Fue un filósofo,
gramático, jurista y político venezolano. En el campo del pensamiento social
fue influenciado por las ideas de Edmund Burke[1] y
Jeremías Bentham.
Entre sus
obras podemos citar: “Filosofía del entendimiento” (1843), “Gramática de la
lengua castellana destinada al uso de los americanos” (1847), “Sociología de lo
bello”, “Filosofía moral”, “Código civil de la república de Chile” (1855). Fue
contratado por el Estado de Chile para contribuir en su ordenamiento legal y
educativo.
El orden
Ivan Jaksic,
titula a uno de sus libros como “Andrés Bello: la pasión por el orden”[2].
Más allá de lo acertado del título, podríamos decir que el orden y el progreso
se convirtieron en la bandera de muchos pensadores latinoamericanos que
buscaban a través del positivismo europeo encontrar una dirección clara luego
del anarquismo caudillista en el cayeron la mayoría de los países de la región
luego de la independencia de la monarquía española.
Si en alguna
medida la ilustración fue el aliento intelectual para llevar adelante las
revoluciones de la independencia, y el romanticismo fue la fórmula para prestar
atención a las peculiaridades sociales y culturales de las comunidades en las
que se pretendían introducir cambios, el positivismo fue la brújula para
orientarse decididamente hacia “el orden y el progreso”.
Pensamiento político
Bello pregonó para Chile y la región un republicanismo
que propiciará cambios graduales en el sistema social, gracias a una
legislación clara y eficiente que garantizara la convivencia ciudadana. Así, al
modo de un Bentham latinoamericano pregonaba el logro, a través del la acción
del Estado, del mayor bien posible para el mayor número de ciudadanos.
Educación
La virtud de los ciudadanos, esencial para la
consolidación de las recién nacidas repúblicas latinoamericanas, debía lograrse
a través de un sistema educativo eficiente y amplio. Y precisamente, el estado
de anarquía en el que había caído la región luego de las gestas
independentistas, tenía que ver con la proliferación de individuos que no
habían asumido su rol de ciudadanos, sino que se habían dejado llevar por la
marea irrefrenable del caudillismo.
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