El
pensamiento moderno ha sido la base espiritual de una profunda transformación en
la forma de concebir a la naturaleza, al hombre y a la sociedad. Guiado la
mayoría de las veces por un afán de superar cuanto límite se interponga en su
camino, sea tradición, sea divinidad, sea la naturaleza, sea el hombre mismo,
el modernismo se ha hecho algo semejante a una flecha tirada hacia el cielo, o utilizando imágenes
más actuales, una sonda espacial arrojada hacia la inmensidad del cosmos, mas,
quedémonos con una última comparación que mejor nos satisface, por su relación
con dimensiones anímicas y mentales: una mirada lanzada hacia el infinito. Y
esta mirada ha buscado recorrer los espacios tanto internos como de externos
del ser humano.
¿Qué es lo que tanto ha buscado el hombre desde el pensamiento moderno?
Tal vez a sí mismo. Esta mirada de la modernidad, direccionada hacia afuera, nos ha llevado hacia un abismo, al que
ahora se trata de eludir con la utopía de un mundo posthumanista.
En cambio, la mirada del pensamiento moderno direccionada hacia adentro, que también existió, nos lleva por un
camino de retorno a casa, que no tiene que ver con un paradisiaco futuro, sino
con el aquí y el ahora. ¿Porqué
cuesta tanto comprenderlo? ¿Acaso debido al mismo pensamiento?
La ilustración y el romanticismo son los dos senderos principales por
donde se ha desplegado el pensamiento moderno en su etapa de madurez; el
desarrollo de los planteamientos ilustrados se ha embotado en una fría
racionalidad formal; mientras que el romanticismo, que parecía haberse diluido
en las periferias del pensamiento gracias a la arremetida del positivismo,
ahora ha retomado vuelo con los planteamientos de los filósofos postmodernos.
Los románticos anunciaron a los postmodernos y también, quizá ahora el
romanticismo sea la medicina para un postmodernismo que ha dejado ya el auge,
el esplendor y la moda, y que necesita asentarse, serenarse, sin perder el goce
y el entusiasmo que dona la vida del pensamiento (Appignanesi, 1997).
Hemos vuelto a utilizar nuestro modelo teórico orgánico (nacimiento,
juventud, adultez y vejez), con pretensiones antes estéticas que estrictamente
históricas[1];
y esto puede tener una justificación en el intento de direccionar el
pensamiento por los cauces de la historia de las ideas, buscando al mismo
tiempo cosechar un gozo que contribuya en la construcción de una personalidad
orientada hacia el cultivo del espíritu y que este también abierta a los
valores democráticos. Aquí vemos convivir entonces, en medio de una especie de
teoría sustantiva, lo micro y lo macro antropológico, es decir, en intento de
acceder a una experiencia estética (de acuerdo a una ética de máximos) y
intento de apuntalar el pensamiento libre, que contribuya a una convivencia
tolerable con nuestros semejantes en medio de un régimen democrático.
Pero volvamos a nuestro objeto de estudio, el
pensamiento moderno. El modernismo implica un creciente proceso de
secularización, que no siempre desemboca en el optimismo hacia las capacidades
humanas de eliminar el sufrimiento, como en líneas generales se plantea, pues
también existen desde posiciones moderadas hasta las pesimistas.
Y esta cuestión consideramos importante,
porque el mismo pensamiento moderno trae ya las raíces de los desengaños y
hastíos asomados con fuerza ya en las décadas finales del siglo XX, y que
continúan en nuestro tiempo ensombrecido. Una expresión de esto lo tenemos en
la escena del cuadro de Friedrich que utilizamos como portada de nuestro
ensayo, en donde una de las personas que observa el paisaje de lejanías yace en
el suelo con signos de mareo y náuseas. ¿Y no es esa otra de las reacciones
comunes frente a la modernidad?
Entonces, en el pensar moderno que esbozamos
aquí no buscamos precisamente apuntalar una visión optimista hacia el futuro,
sino más bien des-cubrir el barro mísero en el que nos encontramos, y desde el
cual, a través de la experiencia estética (y no precisamente desde la razón, la
ciencia o la tecnología) proyectamos la mirada hacia el infinito.
La pregunta principal que queremos
hacernos en este ensayo es: ¿En qué consiste el proceso histórico del
pensamiento moderno? Y para responder a esta pregunta nos proponemos como
objetivo principal exponer este proceso histórico en cuatro etapas, en
concordancia con el modelo organicista al que ya aludimos, nos referimos a la
etapa de niñez, juventud, madurez y vejez del pensamiento moderno.
Para terminar,
algunas alusiones a cuestiones formales.
El criterio para agrupar a los filósofos o pensadores en cualquiera de las
cuatro edades del desarrollo orgánico de la filosofía moderna es el año de
nacimiento. Por ello, al inicio de cada estudio figura el nombre del filósofo e
inmediatamente, entre paréntesis, los años de nacimiento y muerte (por supuesto,
en caso de que ya haya fallecido).
Luego
generalmente hacemos alusión a la nacionalidad, a la corriente de pensamiento a
la que pertenece el pensador, a sus influencias recibidas, a sus obras
principales y luego, como una especie de cuerpo del estudio, recorremos las
temáticas que más lo caracterizan en el contexto de la historia del pensamiento.
[1] Un modelo que
es también un método de estudio, al que denominamos organicismo
histórico-estético.
Enlace al libro completo:
https://drive.google.com/file/d/18oqSNf763Q9PLhj96Jcy_7cPefg7F1uv/view
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