Fue un filósofo italiano. Se presenta
como uno de los más destacados pensadores del Renacimiento. Sostiene a la vez
un panteísmo y un vitalismo. En su cosmología, defendió el sistema
heliocéntrico de Nicolás Copérnico.
Santo profano que murió en la hoguera en
Roma, no sabemos si con la misma entereza de un Sócrates, pero si con la
convicción de que por el pensamiento se puede acaso morir, sólo cuando el pensamiento
se hace en uno mismo vida. El martirio no hace de un sistema de ideas verdadero
o falso, la sangre del mártir no es criterio de verdad, pero si puede ser el
signo de la violencia con que los mecanismos de control social actúan cuando el
pensamiento pone en cuestión valores sobre los que se asienta una estructura
cultural.
Ingresó a la orden de los dominicos, en
donde enseguida se ganó la fama de rebelde y contestatario. Luego de ordenarse
sacerdote empezó a convivir con el escándalo, debido a su posicionamiento
intelectual, demasiado excéntrico para
tiempos de intolerancia.
El pensamiento de Bruno nos ofrece: un
ejemplo temprano de panteísmo en el pensamiento moderno (luego vendrían otros
exponentes de esta corriente de ideas como Espinoza o Schelling); un
planteamiento vitalista que encontraría nuevos brotes con el surgimiento del romanticismo
alemán; y un caso paradigmático en lo que hace al compromiso con las ideas (en
alguna medida paralela con la actitud de un Sócrates).
Entre sus obras cabe citar: “De la causa,
el principio y el uno” (1584) y “Sobre el infinito universo y los mundos”
(1584).
El giro copernicano
Los trabajos de Copérnico llevaron
adelante aquello que Thomas Kuhn denominó un cambio en el “paradigma”
científico; pero las ideas de Bruno, daban un paso más, llegaban ya a poner en
cuestión los mismo valores que habían sustentado a la cultura y a la sociedad
medieval.
En este ambiente de nuevas ideas
científicas hubo un rebrote de la filosofía de la naturaleza, en las formas de
variados sistemas que conjugaban ideas del periodo helenístico y del pensamiento
medieval. Entre estos filósofos los más destacados fueron Nicolás de Cusa y
Giordano Bruno.
La infinitud del universo
Para los griegos en general el universo
era finito, ya que de esa manera se prestaba mejor a la idea de una justa
proporción matemática (en especial desde Pitágoras y Platón). Aristóteles
también sostuvo la finitud del universo, y desde su cosmología Claudio Tolomeo
terminó construyendo un gran sistema astronómico, que no sólo se limitaba a lo
teórico, pues también permitía establecer cálculos, utilizados en la
navegación, en la arquitectura y en otros campos de la técnica.
Desde la cosmovisión del mundo medieval se
describía un universo finito, con la tierra en el centro, morada del hombre,
creado a imagen y semejanza del Dios judeo-cristiano. Los mecanismos de este
universo eran explicados por el modelo geocéntrico propuesto por Claudio
Tolomeo (que a su vez se basó en la física aristotélica).
El acto de creación divina venía íntimamente
asociado con la finitud del universo (al ser finito, contingente, le era
inherente el ser creado).
Copérnico siguió afirmando la finitud del
universo, pero de todas maneras su modelo heliocéntrico allanaba el camino para
sostener la infinitud, pues no era ya necesario asegurar la posición
privilegiada del hombre en el cosmos, planteamiento que era una especie de
pauta conceptual dentro de la cultura medieval.
Si la tierra ya no ocupaba el centro del
universo (en medio de la infinitud o no existe centro o todo centro es
arbitrario) entonces al mismo tiempo desaparecía la condición única que tenía
el hombre en la cosmovisión medieval. La infinitud del universo implicaba la
posibilidad de la existencia de muchos sistemas solares como el nuestro. Bruno
incluso llegó a plantear que era posible la existencia de seres inteligentes en
otros rincones del universo (haciéndose así una especie de precursor de la
hipótesis alienígena).
El universo como ser vivo
Antes que Bruno el pensador romano
Lucrecio ya se había acercado a la idea de la infinitud del universo, con la
diferencia de que para éste último y para los atomistas en general todo lo
existente en última instancia era materia. Para Bruno en cambio, todo lo
existente en última instancia es vida, en otras palabras, el universo está vivo.
Y su panteísmo nos remite a la idea de que
todo es divino, una posición que de alguna manera se conecta también con una
visión religiosa de tipo animista.
Pero por supuesto, panteísmo y animismo
no son lo mismo, pero se encuentran asociados. El panteísmo es una línea de
pensamiento filosófico (que tiene que como su típico representante a Plotino),
mientras que el animismo es un tipo de religión (para Edward Tylor, la más
elemental y temprana). La postura contrapuesta al panteísmo es el creacionismo,
mientras que frente al animismo se encuentran el politeísmo y el monoteísmo
(siguiendo también las ideas de Tylor).
(Extracto de “Robert León Helman. Una
mirada hacia el infinito. Ensayo sobre el pensamiento moderno”).
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