lunes, 4 de noviembre de 2013

PERIODO DE GESTACIÓN DE LA IDEA DEL PARAGUAY


 En el periodo de gestación, que abarca toda la época colonial,  se fue formando lentamente el alma del Paraguay, en medio de las peculiaridades geográficas y sociales, en medio de los desafíos constantes y las luchas por emerger a la luz. Como estadios resaltantes de esta originaria etapa tenemos a los símbolos de las reducciones jesuíticas y la revolución comunera.

   Los jesuitas. El lema seguido obstinadamente por los jesuitas en el Paraguay rezaba: “El reino de Dios sobre la tierra”. Al parecer, tratando de concretar tal afán, los hombres de Ignacio de Loyola siguieron casi al pie de la letra las recetas dadas por Platón en su obra “La República”. ¿Qué tendrá este genio griego que pudo infiltrarse delicadamente incluso entre las junglas impenetrables del Paraguay del siglo XVII? En fin, las reducciones se convirtieron en una suerte de estado comunista de raíces religiosas, con un curioso aislamiento hacia mundo exterior que al parecer, en algunos periodos de tiempo, ni la  misma iglesia romana podía ya violar.

   La revolución comunera. Pero si vimos una orientación comunista y aislacionista con los jesuitas en la gestación del alma del Paraguay, con la revolución comunera tenemos plantada la semilla para la rebeldía, a través de la crítica y la libertad. De hecho pareciera que en todo lo existente coexisten estas dos tendencias fundamentales, una fuerza centrípeta (de aislamiento y búsqueda de la serenidad) y otra centrifuga (de inconformismo y búsqueda del cambio).
 
 
 
(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”)
 
 
 

lunes, 28 de octubre de 2013

GENERALIDADES SOBRE LA IDEA DEL PARAGUAY


  Si partimos del presupuesto de que el Paraguay es una "Idea", entonces, siguiendo a Goethe y a Spengler podemos decir que ella se expresa tanto histórica como orgánicamente.

  Pero detengámonos antes de continuar en una consideración teórica. La Idea del Paraguay no pretender ser la explicación última e incuestionable de la cultura paraguaya, es simplemente un esbozo de pensamientos que antes que nada buscan un sentido y un valor estético, y sólo en segundo lugar quizá una motivación para los estudios formales en las áreas de las ciencias humanas.

  Pero ¿Qué queremos decir cuando aludimos a un sentido estético? Lo estético tiene que ver con una experiencia que nos hace ver al mundo como un gran espectáculo, más allá de las  miserias y contrariedades que encontramos en la vida cotidiana. Pero lo estético no constituye precisamente una evasión de la realidad, puesto que podemos estar seguros que lo real mismo está en cuestión con la crisis de los fundamentos de la razón. Vivir el mundo estéticamente implica a la par que un goce espiritual, una crítica a las condiciones miserables de existencia a las que el hombre se somete en su cotidianeidad.

  Entonces, hecha esta aclaración, podemos decir que la Idea del Paraguay se expresa en la historia paraguaya, con un carácter orgánico, que va desde un periodo previo de gestación, pasa por la edad de oro de la niñez, por los ideales de la juventud, por la fortaleza, seguridad, la auto-conciencia de la madurez, hasta llegar a la sabiduría, el hastío y el desengaño de la vejez.

  Luego de ver el marco de estudio planteado, podemos considerar que Justo Prieto hacia los años 50 también había planteado algo similar. Sin embargo, el carácter estético y hermenéutico que le queremos dar a este estudio, constituye su peculiaridad, y más aun, debemos considerar que nuestro enfoque pretende antes que nada ser filosófico, y sólo en un sentido secundario, histórico.
 
(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”).
 
 
 

viernes, 25 de octubre de 2013

EN TORNO A NATALICIO GONZÁLEZ


   Es notable en los más conocidos escritos de Natalicio González (como "Proceso y formación de la cultura paraguaya" o "El Paraguay eterno") su fuerte cercanía a las ideas de grandes pensadores románticos, vitalistas, e historicistas alemanes (Herder, Schelling, Fichte, Spengler,) articulados brillantemente con enfoques de pensadores franceses (Ernest Renan, Hippolyte Taine) y pensadores paraguayos (Blas Garay, Juan E O’leary, Manuel Domínguez) logrando así una amalgama original y ricamente estética.

  La obra de Natalicio González está llena de estéticos dones, y es a ellos a los que queremos resaltar de las incursiones por la espesura de sus inolvidables textos. La faceta política de su pensamiento, aunque la consideramos de importancia para un análisis integral de su obra, a lo sumo sirve como espacio para una deconstrucción crítica de sus afanes totalitarios. Y precisamente, del debilitamiento de sus bases dogmáticas surge y se afianza el sentido estético de nuestra interpretación. Nuestra tarea quizá sea tener en el aire las ideas de Natalicio González, tal como de hecho está todo el pensamiento occidental, en medio de la reinante crisis de los fundamentos, que afecta tanto a la ciencia como a la filosofía.  

  Dice Natalicio González al inicio de "El Paraguay Eterno" (título muy sugestivo por cierto): "El Paraguay es una entidad espiritual típicamente americana". Esto para nosotros quiere decir en pocas palabras que el  Paraguay es una Idea. Esto a su vez lo apuntó claramente el colombiano Victor Franck, aludiendo a la existencia de un “concepto platónico-goetheano del “Arquetipo”  -que encontramos en la obra de J. Natalicio González en la acepción aristotélica de un germen y un fin espirituales del hombre y la sociedad paraguayas”[1]

   A partir de aquí, y desde el estudio y la interpretación de la obra del pensador paraguayo, tenemos un fuerte lazo con el sentido estético que la palabra "Idea" encuentra ya sea en Platón, en el neoplatonismo, en Goethe, en Schelling, en Schopenhauer, en Spengler, en Mircea Eliade, o en Carl Jung. A propósito recordemos las palabras de Goethe “La forma (o la Idea) es movediza, cambiante, transitoria. La morfología o teoría de las formas es teoría de las mutaciones. La doctrina de la metamorfosis es la clave que nos permite descifrar todos los signos de la naturaleza”[2]. Y Oswald Spengler extenderá este método a todas las formas culturales.

  La noción de Idea del Paraguay emerge de la obra de Natalicio González y el pensamiento paraguayo, y toma vuelos estéticos, hermenéuticos y nihilistas. El camino que nos queda por recorrer es infinito, sean las obras de nuestro genial pensador guaireño la invitación para hacerlo[3].

(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”).



[1] De Espíritu y camino de Hispanoamérica. Citado en Dávalos-Livieres, El Problema de la historia del Paraguay; en Bosio-Devés, Pensamiento paraguayo del siglo XX. Intercontinental, Asunción, 2006, p 180. 
[2] Citado den Spengler, Oswald. La decadencia de occidente, T 1. Espasa-Calpe, Madrid, 1958, p 142.
[3] Podemos animarnos a plantear que el legado de la filosofía diletante paraguaya, que tiene a Natalicio González como a uno de sus principales representantes, es tomado en distintas medidas por una pléyade de maestros y filósofos que constituyen la primera generación de la filosofía académica en el Paraguay, nos referimos a Laureano Pelayo García, Adriano Irala Burgos, Juan Santiago Dávalos, Secundino Núñez, Vicente Sarubbi, Eduardo Torreani Cuevas, y otros. A partir de esta generación intelectual-filosófica, se despliega hasta nuestros tiempos lo que podemos llamar una tradición filosófica-académica, no demasiado notoria, pero sin embargo existente.

jueves, 24 de octubre de 2013

LAS LINEAS DE IDEAS DEL NOVECENTISMO


Luego de la tragedia de la guerra grande, el Paraguay tuvo que reacomodarse a un vivir plagado de carencias y malestares; al viejo optimismo de la edad oro de los López, le sucedió una visión pesimista y gris, un valle de lágrimas convertido en patria. El trabajo de reafirmación de los ánimos fue lento, tal como la convalecencias de un enfermo; en 1893, un grupo de brillantes estudiosos surge de la novel universidad nacional de Asunción. El periodo juvenil de la cultura paraguaya empezaba a florecer.  

 En aquel tiempo, en toda Latinoamérica el positivismo había sido utilizado como un trampolín para independizarse intelectualmente de España, llegando a ocupar una posición análoga a la de la ilustración para los europeos. Y así, de alguna manera el romanticismo fue la reacción del sentimiento, de la voluntad, a las frías y mecánicas construcciones racionalizadoras de la ilustración. Y ¿en Latinoamérica como se reaccionó a los excesos del positivismo? El mejicano Octavio Paz nos explica que con la sublime y espiritual aventura del modernismo literario: “El modernismo fue un estado del espíritu. O más  exactamente: por haber sido una respuesta de la imaginación y la sensibilidad al positivismo y a su visión helada de la realidad, por haber sido un estado de espíritu, pudo ser un autentico movimiento poético”[1].

 Volvamos entonces al Paraguay. Nuestro modernismo literario (marcado por la romántica figura de Manuel Ortiz Guerrero) coincidió con el periodo cultural llamado "el novecentismo", integrado por inolvidables escritores y estudiosos como Blas Garay, Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Juan E Oleary, Manuel Gondra, Fulgencio R Moreno, y otros. Como podemos apreciar citando estos nombres, el novecentismo viene a ser el espacio intelectual en el cual se ponen frente a frente el positivismo y el espíritu vitalista e historicista que explosionó con el modernismo literario (sin dejar de reconocer que en algunos autores conviven ambas orientaciones).

  Tenemos entonces en el origen de la cultura paraguaya moderna principalmente a dos líneas de ideas bien marcadas, por una parte la dirección positivista, encabezada por Cecilio Báez, Manuel Gondra y otros; por otra parte la dirección vitalista e historicista, que agrupa a Juan E O’leary, Manuel Domínguez, y en una generación posterior a Natalicio González (quizá en sentido estricto no podemos llamar a Natalicio un novecentista, siendo no obstante uno de los principales herederos intelectuales de este periodo cultural).

   Pero aun existe una tercera línea, a la que podemos llamar socialista, que se desarrolló tímidamente durante las primeras décadas del siglo XX. Esta posición intelectual tiene a Rafael Barret como a su iniciador, y tal vez como a su principal representante. Al parecer se tuvo que esperar varias de décadas luego de la muerte del pensador español para recuperar otra figura intelectual de su fuste, y en efecto, recién hacia los años 60 aparece Oscar Creydt, reavivando en cierta medida el discurso socialista en la esfera cultural paraguaya.

(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”)


[1] Paz, Octavio. Los hijos del limo. Seix Barrail, Mexico, p 129.

miércoles, 23 de octubre de 2013

VISIÓN DEL HOMBRE DEL PARAGUAY SEMINAL


   El hombre de la ciudad va perdiendo progresivamente la capacidad de escuchar a la naturaleza, pues todo lo empieza a dominar el sentido de la vista,  que estimula la apresurada y tortuosa búsqueda del “ser más y mejor”. En cambio, el hombre del campo –o de la cultura seminal- posee simbólicamente una  especie de tercer ojo oriental, manifestado en una profunda intuición, desarrollada a través del contacto intimo con la naturaleza (lo que se ve reflejada en el mismo carácter descriptivo de la lengua guaraní).

   El arandú o sabio (término que al parecer proviene de la conjunción de “ara” tiempo, y  ñandú”, sentir) es aquel que ha logrado una “integración al universo, cuyo palpitar siente y presiente. Para esta  sabiduría no se requiere un vasto conocimiento sino la actitud medio mística de sentirse parte integrante de la naturaleza”[1].

   Pero insistamos en la alusión al tiempo o “ara” en el espíritu del sabio del campo. Dice Oswald Spengler: “Si contemplamos una realidad en su forma memorativa, aparece a nuestros ojos el mundo de Platón, Rembrandt, Goethe, Beethoven”[2]. La memoria no se relaciona sólo con recordar los sucesos acontecidos en la cotidianeidad, sino también con contemplar los arquetipos, formas, o Ideas que constituyen a cada cultura en particular. Pero ¿Qué tiene que ver Platón y los demás genios citados con el arandú ka’aty del campo paraguayo? Similar pregunta se habrá hecho Mircea Eliade en relación con las ontologías arcaicas antes de responder que: “Seria, pues, posible decir que esa ontología “primitiva” tiene una estructura platónica, y Platón podría ser considerado en este caso como el filósofo por excelencia de la “mentalidad primitiva”, o sea como el pensador que consiguió valorar filosóficamente los modos de existencia y de comportamiento de la humanidad arcaica”[3].

   En relación con esta actitud del hombre del agro, no podemos decir que exista un predominio ni del carácter físico ni del espiritual, lo que al parecer tenemos es una conjunción dialógica entre lo físico y lo anímico. Un ejemplo elocuente de ello lo tenemos con el uso del término py’a, entrañas, vientre o estómago, que es utilizado también cuando se hace alusión a los sentimientos, o incluso a una intuición o conocimiento inmediato sobre el hombre, los acontecimientos o las cosas.

   El hombre seminal está emparentado íntimamente con el mundo que lo rodea, constituye un microcosmos que repite en sus actos y pensamientos a un macrocosmos que se manifiesta a través de los ciclos naturales. En efecto, gracias a la captación de esas repeticiones llena de sentido trascendente sus trabajos cotidianos y sus actividades sociales.

(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”)


[1] Vera, Saro. El paraguayo, p 140.
[2] Spengler, Oswald. La decadencia de occidente, t 1, p 138.
[3] Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno, p 46.

martes, 22 de octubre de 2013

EL TERERÉ


   La ronda del tereré constituye un maravilloso ritual que equipara mágicamente el estado de ánimo de los que participan del encuentro. El desayuno, que generalmente se hace a base de maíz, mandioca y leche, constituye a su vez el “tereré rupá” o lecho sobre el cual descansará luego la refrescante bebida.

   En el campo el tereré nunca se bebe sin el acompañamiento de alguna hierba medicinal, que a la par que potencia el poder curativo  de la yerba mate, a la vez le dar ese sabor netamente natural. Entre las plantas más preferidas se encuentran la menta’í, el cedrón Paraguay y capi’í, el taropé, perdurilla, para para‘í, culandrillo, etc.

   Durante el círculo se hablan de diversos temas, dependiendo de los intereses y empresas de los participantes, pero en los encuentros con los llamados arandú ka’aty, los temas van desde los análisis del comportamiento humano, hasta la alusión a leyendas, mitos, o recuerdos históricos, pasando por los consejos sobre medicina natural.

   Cuando la conversación está interesante, el tereré se prolonga más de lo acostumbrado, como si en verdad esta noble bebida fuera la catalizadora de los pensamientos y emociones que fluyen como el agua salutífera que circula por las entrañas.

(Extracto de “Elogio a la vida del campo”)

 

lunes, 21 de octubre de 2013

VISIÓN DE MUNDO DEL PARAGUAY SEMINAL


   El fuerte carácter descriptivo que posee la lengua guaraní, condiciona  la interpretación que el paraguayo expresa sobre la naturaleza y el hombre. El hecho de esta intensa cercanía del guaraní con el medio natural nos muestra un parentesco significativo con una visión cíclica del cosmos. A partir de ello tal vez pueda entenderse mejor porque la modernidad resulta algo que no termina nunca de implantarse en el Paraguay, y quizá, luego de la crisis de los paradigmas modernos, tampoco existan ya muchas motivaciones para ello.

   La rueda del tiempo gira eternamente, repitiendo los ciclos naturales y humanos, con la naturalidad del crecimiento de los cultivos con que al hombre de tierra adentro se mantiene con vida. Los periodos de temporada, de la luna, de semana santa, de las fiestas de San Juan,  del carrulín, etc, expresan la necesidad con que el paraguayo espera la repetición del tiempo y de los arquetipos.

   Aludiendo al carácter descriptivo del guaraní, Saro Vera llama  al paraguayo “un hombre fuera de su mundo”, lo que nos deja la imagen de un hombre sin interioridad, sin alma. Lo que éste autor sostiene es que el paraguayo no se entretiene con los espacios meramente abstractos del pensamiento, lo que a nuestro entender tampoco debería implicar que se encuentra “fuera de su mundo”. El pensamiento racional y técnico  desarrollado con preferencia en la cultura moderna, no define a la inteligencia y a la interioridad, es apenas uno de los factores que lo constituyen. Por supuesto, el autor trata de describir al paraguayo en su integridad, no trata de reducirlo, pero tal vez el subtitulo elegido no haya sido el más afortunado.

   Pero el idioma seminal del paraguayo no es sólo el guaraní, es una conjunción compleja del guaraní con el castellano, que en la mayoría de los habitantes se concreta en el “jopará” o mezcla idiomática. En el principio el guaraní posee una fuerte preponderancia, en medio de una vida agraria y despreocupada del tiempo lineal; pero con el paso del tiempo y con los aires urbanizadores, el castellano se va imponiendo, a través de un triunfo patético, que no revela gloria alguna.

   El carácter oral de esta fructífera conjunción lingüística hace que proliferen modos peculiares de comunicación, como el “radio so’ó” o el “ñe’e mbegué”, modos de informales de difusión de la información que propician el surgimiento de lo fabuloso en medio mismo de lo cotidiano. A veces parece difícil creerlo, pero el realismo mágico se difunde por las calles con la naturalidad de un saludo, como por ejemplo los frecuentes comentarios sobre el enigmático “plata ybyguy”, el telúrico tesoro que alimentan el imaginario colectivo.

   La Idea del Paraguay se proyecta a su vez desde la intuición que despiertan sus formas geográficas, como sus paisajes campesinos, cargados de una espesa belleza natural; los angostos senderos (tapé po’í) que conectan ranchos, chacras y bosques; el flujo sereno y melodioso de los arroyos; la soledad y el mutismo de los campos de cultivo; todo esto que con el despliegue orgánico e histórico  se proyecta hacia los lúgubres y estruendosos espacios urbanos.          

   Es posible así rememorar a un pensamiento enraizado en la tierra y en el idioma, en una emoción que emerge de la unidad mística entre el mundo y el lenguaje, entre la naturaleza y el hombre. 

(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”)

 

viernes, 18 de octubre de 2013

INTRODUCCIÓN A LA IDEA DEL PARAGUAY


   Ya no estamos para postular un historicismo con aspiraciones políticas, sin embargo, el campo de lo estético se nos ha abierto ampliamente, de modo tal que podemos aventurarnos a interpretaciones filosóficas de la historia y de la cosmovisión paraguaya, que nos den una perspectiva íntegra y a la vez débil, que no solamente nos proporcione conocimiento, sino también goces espirituales. Así entonces, la “Idea” del Paraguay se nos abre como un camino renovado para el conocimiento estético.

   Las reflexiones de Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch, Octavio Paz, sobre la filosofía latinoamericana que anida en lo profundo de las distintas manifestaciones culturales de los pueblos latinoamericanos, unido a los trabajos crítico-históricos de pensadores paraguayos como Adriano Irala Burgos, Juan Santiago Dávalos y Lorenzo Liveres Banks[1] (a pesar de sus afanes destructivos), nos dan a entender que el sendero del pensamiento desde Latinoamérica y el Paraguay nos conduce hacia horizontes aun insospechados. A propósito, aludiendo a las cuatro matrices narrativas de la historia paraguaya propuestas por Darío Sarah[2], podemos estar seguros, como el autor parece indicarlo, que podemos ampliar las formas en las que nos conocemos e interpretamos, incluso si esas formas tienen afanes meramente estéticos. Ajustando términos, estaríamos asociando al máximo ficción y realidad. Al contrario de lo que espera Sarah, no proponemos una “mejor” interpretación de la historia cultural del Paraguay, logro que miramos con desconfianza, lo que si nos atrevemos a realizar es “otra” visión de ella.

   En medio de la dialógica entre la comprensión y la explicación, no está por demás decir que las pretensiones meramente estéticas de la Idea del Paraguay revelan una preeminencia inapelable de la comprensión. Así, la misma búsqueda de objetividad pasa intencionadamente a un segundo plano.  Sumidos en el microcosmos paraguayo, marcharemos hacia la aventura de repetir un macrocosmos universal debilitado.

   Siguiendo la contraposición de Helio Vera[3], no podemos decir que la Idea del Paraguay se relacione con el Paraguay de gua’u o el Paraguay te’ete,  diferenciación que creemos no es fácilmente realizable. La Idea del Paraguay se sustenta en el estudio y la vivencia del mundo simbólico, mítico y mágico de la cultura paraguaya. ¿Es el auténtico Paraguay aquel que es descripto por las metódicas ciencias humanas?  La crisis de los fundamentos de la razón nos permite  creer que una lectura estética y hermenéutica también es posible y hasta necesaria.

   Así, la consideración del Paraguay por parte de Natalicio González, como un arquetipo (o una Idea), no es más que la constatación que el pensador guaireño ha hecho de la preponderancia del pensamiento simbólico-mítico-mágico sobre el empírico-racional-técnico en la cultura paraguaya.  Y hablar de la Idea del Paraguay es tratar de permanecer en ese marco maravilloso.

(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”)

 

 



[1]Cfr. Irala Burgos. La epistemología de la historia en el Paraguay; Dávalos-Livieres. El problema de la historia del Paraguay.
[2]  Sarah, Darío. Prólogo a “Una contribución al estudio de la sociedad paraguaya” de Mauricio Schvartzman.
[3] Vera, Helio. En busca del hueso perdido, cap III

jueves, 17 de octubre de 2013

EL MAL EN EL HOMBRE Y EN LA SOCIEDAD


   El mal no constituye sólo un problema religioso o teológico, puesto que se relaciona con el intento de disminuir el sufrimiento y los infortunios tanto de los individuos aislados como de las sociedades todas. El problema ha tomado distintos matices a lo largo de la historia, manteniendo no obstante una línea teórica que conecta a cada estadio de su desarrollo.

Sociedades arcaicas

   En las sociedades arcaicas, las distintas formas que el mal fue tomando, sea sufrimiento individual, pérdida de cosechas, guerras, pestilencias, etc, fueron abordadas desde las coordenadas que Mircea Eliade denominó “arquetipos y repetición”.  A través de la vivencia de sus arquetipos sagrados, o a la repetición de los actos ejemplares de los antepasados en el inicio de los tiempos, los hombres de las primeras sociedades humanas abolían el carácter angustiante de la historia.

Los griegos

   Para los antiguos pensadores griegos en general, el mal tenía que ver con la ignorancia, es decir, si un hombre era malo, ello se debía a que desconocía el bien. El pensador más representativo de esta postura fue sin lugar a dudas Sócrates, quien impulsó con sus ideas un marcado “intelectualismo moral”. A su vez, con ciertas variantes, pero sin alejarse mucho de esa misma tendencia, Platón y Aristóteles continuaron la senda abierta por el ejemplar maestro.

   Frente a esta orientación, que como ya dijimos era generalizada entre griegos, también habían voces dispares en relación a los límites del conocimiento, en especial por parte de los sofistas que en el campo de la ética proponían el convencionalismo y como postura gnoseológica postulaban el escepticismo y el relativismo. La fuente de esta limitación del conocimiento radicaba para los sofistas en la fuerte influencia de los componentes irracionales de la vida humana sobre aquello que conocemos. 

El cristianismo  

   Con el advenimiento del cristianismo al panorama intelectual de occidente, el problema del mal alcanzó un nuevo direccionamiento, ya no tenía que ver principalmente con una imperfección del conocimiento, sino con una falta que todo ser humano traía desde su mismo nacimiento, el “pecado original”. En esta perspectiva  no se  llega al  saber supremo sobre mundo y la humanidad  a través del esfuerzo en el cultivo de la razón, sino mediante un regalo otorgado por la divinidad. San Agustín hablaba de “iluminación”, graficando elocuentemente  la fuerte preponderancia que posee el sentido de la vista en el ser humano. La fe ciega viene así a constituirse en  una especie de contracara de la mera racionalidad, o en otras palabras, el voluntarismo, el querer porque si, frente a la razón que expone motivos.

   Para Agustín, y para el agustinismo en general, el pecado original viene aparejado con consecuencias funestas para el conocimiento, pues la condición corrompida de la naturaleza humana establece limitaciones infranqueables para la razón. Ante esta situación viene en auxilio la fe, que predispone al hombre a recibir la súbita revelación de Dios, que traerá la claridad y el apaciguamiento de la mente atormentada.

   El agustinismo, corriente espiritual que parte a su vez de Platón, se difundirá a lo largo de toda la edad media a través de importantes filósofos y teólogos,  para desembocar finalmente desde el siglo XIII en los pensadores franciscanos y a principios de la edad moderna en la corriente protestante.

   En el siglo XIV se registra una singular crisis de los alcances de la razón, para conocer no sólo al hombre y al mundo, sino al mismo Dios. Exponentes de esta situación de incertidumbre del conocimiento racional serán los pensadores franciscanos Dans Escoto y Guillermo de Ockam. Como reacción no se tendrán sólo la resignación y el escepticismo, sino motivaciones intensificadas para recorrer el camino de la mística, que ofrece la unión con la divinidad, trascendiendo las limitaciones del entendimiento. El maestro Eckardt es uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de posturas.

El modernismo

   A través de un proceso de fortalecimiento de una razón autónoma y secularizada,  que se aceleró desde el siglo XV, y que maduró con la ilustración del siglo XVIII, se da una conversión en clave racionalista de los grandes problemas y respuestas  de las líneas generales del pensamiento medieval.

   Uno de los principales ejemplos de este proceso de secularización fue el sentido que fue adquiriendo el problema del mal en el mundo. Así, frente a la idea de la providencia, como la guía de Dios de los sucesos del mundo hacia la salvación final, la ilustración propone la noción de progreso, como un despliegue en la sociedad de los principios de la razón (en especial a través de la ciencia) hacia la plena realización de las posibilidades humanas.

   Como ejemplos notables de enfoques sobre el problema del mal en la modernidad, tomemos a dos grandes pensadores sociales: Tomas Hobbes y Jean-Jaques Rousseau.

   Hobbes consideraba que el hombre era malo por naturaleza (siguiendo así en forma secularizada la postura defendida por el protestantismo) por lo cual para hacer posible la convivencia social era necesaria la existencia de un estado dictatorial, que Hobbes relacionó simbólicamente con el Leviathan bíblico, un verdadero monstruo artificial.

   En contrapartida, Rousseau sostenía que el hombre era innatamente bueno, y era la sociedad la que estaba corrompida por haberse alejado de los caminos de la naturaleza. Este pensador suizo fue uno de los primeros en plantear una crítica a los supuestos progresos del mundo moderno, que no se compadecían con los avances en el campo moral y social. Con estas posturas, Rousseau se constituyó en un peculiar precursor del pensamiento romántico que florecerá en occidente en la primera mitad del siglo XIX.  Esto se refleja de manera notable en sus ideas sobre la educación. Su conocida obra “El Emilio” relata el proceso formativo de un niño que ha sido aislado de la sociedad (tan criticada por Rousseau) para vivir en contacto cercano con la naturaleza, acompañado únicamente por su filosófico tutor.

   En líneas generales se piensa que el idealismo alemán constituye la vertiente teórica de la revolución francesa, opinión que podemos decir se cumple en forma más plena en Friedrich Hegel, para quien el despliegue histórico de la Razón debería llegar al estadio utópico de la totalidad. Para Hegel, el individuo sólo alcanzaría su realización en el estado, suprema manifestación del Espíritu Absoluto. 

   Carl Marx pondrá de cabeza el idealismo hegeliano y arrancará de los cielos abstractos la salvación de la humanidad, para plantarla en nuestra tierra de  desdichas y esclavitudes. Transacción que no evita la imagen irónica que nos deja el intento inútil y desesperado del hombre de evitar a toda costa el dolor que viene aparejado con el mal social.  Estas ideas traspasadas al campo social implicarían la anulación del individuo a favor de estructuras de poder totalitarias, ya sean comunistas o fascistas.

   Pero si hablamos de ironías y acaso de una expresión hastiada y descreída sobre las capacidades del hombre de llegar a un mundo paradisiaco, debemos recordarnos de las ideas del pesimista Arthur Schopenhauer. Influenciado por el pensamiento oriental, en especial por el budismo, Schopenhauer veía al mundo como un valle de lágrimas, como un lugar de penitencia y lamentaciones antes que como el camino hacia el progreso y la plenitud del género humano. Suscribe la frase de Calderón de la Barca: “Porque el peor pecado del hombre es haber nacido”, pues para Schopenhauer “vivir es padecer”. Como se ve, esta perspectiva retorna en forma secularizada al dogma cristiano del pecado original, de una maldad innata del hombre que proyecta sus efectos sobre las mismas posibilidades del conocimiento y de la felicidad social.

   Una fuerte reacción a los afanes de eliminar el mal a través de los esquemas de la razón lo constituyó el romanticismo (en auge en el siglo XIX). Este movimiento espiritual sostenía la preeminencia del sentimiento sobre la razón, de la nacionalidad sobre el cosmopolitismo uniformizante, y la interpretación de la naturaleza como fuente de sabiduría y de experiencias estéticas antes que como una burda ocasión para la ganancia.

   Cuando la idea del genio romántico es trasladada al campo político, surgen las deplorables formas del líder autoritario que cree estar destinado a llevar a la patria al retorno a una mítica edad de oro, en donde en el origen de los tiempos reinaba la suprema perfección de la existencia humana. Como vemos, este tipo de posturas sigue considerando que el mal se encuentra enraizado en la sociedad, y no en la misma naturaleza humana, sólo que a diferencia de la ilustración y de la modernidad en general, la salida de esta situación no se encuentra en el futuro, sino en el retorno al origen, de la mano del mesías-genio de la patria. 

   El problema del mal en el mundo desemboca finalmente en la “crisis de los fundamentos”[1], lo que nos puede llevar quizá a una nueva comprensión de las ideologías que pretendían poseer las recetas incuestionables para alcanzar una tierra sin mal.

   Esta crisis de los fundamentos fue anunciada ya por Nietzsche en el siglo XIX con su proclamación de la muerte de Dios. ¿Pero qué pasa con el mal cuando muerte Dios? ¿No era precisamente el mal un problema terrible por la creencia misma en la existencia de Dios? Una de las obras más conocidas de Nietzsche lleva por título “Más allá del bien y del mal”, en donde se lleva a cabo una crítica radical a la metafísica y a la moral tradicionales. ¿Acaso es ahora el superhombre el que debe determinar su bien y su mal? Tal vez más allá del bien y del mal no se nos muestre sino la misma nada.



 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”)
 



 



[1]  Ver apartado correspondiente

miércoles, 16 de octubre de 2013

LAS POSIBILIDADES DE LOGRAR UN SENTIDO CRÍTICO SOCIAL


   La crisis de los fundamentos nos lleva directamente a la reflexión sobre las posibilidades de que se concrete plenamente un sentido crítico social sobre los léxicos, cosmovisiones o paradigmas reinantes.

   Tal vez en el marco de las masas sociales esto constituiría para nosotros una especie de utopía, desde el momento en que consideramos que la vivencia plena de este debilitamiento de la razón (la crisis de los fundamentos nos revela tal debilitamiento) implica un cambio radical en la naturaleza del sujeto, que deja su condición íntegra y fundante (a la par que narcisista, puesto que la noción gnoseológica debe asociarse con la cotidiana), para hacerse “débil”. Así, de lo anterior podemos comprender que asumir contemplativamente nuestra crítica situación, nos abriría a una visión estética del mundo, del hombre y de la sociedad.

   Esto, insistiendo en el tema, no puede ser propuesto a un nivel social debido a las limitaciones y condicionamientos de variada gama a las que desde siempre se halla sometida la inmensa mayoría de los seres humanos. A las masas no les basta la vivencia meramente estética de los arquetipos, necesitan que ellos se concreten en ideologías para que los guíen y conforten  en medio de la vida cotidiana; o en palabras de Donald Davidson, necesitan que el uso “metafórico” del lenguaje pase un uso “literal”.   

   El cultivo espiritual (marco en el cual se desarrolla la contemplación estética) de hecho va a contramano con la tendencia relajada y despreocupada del mundo consumista, que se muestra reacio a los llamados a la disciplina y al sacrificio. Pero el intento de establecer las condiciones interiores para que la experiencia estética advenga, no implica el anuncio de una nueva verdad, antes bien, la confirmación de la nada que  sustenta a todo lo que conocemos y hacemos. Así, el desierto espiritual y la sociedad putrefacta no anulan nuestras posibilidades anímicas, las estimulan en formas renovadas.

   De todas maneras, aunque al parecer está lejos de nuestras posibilidades una crítica radical de nuestra sociedad establecida, por parte de las masas, si es posible que por lo menos una crítica moderada se desenvuelva. Y no basta con  escupir indignación y cólera por los medios de comunicación, como si la crítica se tratara sólo de un ronquido salvaje y ofuscado contra los administradores de turno; no, ella debe desenvolverse desde la argumentación sana y el diálogo abierto y tolerante.

   En el ámbito social nos queda entonces la opción de dar “un paso más”[1] en la búsqueda de lograr una  sociedad en donde podamos vivir lo más tolerablemente posible, a través del cultivo de una postura ideológica debilitada (la democracia)  que nos permita manejar estratégicamente problemas como los conflictos bélicos internacionales o  la creciente degradación ambiental.

   Así, la adopción de la democracia ya no necesitaría justificarse con razones absolutas que invaliden un sano diálogo, antes bien, debería consolidarse en un consenso, renovado constantemente a través de la crítica.  

(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”)
 


[1] Ver capitulo 6

martes, 15 de octubre de 2013

LA CRISIS DE LOS FUNDAMENTOS


   La crisis de los fundamentos del conocimiento emerge tanto de la ciencia como de la filosofía (teoría de la relatividad, mecánica cuántica, teorema de Godel, lógica de Tarski, psicología de la gestal, psicoanálisis,  nihilismo, deconstruccionismo).

   En filosofía, los pensadores románticos pusieron en duda el optimismo que causaban los desarrollos de la ciencia y los alcances de la razón, trasladando al sentimiento el punto arquimédico en donde descansa lo más elevado del hombre y del mundo.  Schopenhauer reforzará esta actitud  ubicando a la voluntad como fuente originaria de todos los anhelos humanos. Extremando este mensaje inconmformista, Nietzsche proclamará la muerte de Dios y el derrumbamiento de todos los trasmundos. Freud impulsará aun más el derrumbamiento del trono de la razón todopoderosa, revelando los ocultos motores que habitan en las penumbras del inconsciente. Lyotard anunció la postmodernidad como “la incredulidad frente a los meta-relatos” y con ello parecía empezar a marchitarse la esperanza en una sociedad perfecta, en donde reinara sin manchas la libertad y la igualdad.   

   En la ciencia, la esperanza de que ella revelara todos los secretos del cosmos y del hombre empezó a resquebrajarse a principios del siglo XX con el surgimiento de las dos grandes revoluciones de la física. En el campo de lo muy grande  la teoría de la relatividad y en el de lo muy pequeño la mecánica cuántica. La teoría de la relatividad pone en cuestión nuestras ideas corrientes sobre el tiempo y el espacio, y quiebra la imagen del universo concebido como un inerte mecanismo de relojería. La mecánica cuántica desplaza nuestras creencias sobre el carácter determinista del mundo, y nos lleva a replantear la visión fragmentaria que teníamos sobre los fenómenos de la naturaleza y la vida humana.  

   Pero no sólo en el terreno de lo empírico la certeza parecía desvanecerse, pues la misma lógica, aquella que parecía ser el recinto seguro para la coherencia y el orden del pensamiento, empezó a sufrir los embates del debilitamiento de los fundamentos de la razón. Así, el teorema de Godel reveló una indecibilidad (en referencia a unos enunciados que no son ni demostrables ni refutables) irremediable en el seno de los sistemas formalizados; en tanto que la lógica de Tarski explicó que el concepto de verdad relativo a un lenguaje no es representable en este lenguaje.



 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”)


lunes, 14 de octubre de 2013

INTRODUCCIÓN A EN TORNO A UN MUNDO GRIS


   Podemos pensar el mundo social desde distintas aristas, sea desde la sociología, la economía, la antropología cultural, la psicología social, la filosofía, etc. Sin embargo, lo que intentaremos desarrollar aquí no es meramente una crítica de las míseras condiciones espirituales del mundo de hoy, sino específicamente será encontrar un modo tanto ético como estético para ubicarnos en él.

   Pero ¿Qué queremos decir cuando hablamos de ética y estética, y más aun al relacionarla con las condiciones socio-culturales de nuestro tiempo? Lo estético desborda lo meramente teórico y se despliega en una transformación del sujeto cognoscente, que deja su condición íntegra, fundante y apegada, propia de nuestra mísera cotidianeidad. El mundo moderno trató de imponer esa condición del sujeto, pero hoy lo único que tenemos es un profundo desengaño frente a tantas promesas descaminadas e incumplidas.

   El problema del mal en el mundo, que había tomado un rumbo intelectualista con los clásicos pensadores griegos, que con el cristianismo se dramatizó con la idea del pecado original, que con los modernos adquirió un enfoque que al ser secularizado se hizo socio-cultural,  hoy nos muestra un panorama sombrío, pues los metarrelatos han perdido consistencia y el futuro ha dejado de entusiasmar a las masas. Navegamos hacia ninguna parte, cuidándonos de no empeorar la deplorable situación en la que el mundo se encuentra. Tal vez entonces, una ética social sólo puede prometernos ya hacer de la convivencia algo más tolerable, luego de tantas discordias, guerras internacionales y agresiones al medio ambiente.

   Pero buscar un espacio tolerable para vivir no implica que la crítica social sea paralizada, al contrario, en la medida en la configuración socio-cultural se complejice a través de la crítica incansable, podrá mantenerse a flote en medio de las crecientes incertidumbres de nuestro tiempo.

   Cuando hablamos de ética, necesariamente nos topamos con la trivialidad que llena a la cotidianeidad y que se conjuga con el dolor interminable de tener que luchar por vivir y figurar mejor en una sociedad mundial sumida en una profunda crisis de valores. Esto termina desembocando en un crudo narcicismo difundido ampliamente[1]. Vemos que el mundo se desmorona ¿Qué hacer entonces? ¿Simplemente contemplar como todo se va al diablo? ¿O es que acaso todavía hay posibilidad de salvación? Las ideologías de la gran promesa se han desinflado, la misma ciencia ha dejado de ser la garante del progreso, y así, quizá lo que humildemente nos resta es buscar por lo menos una sociedad más tolerable. ¿Acaso ya es esto mucho pedir? No si confiamos en las posibilidades del aprendizaje humano.

      A partir de esto alguno puede preguntarse porque lo ético tiene que ver especialmente con lo social. En las condiciones actuales de crisis de los fundamentos, un saber como la ética, que pretendía ser universal e incuestionablemente verdadero, ahora sólo puede ser consensuado y no impuesto. Esto nos obliga a ver la ética como una extraña dualidad de principios de mínimos de convivencia y de máximos de auto-realización.

   Entre estas polaridades de la vida humana podemos desplegar los propósitos del ensayo, como un viaje de ida y vuelta entre lo pragmático de la ética social y lo gozoso e inefable de lo estético.

   Partir de la crisis de los fundamentos no implica renunciar al conocimiento,  antes bien, ir en busca de un renovado encuentro con el saber, de modo a dejar de lado esa fría imagen que se tiene de la actividad intelectual como un juego sacrificado y exigente al que solo se pueden entregar unos pocos estudiosos. La modernidad quiso equiparar la filosofía con las ciencias, mas, lo que ahora también podemos reclamar es que la filosofía vuelva a ser el juego maravilloso que surge desde el asombro ante el espectáculo del mundo y del hombre.



 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”)





[1] Cfr: Lipovetzki, Gilles. La era del vacío.