Fue un poeta y pensador alemán.
Fue amigo de Schelling y de Hegel, una amistad que se refleja en las conexiones
que pueden encontrarse entre sus ideas, aunque la apuesta de Holderling fue de
un carácter más intuitivo que intelectualista. No perteneció al grupo romántico
de Jena, pero en su obra se reflejan las principales temáticas del romanticismo
alemán, como la unión con la naturaleza, la peculiaridad de la figura del genio
o la búsqueda de lo originario.
Fue un admirador de la cultura
griega, de la que extraía novedosas interpretaciones desde su visión romántica
del mundo; no es de extrañar por ello el interés que despertó en un pensador
como Martin Heidegger, también abocado en la búsqueda de lo originario desde la
cultura de la antigua Grecia.
Su vida apartada, estuvo
marcada por crisis interiores periódicas, hasta que cuando tenía 36 años[1],
se sumió en un estado de desorden de la personalidad hasta su muerte[2].
Esta situación a veces nos hace recordar de Nietzsche, otro romántico (en este
caso tardío), quien también terminó en medio de achaques mentales.
Su obra más conocida lleva como
título “Hiperión o el eremita en Grecia”, una novela formativa, es decir, que
relata una serie acontecimientos dramáticos que van transformando la
personalidad del personaje (el genio romántico).
Holderling plantea una “Volksreligion”,
una religión del pueblo, que consiste en religar al hombre con la naturaleza a
través de un retorno a la vida sencilla de los pequeños pueblos, y esto, frente
a la artificialidad urbana del mundo moderno.
Por supuesto, cuando Holderling
habla de religión lo hace exaltando la experiencia que propicia la unidad con
el todo, en especial en referencia con la poesía lírica.
Holderling así como es un amante
de paisajes sublimes es también un explorador de abismos, una virtud
reconocible en su lema: “Ahí donde crece lo que pierde, crece también lo que
salva”.
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