Fue un filósofo paraguayo. Muy identificado con Max Scheller y su
antropología filosófica. Puede catalogarse a Pelayo como un pensador
espiritualista. Doctor en Filosofía por la Universidad Central de Madrid. En
1957 publica “Contorno del hombre”; en 1959, “La indolencia del pensamiento”;
en 1962 “Filosofía y Cultura”; en 1978 “Sobre la creación artística: concepto y
artesanía”. Su tesis doctoral lleva como
título “Las ideas estéticas de Esteban Arteaga. Contribución de Arteaga al
nacimiento de la estética en España” (1955).
En la dedicatoria a su obra más
conocida “Filosofía y Cultura”, alude a Secundino Núñez como a un mentor, dato
que nos puede ayudar a diferenciar ciertas relaciones maestro-discípulo entre
los integrantes de lo que podemos llamar la generación de oro de la filosofía
académica paraguaya.
Es notable, ya en la primera página del prólogo a su obra “Filosofía y
Cultura” la influencia de Ortega y Gasset. Considera al hombre como “escultor
de su propia personalidad”[1],
que se da “a condición (…) de que transforme su núcleo de posibilidades[2] en
hechos”[3].
Esta obra puede ser comparada
dentro de la historia de la filosofía paraguaya con el libro de Pedro Chinaglia
“La filosofía a través de los siglos”, también elaborada como un manual de
enseñanza.
Laureano no aborda tantos autores como Chinaglia, pero propone una
segunda parte con los problemas fundamentales de la filosofía[4].
Laureano aborda al positivismo y de manera específica a Augusto Comte.
Chinaglia omite el estudio del positivismo, algo que nos parece curioso,
considerando la importancia de estudiar a una corriente de pensamiento que ha
tenido una importante influencia en el Paraguay y en Latinoamérica. En
contrapartida Chinaglia estudia a Marx (virtudes y defectos), un filósofo al que
alude Laureano cuando aborda en los problemas del hombre y de Dios.
Laureano escribe sobre generalidades del existencialismo y luego aborda
ideas de Karl Jaspers. Chinaglia presenta estudios de Heidegger, Sartre y
Marcel.
Laureano le dio un espacio a
Schopenhauer (que junto a Kierkegaard son calificados y estudiados como las
raíces del existencialismo) y a Nietzsche, frente a la ausencia de estos
autores en el libro de Chinaglia. El filósofo ítalo-paraguayo si concuerda con
Laureano en la atención puesta en Kierkegaard.
De todas maneras, pareciera que Laureano ve como distintivo principal de
estos pensadores el de ser caminos hacia el existencialismo, corriente a la que
destaca por la popularidad ganada en el mundo occidental.
En efecto, podemos ver en Sartre, por ejemplo, ideas que son un reflejo
de otras de Schopenhauer, como la idea de lo absurdo de la vida o como la
intensión del hombre de hacer que su “ser para sí” se haga un “ser en sí” (Para
Schopenhauer, hacer que la voluntad particularizada adquiera la plenitud de la
voluntad como esencia del mundo).
A Nietzsche lo presenta como
“un discípulo ferviente de la actitud espiritual de estos filósofos anteriores”[5],
refiriéndose a Schopenhauer y Kierkegaard.
Laureano difunde la tergiversación del pensamiento nietzscheano cuando
escribe: “La vida es el valor supremo y todo lo que tienda a robustecer la
voluntad de poder es bueno y verdadero (Esta es la raíz más fuerte del futuro
nacionalsocialismo alemán, con su criterio de la raza aria superior)”[6].
La obra en su conjunto constituye un valioso aporte que ha contribuido
al crecimiento de las inquietudes filosóficas en nuestro país.
(Extracto de “Robert León Helman. En
pos del pensamiento inútil. Ensayo sobre la historia de las ideas en el
Paraguay”)
[1] Laureano Pelayo García. Filosofía y
Cultura. 1985, p. 24.
[2] La temática del hombre como un “haz
de posibilidades” también está presente en Adriano Irala Burgos y en Fernando
Tellechea.
[3] Laureano Pelayo García. Filosofía y
Cultura. 1985, p. 24.
[4] En lo que hace a recursos didácticos,
Laureano utiliza negritas para resaltar las ideas más importantes; también, en
los primeros estudios de autores de la historia de la filosofía, les adhiere
algún fragmento del filósofo estudiada para enriquecer la comprensión y
ejercitar la interpretación.
[5] Ibíd., p. 223.
[6] Ibídem., p. 223-224.
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