lunes, 13 de febrero de 2017

PREFACIO A “ENTRE VILLARRICA Y ASUNCIÓN”


   No es común en nuestro ambiente cultural la publicación en dúo de una colección de poemas, y en verdad, la idea no fue largamente planificada como sucede muchas veces en emprendimientos de este tipo, sino que surgió como un chispazo genial en la mente de mi amigo guaireño Arnulfo Morínigo Paniagua (¿no es acaso esto lo que significa un desarrollo orgánico antes que artificial de la obra artística); y puesto que nunca tuve dudas ni reservas en publicar cuanta coma, letra o palabra haya escrito, no tardé ni un segundo en aceptar este inusual planteamiento.

   De todas maneras, siento que el libro es de Morínigo, así que le dedico a él este prefacio y todos los poemas que están a mi nombre, se lo merece por su tesón como activista cultural y por su obstinado amor hacia el arte.

  

   Villarrica ha sido para mí como una patria espiritual, de modo que en alguna medida he hecho en mí mismo este intercambio dual entre ideas y visiones de mundo que se ha dado entre los poemas de Morínigo y los míos; en otras palabras, también he partido yo, en cierta forma, desde las nobles raíces guaireñas para asomarme a ese mundo pletórico de miserias espirituales que es Asunción, la ciudad más urbanizada del país (la obra del mayor poeta modernista paraguayo, Manuel Ortiz Guerrero, a quien homenajeamos en nuestra portada, nos revela también pistas de esta maravillosa corriente espiritual guaireña-asuncena).

   Esto lo ha sabido matizar el también  poeta guaireño Martin García Silvero, cuando me expresó que: “Vas caminando muy dentro tuyo, indagando tus propios horizontes, perteneces más allí que aquí, por eso cuando gritas allí se hoye el susurro de un poema aquí”. Pues bien, García Silvero tal vez quiso decirme que yo pertenezco más allí (Asunción) que aquí (Villarrica), como de hecho desde la experiencia empírica y cotidiana es verdad, pero yo siempre querré partir desde “aquí”, porque mi alma siempre habitará “aquí”.



   Continúo entonces, ahora escribiendo sobre un emergente y renovador poeta de nuestro “aquí”, de Villarrica, hablaré de Morínigo, el enigmático artista de la compañía Rincón.

   Pensar en la obra de un escritor, como Arnulfo Morínigo, implica no sólo fijarse en la peculiaridad de su estilo o en las direcciones de sus ideas, sino también, considerar las raíces y el ambiente que alimentan su obra, tal como cuando observamos una planta y tratamos de conocer su carácter y sus propiedades.

   Y asi, sin lugar a dudas la literatura de Morínigo brota maravillosamente desde el espacio cultural del Paraguay, y muy particularmente desde el Guairá y todo su histórico flujo espiritual.

   Como hemos planteado en uno de nuestros ensayos[1], la cultura paraguaya se encuentra situada en un espacio de putrefacción espiritual, en donde la unidad y la consistencia de la cultura seminal se han aminorado claramente. Tenemos a un Paraguay conectado ya a un mundo globalizado que nunca duerme, lo que constituye todo un shock socio-cultural para un país que hasta hace algunas décadas podía ser considerado “la China sudamericana” o “una isla rodeada de tierra”.

   Y la cultura guaireña fue repitiendo estos caracteres de la cultura paraguaya, resistiéndose hasta último momento en sus tradiciones y en su arte, en sus barrios de antaño y sus compañías silenciosas. Pero un paseo por Villarrica basta para dimensionar la magnitud del cambio espiritual que se avecina: calles ruidosas, gente apresurada, supermercados poblados, en fin, la marca de numerosas fracturas en el antes compacto y sólido espíritu del pueblo.

   Y es justo en esta intersección de tiempos (uno sereno, el otro agitado) donde Arnulfo Morínigo nos entrega su mensaje poético, como un reflejo espontáneo de un cúmulo de pesares y de goces que traspasa a la vez su propia interioridad y las circunstancias sociales y culturales que lo rodean.

   Entre afectos místicos y amorosos se despliega su corriente poética, con un lenguaje que a veces se asemeja a una estocada en el alma, seca y profunda, sin avisar siquiera al lector de la proximidad de una inquietud semejante.

   Puede decirse que debido a nuestro ambiente social enrarecido por el espectáculo y la banalidad, nuestra mente necesita una llave que la abra a las profundidades del ser humano, y en tal afán los senderos poéticos que Morínigo nos ofrece, puede servirnos de aliciente espiritual.



   Para terminar este prefacio, quiero hacer alusión al círculo artístico e intelectual que hemos bautizado como “Interiora terrae”[2], formado ya a finales del siglo pasado, junto a el profesor Felipe Villalba Britos, y al que se han agregado luego el guitarrista caazapeño José Irrazabal, y por último Arnulfo Morínigo, quien le ha prestado al grupo un dinamismo notable y un entusiasmo juvenil que apreciamos mucho.

   Tampoco debemos olvidar que el maestro Filemón Espinoza (al que calificamos como componente del trío de oro de la madurez de la cultura guaireña, junto a Ramiro Domínguez y Modesto Escobar)  ha alentado siempre el fortalecimiento de  nuestro círculo cultural,  con ese talante de maestro incansable, manifestado en sus pensamientos, en sus palabras y acciones.

   En la presente edición hemos agregado un par de trabajos de la artista colombiana Adriana Baquero Pardo (1965) y un dibujo del guaireño Arnaldo Amarilla (1986), a quienes agradecemos por la empatía y la apertura hacia nuestras ideas.



R.L.H.



[1] Cfr. Robert León Helman. La Idea del Paraguay. Interiora terrae, Asunción, 2014, p. 27-30.
[2] En latín, interiores o entrañas de la tierra. Extraído del lema alquimista: “Visita interiora terrae, rectificandum invenues ocultum lapidem”, visita los interiores de la tierra, que rectificando (el espíritu) encontrarás la piedra oculta (la piedra filosofal).
Enlace al libro ccompleto:

https://drive.google.com/file/d/0B1fbaSG6HJjWYkxYWTBUcU52S3c/view

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