INTRODUCCIÓN
El
pensamiento moderno ha sido la base espiritual de una transformación sin
precedentes en la historia de la humanidad. Guiado la mayoría de las veces por
un afán de superar cuanto límite se interponga en su camino, sea tradición, sea
divinidad, sea la naturaleza, sea el hombre mismo, el modernismo se ha hecho
algo semejante a una flecha lanzada hacia el cielo, o
utilizando imágenes más actuales, una sonda espacial arrojada hacia la
inmensidad del cosmos, mas, quedémonos con la comparación que mejor nos
satisface, por su relación con dimensiones anímicas y mentales: una mirada
lanzada hacia el infinito.
Hemos vuelto a utilizar nuestro
modelo teórico orgánico (nacimiento, juventud, adultez y vejez), con
pretensiones antes estéticas que estrictamente históricas; y esto puede tener
una justificación en el intento de direccionar el pensamiento por los causes de
la historia de las ideas, buscando al mismo tiempo cosechar un gozo que
contribuya a mantenernos parados en este teatro de miserias anímicas y
materiales, que es nuestra sociedad ultra moderna.
Pero volvamos a nuestro objeto de
estudio, el pensamiento moderno. El modernismo implica un creciente proceso de secularización, que no siempre desemboca en el optimismo hacia las capacidades humanas de
eliminar el sufrimiento, como en líneas generales se plantea, pues también existen
desde posiciones moderadas hasta las pesimistas.
Y esta cuestión consideramos
importante, porque el mismo pensamiento moderno trae ya las raíces de los desengaños
y hastíos asomados con fuerza ya en las décadas finales del siglo XX, y que continúan
en nuestro tiempo ensombrecido y trágico. Una expresión de esto lo tenemos en
la escena del cuadro de Friedrich que utilizamos como portada de nuestro
ensayo, en donde una de las personas que observa el paisaje de lejanías yace en
el suelo con signos de mareo y nauseas. ¿Y no es esa otra de las reacciones
comunes frente a la modernidad?
Entonces, en el pensar moderno que
esbozamos aquí no buscamos precisamente apuntalar una visión optimista hacia el
futuro, sino más bien des-cubrir el barro mísero en el que nos encontramos, y
desde el cual, a través de la experiencia estética (no desde la razón, la
ciencia y la tecnología) proyectamos la mirada hacia el infinito.
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