Fue un filósofo alemán. Pertenece a una línea de pensamiento
voluntarista, también se lo puede asociar con el vitalismo y en alguna medida también
con el existencialismo, como precursor. Seguidor de Arthur Schopenhauer en su
juventud, con el desarrollo de su pensamiento se apartaría de su maestro para
convertirse en uno de los pensadores más influyentes en el mundo actual.
Entre sus obras cabe citar: “El origen de la tragedia en el espíritu de
la música” (1872), “Consideraciones intempestivas” (1873), “Humano, demasiado humano” (1875), “Aurora”
(1881), “La gaya ciencia” (1882), “Así habló Zaratustra”, “Más allá del bien y
del mal” (1886), “Genealogía de la moral” (1887), “La voluntad de poder”, entre
otras.
A los cuarenta y cinco años le diagnosticaron un “reblandecimiento
cerebral” (la infame “clínica” foucaultiana ya estaba instalada), pero para
otros sencillamente se volvió loco, acaso como aquel mismo loco que en uno de
los más memorables relatos nietzscheanos buscaba a Dios, linterna en mano, en medio de un tétrico mercado.
Su ardorosa relación con Lou Salomé (una mujer excéntrica e ingeniosa,
para no hablar de sus atractivos físicos) le permitió experimentar en carne
viva los dilemas que la voluntad de poder (esencia del mundo para el mismo
Nietzsche) produce en una mente racional.
Etapas
del pensamiento nietzscheano
Siguiendo las ideas de Eugen Fink[1]
podemos considerar a las ideas de Nietzsche como agrupadas en cuatro grandes
periodos. Tratemos de clarificarlas a continuación.
El primero, en donde se da una especie de adoración hacia sus maestros
de juventud, Schopenhauer y Wagner, donde encontramos obras como “El origen de
la tragedia en el espíritu de la música” y las “Consideraciones intempestivas”.
El segundo periodo, que es como una transición hacia sus ideas cumbres, se caracteriza por una primera crítica a la
tradición occidental, que se da principalmente en “Humano, demasiado humano” y
la búsqueda de nuevos ideales para el espíritu
libre, que se da en “La gaya ciencia” y en “Aurora”. En un tercer periodo,
la parte positiva de su pensamiento, tenemos a su obra cumbre “Así hablaba
Zaratustra”; mientras que en su última etapa aparecen obras como “Más allá del
bien y el mal”, “La genealogía de la moral”, “El crepúsculo de los ídolos”, “El
anticristo” y “La voluntad de poder”.
La
voluntad de poder
Siguiendo en parte las ideas de Arthur Schopenhauer (para quien la
esencia del mundo era la voluntad de vivir) Nietzsche sostendrá que el fundamento ontológico de todo lo
existente, de las acciones y pensamientos del hombre es la voluntad de poder.
La moral
Para Nietzsche las distintas apuestas morales no tienen valor en sí
mismas, sino que se fundamentan en una instancia extramoral: la voluntad de
poder. En tal sentido establece diferenciaciones entre moral de señores y moral
de esclavos, o moral de los débiles frente a la moral de los fuertes.
Uno de los pasajes más comentados de la obra de Nietzsche es el de las tres transformaciones del espíritu[2],
que termina en el estadio del niño, que en diversas tradiciones de sabiduría ha
constituido el símbolo de la concreción de los ideales de la vida humana.
En las tres transformaciones del
espíritu, según relata Nietzsche en “Así hablaba Zaratustra”, se pasa del
estado del camello al del león, y del león al niño, ¿pero a qué se refería
Nietzsche cuando hablaba del niño? Pero no podremos explicar al niño sin antes
referirnos al camello y al león.
El camello no representa precisamente al hombre mediocre, sino a aquel
que se atreve a seguir con grandeza e hidalguía las normas de una moral
absolutista, o en otras palabras es aquel que sigue con firmeza las enseñanzas
del “tú debes”. El camello revela con claridad un afán idealista, disconforme
con las miserias de la cotidianeidad; un anhelo de vida elevada, que busca
sobreponerse de los lastres de la necesidad y el hastío.
Pero de todas maneras el camello sigue siendo un esclavo de los pesos de
su ética dura, no es capaz de dirigirse él mismo hacia lo que anhela, necesita
ser empujado por las recias estructuras de la tradición. Pero el que escala
hacia las cumbres necesita libertad para seguir ascendiendo, necesita liberarse
de pesos innecesarios que lo acogotan. Y he ahí que frente a esa necesidad el
camello se convierte en león. Este simboliza la fuerza para la liberación de la
metafísica, la moral y la religión tradicionales; es un grito de rebeldía al decir
“yo quiero” antes que “yo debo”.
Pero la mera autonomía no es suficiente, puesto que zafarse de cargas
espirituales no te ubica sino en una posición pletórica tanto de euforia como
de hastíos, desesperaciones y angustias. Pues, no importa tanto el “de qué” de
la libertad, sino el “para qué” de las posibilidades abiertas. Así, frente a la pérdida de los valores
absolutos, la vida debe redimirse con nuevos valores, con nuevas aspiraciones, con nuevas ansias de recrear al mundo. La
crítica al pensamiento tradicional no debe hacer olvidar el impulso humano
tanto hacia las profundidades como hacia las alturas, de modo a que la modorra
y la vanidad no se instalen como míseros parásitos en el sentir y el
pensamiento del hombre renovado. Sólo cuando ese afán sea cumplido, la
fortaleza leonina dará lugar a los juegos y goces del niño.
La muerte de Dios no se relaciona sólo con una mísera sociedad
masificada, brutalizada y banalizada, sino con la “posibilidad” de hacer de la
misma aventura de vivir, un espacio sagrado e interminable para destrucción
crítica y la re-creación estética.
El último
hombre y el super hombre
Considerando el planteamiento de Schopenhauer de que la negación de la voluntad de vivir llega
su plenitud en los grandes santos, místicos y monjes de todas las religiones y
todos los tiempos, cuando Nietzsche se refiere al cristianismo, lo toma como
expresión del nihilismo (nihilismo activo le llama Fink).
Pero este mismo nihilismo se agudiza cuando aparece el “último hombre” y
clausura el camino de los grandes ideales (seguido por esos mismos santos) y
deja como residuo vital un sujeto hastiado de la vida (nihilismo pasivo le
llama también Fink).
Desde el parágrafo 125 de la Gaya Ciencia se puede plantear que aquellos
que matan a Dios son los mismos a los que Nietzsche asocia con “el último
hombre” en el Zaratustra. Dice un pasaje de ese texto:
“¿Adónde
se ha marchado Dios”, exclamó, “¡os lo voy a decir!” Lo hemos matado. ¡Todos
somos sus asesinos! Pero ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido bebernos el
mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hemos
hecho cuando hemos soltado la cadena que unía esta Tierra con su sol? ¿Hacia
dónde se mueve ella ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Nos vamos
alejando de los soles? ¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia
un lado, hacia delante, hacia todos lados? ¿Sigue habiendo un arriba y un
abajo? ¿No vamos vagando como a través de una nada infinita? ¿No advertimos el
hálito del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene constantemente la noche,
y más y más noche? ¿No es preciso encender faroles por la mañana? ¿No oímos
todavía nada del ruido de los enterradores que están enterrando a Dios? ¿No
olemos todavía nada de la podredumbre divina? ¡También los dioses se pudren!
¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo consolarnos, nosotros
asesinos de los asesinos? Lo más santo y lo más poderoso que el mundo poseía
hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos, ¿Quién nos limpiará de
esta sangre? ¿Con qué agua podríamos purificarnos? ¿Qué ceremonias expiatorias,
qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de esta hazaña
demasiado grande para nosotros? ¿No tenemos que convertirnos en dioses para ser
dignos de ella? No ha habido nunca hazaña mayor, ¡y quienquiera que nazca
después de nosotros formará parte, por causa de esta hazaña, de una historia
superior a toda la trascurrida hasta ahora![3]
Un dato interesante lo constituye el hecho de que es un “loco” el que anuncie
la muerte de Dios, es decir, alguien
que personifica la “sin-razón” en tiempos del dominio de la racionalidad, que
al propiciar el “desencantamiento del mundo” establece las condiciones para el
abandono de los grandes ideales, lo que está simbolizado en la muerte de Dios.
Nietzsche anuncia esta muerte (en boca de Zaratustra), y con ello pone
en cuestión no sólo la religión sino toda la tradición occidental. Recordemos
que Dios siguió estando presente en el contexto del pensamiento moderno, un
Dios racionalizado como el de Descartes, Kant o Hegel.
El eterno
retorno
Nietzsche adopta una posición muy controvertida en relación con el
problema del tiempo, sostiene que no existe ninguna historia que se desenvuelva
en sentido lineal (como lo plantea el cristianismo y la modernidad en general),
antes bien, se da un eterno retorno de lo
mismo. De esto se desprende que las elecciones que uno tome hoy regirán la
eterna rueda de la existencia ¿o acaso lo que hoy hacemos y pensamos ya son
elecciones de anteriores vidas?
Vemos aquí como este retorno de lo mismo puede ser asociado también con una
teoría de los Arquetipos que constantemente se repiten a lo largo de la
historia, de las culturas y de los individuos[4],
motivo por el cual, desde las reflexiones de Heidegger, Nietzsche todavía
estaría dentro de ese desarrollo de la metafísica marcado por “el olvido del
ser”.
Pero en un sentido metafísico, aquello que constantemente retorna no es
sino la experiencia del eterno flujo de la voluntad de poder, un flujo que no
puede ser paralizado en un concepto, en una teoría o en una doctrina moral.
Nietzsche
y las ideologías
En relación con el socialismo,
esta corriente de ideas es catalogada como propia de tiempos decadentes, por
proclamar lo deseable de lograr una sociedad en donde reine la plena igualdad
entre todos los hombres. El contraste no podría ser mayor con una filosofía que
alienta a tomar posturas individualistas para abandonar la miserable existencia
generalizada que es propia del “último hombre”.
Por supuesto, esto no quiere decir que Nietzsche adopte una suerte de
postura liberal, pues el individuo de corte ideológico liberal, que encuentra
su identidad en sus posesiones materiales y en su posición social sería también
una expresión del último hombre.
(Extracto de “Robert León Helman. Una
mirada hacia el infinito. Ensayo sobre el pensamiento moderno”)
[4] “En cierto
sentido, hasta puede decirse que la teoría griega del eterno retorno es la
variante última del mito arcaico de la repetición de un gesto arquetípico, así
como la doctrina platónica de las ideas era la última versión de la concepción
del arquetipo, y la más elaborada”. Mircea Eliade. El mito del eterno retorno.
1952, p. 138