Y
como el viento lleva a las hojas,
como
la luz muere en la oscuridad,
son
los afanes de este mundo,
son
las canciones de batallas…
Y
sal de tus trincheras del dolor,
deja
tus armas de preocupación,
mira
tu sangre en la tierra,
toma
tus muertos, sepúltalos…
(2001)
Comentarios
El conflicto del hombre, (ya sea con los
demás, consigo mismo o con la naturaleza) que siempre viene asociado con el
dolor (o el sufrimiento[1]),
es comparado con las hojas que son
llevadas por el viento o con la luz que muere en la oscuridad. Es decir,
la cotidianeidad se asocia con el flujo del tiempo: pasado, presente y futuro,
tiempo en el que se construye una personalidad, para luchar con esa armadura y
con esa máscara en medio de la guerra del día a día. Pero ¿Podremos en medio de
esta agitación incesante para la marcha y ver toda esta calamidad como una hoja
arrojada por el viento? ¿Cómo una luz que se apaga en medio de la profundidad
de una noche?
También
estos conflictos son representados como
“canciones de batallas”. Con esta frase se quiere expresar una observación,
que se da desde la base de la separación de la consciencia (sujeto puro e
involuntario del conocimiento) y el pensamiento (sujeto sometido al principio
de razón). Esta separación es la base de la experiencia estética. Los problemas
que se plantea la mente empiezan a observarse no ya con el deseo de
resolverlos, sino como ocasión de un goce estético, como una canción.
“Sal de tus
trincheras del dolor”. Todo sufrimiento tiene su
base en un atrincheramiento en la personalidad, en el deseo de defender
mezquinamente todo lo que nos hemos apropiado, todo lo que consideramos
legítimamente ganado por nosotros mismos. Uno se aferra a esa limosna de la
vida, a las posesiones materiales y a las figuraciones sociales, y en nombre de
ese afán permanecemos ciegos a totalidad del mundo que se nos dona en medio de
una experiencia estética. Y esa es irónicamente como una vida ascética,
renunciar a la vida en nombre del dinero y del estatus social. Los auténticos
santos o místicos nunca han visto con pena su existencia, porque en el fondo no
buscaban simplemente cumplir con normas morales, buscaban a lo más profundo de
la vida, buscaban las riquezas imperecederas, las fuentes inagotable, la vida
en su plenitud.
“Deja tus armas de preocupación”. La
preocupación surge como una actitud de defensa de la personalidad que se haya
amenazada ante los constantes cambios que se dan en la cotidianeidad. Dejar
estas armas no consiste precisamente en dejar de preocuparse (puesto que muchas
veces las mismas preocupaciones no se mantienen en pie de manera voluntaria),
sino en aceptar que se está preocupado, sin hacer nada al respecto. Esta
rendición es un ejemplo de aquello que Schopenhauer llamó la “negación de la
voluntad de vivir”.
“Mira tu sangre en la tierra”. La
sangre simboliza el producto de las luchas, y toda lucha es padecimiento. Se
padece en nombre del intento de dejar de padecer, se lucha en nombre del
intento de dejar de luchar. La sangre también es el símbolo de que algo ha
llegado a su límite, que algo está ya al rojo vivo, que algo está ya listo para
un cambio profundo.
“Toma tus
muertos, sepúltalos”. Nuestros muertos son
comparables con aquellas ideas que giran
en torno a nuestra personalidad, y que son como fantasmas que constantemente
nublan nuestro espíritu. Esos muertos son
nuestros prejuicios y nuestros afectos más míseros, que deben ser enterrados
para que así abonen la tierra de la conciencia (el sujeto debilitado) que dará
frutos en la contemplación de las Ideas o Arquetipos.
[1] El dolor está más asociado con lo físico, en cambio el
sufrimiento tiene una raíz mental, la misma personalidad.
Enlace al video:
https://www.youtube.com/watch?v=TgMhR_I1fHc&feature=youtu.be