Fue un pensador,
historiador y político paraguayo. Suele ser catalogado como integrante de la
generación del novecientos, junto a Juan E. O´leary, Blas Garay, Manuel Gondra,
Eligio Ayala y otros. La generación del novecientos da origen a la cultura
paraguaya moderna, y muchos de sus integrantes dividieron su tiempo entre el
cultivo intelectual, el periodismo y la actividad política. En el ámbito
político, por ejemplo, participaron activamente en la formación del Estado
paraguayo, luego de la debacle de la guerra de 1870.
En sus
primeros tiempos Domínguez cultivó con igual pasión tanto el positivismo como
el nacionalismo, que a finales del siglo XIX y principios del XX eran
posiciones contrapuestas dentro del sistema cultural latinoamericano. Fue influenciado
por los filósofos franceses de moda en su tiempo, como Taine, Renan y Michelet
(en especial por el segundo, a quien solía llamar “el divino Renan”). En su
búsqueda por conjugar los saberes de la materia y el espíritu se encontrará con
la filosofía de Henry Bergson, uno de los pensadores también de moda en su
tiempo (no sin antes pasar por positivistas como, Fouillée o Boutroux, y
románticos tardíos como Schopenhauer, Guyau o Nietzsche).
En 1902, en
un clima de mucha inestabilidad política, Domínguez fue elegido vicepresidente
de la república, por el partido colorado, acompañando al presidente Juan
Antonio Escurra[1].
Sólo dos años después tendría lugar la revolución de 1904, junto a la caída del
partido colorado, que con ciertas intermitencias, sólo volvería al poder en 1948
(después de la fatídica revolución de 1947).
Su tesis de
1899, de la Universidad Nacional de Asunción se tituló: “La traición a la
patria”. Escribió sobre las “Causas del heroísmo
paraguayo” (1903), apoyando la postura de Oleary en la controversia con Báez.
También escribió sobre el filósofo español Menéndez y Pelayo, sobre Barret
(1913), sobre “Renan, sus ideas y su estilo” (1925). En 1918 publicó su más
conocida obra “El alma de la raza”, en donde reúne trabajos de índole
histórica, social, cultural y política[2].
Su posición dentro del pensamiento paraguayo
Manuel
Domínguez es uno de los principales representantes de la línea nacionalista-neo
romántica, en donde también podemos encontrar a Juan E’Oleary de su misma
generación (la del 900), Natalicio González (de la generación del cuarenta) y
Bacón Duarte Prado (que con ciertos ajustes puede ser ubicado en la generación
del cincuenta).
Para
Domínguez, la nación no se inicia artificialmente con el Estado (como sostendrá
Adriano Irala Burgos[3]
años después), sino que brota del “alma de la raza”, a través de un proceso
unido íntimamente con las condiciones naturales de una comunidad. Así, el autor
sostiene que “la fauna humana de una región, forma una raza: políticamente una
nación”[4].
Causas del heroísmo paraguayo
De alguna
manera Domínguez toma la idea romántica del “genio héroe” presente en Tomas
Carlyle y la aplica no a un individuo (como podría ser Francisco Solano López,
desde la perspectiva nacionalista) sino a una colectividad, la paraguaya
(manifestada de manera particular en la guerra contra la Triple Alianza).
En el ambiente
cultural latinoamericano de la época también circulaba la distinción entre
barbarie y civilización planteada en la región por el argentino Domingo
Faustino Sarmiento en 1842. Pero a su vez, eran utilizadas las distinciones que
el estadounidense Lewis Henry Morgan hizo en 1877 entre salvajismo, barbarie y
civilización. Y a propósito, Manuel
Domínguez escribe: ”Alguien no pudiendo explicarse el ningún miedo de nuestro
soldado a la muerte, dijo que el paraguayo era insensible al dolor porque era
salvaje. Parece que efectivamente, el hombre de civilización refinada es más
sensible que el hombre no civilizado, pero el paraguayo no era salvaje y que
era superior al enemigo ser verá más adelante”[5].
De cualquier manera Sarmiento también utiliza el término salvaje, por ejemplo
al referirse al conflicto entre las dos sociedades argentinas, la tradicional o federal y la europeizante o unitaria, dice:
“de eso se trata: de ser o no salvaje”[6],
pero cuando el mismo autor trata de especificar más sus ideas, dice: “Y en la
relación que mantiene que con el poder, el bárbaro, a diferencia del salvaje,
nunca cede su libertar”[7].
De cualquier
manera, para Manuel Domínguez el paraguayo no es ni salvaje, ni bárbaro, y en
cierta manera tampoco un civilizado, sino algo distinto, “un blanco sui
generis”[8], en
quien “hay mucho de español”, o sea de civilizado (desde el planteamiento
sarmentino), “bastante de indígena”, o sea de salvaje, “y algo que no se
encuentra o no se ve ni en uno ni en otro”[9].
En pocas palabras, las ideas de Domínguez no pretenden adecuarse a la oposición
civilización-barbarie tan en boga en aquellos tiempos, esa perspectiva la
dejará más bien a la pluma de Cecilio Báez.
[1]
[2]
El título lo extrajo de un
pasaje del libro de Gustave Levon, “La Psicología de las multitudes”, citado en
la misma obra
[3]
[4]
[5]
[6]
[7]
[8]
[9]
No hay comentarios:
Publicar un comentario