El problema de la experiencia estética surgió con la misma disciplina
filosófica de la Estética, en el siglo XVIII, con las investigaciones de
Alexander Baumgarten (1714-1762)[1].
Lo estético se presentaba como una experiencia que en un principio implicaba
una forma peculiar de conocimiento, por lo cual la cuestión pasó a articularse
también con temáticas asociadas al conocimiento, planteadas en ese tiempo por
los racionalistas y los empiristas. No es de extrañar entonces que Manuel Kant,
que establece de alguna manera en su pensamiento la síntesis entre empirismo y
racionalismo se constituya también en uno de los principales referentes dentro
de la historia de la Estética.
La experiencia será asociada con el arte, entendido como copia de la naturaleza o como
expresión del contenido anímico del artista, y también con la contemplación de
paisajes naturales. De todas maneras, en toda experiencia estética existe un
objeto conocido, las Ideas o Arquetipos, y un sujeto que conoce, al que nosotros
asociamos con los estados de ánimo fundamentales, angustia, serenidad y asombro.
Schopenhauer denominó a aquel que conoce en medio de una experiencia estética
“sujeto puro e involuntario del conocimiento", mientras que nosotros lo
denominamos simplemente “sujeto débil”.
En un sentido metafísico, e insistimos en esto, la experiencia estética
implica el conocimiento de Ideas o Arquetipos que se muestran a la par que la
Nada. Por ello cuando hablamos de ella necesariamente también nos referimos a
lo trascendente[2].
La experiencia estética es la concreción de una liberación del hombre. Y
uno de los principales objetivos del presente ensayo será aclarar el
significado y las implicancias de esto. Pero ¿Liberación de qué?
El hombre está lleno de
atrofiantes cadenas, no sólo las que le impone la sociedad en la que vive, sino
también las provenientes de la misma mente, a través de interminables deseos
que despiertan la ilusión de la felicidad. La supuesta libertad que emerge de
los instituciones democráticas, o aquella que se basa en la satisfacción de las
carencias más fundamentales, no son sino cortinas sutiles que esconden el
estado de esclavitud que comprime al hombre
desde su misma interioridad.
La vida se asocia con la insatisfacción de necesidades, y con esto viene
el dolor, que puede ser físico o mental, al dolor que proviene de la mente podemos
llamarlo sufrimiento. En tal sentido podemos decir que los animales
experimentan dolor pero no sufren, ya que no poseen un pensamiento centrado en
un yo que pueda estar proyectando deseos hacia el futuro.
Podemos decir que existe una relación dialógica entre el placer y el
dolor (o el sufrimiento). La satisfacción de una necesidad viene de la mano con
el placer y la insatisfacción con el dolor o el sufrimiento. Pero esta relación
también puede ir más allá de la satisfacción o no de necesidades, hasta la
misma eliminación de la una necesidad. Por ejemplo, si uno sufre es porque
posee una necesidad basada en el pensamiento centrado en el yo; y si desaparece
esa necesidad a través de la auto-observación se puede acceder a un goce que no
tiene nada que ver con aquella necesidad, un goce espiritual, una experiencia
estética.
Entonces, podemos decir que el
placer posee varios tipos o formas, desde los más fundamentales, relacionados
con nuestras necesidades más inmediatas, hasta los placeres más refinados y
nobles, los espirituales[3].
No podemos decir que los placeres corporales son peores ni mejores que
los espirituales, pero sí que existe una marcada diferencia en cuanto a las
circunstancias con que están asociados. Los placeres corporales en general son
de corta duración y muchas veces vienen acompañados con sufrimientos de
distinta magnitud; en cambio los placeres espirituales pueden alcanzar largas
duraciones y casi nunca van de la mano con malestares, al contrario,
contribuyen en hacer de la vida un pasaje más tolerable. En contrapartida, es
cierto, la sensibilidad a los dolores de todo tipo aumenta, frente a lo cual no
queda sino insistir en las normas recomendadas en una auto-ética[4].
El hombre vive en medio de distintas situaciones,
a las que básicamente podemos agruparlas en dos: las situaciones cotidianas[5]
y las situaciones límites[6]. Podemos decir que en la experiencia estética
se da una liberación de los dramas de las situaciones cotidianas, lo que
generalmente podemos asociar con un tipo peculiar de experiencia estética, la
moderada; en cambio, cuando partimos de las situaciones límites, generalmente
tenemos una experiencia estética radical[7].
La experiencia estética, forma de placer intelectual, atempera las
inquietudes de la cotidianeidad y nos
hace ver al mundo como un gran espectáculo. La experiencia estética radical es
un signo del crecimiento interior, que nos conecta con las fuentes de la vida,
con el Ser.
Básicamente, la experiencia estética emerge ya sea a partir de la
contemplación de paisajes naturales o a partir del encuentro con las distintas
formas de arte; pero en un contexto más actual, podemos hablar ya de la estetización general de la existencia[8],
que nos permite entender que la vida cotidiana también puede adquirir el halo
maravilloso de lo estético. Pero cuando ello sucede, notablemente, lo cotidiano
deja sus caracteres más propios (búsqueda de dinero y de figuración social) y
deja su lugar a aquello que en última instancia permanece inefable...
La experiencia estética se presenta con cualquiera de las formas del
cultivo del espíritu: el arte, la espiritualidad o la intelectualidad. El
cultivo del espíritu ocupa la posición más elevada en la jerarquía de valores
que proponemos en nuestra Auto-ética. Y volvemos a recalcarlo aquí, una
Auto-ética es importante en el mundo de hoy para afrontar a uno de los grandes
factores de crisis que tiene la humanidad en el presente, y también para el
futuro: la desintegración espiritual del individuo.
La fragmentación de la vida humana es producto de un pensamiento
centrado en sujeto fuerte (el yo o el ego), lo que impide el encuentro con una
inteligencia más amplia, aquella que se despliega en la vida toda y que está
representada por las Ideas o Arquetipos.
[1] Filósofo
alemán, perteneciente a la escuela de Christian Wolff (representante, como
Kant, de la ilustración alemana), quien a su vez fue seguidor de Guillermo
Leibniz.
[2] Cfr. Robert
León Helman. La Auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual. 2018,
p. 72-74. En adelante, al referirnos a nuestros trabajos nos limitaremos a
escribir las iniciales R.L.H.
Hemos optado por un modo de tratar las citas que consiste
considerar el nombre del autor, el título de la obra, el año de publicación y
las páginas utilizadas. Las referencias bibliográficas completas se encontrarán
en la parte final del ensayo.
[4] Véase, R.L.H. La
auto-ética, 2018, p. 75-85.
[5] Véase R.L.H, La auto-ética,
2018, p. 24-25.
[6] ibíd., p. 26-30.
[7] Véase Cap. 3 del presente
ensayo.
[8] Véase Cap. 6 del presente
ensayo.
Índice:
Introducción…………………………………………………………7
1. Lo estético y el conocimiento…………………………………..12
1.1. La experiencia estética como forma
de conocimiento…….13
1.2. Las dos formas de la contemplación
estética…………...…20
1.3. Estética, mito y magia………………………………………..23
2. Lo estético y el sujeto…………………..……………………….26
2.1. El genio……………………….……………………………..…27
2.2. El destino……………………………………………………....32
3. Lo estético y la sociedad………………………………………..35
3.1. El arte, la sociedad y la
cultura….…………………………..36
3.2. Esbozo sobre la historia del arte…………………………….38
Conclusión…………………………………………………….........41
Vocabulario……………………………..……………………….…42
Bibliografía…………………………………...…………………….43
Enlace al ensayo completo:
https://drive.google.com/file/d/1na4HZn5ndT-6WN9h6hal5JAAsQ9aJvWT/view?ths=true
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