El pensamiento moderno ha sido la base
espiritual de una profunda transformación en la forma de concebir el tiempo.
Guiado la mayoría de las veces por un afán de superar cuanto límite se
interponga en su camino, sea tradición, sea divinidad, sea la naturaleza, sea
el hombre mismo, el modernismo se ha hecho algo semejante a
una flecha tirada hacia el cielo, o utilizando imágenes más actuales, una sonda
espacial arrojada hacia la inmensidad del cosmos, mas, quedémonos con una
última comparación que mejor nos satisface, por su relación con dimensiones
anímicas y mentales: una mirada lanzada hacia el infinito.
Y esto nos parece pertinente, porque hemos
encontrado límites físicos en nuestro planeta, lo que viene asociado con la
degradación ambiental y con los conflictos intermediados por el uso de la
violencia (que tiene a las armas de destrucción masiva su ejemplo más lamentable),
por ello, es necesario que esta mirada hacia el infinito no se dirija sólo
hacia el exterior, lo que ha sido uno de los caracteres de la modernidad
(aquella que ha idolatrado a la racionalidad instrumental), sino que también
pueda direccionarse hacia la interioridad del ser humano, de modo a que aumenten
sus niveles de conciencia. Y a partir de ese despertar de la conciencia, el hombre podrá apuntalar sus facultades
creativas, necesarias para construir un mundo más tolerable, tanto a nivel individual,
social, como ambiental.
La ilustración y el romanticismo son los dos
senderos principales por donde se ha desplegado el pensamiento moderno en su
etapa de madurez; el desarrollo de los planteamientos ilustrados se ha embotado
en una fría racionalidad formal; mientras que el romanticismo, que parecía
haberse diluido en las periferias del pensamiento gracias a la arremetida del
positivismo, ahora ha retomado vuelo con los planteamientos de los filósofos
postmodernos. Los románticos anunciaron a los postmodernos, y también, quizá
ahora el romanticismo sea la medicina para un postmodernismo que ha dejado ya
el auge, el esplendor y la moda, y que necesita asentarse, serenarse, sin
perder el goce y el entusiasmo que dona la vida del pensamiento[1].
Hemos vuelto a utilizar nuestro modelo
teórico orgánico (nacimiento, juventud, adultez y vejez), con pretensiones
antes estéticas que estrictamente históricas[2];
y esto puede tener una justificación en el intento de direccionar el
pensamiento por los causes de la historia de las ideas, buscando al mismo
tiempo cosechar un gozo que contribuya en la construcción de una personalidad
orientada hacia el cultivo del espíritu y abierta a los valores democráticos.
Un valor, como es el cultivo del espíritu,
al ser practicado aumenta la sensibilidad del hombre, y a partir de esta
condición anímica se puede acceder a una experiencia estética radical, ya sea
por el camino de las situaciones límites o de los estados de ánimo extremos.
Pero volvamos a nuestro objeto de estudio, el
pensamiento moderno. El modernismo implica un creciente proceso de
secularización, que no siempre desemboca en el optimismo hacia las capacidades
humanas de eliminar el sufrimiento, como en líneas generales se plantea, pues
también existen desde posiciones moderadas hasta las pesimistas.
Y esta cuestión consideramos importante,
porque el mismo pensamiento moderno trae ya las raíces de los desengaños y
hastíos asomados con fuerza ya en las décadas finales del siglo XX, y que
continúan en nuestro tiempo ensombrecido. Una expresión de esto lo tenemos en
la escena del cuadro de Friedrich que utilizamos como portada de nuestro
ensayo, en donde una de las personas que observa el paisaje de lejanías yace en
el suelo con signos de mareo y náuseas. ¿Y no es esa otra de las reacciones
comunes frente a la modernidad?
Entonces, en el pensar moderno que esbozamos
aquí no buscamos precisamente apuntalar una visión optimista hacia el futuro,
sino más bien des-cubrir el barro mísero en el que nos encontramos, y desde el
cual, a través de la experiencia estética (y no precisamente desde la razón, la
ciencia o la tecnología) proyectamos la mirada hacia el infinito.
Las preguntas principales que queremos
hacernos en este ensayo son: ¿cómo se despliega el pensamiento moderno a través
de distintas etapas de la historia? ¿cómo se relacionan esas etapas entre sí?
Para terminar, algunas alusiones a cuestiones
formales. El criterio para agrupar a los filósofos o pensadores en
cualquiera de las cuatro edades del desarrollo orgánico de la filosofía moderna
es el año de nacimiento. Por ello, al inicio de cada estudio figura el nombre
del filósofo e inmediatamente, entre paréntesis, los años de nacimiento y
muerte (por supuesto, en caso de que ya que hayan fallecido).
Luego generalmente hacemos alusión a la nacionalidad,
a la corriente de pensamiento a la que
pertenece el pensador, a sus influencias recibidas, a sus obras principales y
luego, como una especie de cuerpo del estudio, recorremos las temáticas que más
lo caracterizan en el contexto de la historia del pensamiento.
[2] Un modelo
que es también un método de estudio, al que denominamos organicismo
histórico-estético.
Índice
Introducción…………………………………………………………7
1.1. Niñez………………………………………………………...…11
1.2. Juventud…………………………………………………….....16
1.3. Madurez…………………………………………………….....26
1.4. Vejez……………………………………………………………39
1.4.1. Vejez-niñez…………………………………………………..41
1.4.2. Vejez-juventud………………………………………………64
1.4.3. Vejez-madurez……………………………………………....75
1.4.4. Vejez-vejez…………………………………………………...94
Conclusiones……..…………………………………………….…108
Glosario……………………………………………………………110
Bibliografía………………………………………………………..111
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