La vida humana consiste en una constante búsqueda de satisfacer las
innumerables necesidades que la inquietan, y en tal sentido, la actividad
intelectual se constituye en un medio de llevar adelante este afán. El cultivo
intelectual está compuesto a nuestro entender de tres etapas: leer, pensar y
comunicar (ya sea de modo escrito y oral)
La actividad intelectual, a
pesar de requerir un esfuerzo constante y una preparación exigente, está
repleta de goces que pueden ser estimulados conscientemente desde el
conocimiento de principios y normas que lo propicien y lo refuercen. Y aquí nos
propondremos seguir ambos direccionamientos, la técnica y el goce que nos
permita leer, pensar y escribir mejor.
Pero, ¿Qué es leer, pensar y escribir? Leer es “des-cifrar” el
pensamiento de otro (u otros, ya que la actividad intelectual posee un esencial
sentido cultural, es decir colectivo); pensar es “conectar” conceptos, juicios
y razonamientos; y escribir es “cifrar” el propio pensamiento para luego
comunicarlo (en tal sentido comunicativo, en paralelo con la escritura se
encuentra el diálogo o la disertación).
La lectura, el pensamiento y la escritura se alimentan recursivamente,
es decir, el punto de partida de toda actividad intelectual integral, la
lectura, se despliega en el pensamiento, da sus frutos en la escritura, y
vuelve a sus raíces, la lectura (una lectura que al ser aquella que uno mismo
ha escrito se potencia aun más).
A medida que las lecturas se van amontonando, en especial en tiempos de
la juventud, uno va encontrando en sí mismo un mejor terreno para sembrar como
pequeñas semillas la actividad del pensamiento, para luego esperar la
gratificante cosecha de la escritura. Siguiendo con la alusión a periodos de
vida, podemos decir que el momento supremo para el pensamiento y la escritura
es en la madurez[1].
Decía a propósito de estas cuestiones Francis Bacon: “La lectura hace al
hombre completo, la escritura le hace preciso y la conversación le hace ágil”;
y suponemos que una persona cultivaba en la lectura y la escritura, en una
conversación desarrolla también un pensamiento acorde a su preparación.
En este ensayo seguiremos sosteniendo los valores fundamentales que
propusimos en nuestro escrito sobre la auto-ética: ocio, aislamiento, serenidad
y cultivo del espíritu[2].
Valorar al ocio no implica alentar a la mísera haraganería, antes bien,
significa incentivar la realización de las actividades más encumbradas del
espíritu humano: leer, pensar y escribir. Es indiscutible que necesitamos
tiempo para realizar estas actividades intelectuales, tiempo que puede ser
mucho o poco, pero que de todas maneras consideramos como tiempo de ocio
aprovechable para el cultivo del espíritu.
A grandes rasgos, leer, pensar y escribir constituyen a las actividades
que llamamos comúnmente estudiar; y a su vez, siguiendo a Salas Parrilla, se
puede decir que cuatro son los factores que condicionan el éxito en los
estudios: los conocimientos previos, la capacidad intelectual, las técnicas de
estudio y la motivación. Pero aquí queremos separar al cuarto de estos puntos
para fijarnos mejor él.
La motivación, junto a la relajación y a la atención constituyen factores internos que influyen
intensamente en el rendimiento intelectual. De ahí que implícitamente, cuando
el citado autor alude a la motivación, también hace referencia a la relajación
y a la atención. De hecho, poco nos serviría una intensa motivación si es que
no podemos concentrarnos ni relajarnos para llevar adelante nuestros estudios o
investigaciones.
También, podemos plantear que para una educación que
impulsa a los valores democráticos, el cultivo de las habilidades verbales,
como la interpretación de textos, el pensamiento, la escritura y la retórica,
deberían convertirse en ejes de la formación del ciudadano. Por supuesto, con
esto no queremos que surja una quijotesca generación que luche contra “molinos
de viento” para alcanzar la utopía, no, simplemente necesitamos más de los
juegos contrapuestos que nos dona la democracia, como aquellos que se dan entre
la crítica y el consenso, entre la búsqueda de la libertad y los esfuerzos por
la igualdad, entre la claridad de la inteligencia y de los impulsos de la
acción. No es mucho pedir, puesto que ya estamos en el camino del esfuerzo
social, es empezar a hacer de una vez una apuesta consciente, es implantar algo
de vida en las maquinales pautas de la educación.
[1] Precisemos aquí que
nos referimos principalmente a la escritura en prosa, pues en la juventud
tenemos en su cenit a la escritura en
verso, pues ella es la edad poética por excelencia.
[2] R.L.H. La auto-ética.
Reflexiones sobre la vida humana individual. Interiora terrae, Asunción, 2014,
p. 28-32.
https://drive.google.com/file/d/18gG_CeELdzAoriDjxJ_V78J7ePeeVS5w/view?usp=sharing
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