esto es de importancia, puesto que se presentan numerosas concepciones éticas, que son las que condicionan la especificidad de las normas de acción. Así, por tomar algunos ejemplos, tenemos las éticas de Platón, de Aristóteles, de estoicos, de epicúreos, la emotivista, la kantiana, las utilitaristas, la de Nietzsche, etc. Pero frente a las distintas posturas, debemos poner de relieve la situación de crisis de los fundamentos que afecta tanto al pensamiento como a la acción, lo que implica que sea cual sea la ética que asumamos, deberá permanecer abierta, tanto a la crítica como a la corrección.    

 

(Extracto de “La auto-ética”).

 

Bibliografía:

-Chinaglia, Pedro. Personalidad. Don Bosco, Asunción.

-León Helman, Robert. Retorno. Interiora terrae, Asunción, 2013.

-Schopenhauer, Arthur. El arte del buen vivir. Edaf, Madrid, 1998.

-Séneca. Cartas morales. Orbis, Bs As, 1984.

-Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo. Gedisa, Barcelona, 2007.

-Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Alianza, Madrid, 1983.

 

jueves, 27 de junio de 2013

REGLAS GENERALES DE VIDA (CUENTO)


La noche de hondura abismal penetraba el silencio de la habitación, cubriendo de sombras estantes de libros, muebles, cuadros, y el cuerpo de un hombre inclinado hacia la luz de su pequeña lámpara. ¿Qué buscaba Juan en aquella lóbrega noche sin tiempo? Quizá buscaba la respuesta a la pregunta aun no planteada, buscaba el misterio que llena las cosas, o la infinita sed de todo lo que respira. Juan se decía a sí mismo: “Debo librarme de esta miseria que me acongoja, que debilita mi cuerpo y que lastima mi mente”.

 Leía con avidez, con un profundo deseo de saber la “verdad”. Se decía a sí mismo: “¿La verdad? ¿no será la verdad un mero invento como decía Nietzsche? ¿no seré yo buscando la verdad una especie de rata que hace girar y girar su ruedita para obtener un miserable bocado? Ah, debo estar loco, debería estar persiguiendo bellas mujeres o el imprescindible dinero como los demás. ¿Qué me está pasando? ¿qué hice mal en mi vida?”.

 Juan salió un momento al balcón, las calles del centro de Asunción estaban desiertas, pensaba: “Al amanecer estas calles se llenarán de la muchedumbre afanosa, el deseo y el ruido serán el alma de esta ciudad podrida”. Se adentró de nuevo a la habitación, se dijo a sí mismo: “Quizá esta ciudad inmunda me esté enfermando el alma, debería abandonarla, retirarme al campo y respirar mejor”.

 A la semana siguiente Juan delegó todas sus responsabilidades, juntó todos sus ahorros y le habló a un amigo de Villarrica que estaba dispuesto a recibirlo en su granja como socio inversionista. Así, en un día lluvioso partió hacia Villarrica, llevando consigo todas sus penas y todas sus preguntas sin respuestas. Mientras viajaba, miraba plácidamente el paisaje de campos y serranías y se decía a sí mismo: “La ciudad nos ha traicionado, nos ha prometido la plenitud y la libertad, pero sólo nos ha llenado de cadenas y nos ha embotado los sentidos con basura”.


 Al bajar del colectivo una fresca brisa acarició la frente de Juan; miró como se perdía lentamente el colectivo por el horizonte pintado de matices rojizos y azulados. Se orientó hacia el este, la inmensidad del Ybytyrusu se elevaba desde la espesa capa de bosques oscurecidos. A un costado de la ruta ya estaba su amigo Vicente esperándolo en una camioneta.

 El automóvil se abría paso por los caminos de arena como una luciérnaga en la noche. A medida que se internaban en la espesura de aquellos campos boscosos, Juan experimentaba la frescura del lugar, a la par que un gozo espiritual que le daba la certeza de que no se había equivocado al venir.

 Al llegar, se sentaron frente a un rancho de la estancia, abrieron una botella de vino,y conversaron mientras observaban la lejanía de los campos bajo el cielo iluminado.

- ¿Cómo te decidiste a venir? –preguntó Vicente

- Estaba cansado, enfermo, la ciudad me tenía preso –dijo Juan

- ¿Qué enfermedad tenías? –preguntó Vicente

- Aun estoy enfermo espiritualmente, pero creo  que el campo me va a devolver la salud –dijo Juan

- ¿Por qué? –preguntó Vicente

- El campo es el espacio de la vida; la ciudad, el espacio de la muerte –dijo Juan

- ¿Porqué la ciudad se relaciona con la muerte? –preguntó Vicente

- La ciudad es la expresión de la inteligencia separada completamente de la percepción –dijo Juan-, en la ciudad ya no se contempla a la naturaleza, se vive como en un mundo virtual, en medio de una cotidianeidad llena de los efectos de las tecnologías de la comunicación, de las seducciones del consumismo, en fin, de afanes absurdos.

- ¿Por qué piensas que la tecnología y el consumismo nos enferman? –preguntó Vicente

- Pienso que al hombre-masa no le afecta –dijo Juan-, pues está conforme con la sociedad establecida, pero al hombre sensible lo perturba, porque le impide ver su destino con claridad, le impide a su vez escuchar su llamado, la vocación que corresponde a cada uno.

 Vicente asintió, satisfecho con las palabras de su amigo, y dijo:

- Quizá tu destino sea ver al médico de la zona, un estudioso de la naturaleza, lo conocí cuando fui a consultarle por un problema estomacal, es un médico excéntrico, me habló también, como tú, de las diferencias entre la ciudad y el campo, apuesto a que te quita tus inquietudes.

- No creo que nadie pueda curarme –dijo Juan-, a no ser yo mismo, ¿pero porqué no conocer a tal estudioso? Tal vez podamos aprender algo de él.

- Mañana lo visitaremos –dijo Vicente asintiendo.

Luego de un momento Vicente se retiró a dormir, no sin antes indicarle a Juan la habitación reservada para él.

 Juan quedó a contemplar las estrellas, que brillaban en un largo cause que se perdía cerca de las oscurecidas cumbres del Ybytyrusu.  Se decía a sí mismo: “He vivido todo mi pasado para llegar hasta aquí, todo momento es una cumbre”.  


Al día siguiente Vicente y Juan ya estaban recorriendo el largo camino cubierto de altos eucaliptos que conducía a la casa del médico. Al llegar, un hombre les hizo pasar a un amplio corredor, rodeado por un colorido jardín. Se sentaron y al momento vieron que se abría una puerta, era el médico que acompañaba a un paciente que hablaba animadamente.

 Al retirarse el paciente, el médico les invitó a pasar. Era Sebastián Sosa un hombre de pelo blanco, y de una nutrida barba grisácea, su mirada era penetrante y serena, tenía una frente amplia, era de estatura mediana. La habitación que el doctor Sosa utilizaba como consultorio estaba cubierta de numerosos libros. Mientras se sentaban, Juan trato de leer algunos de los títulos. El doctor Sosa comentó:
-El sesenta por ciento de estos libros no son de medicina, sino de Sociología, Psicología y Filosofía.

-¿Gusta de la filosofía? –preguntó Juan

- Ah, si –dijo el doctor Sosa-, creo que es mi auténtica vocación, la medicina no ha sido para mí más que un medio de subsistencia, un afán juvenil que pronto se enfrió; en cambio la filosofía siempre ha todo para mí.
 Luego de un momento de conversación, el doctor Sosa preguntó cuál era el motivo de la visita, si alguno de los dos poseía algún malestar. Juan se limito a responder:
- Yo creo que estoy enfermo del mal de las ciudades.
- ¿El mal de las ciudades? Interesante enfermedad –dijo el doctor Sosa-, supongo que te duele el alma y el cuerpo.
- No doctor Sosa –dijo Juan-, no me duele nada, la enfermedad de  las ciudades no es más que cercanía al abismo, la conciencia de la nada del mundo.
- Es la angustia –dijo el doctor Sosa-, la única manera occidental de convivir con ella es la filosofía, la manera oriental es la meditación, la religión de occidente se ha convertido en puro formalismo.
- Estoy de acuerdo con usted –dijo Juan-, ¿donde encuentro a la filosofía por aquí?
- En ti mismo –dijo el doctor Sosa-, también la puedes encontrar en mis peñas de los domingos, en donde conversamos de filosofía y de arte con un grupo de estudiantes y profesores de filosofía; o puedes venir a visitarme entre semana, cuando cae la tarde, me encantaría que leas mi libro  y que me des tus impresiones.
 Al momento el doctor Sosa extrajo de uno de sus cajones un libro, cuyo título decía “Pensamientos fundamentales de los grandes filósofos”. Juan le dijo al doctor Sosa que le gustaría pasar por las tardes. 


Siempre que tenía la oportunidad Juan llegaba durante la tarde a  la casa del doctor Sosa. En una de esos encuentros Juan le hizo al médico una pregunta que durante muchas noches no le había dejado dormir, ¿Cuál es la manera más inteligente de vivir?
-Es de una enorme importancia la pregunta que me acabas de hacer –le dijo el doctor Sosa-, creo que un hombre que pretende alcanzar la sabiduría debe reflexionar cada día sobre los principios que le permitirán vivir lo más inteligentemente posible su vida. Pero debemos tener en claro que las normas que sigamos deberán estar fundadas en una jerarquía de valores, que a su vez estará fundamentada en una antropología, que a su vez estará en dependencia de una metafísica, ya sea de carácter débil, como postulan los pensadores postmodernos, o de carácter fuerte como sostiene la filosofía tradicional.

 Tratemos entonces de enumerar cada una de las reglas que nos parezcan importantes:

Primera regla: “buscar la disminución del dolor antes que el placer”. Esto debe entenderse a partir de la consideración del placer como un fenómeno meramente negativo, frente a lo inmediato y positivo del dolor. El hombre no es más que un cúmulo de mil necesidades; por cada necesidad satisfecha hay diez que no han sido atendidas; a su vez, por cada una de esas satisfacciones renace en nosotros la esperanza de alcanzar la felicidad, pero lo único que logramos es disminuir algo la sed infinita que sentimos en el desierto de la vida.

 Segunda regla: “La gravedad del inconveniente que acongoja a un hombre nos revela el grado de bienestar que posee”. Así, el malestar es tan inevitable que por pequeño que sea sabrá hincharse hasta alcanzar enormes proporciones, y así ocupar la atención inmediata.

 Tercera regla: “Es necesario establecer un plan reducido de vida”. Esto es, concentrar nuestras atenciones fundamentalmente hacia el cultivo del espíritu antes que hacia el logro de bienes materiales.

 Cuarta regla: “Es necesario establecer un auto-estudio”. Para ello es preciso tener en cuenta algunos criterios clásicos de tipología psicológica. Así, tenemos tres tipos fundamentales, el tipo de nutrición, el tipo motor, y el tipo cerebral. Cada uno de ellos está concentrado en la búsqueda de aquellos goces o placeres que mejor se compaginan con su estructura fisiológico-espiritual. Así, el tipo de nutrición buscará principalmente los goces de los sentidos, como los de la comida, la bebida, el sexo, etc; el tipo motor estará inclinado los goces del movimiento, como los deportes, los viajes, los paseos, etc; mientras que el tipo cerebral se desvivirá por los placeres espirituales, como la contemplación, el pensamiento, la creatividad artística, etc.

   No podemos sostener que necesariamente uno de los tipos sea mejor que los demás, puesto que la complejidad de nuestro mundo hace necesario un trabajo y un conocimiento que conjugue a todas las capacidades humanas para el bien de la humanidad toda. Para ello contribuirán el hombre fuerte, el sentimental, así como el pensante.

 Quinta regla: “Es necesario establecer una proporción adecuada entre la atención que prestamos tanto al presente como al porvenir”. Los que prestan demasiada atención el presente son las personas frívolas, que piensan que la vida está hecha para vivirla, para gozar de ella tanto como se pueda, desoyendo los preceptos de los más grandes sabios de todos los tiempos, que recomiendan la prudencia y la circunspección constante. 

 Sexta regla: “Restringir nuestros dominios tanto sociales como espirituales”. Cuando más vasto es el círculo en el cual nos desenvolvemos más es estimulada la voluntad individual, o en otras palabras, el ego, y ello trae aparejado consigo más deseos, malestares, e inquietudes.  En relación con esto podemos entender porque la vida es más bella durante la niñez, donde las relaciones sociales son mínimas y el espacio físico se reduce principalmente al hogar. En la juventud los contactos sociales se amplían, a la vez que nace la preocupación por la apariencia exterior, la ropa, la belleza física, etc. El inconveniente que trae el cumplimiento  de esta regla es que abre paso al tedio, frente al cual la única auténtica medicina es la actividad espiritual, propia del hombre cultivado.

 Séptima Regla: “Lo que ocupa la conciencia determina el bienestar”. Todo trabajo espiritual es una fuente de gozo constante; en cambio el trabajo cotidiano es una sucesión constante de malestares y esperanzas. La actividad exterior es fuente de distracciones, aleja de la tranquilidad y el recogimiento que exige la labor intelectual.

 Octava Regla: “Es necesario retornar muchas veces a nuestros recuerdos para cosechar las enseñanzas que nos deja la vida”. La experiencia es como un gran libro al que debemos someter a reflexión continuamente. Mucha experiencia acompañada de poca reflexión es como una obra literaria que difícilmente pueda ser entendida sin las notas a pie de página. Mucha reflexión, pero acompañada de poca experiencia es como un libro de poco texto, pero con un exceso de notas, que hace difícil su comprensión.

Novena Regla: “Bastarse a sí mismo”. Quizá la principal fuente de malestar este en el contacto con las masas, que exige una acomodación espiritual recíproca que implica la renuncia a sí mismo por parte del hombre de riqueza intelectual. Las grandes fiestas, la algarabía social, lo único que nos deja es el hastío, del que otra vez huimos vanamente buscando más contacto social. La libertad, esa palabra central en los pensamientos de los más grandes filósofos, sólo puede lograrse en la soledad. La cercanía, frecuencia, y confianza en las relaciones sociales está en una relación inversa a la riqueza espiritual.

Décima Regla: “La envidia es natural al hombre”. Es necesario evitar la inclinación a este sentimiento por las repercusiones negativas que tiene sobre la serenidad del espíritu. En los momentos de flaqueza espiritual, en contrapartida, el mejor remedio no es fijarnos en aquellas personas afortunadas o en situaciones que nos parecen deseables, sino en personas que se encuentran en peores condiciones que nosotros, o en situaciones más embarazosas.

 Podemos decir que tres pueden ser los tipos de envidia, la envidia por la sangre (o por la pertenencia  a una nobleza social), la envidia por el dinero, y la envidia por el genio o la riqueza espiritual. A estos tres tipos de envidia se corresponden tres tipos de aristocracia, la de la sangre, la del dinero, y la del espíritu. De las tres, sin lugar a dudas la última es la más elevada.

 Décimo primera regla: “Antes de tomar una decisión en el ámbito que fuere, es necesario someter el problema a un análisis riguroso”. Esto en particular, considerando las limitaciones del conocimiento humano, y la fuerte influencia del azar en el mundo. Por tal motivo, en las cuestiones importantes, si no existe una necesidad imperiosa de cambio es preferible mantener las cosas como están, tal como dice el dicho latino: “quieta non movere”, no mover lo que esta quieto. Sin embargo, una vez tomada la decisión, la acción debe realizarse con firmeza, considerando que se ha reflexionado lo suficiente sobre el problema. En ocasiones puede que nos lamentemos por las decisiones tomadas, mas ello puede encontrar cura en la consideración de que todas las empresas humanas se encuentran sometidas al azar, tal como lo sostenían los epicúreos; o de lo contrario, puede considerarse, tal como lo hacían los estoicos, que en la vida todo ocurre necesariamente. Toda medicina es válida cuando de lo que se trata es lograr la serenidad interior.

 Duodécima Regla: “Considerar que en el mundo todo ocurre necesariamente”. Esta enseñanza se relaciona con las ideas de los estoicos, así como también podemos relacionarla con Spinoza o Schopenhauer. Cuando frente a un hecho sucedido ya, nos imaginamos que hubiera podido ser de otro modo, podemos ganarnos innecesariamente un molestoso tormento, que no nos dejará poner el pensamiento en calma. Pero esta regla no debería hacernos olvidar que muchos de nuestros inconvenientes diarios tienen que ver con nuestros propios errores o negligencias, por lo cual deberían servirnos de motivos para la enmienda de nuestros actos. 

Décimo Tercera Regla: “En la consideración de lo que hace a nuestro bienestar o desgracia debemos dejar de lado la imaginación”. El peligro de formar castillos en el aire es la posibilidad de que en cualquier momento se derrumben, llevando tras de sí la serenidad interior. Debemos procurar no auto atormentarnos pensando constantemente desgracias que no tienen presencia real. Sin embargo, hay que considerar que en un mundo lleno de necesidades, de azar y de error, hay que prepararse prudentemente para afrontar tales circunstancias, y comprender que con ellas llega una oportunidad de auto-enmienda, por más fatal que pueda parecer el acontecimiento.

Décimo Cuarta Regla: “Cuando nos incomoda algún deseo, no debemos concentrar la imaginación en ello, sino en cómo reaccionaríamos si nos faltara lo que ya poseemos”. Así, podemos hacernos una simple pregunta: ¿Qué valor le daríamos a lo que poseemos si es que lo perdiéramos? Luego de este simple ejercicio, los nuevos valores de lo que poseemos nos permitirán preocuparnos por su mantenimiento antes que por su aumento.

Décimo Quinta Regla: “Cada problema debe ser bien delimitado, sin que los vaivenes de los estados de ánimos influyan en el abordaje de los mismos”. En tal sentido, hay que guardarse de introducir los efectos de nuestros problemas personales en nuestros problemas de negocios, por tomar un ejemplo común.

Décimo Sexta Regla: “Poner rienda a los deseos, la codicia, la cólera”. Consideremos que las capacidades que el individuo tiene en la vida son limitadas en una vida que pasa como un suspiro, en cambio los males lo rodean por todas partes y a todas horas. En relación con esto no estaría de más citar el conocido lema estoico: “abstine et sustine”, abstenerse y aguantar.

Décimo Séptima Regla: “Considerar la vida como un movimiento constante”. En relación con ello podemos decir que el pensamiento de Aristóteles es un intento constante de explicar el movimiento en todos los ámbitos de la realidad. Así como nuestro cuerpo físico se halla en un movimiento constante, ya sea de los nutrientes, ya sea de los impulsos nerviosos, la mente necesita una ocupación constante, un propósito al cual dedicar sus esfuerzos para no caer en el aburrimiento. Una muestra de que el hombre necesita constantemente estar en movimiento es la costumbre de muchas personas que no tienen en que ocupar la mente, de ponerse a tamborilear con los dedos a lo que tenga a mano. De acuerdo al temperamento y al carácter de cada uno se deben elegir las ocupaciones que ofrezcan la mayor satisfacción y posibilidad de realización. Si nos valemos de algunas consideraciones, ajustando algunos términos, podemos decir que existen diferentes tipos de hombres con diferentes tipos de bienes, y esto considerando, que el tipo de hombre superior es aquel cuyo bien corresponde a la actividad intelectual o contemplativa.

Décimo Octava Regla: “Nociones claramente concebidas son las que deben guiar cada uno de nuestros actos”. Principalmente en la juventud, es cuando el hombre deposita sus planes de felicidad en las interminables imágenes agradables que se le presentan. Frente a tales imágenes no existe nada mejor que oponerles fríos razonamientos, que devuelvan al pensamiento hacia las condiciones esenciales de una vida llena de tormentos.

 Décimo Novena Regla: “Hay que dominar la impresión de lo que se presenta como inmediato”. Lo que es visible, presente ante los sentidos, se presenta con más fuerza que el pensamiento, que actúa siempre en forma mediada. En tal sentido, el auto dominio manifestado por un individuo frente a situaciones conflictivas, es señal de una mente cultivada y atenta.

 Vigésima Regla: “El cuidado de la salud corporal”. Muchas son las veces que el hombre de las ciudades sacrifica su salud (corporal y espiritual) por la obtención de dinero o figuración social. El cambio de esta actitud es el primer paso que debe ser tomado para el cultivo de nuestra salud integral.

Comencemos hablando de la importancia para nuestra salud del “aire puro”. El aire puro es el primer alimento y la primera medicina para el cuerpo. De esto se desprende que deberíamos tratar de pasar cierto tiempo en contacto cercano con la naturaleza, por ejemplo, pasar un día de campo por lo menos una vez al mes, excursionar por los bosques, o paseos por los cerros; y si no es posible, por lo menos caminar por los parques, o al costado de arroyos o ríos. Siempre debe respirarse por la nariz y no por la boca, pues sólo a través de este primer conducto el aire entra purificado. Es recomendable respirar profundamente al amanecer, en el patio, en el caso en que vivamos en las ciudades, o mucho mejor, en el campo.

 En cuanto a la “alimentación”, mucho se ha hablado por parte de los naturistas de la conveniencia de una dieta vegetariana, pero antes me inclino por sostener que lo necesario es una buena digestión de los alimentos escogidos, que se manifiesta de manera clara en la consistencia de la materia fecal. Sin una buena digestión, el alimento más bueno y natural puede producir una desagradable intoxicación.

 Entre las sustancias que nutren nuestro cuerpo, unas de las principales es el “agua”. El agua no tiene solamente la virtud de nutrir, sino también de purificar el cuerpo; así, el agua limpia tanto el exterior como el interior del cuerpo. Cuando se tienen indigestiones, la mejor manera de hacerla pasar es tomando pequeños sorbos de agua durante todo el día. Cuando una persona se siente muy agitada lo primero que se debe hacer es darle un vaso de agua para tranquilizarla. En el Paraguay la bebida más folclórica y popular es el tereré, no está por demás decir, que gran parte de la salud que posee el campesino paraguayo se lo debe al tereré. 

 Otra norma de salud importante es mantener la “limpieza” en todo. Ya hablamos de la importancia del agua para la limpieza tanto interior como exterior del cuerpo. Es necesario a su vez, mantener limpio los lugares en donde pasamos la mayor parte del día. Sin lugar a dudas, en medio de este afán debemos lidiar siempre con el inevitable inconveniente de vivir en ciudades contaminadas por gases tóxicos  y ruidos molestos.

 Otra norma, debemos “evitar los desbordes de estados afectivos”. Estos desbordes tienen fuerte impacto en todo el sistema neuro-endócrino, situación que explica cualquier tipo de desequilibrio orgánico. Los distintos tipos de afecciones (emociones, sentimientos, pasiones) deben ser puestos a raya para sustentar la salud orgánica, y para ello, nada mejor que seguir las normas que ya hemos apuntado.

 También debemos considerar los “ejercicios físicos moderados”, imprescindibles para mantener la salud. Por ejemplo, las caminatas al aire libre, pueden ser consideradas como el mejor ejercicio.

 Por último, debemos aludir al “descanso”. Durante el sueño tanto el cuerpo como la mente encuentran un sano alimento y remedio. De ser posible debemos dormir con las ventanas abiertas, para que el aire circule libremente por la habitación, pero eso si, evitar las correntadas.

 En fin, reconozco que estas reglas que te he dado no son fáciles de seguir, pero creo que pueden contribuir a hacer algo más habitable este complejo mundo en el que nos toca vivir”.

 Luego de numerosas charlas con el Doctor Sosa, Juan volvió a las ruidosas y agitadas urbes, reaprendió a vivir entre la ciudad y el campo, entre la razón y el sentimiento, entre la vida y la muerte.

Fin.
(Extracto de "El problema del sueño. Colección de cuentos")

miércoles, 26 de junio de 2013

PEQUEÑA HISTORIA DE LA MEDICINA

Así como la filosofía surgió de una esfera cultural en la que predominaba el pensamiento mitológico-mágico-simbólico, también la medicina  filosófica emergió de visiones médicas chamánicas y ritualistas. Los dos grandes médicos de la antigüedad, Hipócrates y Galeno, defendían la tesis de que la salud dependía del equilibrio de los llamados “humores”, que eran básicamente cuatro: bilis negra, flema, bilis y sangre. Galeno ya empezó a adelantarse en el argumento del daño orgánico como responsable de la enfermedad, idea que será tomada por la medicina moderna.

   En el año 1526 Aldo Manucio publica una edición del Corpus hipocráticum, propiciando con ello el retorno de Hipócrates al ámbito cultural europeo, luego de cerca de diez siglos de estar a la sombra del venerado Galeno.

   En el siglo XVII la teoría humoral empieza a disminuir su trascendencia frente a las investigaciones de William Hervey sobre la circulación sanguínea y sus distintos efectos en el organismo.    

   En el siglo XVIII aparece la figura de Giovanni Morgagni, con su obra cumbre “Sobre la localización y las causas de las enfermedades según la indagación anatómica”. Con ello se empieza a orientar la medicina hacia esquemas empiristas (y luego positivistas), dejando de lado el auge hipocrático que había brotado en el renacimiento.

   Pero la reacción a la ilustración y al empirismo no se hizo esperar, con un aire poético, naturalista y místico surgió el romanticismo como una fiebre que se expandió por todos los confines del mundo (el nacionalismo es una de sus expresiones). Bajo la égida de Schelling una nueva filosofía de la naturaleza es cultivada, una que prometía el encuentro fraterno con todas las antiguas tradiciones de sabiduría. Y así, la medicina romántica postuló el carácter unitario del ser humano, en cuerpo, alma y espíritu, y el estrecho parentesco con la totalidad cósmica.

   Pero con esta medicina, que podemos llamar cultivada, no terminaba la reacción a la visión médica empirista. En el siglo XIX, unos enfermos alemanes, desahuciados por los médicos académicos, llevaron adelante un verdadero movimiento naturista de carácter algo simple e ingenuo, pero de notable influencia en las terapias naturales desarrolladas en los años posteriores; estos brillantes empíricos eran Luis Kuhne, Vicente Priesnitz y Sebastian Kneipp.

   A su vez, los médicos influenciados por los filósofos vitalistas heredaron en el siglo XX  esa postura romántica de buscar la salud y la cura de las enfermedades, no en los fármacos y las cirugías, sino en un encuentra cercano con los elementos naturales, el agua, el aire, el fuego y la tierra. Entre estos médicos vitalistas podemos citar a Eduardo Alfonso y a Paul Carton.

   De todas maneras los espectaculares desarrollos científicos y tecnológicos terminaron por imponer en el mundo entero la medicina positivista, aunque ya de una manera tímida van alzándose voces de protesta frente al carácter reduccionista y simplificador que esta visión medica presta al ser humano. Las revoluciones científicas y las crisis de los paradigmas de la ciencia y de los fundamentos de la razón, requieren por lo menos una apertura respetuosa hacia orientaciones médicas milenarias con las que el hombre ha tratado no sólo de disminuir el sufrimiento y el dolor, sino también dar un sentido trascendental al vivir.  

(Extracto de “El médico del campo. Ensayo de medicina natural).

Bibliografía:

-Alfonso, Eduardo. La medicina natural en cuarenta lecciones. Kier, Bs As, 1995.

-Chalmers, Alan. ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Siglo XXI, Bs As, 2001.

-Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica. Siglo XXI, Bs As, 2003.

-León Helman, Robert. Preparación para la muerte. Interiora terrae, Asunción, 2012.

-Papp-Agüero. Breve historia de la medicina. Caridad, Bs As, 1994.

-Schopenhauer, Arthur. Sobre la voluntad en la naturaleza. Alianza, Madrid, 1996.

miércoles, 19 de junio de 2013

LAS REVOLUCIONES DE LA CIENCIA


A principios del siglo XX se produjeron dos grandes revoluciones en la ciencia física, en los dos extremos de su campo de estudio, en el campo de lo muy pequeño, con la mecánica cuántica, y en el campo de lo muy grande, con la teoría de la relatividad. Las connotaciones filosóficas de estas dos maravillosas teorías han sido enormes, al punto de que han planteado la posibilidad e incluso la necesidad de un cambio de paradigmas, es decir, de los núcleos teóricos desde los cuales comprendemos el mundo.

a. La Teoría de la Relatividad

Esta teoría fue elaborada por Albert Einstein en los primeros años del siglo XX, e implicó la transformación de la visión de mundo imperante en el mundo occidental, a partir de la física newtoniana y las ideas de Descartes, el mecanicismo.

  Aunque Einstein nunca lo quiso ver así, sus ideas contribuyeron para que la ciencia nos revele un mundo marcado fuertemente por la indeterminación. El hecho de que el resultado de una medición dependa del sistema de referencia empleado, y no del fenómeno en cuanto tal nos muestra la complejidad que ha alcanzado la física con la teoría de la relatividad.

   La teoría de la relatividad especial revela tres fundamentales axiomas que ponen en cuestión los principios de la mecánica clásica: primero, que la velocidad de la luz es constante en el vacío, y no depende de la velocidad de la fuente luminosa ni de la velocidad del observador; segundo, no existe el éter; tercero, las ecuaciones de transformación de Galileo deben ser reemplazadas por las de Lorentz. Desde estos cambios el positivismo es salvado a fuerza de “operacionalismo”, es decir, que desde la teoría de la relatividad un fenómeno natural encuentra sentido a partir de las operaciones que se llevan a cabo para registrarlo. En ello va impresa la presencia del observador, nuevo protagonista del juego científico.

   A su vez, con la teoría de la relatividad general, las nuevas geometrías (de Lovatchevski y Riemann) cobran validez física, y nos permiten comprender el espacio más allá de los principios newtonianos.

b. La Mecánica Cuántica

A fines del siglo XIX se perfilaba la unidad de todas las ciencias naturales en esa búsqueda ilusoria del control total de la naturaleza, como si ella fuera un simple animal de carga, o una máquina que respondía obedientemente a los cálculos numéricos. Surgió así el intento de conjugar la termodinámica y el electromagnetismo.

   Uno de los principales problemas de la termodinámica a principios del siglo veinte era el de la radiación de la materia bajo la acción del calor. Para llevar a cabo las pruebas experimentales se utilizaba el llamado “cuerpo negro”, que tenía la ventaja de que absorbía e irradiaba por completo la luz  con la que era bombardeado, por lo cual no se coloreaba. El problema consistía en que se conocía la distribución energética de la zona violeta del espectro de ondas, mientras que se ignoraba la zona roja; luego se idearon experimentos que explicaban la zona roja pero a la vez la zona violeta quedaba inexplicada. El problema fue solucionado por Max Planck, a través de la formulación de una ecuación (E=hv) que implicaba la descontinuidad tanto de la materia como de la energía, en paquetes o cuantos. Esto venía a poner en duda los principios más fundamentales del electromagnetismo, lo que acarrearía al final la crisis del edificio de la ciencia física.

   Planck había elaborado la ecuación para sortear un problema empírico, pero hasta 1905 no se pudo dilucidar el sentido de esta expresión matemática. Y fue Albert Einstein quien  basándose en los cuantos de Planck explicó el “efecto fotoeléctrico” abriendo con ello una nueva perspectiva para la explicación de la naturaleza.

   Pero si según las investigaciones de Einstein las ondas se comportaban como partículas, también era cierto a la inversa, es decir, también las partículas se comportaban como ondas. La explicación de este fenómeno fue obra del científico Louis De Blogie, a través de su principio de la dualidad onda-partícula.  Esto implicaba que uno de los principios fundamentales de la lógica, el “tercero excluido”, quedaba momentáneamente invalidado, puesto que una partícula era y no era a la vez una partícula, puesto que también se mostraba como onda. Solo en un segundo momento, a través de la participación del observador se podía dilucidar la duda.

   El hecho de que el hombre observara la naturaleza no era ya una situación insignificante, sino antes bien, se relacionaba con una modificación radical del objeto observado. El “principio de incertidumbre” de Werner Heisenberg revela esta asombrosa expresión de la teoría cuántica. En él se sostiene que a medida que se conoce con mayor claridad la posición de una partícula, más se ignora su cantidad de movimiento, y a la inversa.    

      Las implicancias teóricas de la mecánica cuántica llegaron a tal punto que la misma naturaleza terminaba por  ser explicaba por complejas ecuaciones matemáticas antes que por sólidas experimentaciones empíricas.  El principio de simetría (basado en ecuaciones matemáticas) desprendido de la filosofía de Platón, repentinamente empezó mayor sentido científico que la concepción atómica y materialista de Demócrito.

   Einstein y Planck se negaron durante toda sus vidas a aceptar esta interpretación de la mecánica cuántica; es muy famosa la frase acuñada por Einstein de que “Dios no juega a los dados con el mundo”.   A su vez, sostenía que la indeterminación que revelaba la mecánica cuántica se debía a la existencia de unas “variables ocultas”, que una vez descubiertas permitirían ver al mundo en forma determinista.  

   Para apoyar su posición, Einstein ideó junto a dos de sus discípulos, un ingenioso experimento mental, que constituye a la conocida paradoja Einstein-Podolski-Rosen (EPR). En ella (basándose en los resultados de su teoría de la relatividad, que explica que ninguna partícula puede viajar más rápido que la velocidad de la luz)  se demuestra claramente, según Einstein, el carácter determinista de la naturaleza y se soluciona el problema de la incertidumbre en la mecánica cuántica.

   En respuesta a este desafiante planteamiento, Niels Bohr propuso la llamada “interpretación de Copenhague”. En ella se sostiene que las propiedades microscópicas de una partícula deben ser consideradas dentro del contexto macroscópico total. Esto significa que en un sistema cuántico, aunque una partícula A y otra B estén separadas por distancias siderales, de todas maneras se encuentran interconectadas. Esto lo ironizó Einstein llamándolo “acción fantasmal a distancia”. 

   Para dilucidar este enigmático problema hacía falta encontrar alguna prueba experimental que apoyara a una de las dos posturas. Y así, en 1965 apareció el teorema o la desigualdad de Bell, que proponía algunas condiciones experimentales como: realidad exterior del observador y la propiedad de localidad (no existe acción instantánea, velocidad máxima: la de la luz). En este marco experimental, si Bohr tuviera razón, en ciertas condiciones el grado de “conexión” entre A y B debería sobrepasar el límite de Bell.

   El momento de la contrastación experimental de este teorema llegó en el año 1982, con el experimento de Aspect. Y se cumplió lo fantástico, lo mágico, lo maravilloso, pues al final, al parecer, no existen variables ocultas y Dios efectivamente juega a los dados con el mundo. Aparentemente Bohr tenía razón.   




Extracto, ampliación y modificación de “Retorno. Ensayo de antropología filosófica”.




Bibliografía:

-Chalmers, Alan. ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Siglo XXI, Buenos Aires, 1982.

-Hawking, Stephen. Historia del tiempo. Grigalbo, Barcelona, 1998.

-Heisenberg, Werner. La imagen de la naturaleza en la física actual. Planeta, Bs As, 1993.

-Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo. Gedisa, Barcellona, 2007.

-Navarro Cordón-Calvo Martínez. Historia de la filosofía. Anaya, Madrid, 1992.

-Popper, Karl. Teoría cuántica y cisma en física. Tecnos, Madrid, 1992.
 

 

 
 


 

 

lunes, 17 de junio de 2013

EL ADMINISTRADOR (CUENTO)



 Numerosos libros estaban dispersos por la oscura habitación, del río subía un lóbrego viento,  que  refrescaba el semblante de Juan, sumido en la ardorosa búsqueda de una respuesta a sus cuestionamientos atormentadores. Levantó el rostro y observó hacia su amplio balcón, donde se dibujaba el crepúsculo asunceno, con la silueta del río que se perdía en la lejanía.  Juan susurraba en el silencio: La gran búsqueda, mi propia vida; soy soldado del infinito y mendigo de la inspiración, pero aun soy perro con el hocico hambriento; desconfío de mi mugre como de las bondades de los hombres; si, soy la naturaleza que camina y que se abre paso a través de ella misma; sagradas son mis alturas y escorias, mis lágrimas y risas, mis muertes, mis vidas...”.
Juan no paraba de escribir en su computador, las ideas rebosaban en su espíritu angustiado.
 Repentinamente todo se había hecho problemático en su vida, su cotidianeidad empezó a mostrarse endeble, al revelar la nada sobre la que estaba asentada. Ya hacía un año que había delegado todos sus negocios, antes de mandar al diablo al mundo.

Luego de unas horas de intenso trabajo sintió el timbre de su silencioso apartamento. Era Vicente, el amigo de Juan que tenía unos campos en Villarrica.
 Luego del desarrollo protocolar de la conversación, Vicente le comentó a Juan que tenía la oportunidad de hacer un buen negocio, pero que le hacía falta un socio, que no sólo aportara algo del imprescindible capital, sino también la presencia física para un control eficaz. Antes de despedirse Vicente le dijo: "Pensé en vos porque siempre me visitaste en mis campos, que ya son tuyos Juan, también por tu conocimiento de la vida, y porque ayer soñé que trabajabas en mi estancia. ¿Sabes qué? No creo mucho en los sueños, pero los respeto, por eso aunque sé que no vas a aceptar mi ofrecimiento vine a dártelo".
 Para la sorpresa de Vicente, Juan le pidió veinticuatro horas para tomar una decisión.

 Reflexionó todo el día, estaba decidido a aceptar la proposición de su amigo, pensaba que un contacto más cercano con la naturaleza le podía aliviar de sus constantes desdichas espirituales.
 Apenas amaneció, Juan hizo una llamada a Vicente, para confirmarle que aceptaba su proposición y que ese mismo día salía hacia Villarrica.

La ventanilla abierta del colectivo dejaba pasar la frescura del viento, mientras el paisaje se movilizaba, recorriendo bosques, cerros, campos, ranchos y cultivos. Juan pensaba en todo su pasado, reviviendo los vericuetos de su vida que parecían desembocar en su decisión de trasladarse al campo.
 Al llegar a la compañía guaireña, en un cruce de la ruta y un largo camino de arena, el colectivo paró.  Al bajarse, Juan sintió una suave brisa que parecía llegar hasta su misma interioridad. Miró a lo lejos, hacia los campos solitarios, donde las cabelleras de los numerosos cocoteros eran estiradas por el soplo del viento.  Empezó a caminar, se sentía en el paraíso, le parecía que todo estaba bien en el mundo, hasta el perro que salió a recibirlo con ladridos de uno de los ranchos vecinos.
 Luego de una caminata de cerca de dos kilómetros, Juan llegó a la estancia donde habría de quedarse. Al costado de la tranquera de acceso moraba un capataz, que ya había visto varias veces a Juan en sus acostumbradas visitas al lugar. Al verlo, lo saludó desde lejos, y caminó hacia él para abrirle el paso, mientras su perro se adelantaba lanzando unos cuantos ladridos que rápidamente fueron duramente reprimidos por el capataz. Juan pasó y se sentó bajo el alero de paja de la casa del guardia. Ya la noche había caído. En el campo la oscuridad estaba poblada de una sublime expresión, con colores en el cielo, con sonidos de ranas, grillos, gallos lejanos, y el triste urutaú.
 Luego de un momento ya la vieja moto del capataz arrancaba, y se dirigía hacia la estancia llevando a éste y a Juan por los intrincados caminos de arena del lugar. A lo lejos Juan vio la tenue iluminación de la estancia, en medio de la inmensidad de una noche cubierta de estrellas. Se entregaba al momento, a la experiencia de un gozo enorme que le producía el lugar. Luego de un momento paró el ronroneo de la moto, ya estaban en la estancia. Un profundo silencio habitaba el lugar, sólo interrumpido por el rumor del viento entre los ramajes de los árboles.
 El capataz fue a buscar enseguida a don Antonio, un hombre de edad que era el encargado de la estancia. Al momento volvieron el capataz y Don Antonio, Juan estaba concentrado admirando a las estrellas.
-Aquí tenemos a una poeta o a un científico –dijo don Antonio al llegar.
-Creo que sólo soy un amante de la sabiduría –dijo Juan sonriendo.
Don Antonio ya conocía de antes a Juan, pues siempre que visitaba el lugar intercambiaban comentarios sobre medicina, magia natural y sobre las tradiciones de la gente del campo. Don Antonio era propietario de unas diez hectáreas colindantes con la propiedad de Vicente, que lo había heredado de su padre, pero nunca las tocó, siempre se conformó con su vida humilde y en contacto cercano con la naturaleza. Aceptó venir a vivir a la estancia de Vicente, como quien puede vivir en cualquier parte, mientras este cerca de su bosque.
-Me comentaron que vas a administrar la estancia –dijo don Antonio.
-Si, creo que esto se presenta como mi destino –dijo Juan como tentando los comentarios de don Antonio.
- Sin lugar a dudas la naturaleza te llevará a tu destino –dijo don Antonio-, aunque tú no quieras; la vida es como una rueda que nunca para de girar, ella nos arrastra y nos enseña, pero debemos permanecer alertar para comprender su dinámica maravillosa.
-Es así –dijo Juan-, aunque no tenga muchos motivos económicos para trasladarme al campo, si tengo motivos espirituales, que me ayudan a comprender que esto es lo que debo hacer.
-El estar seguro de su destino le proporciona al hombre una profunda serenidad –dijo don Antonio-, esa es la auténtica señal de que uno está por el camino propio.
-Si –dijo Juan-, creo que estoy hablando contigo, contemplando esta noche pletórica de estrellas y entendiendo la revelación de la unidad de la naturaleza porque algo se está cumpliendo en mi.
-Todo es Uno –dijo don Antonio-, y por ello podemos reconciliarnos con nuestro pasado, y consagrarlo como nuestro propio destino.

Así conversaron durante largas horas, hasta que a ambos les llegó el sueño. Antes de dormir, Juan se quedo mirando unos minutos el lejano horizonte estrellado, mientras se decía a sí mismo: "Todo es Uno, mi vida toda, mis dolores y el gozo indescriptible del espíritu".

Fin.

(Extracto y modificación de “El problema del sueño. Colección de cuentos”).

viernes, 14 de junio de 2013

EL PROBLEMA DEL MAL EN EL MUNDO



Los griegos

   Para los antiguos pensadores griegos en general, el mal tenía que ver con la ignorancia, es decir, si un hombre era malo, ello se debía a que desconocía el bien. El pensador más representativo de esta postura fue sin lugar a dudas Sócrates, quien impulsó con sus ideas un marcado “intelectualismo moral”. A su vez, con ciertas variantes, pero sin alejarse mucho de esa misma tendencia, Platón y Aristóteles continuaron la senda abierta por el ejemplar maestro.
   A pesar de esta postura, que como ya dijimos era generalizada entre griegos, también habían voces dispares en relación a los límites del conocimiento, en especial por parte de los sofistas que en ética proponían el convencionalismo y como postura gnoseológica postulaban el escepticismo y el relativismo. La fuente de esta limitación del conocimiento radicaba para los sofistas en la fuerte influencia de los componentes irracionales de la vida humana sobre aquello que conocemos. 

El cristianismo  

   Con el advenimiento del cristianismo al panorama intelectual de occidente, el problema del mal alcanzó una nueva orientación, ya no tenía que ver principalmente con una imperfección del conocimiento, sino con una falta que todo ser humano traía desde su mismo nacimiento, el “pecado original”. En esta perspectiva  no se  llega al  saber supremo sobre mundo y la humanidad  a través del esfuerzo en el cultivo de la razón, sino mediante un regalo otorgado por la divinidad. San Agustín hablaba de “iluminación”, graficando elocuentemente  la fuerte preponderancia que posee el sentido de la vista en el ser humano. La fe ciega viene así a constituirse en  una especie de contracara de la mera racionalidad, o en otras palabras, el voluntarismo, el querer porque si, frente a la razón que expone motivos.
   Para Agustín, y para el agustinismo en general, el pecado original viene aparejado con consecuencias funestas para el conocimiento, pues la condición corrompida de la naturaleza humana establece limitaciones infranqueables para la razón. Ante esta situación viene en auxilio la fe, que predispone al hombre a recibir la súbita revelación de Dios, que traerá la claridad y el apaciguamiento de la mente atormentada.
   El agustinismo, corriente espiritual que parte a su vez de Platón, se difundirá a lo largo de toda la edad media a través de importantes filósofos y teólogos,  para desembocar finalmente desde el siglo XIII en los pensadores franciscanos y a principios de la edad moderna en la corriente protestante.

La modernidad

A través de un proceso de fortalecimiento de una razón autónoma y secularizada,  que se aceleró desde el siglo XV, y que maduró con la ilustración del siglo XVIII, se da una conversión en clave racionalista de los grandes problemas y respuestas  de las líneas generales del pensamiento medieval.
   Uno de los principales ejemplos de este proceso de secularización fue el sentido que fue adquiriendo el problema del mal en el mundo. Así, frente a la idea de la providencia, como la guía de Dios de los sucesos del mundo hacia la salvación final, la ilustración propone la noción de progreso, como un despliegue en la sociedad de los principios de la razón (en especial a través de la ciencia) hacia la plena realización de las posibilidades humanas.
   Como ejemplos notables de enfoques sobre el problema del mal en la modernidad, tomemos a dos grandes pensadores sociales: Tomas Hobbes y Jean-Jaques Rousseau. Hobbes consideraba que el hombre era malo por naturaleza (siguiendo así en forma secularizada la postura defendida por el protestantismo) por lo cual para hacer posible la convivencia social era necesaria la existencia de un estado dictatorial, que Hobbes relacionó simbólicamente con el Leviathan bíblico, un verdadero monstruo artificial. En contrapartida, Rousseau sostenía que el hombre era innatamente bueno, y era la sociedad la que estaba corrompida por haberse alejado de los caminos de la naturaleza.   
   Una fuerte reacción a los afanes de eliminar el mal a través de los esquemas de la razón lo constituyó el romanticismo (en auge en el siglo XIX). Este movimiento espiritual sostenía la preeminencia del sentimiento sobre la razón, de la nacionalidad sobre el cosmopolitismo uniformizante, y la interpretación de la naturaleza como fuente de sabiduría y de experiencias estéticas antes que como una burda ocasión para la ganancia.
   Cuando la idea del genio romántico es trasladada al campo político, surgen las deplorables formas del líder autoritario que cree estar destinado a llevar a la patria al retorno a una mítica edad de oro, en donde en el origen de los tiempos reinaba la suprema perfección de la existencia humana. Como vemos, este tipo de posturas sigue considerando que el mal se encuentra enraizado en la sociedad, y no en la misma naturaleza humana, sólo que a diferencia de la ilustración y de la modernidad en general, la salida de esta situación no se encuentra en el futuro, sino en el retorno al origen, de la mano del mesías-genio de la patria. 
   El problema del mal en el mundo desemboca finalmente en la “crisis de los fundamentos”, lo que nos puede llevar quizá a una nueva comprensión de las ideologías que pretendían poseer las recetas incuestionables para alcanzar una tierra sin mal.

(Extracto y ampliación de “En torno a un mundo gris”.

Bibliografía:
-Garcia Venturini, Jorge. Filosofía de la historia. Gredos, Madrid, 1972.
-Giner, Salvador. Historia del pensamiento social. Ariel, Barcelona, 1966.
-León Helman, Robert. De pie sobre el abismo. Interiora terrae, Asunción, 2012.
-Lyon, David. Postmodernidad. Alianza, Madrid, 1996.
-Morin, Edgar. El método 3. Catedra, Madrid, 1998.
-Navarro Cordón-Calvo Martínez. Historia de la filosofía. Anaya, Madrid, 1992.