En relación a la anterior edición de este
ensayo, hemos aumentado las pretensiones de sus alcances, ya que en vez de
concentrarnos solamente en la historia de la filosofía en el Paraguay hemos
empezado a buscar ya el despliegue del pensamiento paraguayo como tal, que por
supuesto tiene a la reflexión filosófica como un componente importantísimo,
pero que ciertamente no se agota en ella.
Esta obra sigue estando en plena ejecución,
por lo cual la publicación que aquí compartimos en como una fotografía que
inmoviliza a un organismo en constante movimiento, que como nuestro mundo
mismo, no puede mantenerse con vida sino a través de creaciones y re-creaciones
constantes.
En un recordado convivium de filosofía de la
universidad católica, el maestro José Brun proclamaba: “Vamos en pos del
pensamiento inútil”. Y el filosófico es un pensamiento inútil porque no se deja
utilizar como una silla o un automóvil, no se deja amoldar como una doctrina o
una ideología, y no se deja encasillar ni por el más célebre de los filósofos.
La filosofía es una actividad interminable, y por ello acaso la más
improductiva. En el Paraguay, a pesar de lo poco que se ha difundido, la
filosofía ha estado presente desde los mismos inicios del andar de la nación, y
persiste hoy, en medio de nuestro putrefacto entorno socio-cultural. Vamos
entonces, como quería el profesor Brun, en pos del pensamiento inútil, pero en
nuestra tierra, en nuestro destino, en nuestro goce de espíritu, el Paraguay.
En este aventurado ensayo consideraremos a
grandes rasgos a la filosofía hecha “en” el Paraguay, o si se quiere a la
filosofía “del” Paraguay (creemos que la filosofía paraguaya es sencillamente
aquella que fue hecha por paraguayos, o por aquellos extranjeros que recibieron
influencias de la cultura paraguaya, a través del desarrollo de un pensamiento
filosófico). Como el conocimiento filosófico no permanece en el aire, en los
distantes espacios etéreos, sino en la cabeza de los pensadores que la
cultivan, nuestra tarea consistirá esencialmente en un recorrido en torno a las
influencias filosóficas y a las ideas de aquellos que en el Paraguay se han
dedicado en forma más notable al cultivo o a la enseñanza de este noble saber.
Nos hemos propuesto diferenciar dos grandes
periodos en el desarrollo de la filosofía en el Paraguay. Por una parte, el
periodo diletante, en el cual los pensadores que se ocupan de la filosofía son
hombres de múltiples inquietudes intelectuales, y en la mayoría de los casos
con una estrecha relación con los juegos del poder político; por otra parte, el
periodo académico, que se inicia con una serie de notables maestros y filósofos
de formación europea, que establecen la “normalidad filosófica”[1] en
el Paraguay.
Si tomamos en cuenta la periodización hecha
en nuestra obra “La Idea del Paraguay”[2],
podemos decir que el periodo diletante forma parte de la niñez, juventud y
parte de la adultez de la cultura paraguaya, mientras que el periodo académico
abarca desde finales de la edad adulta hasta la actualidad, tiempo de fría
vejez.
Así, en nuestro último capítulo, volveremos
a esbozar un desarrollo orgánico de la filosofía en el Paraguay, ya con
independencia de la diferenciación entre filosofía diletante y académica.
Pero a su vez podemos plantear que en el periodo
de gestación de nuestra cultura, la filosofía ya estuvo de alguna manera
presente. Así, con el mismo lenguaje guaraní venia asociado ya una suerte de
reflexión filosófica sobre el mundo, por supuesto, no con la auto-conciencia de
cultivar este saber, lo que se logró a partir de la filosofía griega antigua,
pero si con el sentido originario que cada lengua destila a partir de sus estructuras
fundamentales. Tres importantes pensadores paraguayos han hecho hincapié en
este carácter filosófico que muestra la lengua guaraní, Manuel Gondra, en un
ensayo titulado “El guaraní y las ideas abstractas”, Natalicio González, en uno
de los capítulos de “El milagro americano”(titulado “Ideología guaraní”), y
Efraim Cardozo en su “Historiografía paraguaya”. A propósito de esto también
podemos citar a la obra del español José Manuel Peramás, “La república de
Platón y los guaraníes”, de 1791, en donde se establece un notable paralelismo
entre la utopía platónica y la organización política jesuítica-guaraní
establecida en tierras sudamericanas.
Pero si aludimos a los jesuitas,
necesariamente debemos recordar al otro importante capítulo de la edad cultural
que estamos recorriendo aquí brevemente, la revolución comunera, que también
tuvo sus importantes componentes filosóficos. Los pensadores españoles de los
siglos XVI y XVII como Mariana, Vitoria, y en especial Suarez, con sus
enseñanzas sobre la preeminencia del pueblo sobre el rey o cualquier otra
autoridad, en lo que hace fundamentación del poder, sin lugar a dudas fueron
factores centrales en la ideología revolucionaria de aquellos comuneros.
A su vez, cuando los jesuitas fueron
expulsados del Paraguay, los franciscanos se hicieron cargo de la universidad
de Córdoba, el principal centro de formación de la región en aquel entonces,
reemplazando a Francisco Suarez por Dans Escoto. Entre otros motivos para esto,
los españoles terminaron por darse cuenta del potencial revolucionario que
poseían las ideas del pensador jesuita.
De esto podemos considerar entonces que todo
el periodo colonial de la cultura paraguaya (que asociamos con su estadio de
gestación orgánica) estuvo marcado, como era de esperar por la centralidad
teórica que ostentaba la filosofía escolástica.
A su vez, las ideas de los filósofos ilustrados, como
Rousseau, Volteare o Montesquieu, alimentaron el espíritu revolucionario de los
primeros independentistas tanto paraguayos como latinoamericanos, quienes a su
vez identificaron las revolución francesa y norteamericana, con sus propios
anhelos de libertad.
[1] Francisco Romero
introdujo la noción de normalidad filosófica, entendida como el ejercicio de la
filosofía como función ordinaria de la cultura.
[2] Cfr. Robert León Helman.
La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya.
Interiora terrae, Asunción, 2014. En adelante, al referirnos a nuestros
trabajos utilizaremos las iniciales R.L.H.
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