Mi Rancho queda lejos, en algún lugar cercano
al bosque,
No hay ningún contrato, sólo paz y goces…
Quizá sea el tiempo de enlazar la vida,
con algún sentir que bañará a todo en oro…
Y seré rico en el Rancho…
En el Rancho…
(2000)
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Dos de los temas principales en torno a los
que giran nuestras composiciones musicales son: la identidad del paraguayo, que de forma
originaria se encuentra en la vida del campo, y la desmembración de su cultura,
que se da preferentemente en los espacios urbanos.
El tema musical que motiva nuestra reflexión
se relaciona con el intento de recuperar intelectual y estéticamente esta cultura originaria, que hoy se encuentra en
medio de una terrible crisis frente al avance incontenible de la modernidad
(con sus variantes de segunda modernidad, postmodernidad, postindustrialismo,
informacionalismo, etc)
“Mi rancho queda lejos…”. En nuestros
canciones el Rancho simboliza a la nada. La lejanía del rancho en este caso
expresa la necesidad de esperar pacientemente el momento en que florece la
experiencia estética, en la que se conjugan la nada con las Ideas. Lo lejano a
su vez se asocia con un distanciamiento de todo afán cotidiano, de todas las
luchas, de todos los miedos que tienen su raíz en la propia personalidad. Y
esto es pasar de lo cotidiano a lo estético, que es también (como decía
Durkheim al reflexionar sobre la religión) pasar de lo profano a lo sagrado.
“En algún lugar cercano del bosque…”. El
bosque es un símbolo de lo originario, de lo puro, natural, espontáneo,
inconsciente, características que contrastan con las que corresponden a la
ciudad, culmen geográfico de la civilización humana, en donde predomina lo
sofisticado, lo artificial, lo mecánico, lo consciente.
Mas, creemos que de alguna manera deberá ser
posible un relacionamiento dialógico entre estos dos espacios (que son también
espirituales, ya que los vivimos interiormente) a los que definitivamente no
podemos ya renunciar. En tal sentido, el
paso de una sociedad moderna a otra postmoderna (o postindustrial o
informacional) deberá darnos las pistas y las herramientas para lograr esta
conjunción compleja.
También desde aquí podemos encontrar otra
clave simbólica. El rancho está “lejos” (es difícil acceder a ella debido a las
capas de nuestra personalidad y nuestra cultura), pero “cerca” del rancho está
el bosque (las Ideas, los arquetipos, los objetos de la contemplación
estética). La búsqueda de la belleza, de la totalidad, de lo sublime, te acerca
a lo abismal, a la nada, a la locura, a la muerte. Y todas las tradiciones de
sabiduría lo han repetido, la muerte es la puerta de acceso a una nueva vida.
No es posible contemplar a lo sagrado si antes uno no ha renunciado a uno
mismo.
En el contexto de la historia de las ideas,
fueron los románticos (en especial los alemanes e ingleses), ya en las
postrimerías de lo que hemos denominado “periodo de madurez del pensamiento
moderno”[1],
los que iniciaron una especie de reacción frente a los efectos más nocivos de
la modernidad, dirigiéndose o retornando hacia la naturaleza, considerada antes
que nada como un organismo, y no como una máquina (concepción generalmente
aceptada por los pensadores ilustrados).
“No hay ningún contrato, sólo paz y goces…”.
Generalmente, la idea del contrato social está asociada con las reflexiones
de filósofos como Hobbes, Locke y
Rousseau, pero para nuestro propósito nos servirá mejor la perspectiva que nos
da el pensador ginebrino, “el retorno a la naturaleza”.
Para Rousseau el hombre en el estado de
naturaleza (previo al contrato social, que da inicio a la organización de la
convivencia humana) es bueno, inocente, sin las manchas de ningún pecado
original, hasta que paulatinamente se va degradando en medio de una sociedad que
groseramente se ha alejado de aquellos valores originarios de la vida natural.
Los pensadores románticos en general
retomarán a esta idea de Rousseau, aunque no precisamente considerando a la
humanidad como poseedora de una bondad primigenia, antes bien, plantean que aquellos
individuos que pueden desprenderse de las masas adormecidas, los genios (que
personifican una especie de desviación social positiva), son los que pueden
retornar a ese estado natural (que por ser natural está más allá del bien y del
mal) y desde ahí recrear al mundo a través de su imaginación y sensibilidad.
Pero entiéndase aquí la genialidad no como
una capacidad reservada a unos pocos, sino como la expresión de la profundidad
de la vida que palpita en todos los seres humanos. Tanto la genialidad como la
santidad (que está más allá de la moralidad) son potencialidades naturalmente
presentes en todo hombre, pero adormecidas por bajo las estructuras de la mente
construidas a partir de los procesos de socialización.
A partir de aquí también podemos interpretar
la frase “sólo paz y goces”, asociando a las ciudades (focos de las vigencias
del contrato social) con sus habitantes tensos y afligidos por aumentar sus
ganancias monetarias y por mejorar sus posicionamientos sociales; y en
contrapartida, aquellos que han dejado en un segundo plano estos afanes al
privilegiar el “cultivo del espíritu” , son aquellos que retornan a la
naturaleza, que simbólicamente se muestra como un alejamiento de las grandes
ciudades.
“Quizá sea el tiempo de enlazar la vida,
con algún sentir que bañará a todo en oro…”. Fue el sentimiento aquello que
algunos pensadores románticos propusieron frente al avance imparable de la
razón, propiciado por la ilustración, un sentimiento que era capaz de desplegar
la transformación de la propia interioridad y desde ahí del cosmos entero, en
una danza de creaciones y recreaciones constantes que no es sino la imitación
de la eterna naturaleza, y es en tal sentido que todo es bañado en oro[2].
“Y seré rico en el rancho”. Esta riqueza
en la que se convierte todo el entorno natural a su vez significa una infinita
riqueza interior, riqueza del alma[3].
[1] R.L.H. Vida
del pensamiento. Hacia una interpretación estética del saber occidental. Interiora
terrae, Asunción, 2015, p. 30-31; R.L.H. Una mirada hacia el infinito.
Interiora terrae, Asunción, 2016, p. 17-18.
[2] Cfr. Eduardo
Estrada Herrero. Estética. 1998, p. 186.
[3] “No junten
tesoros y reservas aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido hacen
estragos, y donde los ladrones rompen el muro y roban. Junten tesoros y
reservas en el Cielo, donde no hay polilla ni óxido para hacer estragos, y
donde no hay ladrones para romper el muro y robar. Pues donde está tu tesoro,
allí estará también tu corazón”. Mt. 6, 19-21.
Enlace al video:
https://www.youtube.com/watch?v=Sw2wyL7potw&feature=youtu.be
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