Quizá el ser
humano siempre anhele volver, a aquellas
imágenes de la niñez, que hacían del mundo un magnífico sueño, juego y
experimento; lo que constituye en tal sentido una especie de utopía estética
que conforta y consuela al contemplador en medio de las miserias de la
cotidianeidad.
“Descubrir el canto del chokokue (campesino), que me enseña al mundo”. El cancionero
popular, y de manera particular, aquellas canciones hechas en guaraní, revelan
la visión de mundo que es propia del campo paraguayo, y en tal sentido, cuando
un campesino agarra su mbaraka
(guitarra) y deja florecer a su espíritu en el canto, propicia en nosotros una
experiencia estética maravillosa.
“Quisiera
volver al lejano rancho”, la lejanía del rancho tiene que ver con los ideales a
los que uno pretende volver frente al desencantamiento
del mundo presente en las ciudades, es la respuesta al nihilismo pasivo (el propio de la muerte de Dios) que caracteriza a
la vida hastiada de las ciudades.
“Podría saber que
no ha muerto el alma”, y de esta manera, reconstruyendo los ideales de la vida,
uno puede dejar de lado el nihilismo pasivo y revitalizar su espíritu, su alma.
“Pero llevaré
el recuerdo del ka’aguy mbyte (la
entraña del bosque)”. Este recuerdo de las intimidades del bosque nos conecta
con nuestra sabiduría ancestral, la de aquellos sabios guaraníes que intuían el
florecimiento de la palabra en los rituales mágicos de la floresta.
https://www.youtube.com/watch?v=Ob5UYyLr9Ac&feature=youtu.be
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