lunes, 30 de septiembre de 2013

EL OCIO


Lo había dicho Schopenhauer, la vida se desplaza como un péndulo, entre la insatisfacción de las necesidades fundamentales y los quebrantos del aburrimiento. Ambos extremos son fuentes de desgracias para el hombre.

  La necesidad es el látigo para las clases más carenciadas, en tanto que el aburrimiento es el castigo para aquellos que se han librado de la lucha por la subsistencia. Sin embargo, el hastío y los efectos de la enfermedad de vivir se han ido popularizando paulatinamente, como resultado de la crisis de valores vigente. Simbólicamente, el domingo es el día reservado para el aburrimiento, en tanto que los restantes seis días lo son para la búsqueda de lo necesario para sobrevivir.

  Frente a tal situación, se puede plantear que el individuo de facultades espirituales necesita verse librado de una vida entregada completamente al logro de lo necesario para la subsistencia de sí mismo y de su familia. Esta situación se capitaliza positivamente,  pues el que cultiva el intelecto y el espíritu no se ve quebrantado por el hastío de la vida, pues sus ocupaciones intelectuales lo mantienen activo y motivado, alejado de los malestares del aburrimiento.

   El vacio interior se refleja en la atención siempre despierta hacia los sucesos exteriores, buscando en ellos librarse de la falta de ocupaciones mentales, que atormenta tanto y más que la insatisfacción de las necesidades fundamentales. En cambio el que posee una riqueza interior sólo pide de la vida un don negativo, el ocio, que le permita pulir como un artista la piedra bruta de su propia existencia.

   De todas maneras, es necesario puntualizar que las jerarquías se han desvanecido, de modo que emplear el tiempo libre en el estudio, la reflexión o el arte, no es precisamente mejor que utilizarlo en otras ocupaciones,  son simplemente opciones paralelas que se toman de acuerdo a la valoración que cada individuo hace de esta absurda aventura de vivir.

   Los imperativos éticos se han esfumado, ahora nos conformamos con acuerdos públicos que evitan que se desate el caos social y que la economía vaya al diablo, en tanto que los proyectos de felicidad son desplazados a los espacios privados, en donde uno puede elegir desde ir a vivir en las cumbres del Himalaya hasta dedicarse a perder dinero en los casinos y burdeles.
 
 
 
(Extracto de “La auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual”).
 
 
 

jueves, 26 de septiembre de 2013

LAS POSIBILIDADES DE LOGRAR UN SENTIDO CRÍTICO SOCIAL


La crisis de los fundamentos nos lleva directamente a la reflexión sobre las posibilidades de que se concrete plenamente un sentido crítico social sobre los léxicos, cosmovisiones o paradigmas reinantes.

   Tal vez en el marco de las masas sociales esto constituiría para nosotros una especie de utopía, desde el momento en que consideramos que la vivencia plena de este debilitamiento de la razón (la crisis de los fundamentos nos revela el debilitamiento de la razón) implica un cambio radical en la naturaleza del sujeto, que deja su condición íntegra y fundante (a la par que narcisista, puesto que la noción gnoseológica debe asociarse con la cotidiana), para hacerse “débil”. Así, de lo anterior podemos comprender que asumir contemplativamente nuestra crítica situación, nos abriría a una visión estética del mundo, del hombre y de la sociedad.

   Esto, insistiendo en el tema, no puede ser propuesto a un nivel social debido a las limitaciones y condicionamientos de variada gama a las que desde siempre se halla sometida la inmensa mayoría de los seres humanos. A las masas no les basta la vivencia meramente estética de los arquetipos, necesitan que ellos se concreten en ideologías para que los guíen y conforten  en medio de la vida cotidiana; o en palabras de Davidson, necesitan que el uso “metafórico” del lenguaje pase un uso “literal”.   

   El cultivo espiritual (marco en el cual se desarrolla la contemplación estética) de hecho va a contramano con la tendencia relajada y despreocupada del mundo consumista, que se muestra reacio a los llamados a la disciplina y al sacrificio. Pero el intento de establecer las condiciones interiores para que la experiencia estética advenga, no implica el anuncio de una nueva verdad, antes bien, la confirmación de la nada que  sustenta a lo que conocemos y hacemos. Así, el desierto espiritual y la sociedad putrefacta no anulan nuestras posibilidades anímicas, las estimulan en formas renovadas.

   En el ámbito social nos queda entonces la opción de dar “un paso más” en la búsqueda de lograr una  sociedad en donde podamos vivir lo más tolerablemente posible, a través del cultivo de una postura ideológica debilitada (la democracia)  que nos permita manejar estratégicamente problemas como los conflictos bélicos internacionales o  la creciente degradación ambiental.

   Así, la adopción de la democracia ya no necesitaría justificarse con razones absolutas que invaliden un sano diálogo, antes bien, debería consolidarse en un consenso, renovado constantemente a través de la crítica.  



 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”).






martes, 24 de septiembre de 2013

IDEOLOGÍAS Y PENSAMIENTO DÉBIL


Definamos una ideología como la vulgarización y la doctrinarización de los sistemas filosóficos.

El desarrollo de la crisis de los fundamentos en occidente no implica precisamente la desaparición de las ideologías, sino su permanencia en forma “debilitada”, puesto que aun es necesario a través de ellas, la crítica y la posibilidad de alentar un mundo más tolerable (en donde pueda lograrse el menor dolor y el mayor bienestar posibles para la sociedad mundial).

   La clave para este debilitamiento de las ideologías está en que las doctrinas, consideradas como sistemas con tendencia hacia la clausura dogmática, vayan abriéndose hacia posturas más críticas y a la vez tolerantes;  y a su vez, que las ideologías se conecten con sistemas filosóficos menos duros y cerrados, y que consideren la crisis de los fundamentos de la razón.

   No está por demás decir que estas apuestas se realizan través  del cultivo de los valores democráticos. En efecto, el debilitamiento de las grandes ideologías tradicionales de occidente (el liberalismo y el socialismo) se concreta en la que podemos llamar la ideología débil por excelencia: la democracia. Ella se mantiene a base de conflictos y confluencias, de críticas y acuerdos, de combates intelectuales y de hechos concretos; no asimila fácilmente las proclamas de salvación ni la ortodoxia de las doctrinas. Pero ella no es el paraíso de la convivencia humana, apenas es lo más tolerante que tenemos antes de disponernos a volarnos los sesos entre hermanos.

   Por supuesto, en última instancia esto implicaría la llegada a espacios fronterizos entre las ideologías y  los sistemas filosóficos (sobre los cuales de hecho se erigen la mayoría de las ideologías), en donde las primeras podrían reabrirse a la discusión y a la crítica de sus principios dogmáticos. Esto en primera instancia parece pedir mucho, pero es lo que tenemos, como frágil e inestable recurso, y no como un gran logro de la civilización.

   Entonces, podemos sostener que una ideología se debilita haciéndose pragmática, dialógica y en alguna medida también estética (las antiguas ideologías permanecen intactas como motivos para el goce estético).

5.1. Liberalismo y socialismo debilitados

   Para explicar mejor estas ideas podemos ocuparnos de las dos principales ideologías del mundo global, el liberalismo y el socialismo.

a. Liberalismo debilitado

Un liberalismo debilitado debería aligerar sus posturas extremas como: la mano oculta del mercado, el fanatismo en la defensa de la propiedad privada, o actitudes descuidadas hacia las clases más carenciadas.

b. Socialismo debilitado

Un socialismo debilitado debería replantear sus dogmas sobre: la lucha de clases, la inminente caída del capitalismo, la dictadura del proletariado, el final feliz del comunismo.

5.2. El desplazamiento de las ideologías fuertes hacia lo estético

Esto no quiere decir que las posturas más  extremas o utópicas de estas grandes ideologías deban ser arrojadas al tacho de basura de las ideas, antes bien, deberían ser consideradas como objetos de contemplación estética en el marco de los sistemas filosóficos que los sustentan. Esta actitud contribuirá  al cultivo del espíritu, y alentará  a una visión más tolerante y a la vez critica del mundo.

   ¿Es tan desvergonzado hacer de las ideologías duras meros sueños estéticos? ¿O más cínico sería hacer pasar una fruta podrida (las ideologías) como el más sabrosa manjar del paraíso?



 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”).


lunes, 23 de septiembre de 2013

EL JUEGO DEMOCRÁTICO


El sistema democrático constituye el régimen político que mejor se adapta a los requerimientos de un mundo complejo. Se alimenta constantemente de la disensión y el consenso, propiciando así la danza dialógica entre cambio y estructura, entre unidad y pluralidad, entre vida y muerte. La tolerancia, la comprensión, el perdón, emergen como productos de una ética social que a su vez parte desde una auto-ética, que asume plenamente la crisis de los fundamentos de la razón. Así, la democracia se asocia a religación con los demás, de una manera que traspasa la mera contemplación estética, llegando a un estadio pragmático y realista.

   La democracia no implica la eliminación de la esclavitud social, apenas su reducción a niveles aceptables y edulcorados. El control de los ciudadanos al aparato controlador es un juego tan inestable como delicado. Pero es necesario recalcarlo, no tenemos al parecer nada mejor que el sistema democrático para regir a las inmensas muchedumbres que hoy pululan en este desdichado planeta, que se ha convertido a la vez que en nuestro hogar, en una especie de chiquero cósmico.  

   De aquí entonces, que al abordar la relación existente entre complejidad y democracia, nos encontramos de nuevo con el dilema entre la factibilidad de las reformas para dar “un paso más” en el intento de disminuir la degradación  ambiental y los conflictos bélicos internacionales, por una parte, y por la otra, la necesidad de construir un espacio propio, que más que para afirmar nuestras vanidad, nos permita trascender este espacio  putrefacto y hostil, constructo artificial y esclavizante.
 
 
 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social).
 
 

 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

UN PASO MÁS EN LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO


¿Cuántas veces hemos escuchado ya que el mundo está en crisis? Parece ya aburrido volver a toparnos con esta cuestión, sin embargo, esto no debería dejar de asombrarnos. Si viene el predicador a pedir la conversión para lograr la salvación de la humanidad, se le puede pedir que guarde su mensaje para otro momento, como hicieron los filósofos griegos con Pablo, pero lo que quizá no podemos hacer es tirar el problema al basurero y congratularnos por la putrefacción de mundo. Y de esto se trata en gran medida hoy la ética, de buscar una alternativa a la proliferación desmesurada del egocentrismo entre los hombres; es decir, buscar en medio mismo de esta crisis de la humanidad un paso que nos permita seguir pensando que así como estamos cerca de la destrucción total, también estamos cerca de una transformación humana (sin necesidad de pensar en mundos paradisiacos).

  Si la explosión del egocentrismo es un problema para el desarrollo de la ética, también es la clave para su florecimiento, pues al disminuir la fuerza persuasiva de numerosas pautas sociales de comportamiento, al aligerarse los constreñimientos de la especie (métodos anticonceptivos, madres de alquiler, aborto, etc), el individuo queda como la única raíz de la cual podrán volver a florecer los dones de la solidaridad.

  Lo que se podría preguntar uno es hasta qué medida podría ser realizada una ética en las sociedades de hoy. Las reformas son necesarias en todos los ámbitos de la cultura y la sociedad, pero ellas sólo podrán adquirir legitimidad a través de los consensos basados en un diálogo en donde participen todos los sectores que serán afectados por las decisiones a ser tomadas. Esto no implica el arribo a una especie ámbito universal de lo moral, como pretende Adela Cortina, sino que constituye un simple acuerdo momentáneo, que se mantiene  en la medida en que el diálogo lo fortalezca.   

   No hace falta oponer una “ética indolora” a la búsqueda de consensos que nos permitan permanecer de pie, como individuos, como especie y como sociedad, no, puesto que necesitamos pisar el barro de nuestras miserias (aquí nuestras miserias son nuestra resistencia a vivir según principios éticos universales) para comprender lucidamente los alcances de nuestras posibilidades.

  El camino de la humanidad sigue siendo difícil, la naturaleza inconsciente (a través de la intuición) sigue primando en la formación de los grandes líderes de la humanidad (santos, artistas, pensadores y estadistas), pero ello no es motivo para declinar en el intento de que la especie en su totalidad pueda dar por lo menos "un paso más". Así, simplemente necesitamos decisiones útiles para sobrellevar la incertidumbre de nuestro tiempo, y hacer del mundo por lo menos un espacio más tolerable.  Como decía Antonio Machado: “no hay camino, se hace camino al andar”.
 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”).
 
 

 

lunes, 16 de septiembre de 2013

VISIÓN DEL HOMBRE DEL PARAGUAY SEMINAL


El hombre de la ciudad va perdiendo progresivamente la capacidad de escuchar a la naturaleza, pues todo lo empieza a dominar el sentido de la vista,  que estimula la apresurada y tortuosa búsqueda del “ser más y mejor”. En cambio, el hombre del campo –o de la cultura seminal- posee simbólicamente una  especie de tercer ojo oriental, manifestado en una profunda intuición, desarrollada a través del contacto intimo con la naturaleza (lo que se ve reflejada en el mismo carácter descriptivo de la lengua guaraní).

   El arandú o sabio (término que al parecer proviene de la conjunción de “ara” tiempo, y  ñandú”, sentir) es aquel que ha logrado una “integración al universo, cuyo palpitar siente y presiente. Para esta  sabiduría no se requiere un vasto conocimiento sino la actitud medio mística de sentirse parte integrante de la naturaleza”[1].

   Pero insistamos en la alusión al tiempo o “ara” en el espíritu del sabio del campo. Dice Oswald Spengler: “Si contemplamos una realidad en su forma memorativa, aparece a nuestros ojos el mundo de Platón, Rembrandt, Goethe, Beethoven”[2]. La memoria no se relaciona sólo con recordar los sucesos acontecidos en la cotidianeidad, sino también con contemplar los arquetipos, formas, o Ideas que constituyen a cada cultura en particular. Pero ¿Qué tiene que ver Platón y los demás genios citados con el arandú ka’aty del campo paraguayo? Similar pregunta se habrá hecho Mircea Eliade en relación con las ontologías arcaicas antes de responder que: “Seria, pues, posible decir que esa ontología “primitiva” tiene una estructura platónica, y Platón podría ser considerado en este caso como el filósofo por excelencia de la “mentalidad primitiva”, o sea como el pensador que consiguió valorar filosóficamente los modos de existencia y de comportamiento de la humanidad arcaica”[3].

   En relación con esta actitud del hombre del campo, no podemos decir que exista un predominio ni del carácter físico ni del espiritual, lo que al parecer tenemos es una conjunción dialógica entre lo físico y lo anímico. Un ejemplo elocuente de ello lo tenemos con el uso del término py’a, entrañas, vientre o estómago, que es utilizado también cuando se hace alusión a los sentimientos, o incluso a una intuición o conocimiento inmediato sobre el hombre, los acontecimientos o las cosas.
 
 
 
(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya).
 
 
 
 



[1] Vera, Saro. El paraguayo, p 140.
[2] Spengler, Oswald. La decadencia de occidente, t 1, p 138.
[3] Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno, p 46.

lunes, 9 de septiembre de 2013

EL CONTROL SOCIAL


Con el avance del proceso de secularización, y con  la misma crisis de los fundamentos del pensamiento, las tradicionales maneras de instaurar un control de la sociedad (en particular el adoctrinamiento religioso y la violencia) van cayendo en desuso. La dominación actual se basa en sutiles formas de persuasión, basadas en el consumismo y en las nuevas tecnologías.

   El problema por supuesto no es nuevo, en la modernidad, luego de la revolución francesa, ya empezó a preocupar a algunos pensadores el hecho de que las multitudes enardecidas salgan a las calles a sembrar el caos en nombre de la libertad y la igualdad.

   Para Tomas Malthus el aumento desenfrenado de la población mundial y el desigual crecimiento de la disposición de alimentos, terminaría por llevar a la humanidad a una situación de caos social. Pensaba que la multitud se levantaba contra el gobernante no por sus abusos tiránicos sino por las miserias creadas por el exceso de la población. El control social debía establecerse entonces a partir de la regulación de la natalidad por parte del estado.

   Karl Marx, en contrapartida, postulaba que el trabajador en el mundo industrial se hallaba inmerso en un estado de alienación, que le impedía ser consciente de su deplorable condición, y aun más, esta condición le hacía aceptar sin reparos la esclavitud social y la degradación del hombre.

   Habría que preguntarse si en verdad un escenario utópico terminaría con la necesidad del control social. Herbert Marcuse, discípulo de Martin Heidegger, asimiló de acuerdo a sus perspectivas intelectuales las ideas de su maestro sobre la vida cotidiana inauténtica, para criticar a la sociedad moderna y para proponer la posibilidad de un mundo distinto. En el caso de Heidegger esta cotidianeidad aletargante es constitutiva del ser humano que vive con los demás. El abandono de este estado sólo sería posible para unos pocos individuos que asimilen el peso incómodo e inhospitalario de la angustia.

   La dominación y la esclavitud no han terminado con el advenimiento de la democracia moderna, sólo se han suavizado y edulcorado para lograr una mayor aceptación.

   El control remoto del televisor o la magia de internet nos proponen pasar de un partido de fútbol a la imagen de un niño africano muriéndose de hambre, contemplando todo como un mero espectáculo que distiende de las patéticas luchas con los demás por mantener una posición en la oficina o por aparentar mejor que se tiene una vida plena y feliz.

   En el campo de la literatura y el cine distintas formas de control social han sido recreadas sugestivamente, por ejemplo en “1984” de George Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, o en el cine “The Matrix”, de los hermanos Wachowski.

   Pero ¿Qué se logra con el control social? ¿Acaso los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad? No precisamente, pues lo que se consigue es que el carácter bestial de las masas no salga desordenadamente a flote. El mundo recrea la imagen de un super panóptico, más allá de lo que pudo haber imaginado Jeremías Bentham. Así, se canaliza la violencia y los deseos más fundamentales del hombre hacia actividades banales como los espectáculos deportivos, los programas de televisión, o el recorrido de espacios miserables en internet.

   Pero toda esta atmósfera de obnubilación de las masas ya no es suficiente para contener la tormenta que ya se ha instalado. La degradación ambiental y la posibilidad de una catástrofe nuclear que ponga en peligro la supervivencia de la especie humana, son amenazas que obligan a replantear los alcances de la educación, a ver la necesidad de que ella no sirva sólo para tratar de ganar más dinero o mejorar el status social, sino también para hacer que la vida en el planeta tierra y en medio de nuestras sociedades podridas, sea por lo menos una experiencia más tolerable. Esto no es mucho pedir, está de acuerdo con nuestros errores, nuestras maldades y nuestras desgracias.

   Así, podemos atrevernos a considerar que las descripciones de Gilles Lipovetski corresponden al “último hombre” nietzscheano. Apunta el filósofo: “Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo, ésta es la alegre novedad”[1], por ello, todavía cabe la necesidad del cultivo del espíritu, para que esta ola de miserias sociales y anímicas no termine por sumirnos en una modorra que supuestamente descansa sobre algo seguro y real.

   En última instancia, en medio de la debacle, debemos aprender a ver al mundo caer. Si nuestra era es la del vacío, como apuntara Lipovetski, debemos extremar homeopáticamente la dosis de esta amarga medicina, para comprender la nada que nos sustenta y que en un momento maravilloso nos regala el goce estético del  cosmos.       



 
(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”).



 



[1] Lipovetski, Gilles. La era del vacío, p 36.

jueves, 5 de septiembre de 2013

INTRODUCCIÓN A LA IDEA DEL PARAGUAY


Ya no estamos para postular un historicismo con aspiraciones políticas, sin embargo, el campo de lo estético se nos ha abierto ampliamente, de modo tal que podemos aventurarnos a interpretaciones filosóficas de la historia y de la cosmovisión paraguaya que nos den una perspectiva íntegra y a la vez débil, que no solamente nos proporcione conocimiento, sino fundamentalmente goces espirituales. Así entonces, la “Idea” del Paraguay se nos abre como un camino renovado para el conocimiento estético.

   Las reflexiones de Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch, Octavio Paz, sobre la filosofía latinoamericana que anida en lo profundo de las distintas manifestaciones culturales de los pueblos latinoamericanos, unido a los trabajos crítico-históricos de pensadores paraguayos como Adriano Irala Burgos, Juan Santiago Dávalos y Lorenzo Liveres Banks[1] (a pesar de sus afanes destructivos), nos dan a entender que el sendero del pensamiento desde Latinoamérica y el Paraguay nos conduce hacia horizontes aun insospechados. A propósito, aludiendo a las cuatro matrices narrativas de la historia paraguaya propuestas por Darío Sarah[2], podemos estar seguros, como el autor parece indicarlo, que podemos ampliar las formas en las que nos conocemos e interpretamos, incluso si esas formas tienen afanes meramente estéticos. Ajustando términos, estaríamos asociando al máximo ficción y realidad. Al contrario de lo que espera Sarah, no proponemos una “mejor” interpretación de la historia cultural del Paraguay, logro que miramos con desconfianza, lo que si nos atrevemos a realizar es “otra” visión de ella.

   En medio de la dialógica entre la comprensión y la explicación, no está por demás decir que las pretensiones meramente estéticas de la Idea del Paraguay revelan una preeminencia inapelable de la comprensión. Así, la misma búsqueda de objetividad pasa intencionadamente a un segundo plano. 

   Siguiendo la contraposición de Helio Vera[3], no podemos decir que la Idea del Paraguay se relacione con el Paraguay de gua’u o el Paraguay te’ete,  diferenciación que creemos no es fácilmente realizable. La Idea del Paraguay se sustenta en el estudio y la vivencia del mundo simbólico, mítico y mágico de la cultura paraguaya. ¿Es el auténtico Paraguay aquel que es descripto por las metódicas ciencias humanas?  La crisis de los fundamentos de la razón nos permite  creer que una lectura estética y hermenéutica también es posible y hasta necesaria.

   Así, la consideración del Paraguay por parte de Natalicio González, como un arquetipo (o una Idea), no es más que la constatación que el pensador guaireño ha hecho de la preponderancia del pensamiento simbólico-mítico-mágico sobre el empírico-racional-técnico en la cultura paraguaya.  Y hablar de la Idea del Paraguay es tratar de permanecer en ese marco maravilloso.



 
(Extracto de “La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya”).





[1]Cfr. Irala Burgos. La epistemología de la historia en el Paraguay; Dávalos-Livieres. El problema de la historia del Paraguay.
[2]  Sarah, Darío. Prólogo a “Una contribución al estudio de la sociedad paraguaya” de Mauricio Schvartzman.
[3] Vera, Helio. En busca del hueso perdido, cap III

miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL MAL EN EL HOMBRE Y EN LA SOCIEDAD


El mal no constituye sólo un problema religioso o teológico, puesto que se relaciona con el intento de disminuir el sufrimiento y los infortunios tanto de los individuos aislados como de las sociedades todas. El problema ha tomado distintos matices a lo largo de la historia, manteniendo no obstante una línea teórica que conecta a cada estadio de su desarrollo.  

Los griegos

   Para los antiguos pensadores griegos en general, el mal tenía que ver con la ignorancia, es decir, si un hombre era malo, ello se debía a que desconocía el bien. El pensador más representativo de esta postura fue sin lugar a dudas Sócrates, quien impulsó con sus ideas un marcado “intelectualismo moral”. A su vez, con ciertas variantes, pero sin alejarse mucho de esa misma tendencia, Platón y Aristóteles continuaron la senda abierta por el ejemplar maestro.

   Frente a esta orientación, que como ya dijimos era generalizada entre griegos, también habían voces dispares en relación a los límites del conocimiento, en especial por parte de los sofistas que en ética proponían el convencionalismo y como postura gnoseológica postulaban el escepticismo y el relativismo. La fuente de esta limitación del conocimiento radicaba para los sofistas en la fuerte influencia de los componentes irracionales de la vida humana sobre aquello que conocemos. 

   La crisis del mundo antiguo en el periodo helenístico-romano implicó un quiebre radical en la fusión que existía entre el individuo y la ciudades-estado, pues estos último dejaron de ser los garante de la felicidad humana al ser avasallados por las campañas imperialistas, primero de Alejandro Magno y luego de los romanos. Esto convirtió a la sociedad en un grotesco escenario del mal, frente al cual lo único que restaba era el retiro a la vida interior. Las grandes doctrinas morales de este tiempo, las de los estoicos y epicúreos, son expresiones clima espiritual que entonces se experimentaba.

El cristianismo  

   Con el advenimiento del cristianismo al panorama intelectual de occidente, el problema del mal alcanzó un nuevo direccionamiento, ya no tenía que ver principalmente con una imperfección del conocimiento, sino con una falta que todo ser humano traía desde su mismo nacimiento, el “pecado original”. En esta perspectiva  no se  llega al  saber supremo sobre mundo y la humanidad  a través del esfuerzo en el cultivo de la razón, sino mediante un regalo otorgado por la divinidad. San Agustín hablaba de “iluminación”, graficando elocuentemente  la fuerte preponderancia que posee el sentido de la vista en el ser humano. La fe ciega viene así a constituirse en  una especie de contracara de la mera racionalidad, o en otras palabras, el voluntarismo, el querer porque si, frente a la razón que expone motivos.

   Para Agustín, y para el agustinismo en general, el pecado original viene aparejado con consecuencias funestas para el conocimiento, pues la condición corrompida de la naturaleza humana establece limitaciones infranqueables para la razón. Ante esta situación viene en auxilio la fe, que predispone al hombre a recibir la súbita revelación de Dios, que traerá la claridad y el apaciguamiento de la mente atormentada.

   El agustinismo, corriente espiritual que parte a su vez de Platón, se difundirá a lo largo de toda la edad media a través de importantes filósofos y teólogos,  para desembocar finalmente desde el siglo XIII en los pensadores franciscanos y a principios de la edad moderna en la corriente protestante.

   En el siglo XIV se registra una singular crisis de los alcances de la razón, para conocer no sólo al hombre y al mundo, sino al mismo Dios. Exponentes de esta situación de incertidumbre del conocimiento racional serán los pensadores franciscanos Dans Escoto y Guillermo de Ockam. Como reacción no se tendrán sólo la resignación y el escepticismo, sino motivaciones intensificadas para recorrer el camino de la mística, que ofrece la unión con la divinidad, trascendiendo las limitaciones del entendimiento. El maestro Eckardt es uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de posturas.

El modernismo

A través de un proceso de fortalecimiento de una razón autónoma y secularizada,  que se aceleró desde el siglo XV, y que maduró con la ilustración del siglo XVIII, se da una conversión en clave racionalista de los grandes problemas y respuestas  de las líneas generales del pensamiento medieval.

   Uno de los principales ejemplos de este proceso de secularización fue el sentido que fue adquiriendo el problema del mal en el mundo. Así, frente a la idea de la providencia, como la guía de Dios de los sucesos del mundo hacia la salvación final, la ilustración propone la noción de progreso, como un despliegue en la sociedad de los principios de la razón (en especial a través de la ciencia) hacia la plena realización de las posibilidades humanas.

   Como ejemplos notables de enfoques sobre el problema del mal en la modernidad, tomemos a dos grandes pensadores sociales: Tomas Hobbes y Jean-Jaques Rousseau.

   Hobbes consideraba que el hombre era malo por naturaleza (siguiendo así en forma secularizada la postura defendida por el protestantismo) por lo cual para hacer posible la convivencia social era necesaria la existencia de un estado dictatorial, que Hobbes relacionó simbólicamente con el Leviathan bíblico, un verdadero monstruo artificial.

   En contrapartida, Rousseau sostenía que el hombre era innatamente bueno, y era la sociedad la que estaba corrompida por haberse alejado de los caminos de la naturaleza. Este pensador suizo fue uno de los primeros en plantear una crítica a los supuestos progresos del mundo moderno, que no se compadecían con los avances en el campo moral y social. Con estas posturas, Rousseau se constituyó en un peculiar precursor del pensamiento romántico que florecerá en occidente en la primera mitad del siglo XIX.  Esto se refleja de manera notable en sus ideas sobre la educación. Su conocida obra “El Emilio” relata el proceso formativo de un niño que ha sido aislado de la sociedad (tan criticada por Rousseau) para vivir en contacto cercano con la naturaleza, acompañado únicamente por su filosófico tutor.

   En líneas generales se piensa que el idealismo alemán constituye la vertiente teórica de la revolución francesa, opinión que podemos decir se cumple en forma más plena en Friedrich Hegel, para quien el despliegue histórico de la Razón debería llegar al estadio utópico de la totalidad. Para Hegel, el individuo sólo alcanzaría su realización en el estado, suprema manifestación del Espíritu Absoluto. 

   Carl Marx pondrá de cabeza el idealismo hegeliano y arrancará de los cielos abstractos la salvación de la humanidad, para plantarla en nuestra tierra de  desdichas y esclavitudes. Transacción que no evita la imagen irónica que nos deja el intento inútil y desesperado del hombre de evitar a toda costa el dolor que viene aparejado con el mal social.  Estas ideas traspasadas al campo social implicarían la anulación del individuo a favor de estructuras de poder totalitarias, ya sean comunistas o fascistas.

   Pero si hablamos de ironías y acaso de una expresión hastiada y descreída sobre las capacidades del hombre de llegar a un mundo paradisiaco, debemos recordarnos de las ideas del pesimista Arthur Schopenhauer. Influenciado por el pensamiento oriental, en especial por el budismo, Schopenhauer veía al mundo como un valle de lágrimas, como un lugar de penitencia y lamentaciones antes que como el camino hacia el progreso y la plenitud del género humano. Suscribe la frase de Calderón de la Barca: “Porque el peor pecado del hombre es haber nacido”, pues para Schopenhauer “vivir es padecer”. Como se ve, esta perspectiva retorna en forma secularizada al dogma cristiano del pecado original, de una maldad innata del hombre que proyecta sus efectos sobre las mismas posibilidades del conocimiento y de la felicidad social.

   Una fuerte reacción a los afanes de eliminar el mal a través de los esquemas de la razón lo constituyó el romanticismo (en auge en el siglo XIX). Este movimiento espiritual sostenía la preeminencia del sentimiento sobre la razón, de la nacionalidad sobre el cosmopolitismo uniformizante, y la interpretación de la naturaleza como fuente de sabiduría y de experiencias estéticas antes que como una burda ocasión para la ganancia.

   Cuando la idea del genio romántico es trasladada al campo político, surgen las deplorables formas del líder autoritario que cree estar destinado a llevar a la patria al retorno a una mítica edad de oro, en donde en el origen de los tiempos reinaba la suprema perfección de la existencia humana. Como vemos, este tipo de posturas sigue considerando que el mal se encuentra enraizado en la sociedad, y no en la misma naturaleza humana, sólo que a diferencia de la ilustración y de la modernidad en general, la salida de esta situación no se encuentra en el futuro, sino en el retorno al origen, de la mano del mesías-genio de la patria. 

   El problema del mal en el mundo desemboca finalmente en la “crisis de los fundamentos”, lo que nos puede llevar quizá a una nueva comprensión de las ideologías que pretendían poseer las recetas incuestionables para alcanzar una tierra sin mal.

   Esta crisis de los fundamentos fue anunciada ya por Nietzsche en el siglo XIX con su proclamación de la muerte de Dios. ¿Pero qué pasa con el mal cuando muerte Dios? ¿No era precisamente el mal un problema terrible por la creencia misma en la existencia de Dios? Una de las obras más conocidas de Nietzsche lleva por título “Más allá del bien y del mal”, en donde se lleva a cabo una crítica radical a la metafísica y a la moral tradicionales. ¿Acaso es ahora el superhombre el que debe determinar su bien y su mal? Tal vez más allá del bien y del mal no se nos muestre sino la misma nada.



(Extracto de “En torno a un mundo gris. Ensayo de filosofía social”)
 



 




lunes, 2 de septiembre de 2013

INTRODUCCIÓN A EL MÉDICO DEL CAMPO


A pesar de que por el mismo hecho de vivir el ser humano está condenado al dolor, la búsqueda de medios intelectuales  y prácticos que aligeren  esta pesada carga de existir es una tarea fundamental.

   En nuestro tiempo, el hombre llamado pomposamente civilizado, está dispuesto la mayoría de las veces a sacrificar su salud por mejorar su situación económica o su posición social. No podemos negar a cada individuo la libertad de hacer con su vida la apuesta que crea necesaria, pero  creemos que la salud física y mental constituye un tesoro que vale la pena cultivarlo durante cada momento de la vida.

   Muchas veces se erigen como proyectos de felicidad inmensos castillos en el aire, sin considerar lo más inmediato, sencillo y gratificante que es estar sano. Así, en un mundo pletórico de deseos insatisfechos y de conflictos irresolubles, tener salud es un requisito ineludible para vivir tolerablemente. Como decía el viejo Schopenhauer: “un mendigo sano es más feliz que un rey enfermo”.

   Creemos que en este interminable camino del cultivo de la salud, la filosofía tiene mucho que aportar, no sólo por el carácter interdisciplinario que posee, sino también por la proyección que puede otorgar para el logro de una visión unitaria de la vida, un requisito fundamental para ordenar y jerarquizar los actos de nuestra existencia.  

  

   La cura de muchas enfermedades físicas como mentales (y también sociales) a través de medios naturales, puede llegar a ser algo elemental. Por supuesto, el carácter elemental de las curas naturales no le quita nada el aspecto teórico de estos nobles recursos. En el Paraguay, desde épocas inmemoriales las curas naturales han estado íntimamente relacionadas con las plantas medicinales; ellas poseen, al ser empleadas en forma de tisana, macerado, jarabes, pomadas, etc, distintos efectos terapéuticos, como los digestivos, los astringentes, los emolientes, los depurativos, etc. Lo que queremos lograr con este ensayo es comunicar una interpretación de la medicina tradicional del Paraguay, a la par que dar ideas útiles para recuperar y mantener la salud. 
 
 
(Extracto de “El médico del campo. Ensayo de medicina natural”).