viernes, 28 de julio de 2017

INTRODUCCIÓN A “EL GRITO DEL MUNDO”


   A pesar de todos los avances científicos, tecnológicos y culturales en general, la pregunta por el hombre sigue siendo inquietante. Quizá ya no sea tiempo para retornar a un crudo antropocentrismo, pero de todas maneras el hombre sigue constituyendo el horizonte desde el cual las grandes preguntas filosóficas encuentran orientación.

   Surge entonces la cuestión: ¿Por qué preguntar por el hombre? ¿No basta acaso con lo que sin filosofar respondemos en el mundo cotidiano? Pareciera bastar, hasta que llegan las llamadas situaciones límites, como la muerte de seres queridos, enfermedades graves, accidentes, hondos aburrimientos, crisis sociales, etc, en donde se hace imposible eludir las grandes preguntas de la vida.

   Luego pueden retornar los vaivenes de la vida cotidiana, esa mezcla de indiferencia y espectáculo, de estrés y relajación, enmascarando de nuevo lo asombroso del mundo y  del hombre, pero de todas maneras siempre quedará la posibilidad de mirar al mundo de manera renovada y develar horizontes aun insospechados. Podemos animarnos a hacer apuestas en la vida, no todo está perdido en la banalidad y el pesimismo.



   Podemos decir que hoy la humanidad está en una situación crítica, no ya sólo por las interminables guerras y la degradación ambiental, sino también por la posibilidad de  que a causa de estos factores nuestra especie desaparezca de la faz de la tierra. Esto puede hacernos comprender que el cultivo del pensamiento ha dejado de ser un lujo de unos pocos para convertirse en una necesidad ineludible para la conservación de la especie. El estudio de la ciencia y la filosofía debe adaptarse a los condicionantes  biológicos, históricos y sociales de cada individuo, de modo a que cada ser humano amplíe las posibilidades de su realización, y a través de ello la complejidad del conocimiento y la acción humana se potencien.

   ¿Podremos construir acuerdos globales en medio de nuestros espacios sociales de indiferencia y narcicismo? Ni siquiera el desierto espiritual que hoy nos rodea constituye una condena para el ser humano, pues aun metidos en las inmundicias del barro podemos pensando, sintiendo y actuando, aunque sea como en un sueño, un juego o un experimento, y aun, precisamente por ser asi, podremos seguir esperando que la creatividad humana nos asombre y nos invite a seguir caminando…



   En lo que hace al Paraguay, podemos decir que estamos en un momento muy impactante para el hombre del país, pues el aislamiento cultural ha empezado a quebrarse aceleradamente a partir de los noventa, con la entrada de la televisión por cable e internet, ahora la principalmente la red nerviosa del mundo. Esto no es poca cosa para el Paraguay, que de la noche a la mañana deja de ser la “isla rodeada de tierra”[1] para recibir los bombardeos inmisericordes de la sociedad de la información.



   El mundo nos habla a gritos ¿Por qué será que nos cuesta tanto escucharlo? ¿Es que nos han taponado los oídos? ¿O será que nosotros mismos nos encargamos de despreciar este llamado?



  















[1] Frase acuñada por Augusto Roa Bastos.
Enlace al libro completo:
https://drive.google.com/file/d/0B1fbaSG6HJjWek9IV1BKVmR3U2c/view

miércoles, 26 de julio de 2017

EN TORNO A “QUISIERA VOLVER”


     Quizá el ser humano siempre anhele volver,  a aquellas imágenes de la niñez, que hacían del mundo un magnífico sueño, juego y experimento; lo que constituye en tal sentido una especie de utopía estética que conforta y consuela al contemplador en medio de las miserias de la cotidianeidad.

“Descubrir el canto del chokokue (campesino), que me enseña al mundo”. El cancionero popular, y de manera particular, aquellas canciones hechas en guaraní, revelan la visión de mundo que es propia del campo paraguayo, y en tal sentido, cuando un campesino agarra su mbaraka (guitarra) y deja florecer a su espíritu en el canto, propicia en nosotros una experiencia estética maravillosa.

      “Quisiera volver al lejano rancho”, la lejanía del rancho tiene que ver con los ideales a los que uno pretende volver frente al desencantamiento del mundo presente en las ciudades, es la respuesta al nihilismo pasivo (el propio de la muerte de Dios) que caracteriza a la vida hastiada de las ciudades.

     “Podría saber que no ha muerto el alma”, y de esta manera, reconstruyendo los ideales de la vida, uno puede dejar de lado el nihilismo pasivo y revitalizar su espíritu, su alma.

     “Pero llevaré el recuerdo del ka’aguy mbyte (la entraña del bosque)”. Este recuerdo de las intimidades del bosque nos conecta con nuestra sabiduría ancestral, la de aquellos sabios guaraníes que intuían el florecimiento de la palabra en los rituales mágicos de la floresta.


Enlace al video:

https://www.youtube.com/watch?v=Ob5UYyLr9Ac&feature=youtu.be

viernes, 14 de julio de 2017

INTRODUCCIÓN A “ELOGIO A LA VIDA DEL CAMPO”


   Ya en la antigüedad el escritor romano Tácito con su “Germania” o Jean Jaques Rousseau en el “Emilio”, en la modernidad, o en el Paraguay, Natalicio González con “Proceso y formación de la cultura paraguaya” por tomar unos pocos ejemplos, han elogiado las riquezas y los dones de la vida en contacto con la naturaleza, de la vida en los espacios agrarios. Estos análisis revestidos con la belleza de la escritura se han consolidado a través del contraste con modos de vida sofisticados, alejados de los ritmos elementales y armónicos de la vida del campo.  En este ensayo seguiremos buscando esa misma pista de lo maravilloso que todavía se recrea en la visión  de mundo y en las acciones concretas de los hombres de tierra adentro, que ni los avances de la tecnología ni las avalanchas de la globalización han podido borrar.

   Cuando aquí hablemos de la vida del campo, nos referiremos principalmente a una vida contemplativa desarrollada en el campo, y no a cualquier forma de existencia en tal espacio geográfico, aunque si podamos encontrar algunas coincidencias entre todas ellas.

   Quien cumple a cabalidad la vida contemplativa del campo es el arandu ca’aty, quien encarna una suerte de moral paradigmática, es decir, una moral basada antes en el ejemplo que en la teoría. Así, en cierta manera, elogiar al campo es también elogiar a estos hombres excepcionales, de inteligencia perspicaz y de afectos generosos.

   El arandu vive a plenitud los “arquetipos” de la cultura seminal paraguaya[1], manteniéndolos vigentes a pesar de la avalancha del mundo globalizado, que amenaza con sumir a todo en el flujo putrefacto de la banalidad.

     Podemos identificar dos grandes grupos de arquetipos (o Ideas o proto-formas) que caracterizan a la cultura seminal paraguaya, los arquetipos del pensamiento y los arquetipos de la acción, que se asocian a las dos partes que conforman el cuerpo de nuestro ensayo.



   Pero debemos reconocer a su vez que esta experiencia contemplativa se puede producir en el hombre de la ciudad, que deja su mundo de tensiones y frustraciones, o de preocupaciones por el dinero o la figuración social, para darle un sentido renovado a la formación de su subjetividad.

   Muchas veces, al describir las peculiaridades de la vida en el campo, estableceremos contrastes sugerentes con la vida en la ciudad, puesto que ambas formas de vivir constituyen una dualidad que no solamente implica una oposición irremediable, sino también acaso, la posibilidad de establecer al final una suerte de complementariedad entre ambos espacios.

   La identidad del paraguayo se enraíza en el campo y adquiere modificación en las ciudades, dándose esta transformación a lo largo de distintas edades que la cultura del Paraguay va recorriendo en su historia.













[1] “Vivir de conformidad con los arquetipos equivalía a respetar la “ley”, pues la ley no era sino una hierofanía primordial, la revelación in illo tempore de las normas de la existencia, hecha por una divinidad o un ser mítico.  Y si  por la repetición de las acciones paradigmáticas y por medio de las ceremonias periódicas, el hombre arcaico conseguía, como hemos visto, anular el tiempo, no por eso dejaba de vivir en concordancia con los ritmos cósmicos; incluso podríamos decir que se integraba a dichos ritmos (recordemos sólo cuán “reales” son para él el día y la noche, las estaciones, los ciclos lunares, los solsticios, etc)” Mircea Eliade. El mito del eterno retorno. Emece, Bs. As., 1952, p. 107-108. 

Enlace al ensayo completo: 
https://drive.google.com/file/d/0B1fbaSG6HJjWRDJMWXJrdHNFeUU/view?usp=sharing

miércoles, 12 de julio de 2017

EN TORNO A “TARDE CAMPESINA”


     El abrazo del campo al alma (a través de su entorno natural y cultural), simboliza el encuentro con una nueva plenitud, luego de los desengaños producidos por la vida urbana. La ciudad es el espacio geográfico y espiritual de la racionalidad formal (Weber), de la muerte de Dios (Nietzsche), del predominio de la cultura objetiva sobre la subjetiva (Simmel), y por ello el retorno al campo constituye una nueva apuesta por alcanzar el goce de las Ideas, de los arquetipos, sobreponiéndose uno al absurdo y a la anomía, caracteres propios de la existencia urbana.


Enlace al video: https://www.youtube.com/watch?v=MdEqpiX_ULk&feature=youtu.be