jueves, 30 de julio de 2020

A CIENTO VEINTE AÑOS DE LA MUERTE DE FRIEDRICH NIETZSCHE (1844-1900)


     Fue un filósofo alemán. Pertenece a una línea de pensamiento voluntarista, también se lo puede asociar con el vitalismo y en alguna medida también con el existencialismo, como precursor. Seguidor de Arthur Schopenhauer en su juventud, con el desarrollo de su pensamiento se apartaría de su maestro para convertirse en uno de los pensadores más influyentes en el mundo actual.
     Entre sus obras cabe citar: “El origen de la tragedia en el espíritu de la música” (1872), “Consideraciones intempestivas” (1873),  “Humano, demasiado humano” (1875), “Aurora” (1881), “La gaya ciencia” (1882), “Así habló Zaratustra”, “Más allá del bien y del mal” (1886), “Genealogía de la moral” (1887), “La voluntad de poder”, entre otras.
     A los cuarenta y cinco años le diagnosticaron un “reblandecimiento cerebral” (la infame “clínica” foucaultiana ya estaba instalada), pero para otros sencillamente se volvió loco, acaso como aquel mismo loco que en uno de los más memorables relatos nietzscheanos buscaba a Dios, linterna en mano,  en medio de un tétrico mercado.
    Su ardorosa relación con Lou Salomé (una mujer excéntrica e ingeniosa, para no hablar de sus atractivos físicos) le permitió experimentar en carne viva los dilemas que la voluntad de poder (esencia del mundo para el mismo Nietzsche) produce en una mente racional.
Etapas del pensamiento nietzscheano
     Siguiendo las ideas de Eugen Fink[1] podemos considerar a las ideas de Nietzsche como agrupadas en cuatro grandes periodos. Tratemos de clarificarlas a continuación.
      El primero, en donde se da una especie de adoración hacia sus maestros de juventud, Schopenhauer y Wagner, donde encontramos obras como “El origen de la tragedia en el espíritu de la música” y las “Consideraciones intempestivas”. El segundo periodo, que es como una transición hacia sus ideas cumbres,  se caracteriza por una primera crítica a la tradición occidental, que se da principalmente en “Humano, demasiado humano” y la búsqueda de nuevos ideales para el espíritu libre, que se da en “La gaya ciencia” y en “Aurora”. En un tercer periodo, la parte positiva de su pensamiento, tenemos a su obra cumbre “Así hablaba Zaratustra”; mientras que en su última etapa aparecen obras como “Más allá del bien y el mal”, “La genealogía de la moral”, “El crepúsculo de los ídolos”, “El anticristo” y “La voluntad de poder”.
La voluntad de poder
     Siguiendo en parte las ideas de Arthur Schopenhauer (para quien la esencia del mundo era la voluntad de vivir) Nietzsche sostendrá  que el fundamento ontológico de todo lo existente, de las acciones y pensamientos del hombre es la voluntad de poder.
La moral
     Para Nietzsche las distintas apuestas morales no tienen valor en sí mismas, sino que se fundamentan en una instancia extramoral: la voluntad de poder. En tal sentido establece diferenciaciones entre moral de señores y moral de esclavos, o moral de los débiles frente a la moral de los fuertes.
     Uno de los pasajes más comentados de la obra de Nietzsche es el de las tres transformaciones del espíritu[2], que termina en el estadio del niño, que en diversas tradiciones de sabiduría ha constituido el símbolo de la concreción de los ideales de la vida humana.
     En las tres transformaciones del espíritu, según relata Nietzsche en “Así hablaba Zaratustra”, se pasa del estado del camello al del león, y del león al niño, ¿pero a qué se refería Nietzsche cuando hablaba del niño? Pero no podremos explicar al niño sin antes referirnos al camello y al león.
   El camello no representa precisamente al hombre mediocre, sino a aquel que se atreve a seguir con grandeza e hidalguía las normas de una moral absolutista, o en otras palabras es aquel que sigue con firmeza las enseñanzas del “tú debes”. El camello revela con claridad un afán idealista, disconforme con las miserias de la cotidianeidad; un anhelo de vida elevada, que busca sobreponerse de los lastres de la necesidad y el hastío.
   Pero de todas maneras el camello sigue siendo un esclavo de los pesos de su ética dura, no es capaz de dirigirse él mismo hacia lo que anhela, necesita ser empujado por las recias estructuras de la tradición. Pero el que escala hacia las cumbres necesita libertad para seguir ascendiendo, necesita liberarse de pesos innecesarios que lo acogotan. Y he ahí que frente a esa necesidad el camello se convierte en león. Este simboliza la fuerza para la liberación de la metafísica, la moral y la religión tradicionales; es un grito de rebeldía al decir “yo quiero” antes que “yo debo”.
   Pero la mera autonomía no es suficiente, puesto que zafarse de cargas espirituales no te ubica sino en una posición pletórica tanto de euforia como de hastíos, desesperaciones y angustias. Pues, no importa tanto el “de qué” de la libertad, sino el “para qué” de las posibilidades abiertas.  Así, frente a la pérdida de los valores absolutos, la vida debe redimirse con nuevos valores, con nuevas aspiraciones,  con nuevas ansias de recrear al mundo. La crítica al pensamiento tradicional no debe hacer olvidar el impulso humano tanto hacia las profundidades como hacia las alturas, de modo a que la modorra y la vanidad no se instalen como míseros parásitos en el sentir y el pensamiento del hombre renovado. Sólo cuando ese afán sea cumplido, la fortaleza leonina dará lugar a los juegos y goces del niño. 
     La muerte de Dios no se relaciona sólo con una mísera sociedad masificada, brutalizada y banalizada, sino con la “posibilidad” de hacer de la misma aventura de vivir, un espacio sagrado e interminable para destrucción crítica y la re-creación estética. 
El último hombre y el super hombre
   Considerando el planteamiento de Schopenhauer de que la negación de la voluntad de vivir llega su plenitud en los grandes santos, místicos y monjes de todas las religiones y todos los tiempos, cuando Nietzsche se refiere al cristianismo, lo toma como expresión del nihilismo (nihilismo activo le llama Fink).
     Pero este mismo nihilismo se agudiza cuando aparece el “último hombre” y clausura el camino de los grandes ideales (seguido por esos mismos santos) y deja como residuo vital un sujeto hastiado de la vida (nihilismo pasivo le llama también Fink).
     Desde el parágrafo 125 de la Gaya Ciencia se puede plantear que aquellos que matan a Dios son los mismos a los que Nietzsche asocia con “el último hombre” en el Zaratustra. Dice un pasaje de ese texto:
“¿Adónde se ha marchado Dios”, exclamó, “¡os lo voy a decir!” Lo hemos matado. ¡Todos somos sus asesinos! Pero ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hemos hecho cuando hemos soltado la cadena que unía esta Tierra con su sol? ¿Hacia dónde se mueve ella ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Nos vamos alejando de los soles? ¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia delante, hacia todos lados? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No vamos vagando como a través de una nada infinita? ¿No advertimos el hálito del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene constantemente la noche, y más y más noche? ¿No es preciso encender faroles por la mañana? ¿No oímos todavía nada del ruido de los enterradores que están enterrando a Dios? ¿No olemos todavía nada de la podredumbre divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo consolarnos, nosotros asesinos de los asesinos? Lo más santo y lo más poderoso que el mundo poseía hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos, ¿Quién nos limpiará de esta sangre? ¿Con qué agua podríamos purificarnos? ¿Qué ceremonias expiatorias, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de esta hazaña demasiado grande para nosotros? ¿No tenemos que convertirnos en dioses para ser dignos de ella? No ha habido nunca hazaña mayor, ¡y quienquiera que nazca después de nosotros formará parte, por causa de esta hazaña, de una historia superior a toda la trascurrida hasta ahora![3]
     Un dato interesante lo constituye el hecho de que es un “loco” el que anuncie la muerte de Dios, es decir, alguien que personifica la “sin-razón” en tiempos del dominio de la racionalidad, que al propiciar el “desencantamiento del mundo” establece las condiciones para el abandono de los grandes ideales, lo que está simbolizado en la muerte de Dios.
   Nietzsche anuncia esta muerte (en boca de Zaratustra), y con ello pone en cuestión no sólo la religión sino toda la tradición occidental. Recordemos que Dios siguió estando presente en el contexto del pensamiento moderno, un Dios racionalizado como el de Descartes, Kant o Hegel.


El eterno retorno
     Nietzsche adopta una posición muy controvertida en relación con el problema del tiempo, sostiene que no existe ninguna historia que se desenvuelva en sentido lineal (como lo plantea el cristianismo y la modernidad en general), antes bien, se da un eterno retorno de lo mismo. De esto se desprende que las elecciones que uno tome hoy regirán la eterna rueda de la existencia ¿o acaso lo que hoy hacemos y pensamos ya son elecciones de anteriores vidas?
     Vemos aquí como este retorno de lo mismo puede ser asociado también con una teoría de los Arquetipos que constantemente se repiten a lo largo de la historia, de las culturas y de los individuos[4], motivo por el cual, desde las reflexiones de Heidegger, Nietzsche todavía estaría dentro de ese desarrollo de la metafísica marcado por “el olvido del ser”.
      Pero en un sentido metafísico, aquello que constantemente retorna no es sino la experiencia del eterno flujo de la voluntad de poder, un flujo que no puede ser paralizado en un concepto, en una teoría o en una doctrina moral.
Nietzsche y las ideologías
     En relación con el socialismo, esta corriente de ideas es catalogada como propia de tiempos decadentes, por proclamar lo deseable de lograr una sociedad en donde reine la plena igualdad entre todos los hombres. El contraste no podría ser mayor con una filosofía que alienta a tomar posturas individualistas para abandonar la miserable existencia generalizada que es propia del “último hombre”.
    Por supuesto, esto no quiere decir que Nietzsche adopte una suerte de postura liberal, pues el individuo de corte ideológico liberal, que encuentra su identidad en sus posesiones materiales y en su posición social sería también una expresión del último hombre.

(Extracto de “Robert León Helman. Una mirada hacia el infinito. Ensayo sobre el pensamiento moderno”)


[1] Eugen Fink. La filosofía de Nietzsche. Alianza, Madrid, 1994.
[2] Friedrich Nietzsche. Así hablaba Zaratustra. Edicomunicación, Barcelona, 1999, p. 38-39.
[3] Friedrich Nietzsche. La Gaya Ciencia. 2004, p. 120.
[4] “En cierto sentido, hasta puede decirse que la teoría griega del eterno retorno es la variante última del mito arcaico de la repetición de un gesto arquetípico, así como la doctrina platónica de las ideas era la última versión de la concepción del arquetipo, y la más elaborada”. Mircea Eliade. El mito del eterno retorno. 1952, p. 138

martes, 28 de julio de 2020

COCOTERO


Cocotero, que hablas en el camino hecho oración…
Estoico y sereno, revelas el tenue canto de una emoción…
Larga cabellera, estirada al viento, adornando el rancho, el kokue y el cielo…
Y hecho de silencios, lejanía y calma, cocotero hermano, te llevo en el alma…
Cocotero, que pueblas nuestros paisajes con humildad…
Sublime y austero, entregas divinos dones al Paraguay…
(2011)

Comentarios:
     “Cocotero, que hablas en el camino hecho oración…” Dentro de una concepción de tipo religiosa, la oración es el medio para entrar en contacto con seres sobrenaturales, en una actitud de humildad; pero en un contexto preferentemente estético, la oración hecha ya canción es un medio para alcanzar una experiencia estética. ¿Qué es más sencillo que la oración o la meditación? Es prácticamente como no hacer nada, y al no hacer nada, al no querer nada, brota como un regalo la contemplación estética.
     “Estoico y sereno, revelas el tenue canto de una emoción…” Entonces, la canción que evoca la Idea o el Arquetipo del cocotero, produce en el oyente o contemplador un goce de tipo estético que nos libera momentáneamente de los lastres espirituales de la cotidianeidad. Una contemplación que se asocia con un estado de ánimo sereno, calmo, desapegado de los innumerables problemas del día a día, al modo de un estoico que se entrega plenamente al destino.
     “Larga cabellera, estirada al viento, adornando el rancho, el kokue y el cielo…”. Aquí se siguen provocando imágenes, utilizando la comparación de las hojas del cocotero con una larga cabellera que se conmueve en el aire con el paso del viento, y que nos ayuda a proyectar la imaginación hacia esos paisajes agrarios que en su visión confortan nuestro espíritu.
      “Y hecho de silencios, lejanía y calma, cocotero hermano, te llevo en el alma…”. La personificación del cocotero se acrecienta, al pasar a ser un símbolo de nobleza espiritual y de entereza frente a los exigentes avatares del tiempo. “Te llevo en el alma”, con esta metáfora se expresa una íntima unidad con la vida natural, el árbol se humaniza y el hombre recupera su pureza originaria (simbolizada por el paraíso celestial).
     “Cocotero, que pueblas nuestros paisajes con humildad…”
    Estos árboles pueblan casi todas las zonas rurales del interior del Paraguay, dándole un sentido espiritual, que precisamente en esta canción tratamos de expresar. En Diciembre, la flor de coco adorna y perfuma a los tradicionales pesebres de navidad, asociándose con los símbolos de la esperanza y la salvación. Así, toparse con un cocotero puede ser la oportunidad para serenarse y reflexionar, y acaso para esperar ese intenso gozo que puede brotar desde la calma contemplación de su humilde figura y de su cabellera al viento.
     “Sublime y austero, entregas divinos dones al Paraguay…”
     Lo sublime es lo excelso, lo puro, lo que está más allá de las posibilidades de los cálculos y las racionalizaciones, es el reflejo de una experiencia estética. Y esto se da en la contemplación del cocotero a la par que ese aire de austeridad y de fortaleza, que puede conmover y enseñar a aquel que lo observa con detenimiento. 
     Es el símbolo el que hay dilucidar, ese símbolo que nos enlaza con aquello que hemos llamado “Idea del Paraguay”. Y precisamente, ese es el don o regalo que nos ofrece el cocotero en su contemplación, la posibilidad de conectarnos con todos los símbolos que pueblan nuestros campos, bosques, ciudades, culturas e historias.

Interpretación metafísica
     La frase “Cocotero, hablas en el camino hecho oración” simboliza a los caminos que nos llevan a la angustia, que es la llave  a la Nada (el rancho) y a las Ideas (el entorno natural propio de las zonas agrarias). Estos caminos son las situaciones límites y los estado de ánimo extremos.
     Se escribe: “Cocotero hermano te llevo en el alma”, es decir, todas las virtudes y gracias asociadas con este árbol son las del alma misma que se orienta hacia la Nada. Y a la par que Nada se muestra el ente en su totalidad como Ideas o Arquetipos, que se constituyen en el objeto de la experiencia estética.
     Se dice en otra parte: “adornando al rancho”, y éste en nuestras canciones simboliza a la Nada, de modo que podemos decir que este atavío que le presta a la Nada son las Ideas.
     “Estoico y sereno, revelas el tenue canto de una emoción”. La angustia es fuente de inquietud, mas, luego de que las Ideas se muestren quedan como resonando en la memoria como una bella sinfonía que acabamos de escuchar.

 (Extracto de “Robert León Helman. Vivir, cantar y morir. Letras y comentarios a composiciones musicales”)


jueves, 23 de julio de 2020

A TREINTA AÑOS DE LA MUERTE DE LAUREANO PELAYO GARCÍA (1926-1990)


     Fue un filósofo paraguayo. Muy identificado con Max Scheller y su antropología filosófica. Puede catalogarse a Pelayo como un pensador espiritualista. Doctor en Filosofía por la Universidad Central de Madrid. En 1957 publica “Contorno del hombre”; en 1959, “La indolencia del pensamiento”; en 1962 “Filosofía y Cultura”; en 1978 “Sobre la creación artística: concepto y artesanía”.  Su tesis doctoral lleva como título “Las ideas estéticas de Esteban Arteaga. Contribución de Arteaga al nacimiento de la estética en España” (1955).
     En la dedicatoria  a su obra más conocida “Filosofía y Cultura”, alude a Secundino Núñez como a un mentor, dato que nos puede ayudar a diferenciar ciertas relaciones maestro-discípulo entre los integrantes de lo que podemos llamar la generación de oro de la filosofía académica paraguaya.
     Es notable, ya en la primera página del prólogo a su obra “Filosofía y Cultura” la influencia de Ortega y Gasset. Considera al hombre como “escultor de su propia personalidad”[1], que se da “a condición (…) de que transforme su núcleo de posibilidades[2] en hechos”[3].

    Esta obra puede ser comparada dentro de la historia de la filosofía paraguaya con el libro de Pedro Chinaglia “La filosofía a través de los siglos”, también elaborada como un manual de enseñanza.
     Laureano no aborda tantos autores como Chinaglia, pero propone una segunda parte con los problemas fundamentales de la filosofía[4].
    Laureano aborda al positivismo y de manera específica a Augusto Comte. Chinaglia omite el estudio del positivismo, algo que nos parece curioso, considerando la importancia de estudiar a una corriente de pensamiento que ha tenido una importante influencia en el Paraguay y en Latinoamérica. En contrapartida Chinaglia estudia a Marx (virtudes y defectos), un filósofo al que alude Laureano cuando aborda en los problemas del hombre y de Dios.
    Laureano escribe sobre generalidades del existencialismo y luego aborda ideas de Karl Jaspers. Chinaglia presenta estudios de Heidegger, Sartre y Marcel.

      Laureano le dio un espacio a Schopenhauer (que junto a Kierkegaard son calificados y estudiados como las raíces del existencialismo) y a Nietzsche, frente a la ausencia de estos autores en el libro de Chinaglia. El filósofo ítalo-paraguayo si concuerda con Laureano en la atención puesta en Kierkegaard.
     De todas maneras, pareciera que Laureano ve como distintivo principal de estos pensadores el de ser caminos hacia el existencialismo, corriente a la que destaca por la popularidad ganada en el mundo occidental.
    En efecto, podemos ver en Sartre, por ejemplo, ideas que son un reflejo de otras de Schopenhauer, como la idea de lo absurdo de la vida o como la intensión del hombre de hacer que su “ser para sí” se haga un “ser en sí” (Para Schopenhauer, hacer que la voluntad particularizada adquiera la plenitud de la voluntad como esencia del mundo).
     A Nietzsche lo presenta como “un discípulo ferviente de la actitud espiritual de estos filósofos anteriores”[5], refiriéndose a Schopenhauer y Kierkegaard.
     Laureano difunde la tergiversación del pensamiento nietzscheano cuando escribe: “La vida es el valor supremo y todo lo que tienda a robustecer la voluntad de poder es bueno y verdadero (Esta es la raíz más fuerte del futuro nacionalsocialismo alemán, con su criterio de la raza aria superior)”[6].
     La obra en su conjunto constituye un valioso aporte que ha contribuido al crecimiento de las inquietudes filosóficas en nuestro país.

(Extracto de “Robert León Helman. En pos del pensamiento inútil. Ensayo sobre la historia de las ideas en el Paraguay”)



[1] Laureano Pelayo García. Filosofía y Cultura. 1985, p. 24.
[2] La temática del hombre como un “haz de posibilidades” también está presente en Adriano Irala Burgos y en Fernando Tellechea.
[3] Laureano Pelayo García. Filosofía y Cultura. 1985, p. 24.
[4]     En lo que hace a recursos didácticos, Laureano utiliza negritas para resaltar las ideas más importantes; también, en los primeros estudios de autores de la historia de la filosofía, les adhiere algún fragmento del filósofo estudiada para enriquecer la comprensión y ejercitar la interpretación.

[5] Ibíd., p. 223.
[6] Ibídem., p. 223-224.

miércoles, 22 de julio de 2020

INTRODUCCIÓN A “DE PASO. COLECCIÓN DE NARRACIONES, DESCRIPCIONES Y OTRAS YERBAS”.


   La vida es un camino sembrado de dificultades, de carencias, de sufrimientos, de luchas, de ilusiones, de muerte. Por ello acaso debamos aprender a vivir, mientras pisamos el mísero barro de este mundo. Quizá debamos asombrarnos de que a pesar de nuestra pequeñez, de nuestra poquedad, el universo entero está ahí para nosotros, para dejarnos el regalo elemental, gratuito y pleno de la contemplación estética.
   A pesar de todos los avances científicos y tecnológicos, a pesar de todas las revoluciones políticas, de todas las conquistas sociales, a pesar de todos los goces del consumo, de la multiplicación infinita de los circuitos de la comunicación, la sed de lo trascendente permanece en el ser humano, quizá como una profunda nostalgia que nunca encuentra explicación, quizá como una alegría repentina, que todo lo transforma y lo enlaza a lo inefable.
   Estamos “de paso por la vida” (como rezaba el título de una de las obras más representativas de Alejandro Guanes[1]) y por ello no está demás, aunque sea por un momento, dejar tantos afanes y preocupaciones por la figuración social y el dinero, para recordar aquella inocencia y plenitud de la perdida niñez, y quizá entonces, ya nosotros mismos, en medio la lobreguez de nuestra edad adulta, podamos entender que estamos de paso nomás…y ya nos vamos… 






[1] Poeta paraguayo (1872-1925), ubicado como exponente del romanticismo literario paraguayo y como uno de los primeros modernistas.


Enlace al libro completo:

https://drive.google.com/file/d/1LQUMBKGk8luu2sbRbBCUTpYMjo13LYts/view?usp=sharing

viernes, 17 de julio de 2020

OCHENTA AÑOS DE ANSELMO AYALA (1940)


    Filósofo paraguayo. Maestro de Estética y de Filosofía de la Historia. Influenciado por el pensador alemán Oswald Spengler, a quien cita y comenta con frecuencia. Dedicado también a investigaciones en torno  al pensamiento paraguayo. En su estancia alemana se consagró al estudio del filósofo idealista Johan Fichte.
     Junto a José Brun, Juan Andrés Cardozo y Fernando Tellechea Yampey  mantiene vivo el influjo de los grandes maestros paraguayos de filosofía como Adriano Irala Burgos (1928-2003), Secundino Núñez (1920-2011) o Juan Santiago Dávalos (1925-1973).
    En sus clases (un poco como lo hacía Secundino) se sentaba y empezaba a des-hilar largas reflexiones, sólo entrecortadas por sucesivas preguntas que hacía a los estudiantes.
    La imagen del sabio que con soltura y calmada voz escudriña los vericuetos de la vida del hombre y de su historia, permanece en la memoria de quienes aprendieron filosofía junto a él.
    Su discurso posee un tono esotérico, que hace de su enseñanza no sólo una experiencia cognitiva, sino también emotiva y en ocasiones hasta estética.
     Como se da con José Brun, posee un aura de maestro socrático, que enseña antes con el talante y la presencia que con la escritura. Pero con una diferencia, ahí donde Brun muestra una precisión, Anselmo muestra un enigma.  Conjunción que propicia la explosión de una pasión filosófica.
   Los trabajos de Anselmo se esparcen en variadas publicaciones que conjugan temáticas filosóficas e históricas.

(Extracto de “Robert León Helman. En pos del pensamiento inútil. Ensayo sobre la historia de las ideas en el Paraguay”)

jueves, 9 de julio de 2020

OCHENTA AÑOS DE JOSÉ BRUN (1940)


     Filósofo paraguayo. Egresado de la universidad de Salamanca, discípulo del filósofo español José Luis L. Aranguren. Hombre concentrado por entero en la enseñanza, en donde se destaca por ser un gran expositor de los fundamentos de las principales disciplinas filosóficas. A propósito de este último carácter de sus enseñanzas, siempre repetía en sus clases el lema de “no hay que dar nada por conocido”.
     Junto a Anselmo Ayala (1940) Juan Andrés Cardozo (1942) y Fernando Tellechea Yampey (1952) constituyen el último oleaje proveniente de la época de oro de la filosofía académica en Paraguay.
   Casi no es escribió nada aparte de sus trabajos para títulos de grado, y cuando se le preguntaba el motivo, respondía honestamente que tenía “razones o escusas para no escribir”: el alto costo de la publicación y la magra cantidad de gente que lee obras filosóficas en Paraguay. De todas maneras, Brun está en nuestro recuerdo como una especie de Sócrates que enseña con el ejemplo antes que con la escritura, con la palabra vivida antes que con la teoría sofisticada.
   Su presencia en los conviviums de filosofía de la uca estaba marcada por la declaración cuasi socrática de que él se consideraba un “necio” (del latín “nescire”), alguien que no sabe, por lo cual, cada vez que hablaba ante el auditorio lo hacía desde su interminable deseo de seguir aprendiendo.
    En uno de esos encuentros, terminó su exposición diciendo: “Vamos entonces, en pos del pensamiento inútil”, respondiendo irónica y magistralmente a todo estereotipo positivista del pensador filosófico.
   Una de sus principales inquietudes siempre fue “el problema del mal”, que lo enfocaba desde distintos ángulos, sea el teológico, el filosófico o el socio-cultural.

(Extracto de “Robert León Helman. En pos del pensamiento inútil. Ensayo sobre la historia de las ideas en el Paraguay”)

miércoles, 8 de julio de 2020

INTRODUCCIÓN A “EL PENSADOR. ENSAYO SOBRE LOS SENDEROS DEL ESTUDIOSO”


     La intelectualidad, una de las formas principales del cultivo del espíritu se despliega en una serie de actividades: leer, intuir, pensar, escribir y dialogar. Todas son formas de des-plegar el lenguaje, a través del cual nos comunicamos, pero que también se expresa por medio de nosotros. El lenguaje supera ampliamente cualquier tipo de intensión del sujeto, el lenguaje hace que el hombre tenga un “mundo” (el gran libro del mundo).
     La actividad intelectual se asocia con la misma vida del ser humano, pero empieza a potenciarse con la invención de la escritura, que para algunos estudiosos coincide con el nacimiento mismo de la civilización.
     La vida humana consiste en una constante búsqueda de satisfacer las innumerables necesidades que la inquietan, y en tal sentido, la actividad intelectual se constituye en un medio de llevar adelante este afán. El cultivo intelectual[1] está compuesto a nuestro entender de tres etapas principales: leer, pensar-intuir y comunicar (ya sea de modo escrito y oral). En términos sistémicos, se da una corriente de entrada con la lectura, un proceso de conversión a través del pensamiento y la intuición y una corriente de salida mediante la comunicación.

     La actividad intelectual, a pesar de requerir un esfuerzo   constante y una preparación exigente, está repleta de goces que pueden ser estimulados conscientemente desde el conocimiento de principios y normas que lo propicien y lo refuercen. Y aquí nos propondremos seguir ambos direccionamientos, la técnica y el goce que nos permita leer, pensar y escribir mejor (por supuesto, sin olvidarnos de la intuición y la conversación).
     Pero, ¿Qué es leer, pensar y escribir? Leer es “des-cifrar” el pensamiento de otro (u otros, ya que la actividad intelectual posee un esencial sentido cultural, es decir colectivo); pensar es “conectar” conceptos, juicios y razonamientos; y escribir es “cifrar” el propio pensamiento para luego comunicarlo (en tal sentido comunicativo, en paralelo con la escritura se encuentra el diálogo o la disertación).
   La lectura, el pensamiento y la escritura se alimentan recursivamente, es decir, el punto de partida de toda actividad intelectual integral, la lectura, se despliega en el pensamiento, da sus frutos en la escritura, y vuelve a sus raíces, la lectura (una lectura que al ser aquella que uno mismo ha escrito se potencia aún más).
   A medida que las lecturas se van amontonando, en especial en tiempos de la juventud, uno va encontrando en sí mismo un mejor terreno para sembrar como pequeñas semillas la actividad del pensamiento, para luego esperar las gratificantes cosechas de la escritura y el diálogo. Siguiendo con la alusión a periodos de vida, podemos decir que el momento supremo para el pensamiento y la escritura es en la madurez[2]. 
   Decía a propósito de estas cuestiones Francis Bacon: “La lectura hace al hombre completo, la escritura le hace preciso y la conversación le hace ágil”; y suponemos que una persona cultivaba en la lectura y la escritura, en una conversación desarrolla también un pensamiento acorde a su preparación.

   En este ensayo seguiremos sosteniendo los valores fundamentales que propusimos en nuestro escrito sobre la auto-ética: ocio, aislamiento, serenidad y cultivo del espíritu[3].
   Valorar al ocio no implica alentar a la mísera haraganería, antes bien, significa incentivar la realización de las actividades más encumbradas del espíritu humano: leer, pensar y escribir. Es indiscutible que necesitamos tiempo para realizar estas actividades intelectuales, tiempo que puede ser mucho o poco, pero que de todas maneras consideramos como tiempo de ocio aprovechable para el cultivo del espíritu.

   A grandes rasgos, leer, pensar y escribir constituyen a las actividades que llamamos comúnmente estudiar; y a su vez, siguiendo a Salas Parrilla, se puede decir que cuatro son los factores que condicionan la eficiencia en los estudios: los conocimientos previos, la capacidad intelectual, las técnicas de estudio y la motivación. Pero aquí queremos separar al cuarto de estos puntos para fijarnos mejor él.
   La motivación, junto a la relajación y a la atención constituyen factores internos que influyen intensamente en el rendimiento intelectual. De ahí que implícitamente, cuando el citado autor alude a la motivación, también hace referencia a la relajación y a la atención. De hecho, poco nos serviría una intensa motivación si es que no podemos concentrarnos ni relajarnos para llevar adelante nuestros estudios o investigaciones.

   También, podemos plantear que para una educación que impulsa a los valores democráticos, el cultivo de las habilidades verbales, como la interpretación de textos, el pensamiento, la escritura y la retórica, deberían convertirse en ejes de la formación del ciudadano. Por supuesto, con esto no queremos que surja una quijotesca generación que luche contra “molinos de viento” para alcanzar la utopía, no, simplemente necesitamos más de los juegos contrapuestos que nos dona la democracia, como aquellos que se dan entre la crítica y el consenso, entre la búsqueda de la libertad y los esfuerzos por la igualdad, entre la claridad de la inteligencia y de los impulsos de la acción. No es mucho pedir, puesto que ya estamos en el camino del esfuerzo social, es empezar a hacer de una vez una apuesta consciente, es implantar algo de vida en las maquinales pautas de la educación.



[1] La intelectualidad es una de las formas del valor que en nuestra auto-ética llamamos cultivo del espíritu, las demás formas son el arte, la espiritualidad y la auto-observación.
[2] Precisemos aquí que nos referimos principalmente a la escritura en prosa, pues en la juventud tenemos en su  cenit a la escritura en verso, pues ella es la edad poética por excelencia.
[3] R.L.H. La auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual. Interiora terrae, Asunción, 2014, p. 28-32.



Índice:
Introducción…………………………………………………………7
Primera parte: Leer………………………………………………..11
Segunda parte: Pensar e intuir………………………………..….17
2.1. Pensar…………………………………………………………..17
2.1.1. Generalidades……………………………………………....17
2.1.2. Las formas del pensamiento……………………………....20
2.1.3. El doble pensamiento……………………………………...21
2.1.4. Formas no lineales de pensar……………………………..25
2.1.5. Construcción de un sistema de ideas…………………..…28
a. Teoría de sistemas………………………………………………28
b. El arquetipo del triángulo rectángulo…………….…………..31
2.2. Intuir…………………………………………………………...32
2.2.1. Generalidades………………………………………………32
2.2.2. Los principios lógicos……………………………………....34
Tercera Parte: Escribir y dialogar………………………………..36
Conclusión………………………………………………………….50
Glosario……………………………………………………………..51
Bibliografía………………………………………………………....52

Enlace al ensayo completo:

https://drive.google.com/file/d/1aTU0Qfdu0HgFcstcj_ALH0YWsVAMwKNX/view?usp=sharing