Filósofo argentino. Radicado desde hace
décadas en el Paraguay. Es posible notar, ya sea en sus clases, en las tesinas
por él dirigidas, o en sus escritos, los influjos del filósofo canadiense
Charles Taylor, centrado en el estudio de Hegel. En lo que hace al pensamiento
paraguayo, apela con cierta frecuencia a ideas de Paul Ricoeur (narratividad,
memoria y olvido) o Michel Foucault como un marco de reflexión.
Se
ha concentrado particularmente en estudios sobre el pensamiento paraguayo,
entre los cuales podemos nombrar su introducción a la obra de Mauricio
Schuartman, “Una contribución al estudio de la sociedad paraguaya”, en donde
nos plantea la existencia de cuatro matrices
narrativas presentes consciente o
inconscientemente en los escritores de la historia del Paraguay.
En otro trabajo (El novecentismo:
sobredimensiones y olvidos[1]),
plantea la necesidad de cuestionar la homogeneidad de la llamada generación del
novecientos, y para ello nos invita a pensar críticamente sobre el trabajo
historiográfico de Raúl Amaral.
En la cátedra Sarah insiste en el estudio
del pensamiento romántico, como llave maestra para comprender las ideas de
nuestro tiempo.
En ocasiones Sarah repite, en un tono
irónico pero muy significativo para comprender el contexto socio-cultural en el
que se maneja un estudioso en Paraguay, que para seguir a la filosofía “durante
el día hay que ser un fenicio, para así ser durante la noche un griego”[2].
a. Sobre las matrices narrativas
Podríamos
preguntarnos ¿por qué es importante el conocimiento de las matrices
narrativas? Dice Sarah:
muchas veces, la discusión entre
narradores o descriptores, ya sea sociológicos o historiográficos, no es una
discusión sobre la veracidad de los hechos narrados, sino una discusión en
torno a las tramas o matrices previas a la construcción de la narración, que
son las que justamente permiten a quien narra seleccionar hechos, casos o
sucesos -y olvidar otros-y darles funcionalidad dentro de una narración que
siempre busca algún tipo de finalidad en su auditorio[3].
Es decir, una matriz narrativa es lo
equivalente a un marco teórico que nutre y direcciona a un trabajo narrativo
dentro de las ciencias sociales (aunque también podríamos extenderlo a la
filosofía), ahora, la cuestión está en que el escritor o investigador no
siempre muestra las “cartas” con las que está jugando (es decir, su marco
narrativo o teórico), hasta podríamos decir que muchas veces se complace en
ocultarlas, de ahí la relevancia de la hermenéutica.
Para Sarah las dos principales matrices
narrativas son hasta nuestros días la liberal, liderada por Cecilio Báez, y la
nacionalista, representada por Juan E. O’leary, Manuel Domínguez y Natalicio
González. Alude a Rafael Barrett como una de las “voces diversas” frente a las
dos principales matrices narrativas, pero no se decidió a poner su discurso
como componente de una matriz narrativa de igual peso, por la escasa difusión
que recibió en las primeras décadas del siglo XX. Recién con la aparición de Oscar
Craydt (un pensador al que podemos ubicar dentro de la generación del
cuarenta), con su obra “Formación histórica de la nación paraguaya”, publicada
en 1963, se consolida esta tercera matriz, a la que Sarah no le pone nombre,
pero a la que nosotros llamamos “socialista”, por supuesto por las
características de las ideas con las que está conectada. Justamente, por eso,
por la caracterización que nosotros utilizamos, nos causó algo de sorpresa que
Sarah en el prólogo al libro de Mauricio Schvartzman (Contribuciones al estudio
de la sociedad paraguaya) haya considerado a la obra de éste último autor como
la expresión de una “nueva matriz narrativa”, cuando bien podría seguir la
misma línea de Craydt, pero quizá para Sarah el influjo tanto de Gramsci como
de Morin serían factores para plantear un nuevo enfoque. De cualquier manera,
aquí de nuevo estamos frente al problema de los criterios a considerar para
proponer la existencia de una matriz narrativa, un problema al que Sarah
siempre nos lleva con las numerosas preguntas que se plantea en cada uno de sus
escritos.
Pero volvamos a las que son las dos
principales matrices narrativas para Sarah, la liberal positivista y la
nacionalista. A pesar de las diferencias que pueden observarse entre ambos
relatos históricos, nuestro autor nota una coincidencia que es relevante para
el análisis que lleva adelante: “ambos relatos son disonancias dentro de un
discurso hegemónico fundacional: el discurso constructor de un pasado que
pretende persuadir en torno a los mandatos fundamentales de una eticidad
disciplinante y negadora de la alteridad”[4].
Vemos aquí cierto influjo de Michel Foucault, en lo que hace a la construcción
de discursos que aseguran los muros carcelarios de una sociedad disciplinaria,
aunque tendremos que ajustar términos para aplicar esto a una sociedad que en
la mayor parte del siglo XX era todavía de tipo agraria. De cualquier manera,
la hegemonía cultural se construyó desde las ciudades y no desde el campo, es
decir, partió de las escuelas, oficinas de gobierno, hospitales, fábricas,
cuarteles, comisarías, etc. La misma naturaleza debía ser colonizada por un
Estado-nación que alcanzó nuevos brotes luego de las dos guerras
internacionales (guerra del 70 y guerra del Chaco).
En cuanto a la “negación de la alteridad”
a la que se refiere Sarah, el mismo autor nos plantea que esta actitud de las
dos principales corrientes narrativas se observa frente a sectores como “el
anarquista, el socialista, los sindicatos, los indígenas “no folclóricos”, las
organizaciones sociales, las luchas populares. etc”[5].
b. Sobre la generación del novecientos
Sarah pone en
cuestión a esa especie de “tipo ideal” que utilizamos cuando hablamos de “generación”,
en nuestro intento de comprensión de marcos culturales complejos, y
ciertamente, en nuestro afán de esclarecimiento podemos estar olvidándonos,
consciente o inconscientemente, no importa, de criterios de distinción o
incluso de nombres relevantes, de ahí la necesidad del pensamiento crítico para
redescubrir constantemente la historia desde nuestro propio presente,
redescubrimiento que a su vez debería proyectarse hacia el futuro para ser otra
vez criticado desde una nueva contemporaneidad.
c. Sobre la memoria y el olvido
Siguiendo
algunas reflexiones de Paul Ricoeur, Sarah plantea que desde que el historiador
(en cualquiera de sus variantes en las Ciencias Sociales) selecciona los
sucesos a narrar, al mismo tiempo está olvidando otros, es decir, por
paradójico que suene, en la medida en que recordamos también olvidamos, en la
medida en que revelamos algo, también lo estamos ocultando. Nuestro afán de
clarificación bien podría significar nuestra pretensión, consciente o
inconsciente, no importa, de ocultar la realidad.
Pero, más allá de la Historia y más cerca
de cuestiones metafísicas ¿acaso el mismo lenguaje, la misma racionalidad, tan
glorificada por el pensamiento antiguo, medieval y moderno, no implican el
ocultamiento de la sencillez e inmediatez de la vida que palpita siempre desde
el aquí y el ahora?
[1]
[2]
Juan Ramón Cano cuenta que en
sus constantes visitas a sus maestros encontró, por ejemplo, a Secundino Núñez
atendiendo su aguatería en Lambaré, mientras que a José Brun en medio de un
negocio de fotocopias.
[3]
[4]
[5]
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