La
pregunta por el hombre no se relaciona con un afán meramente especulativo, pues
preguntarnos por el hombre, de donde viene y a dónde va, puede ayudarnos a
orientarnos (incluso si las respuestas son numerosas) frente a situaciones de
crisis como la degradación ambiental, los conflictos sociales, la pobreza o la
desintegración espiritual del individuo. Es decir, la pregunta por el hombre
puede ayudarnos a abordar con mayor claridad cuestiones relativas a una ética
social, una ética planetaria y una auto-ética. Y tal orientación debe
proyectarse en reformas que hagan posible manejar en forma concreta estas
situaciones, nos referimos principalmente a la reforma de la ética, de la
sociedad y de la cultura.
En el contexto del párrafo anterior el
hombre es una construcción. Desde los griegos la definición del hombre estuvo
asociada con la conciencia y con la racionalidad (que era la más pura expresión
de esta consciencia), pero a finales del siglo XX algunos pensadores (como
Levi-Strauss o Foucault) incluso proclamaron su muerte. Pero tal vez no
necesitemos quedarnos con la idea de esa muerte, quizá sería mejor hablar de
una reconstrucción de la figura del hombre, asumiendo ya todas las críticas,
genealogías, arqueología y deconstrucciones llevadas adelante por los
pensadores contemporáneos.
De todas maneras, estas cuestiones no
deben hacernos olvidar la dimensión estética del ser humano, para que el
pensamiento no termine esclerotizado, estático, maniatado. Así, en la medida de
lo posible debemos hacernos conscientes de que aquel sujeto fuerte de la
modernidad, aquel que quería ser el sustento sólido para el conocimiento y la
acción ya no tienen vigencia en nuestro tiempo de crisis de los fundamentos,
que lo que hoy mejor podemos experimentar es la presencia de un sujeto débil en
nosotros. Por supuesto, este sujeto débil constantemente se nos pierde en medio
de un alienado, que ha catalogado como real a una cotidianeidad cada día más
invadida por una inerte racionalidad formal.
Entonces, aquí estamos esbozando el pasado
y el futuro del hombre, y no debemos olvidarnos, lo único que tenemos es el
ahora, en el cual se manifiesta el Ser, en su constante dinamismo, en la
imposibilidad de reducirlo a un concepto, en su convivencia con la Nada misma.
Ciertamente, el saber sobre el hombre ha
estado presente desde tiempos inmemoriales en las leyendas, los mitos o las
religiones, pero con una forma que pretenda dar una respuesta racional, se da
principalmente en la antigua Grecia, con pensadores como Sócrates o los
sofistas. Desde entonces la pregunta sobre hombre ha adquirido diversas
respuestas a través del despliegue de la historia de la filosofía, e incluso de
la ciencia.
Lo que en este ensayo nos propondremos
hacer será articular un esbozo, de los muchos posibles y existentes, de la
figura de este ser tan paradójico y complejo que calificamos como “humano”.
Etimológicamente el término hombre deriva del latín “homo”, asociado
a su vez con “humus”, que significa tierra, y en tal sentido, fácticamente el cuerpo humano, la dimensión más concreta de la existencia, con la muerte siempre vuelve a la
tierra, como si nunca hubiese dejado de pertenecer a ella.
A su vez, el término griego “anthropos”,
hombre, es “el que mira hacia arriba”, que a la luz de las investigaciones
antropológicas podemos decir que es aquel que ha podido erguirse, liberar sus
manos y su inteligencia y mirar hacia el cielo, el espacio de sus más altos
ideales[1].
Definamos entonces al hombre como un ser en relación con el mundo, con los
demás y con sí mismo (entiéndase, con su personalidad). Estas tres relaciones
fundamentales también serán el motivo de la división de nuestro ensayo en tres
partes, en donde se desarrollarán cada una de estas temáticas.
Es desde la consciencia pura que se pueden dar estas relaciones, la consciencia
es el polo subjetivo (el testigo, el observador) mientras que el polo objetivo
lo son ya sea el mundo, los demás o la personalidad.
La personalidad (el yo, el ego) se para en
medio de una danza entre el placer y el
dolor, que se desarrolla en la mayoría de los casos de acuerdo a modos
generales y tradicionales de vivir, que podemos agrupar bajo el nombre de
“cotidianeidad”. Por supuesto, la cotidianeidad variará de una cultura a otra,
pero las pautas estables del pensar y la acción siempre existirán.
Pero ¿Por qué el hombre empieza a preguntarse con seriedad por las cuestiones últimas de la vida, como el ser, el
mundo, uno mismo o la sociedad? ¿Cómo es posible dejar el sueño pesado de los
problemas cotidianos, de las preocupaciones diarias por ganarse el pan o por
cultivar la vanidad?
Dejar
el letargo de esta cotidianeidad (asociado con los procesos coercitivos de la
sociedad y la cultura) muchas veces se hace posible porque aparece una
situación límite, como una enfermedad que se extiende más de lo previsto, la
muerte inesperada de un ser querido, un trabajo desgastante que parece no tener
justificación, o el lamento por una acción con resultados negativos; en
síntesis, como enseñaba Karl Jaspers, estas situaciones límites son cuatro: la
muerte, el sufrimiento, la lucha diaria y la culpa[2].
A su vez, como estas situaciones, los estados de ánimo extremos, como la
desesperación, el júbilo, el aburrimiento y el estado de alerta, al
intensificarse desembocan en el estado de ánimo radical, la angustia[3].
A través de ella, (que en medio de lo cotidiano se presenta como excepcional, aunque
puede ser cuidada y propiciada por una auto-ética), el individuo puede llegar a
la conciencia, no de su integridad, originalidad, o autenticidad, sino de
su condición de sujeto débil o
crepuscular, que ya no se constituye
como centro dictatorial del conocimiento, sino como componente de un saber a la
vez estético, débil, retórico y nihilista. Al respecto dice Vattimo: “Estas
son, me parece, las dos dimensiones decisivas de la crisis del sujeto
burgués-cristiano (y antes del sujeto trascendental): el ocaso del rol
hegemónico de la conciencia (ante todo entendida como conocimiento), tanto
respecto de las otras fuerzas internas que constituyen la persona, como
respecto de los “poderes históricos””[4].
Entiéndase que lo que aquí Vattimo llama
consciencia, se relaciona con el sujeto racional de la modernidad. Mas adelante
veremos que una concepción distinta de la consciencia, asociada con aquello que
Schopenhauer llamó “sujeto puro e involuntario del conocimiento”, que para
nosotros es el eje de las tres relaciones fundamentales del hombre (mundo,
sociedad y personalidad).
Heidegger decía en su libro "¿Que
significa pensar?", que lo grave es lo que da que pensar, pero lo
"gravísimo" es que a pesar de nuestro tiempo grave, todavía no
pensamos[5].
Vivimos en una grave situación de crisis, tanto como especie, en un planeta
enfermo; como individuos, en medio de exigencias afectivas e intelectuales;
como seres sociales, inmersos en una sociedad resquebrajada y una cultura
masificada. Nuestro mundo de hoy se presenta como un grito que llama al pensar,
pero ¿está el hombre de nuestro tiempo
dispuesto a escuchar tal llamado?
Toda crisis es dolorosa, difícil de
sobrellevar, pero ella terminará en dos posibles desenlaces, el de la muerte o
el de la transformación, o tal vez, porque no decirlo, en una muerte que nos
abrirá a la transformación. La crisis es
el momento adecuado para acceder a un estado de conciencia más purificado de
los turbios afanes del ego, que siempre son caldo de cultivo para los
conflictos socioculturales en el mundo.
Se podría esperar que en un ensayo que trata
sobre el problema del hombre, como el que aquí presentamos, se plantee en forma
casi inmediata la pregunta ¿Qué es el hombre?, sin embargo, todo el rodeo
previo que hemos hecho antes de llegar a esta pregunta fue para poder abordar
esta cuestión con más claridad y soltura.
Nuestro recorrido a través de los matices del
problema del hombre consistirá en un esbozo de sus principales dimensiones, sin
postular ninguna naturaleza intrínseca y ningún conocimiento absoluto. Así, a
tono con los planteamientos de Vattimo, podríamos sostener aquí una visión
debilitada sobre el hombre.
Pero ¿por qué aludimos a un “retorno” en el título de nuestro ensayo
sobre el problema del hombre? Porque
este abordaje podría ayudarnos a retornar a lo originario, que no es sino la
misma Nada, a partir de la cual todo se muestra como símbolo, arquetipo o Idea.
En otras palabras, las reflexiones sobre el hombre que aquí presentamos pueden
ayudarnos a establecer las condiciones para que se dé una experiencia estética
radical, en especial a través a través del cultivo intelectual[6].
E insistimos en esto, si es que acaso
queremos construir un futuro tolerable, deberemos liberar las fuerzas de la
imaginación y la creatividad, moderadas socialmente a través de los juegos de
la democracia. Y la liberación de estas fuerzas no lo lograremos sino a través
de la experiencia estética.
[1] Cfr. Pedro
Chinaglia. Ser Hombre, p. 35. Hemos optado por
utilizar un modo de apuntar las citas bibliográficas que consideramos facilitará
la consulta del lector. En primer lugar se alude al nombre del autor, luego al
título de la obra, el año de la publicación y finalmente la página utilizada.
Las referencias bibliográficas completas aparecerán hacia el final del ensayo.
[2]“Estas situaciones no
cambian, salvo solamente en su modo de manifestarse; referidas a nuestra
existencia empírica, presentan el carácter de ser definitivas, últimas. Son
opacas a la mirada; en nuestra existencia empírica ya no vemos nada más tras
ellas. Son a manera de un muro con el que tropezamos y ante el que fracasamos.
No podemos cambiarlas, sino tan sólo esclarecerlas, sin poder explicarlas ni
deducirlas partiendo de otra cosa. Ellas se dan con la existencia empírica
misma”. Karl Jaspers. Filosofía. 1959, p. 66-67.
[3] “Del latín “angustus”, que
significa angosto, estrecho, término que se refería a los finísimos
desfiladeros de las montañas, desde los cuales se experimentaba vértigo y miedo
ante la proximidad inquietante de profundos abismos” Robert León Helman. Al
diablo con el mundo, 2017, p. 27. En lo que hace a
nuestras obras, publicadas todas a través de internet, desde la segunda cita
sólo utilizaremos nuestras iniciales R.L.H.
[4]
Vattimo, Gianni. Las aventuras de la diferencia, 1990, p 55.
[5] Cfr. Heidegger, Martin.
¿Qué significa pensar?, p 10 y 11.
[6] La
intelectualidad es una de las formas del cultivo del espíritu que proponemos,
junto al arte y la espiritualidad.
INDICE GENERAL
Introducción…………………………………………………………….…7
Primera
parte: Ser con uno mismo………………………...…..……....14
1.1.
El conocimiento humano……………………………………….….16
1.2.
La acción humana y la auto-ética……………………………….…21
1.2.1.
El auto estudio…………………………………………………….24
1.2.2.
El auto-trabajo……………………………………………………..37
1.2.3.
La auto-observación……………………………………………....49
1.3.
Los afectos humanos………………………………………………..54
Segunda
parte: Ser con los demás……………………..………….........57
2.1.
Un mundo gris………………………………………………………59
2.2.
Caracteres sociales del hombre…………………………………....78
Tercera
parte: Ser con el mundo……………..……………………...…82
3.1.
Naturaleza y filosofía……………………………………………….85
3.2.
Naturaleza y ciencia………………………………………………...87
3.3.
Naturaleza y vida humana…………..…………………………….88
Conclusión………………………………………………………………..94
Vocabulario……………………………………………………………....95
Bibliografía………………………………………………………….……99
Enlace al ensayo completo:
https://drive.google.com/file/d/14w1-L87lcIRmg5QAiR-GcH07AnzX89Xx/view?usp=sharing
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