Hipócrates de
Samos, el llamado padre de la medicina, fue también el primer médico-filósofo,
es decir, un hombre que buscaba en teorías y prácticas la salud principalmente
del cuerpo, pero sin olvidar la del espíritu (Werner Jaeger sostiene que el modelo
médico de Hipócrates sirvió de inspiración para las especulaciones de Sócrates,
Platón y Aristóteles[1]). Desde él este tipo de
afanes no han desaparecido del mundo, incluso en los tiempos modernos, en donde
la medicina positivista ha ido aumentando su predominio.
La cura de
muchas enfermedades tanto físicas como mentales (y también sociales) a través
de medios naturales, puede llegar a ser algo elemental. Por supuesto, el
carácter elemental de las curas naturales no le quita nada el aspecto teórico
de estos nobles recursos.
En el Paraguay,
desde épocas inmemoriales las curas naturales han estado íntimamente
relacionadas con las plantas medicinales; ellas poseen, al ser empleadas en
forma de tisana, macerado, jarabes, pomadas, etc, distintos efectos
terapéuticos, como los digestivos, los astringentes, los emolientes, los
depurativos, etc.
Lo que queremos
lograr con este ensayo es comunicar una interpretación
de la medicina tradicional del Paraguay, para ello, en un primer capítulo
plantearemos nuestro problema en el contexto de la historia de la medicina
occidental, mientras que en el segundo
expondremos ya nuestra interpretación, en orden a unas cuantas cuestiones
generales.
También, ya en
el tercer capítulo de este ensayo, nos propondremos dar algunas ideas útiles para recuperar y mantener la salud.
El dolor puede alivianarse o incluso desaparecer en
algunos instantes, pero no por ello deja de ser una compañía constante de la
humana existencia. También es posible establecer una diferenciación entre el dolor
y el sufrimiento, el primero tendría que ver con algún tipo de malestar físico,
mientras que el segundo estaría asociado con las imágenes mentales. Si esto es
así el sufrimiento tiene que ver con constructos socio-culturales introyectados
por el individuo, e interpretados como reales (por supuesto desde peculiares
horizontes biográficos y fisiológicos).
En nuestro
tiempo, el hombre llamado pomposamente civilizado,
está dispuesto la mayoría de las veces a sacrificar su salud a cambio de
mejorar su situación económica o su posición social. Y no podemos negar a cada
individuo la libertad de hacer con su vida la apuesta que crea necesaria,
pero creemos que la salud física y
mental constituye un tesoro que vale la pena cultivarlo durante cada momento de
la vida.
Muchas veces se
erigen como proyectos de felicidad inmensos castillos en el aire, sin
considerar lo más inmediato, sencillo y gratificante que es estar sano. Así, en un mundo pletórico
de deseos insatisfechos y de conflictos irresolubles, tener salud es un requisito
ineludible para vivir tolerablemente. Como decía el viejo Schopenhauer: “un
mendigo sano es más feliz que un rey enfermo”.
Creemos que en
este interminable camino del cultivo de la salud, la filosofía tiene mucho que aportar, no sólo por el carácter transdisciplinario
que posee, sino también por la proyección que puede otorgar para el logro de
una visión integrada de la vida, un requisito fundamental para ordenar y
jerarquizar los actos de nuestra existencia.
[1] Cfr.
Reale-Anticeri. Historia del pensamiento filosófico y científico, T. 1, 1988,
p. 110. Hemos optado por un modo de tratar las citas que simplificará la
consulta del lector interesado. Se aludirán al nombre del autor, al título de
la obra, al año de publicación y a las páginas utilizadas. Las referencias bibliográficas completas
estarán dispuestas en la parte final del trabajo.
Enlace al ensayo completo:
https://drive.google.com/file/d/1chKO9wo6_c73tKGZV0ekQtY8ssOrLu6H/view?usp=sharing
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