No es común en nuestro ambiente cultural la
publicación en dúo de una colección de poemas, y en verdad, la idea no fue
largamente planificada como sucede muchas veces en emprendimientos de este
tipo, sino que surgió como un chispazo genial en la mente de mi amigo guaireño
Arnulfo Morínigo
Paniagua (¿no es acaso esto lo que significa un desarrollo orgánico antes que
artificial de la obra artística); y puesto que nunca tuve dudas ni reservas en
publicar cuanta coma, letra o palabra haya escrito, no tardé ni un segundo en
aceptar este inusual planteamiento.
De todas maneras, siento que el libro es de Morínigo, así que le dedico
a él este prefacio y todos los poemas que están a mi nombre, se lo merece por
su tesón como activista cultural y por su obstinado amor hacia el arte.
Villarrica ha sido para mí como una patria espiritual, de modo que en
alguna medida he hecho en mí mismo este intercambio dual entre ideas y visiones
de mundo que se ha dado entre los poemas de Morínigo y los míos; en
otras palabras, también he partido yo, en cierta forma, desde las nobles raíces
guaireñas para asomarme a ese mundo pletórico de miserias espirituales que es
Asunción, la ciudad más urbanizada del país (la obra del mayor poeta modernista
paraguayo, Manuel Ortiz Guerrero, a quien homenajeamos en nuestra portada, nos
revela también pistas de esta maravillosa corriente espiritual
guaireña-asuncena).
Esto
lo ha sabido matizar el también poeta
guaireño Martin García Silvero, cuando me expresó que: “Vas caminando muy
dentro tuyo, indagando tus propios horizontes, perteneces más allí que aquí,
por eso cuando gritas allí se hoye el susurro de un poema aquí”. Pues bien,
García Silvero tal vez quiso decirme que yo pertenezco más allí (Asunción) que
aquí (Villarrica), como de hecho desde la experiencia empírica y cotidiana es
verdad, pero yo siempre querré partir desde “aquí”, porque mi alma siempre
habitará “aquí”.
Continúo entonces, ahora escribiendo sobre un emergente y renovador
poeta de nuestro “aquí”, de Villarrica, hablaré de Morínigo, el enigmático
artista de la compañía Rincón.
Pensar en la obra de un escritor, como Arnulfo Morínigo, implica no sólo
fijarse en la peculiaridad de su estilo o en las direcciones de sus ideas, sino
también, considerar las raíces y el ambiente que alimentan su obra, tal como
cuando observamos una planta y tratamos de conocer su carácter y sus
propiedades.
Y asi, sin lugar a dudas la literatura de Morínigo brota
maravillosamente desde el espacio cultural del Paraguay, y muy particularmente
desde el Guairá y todo su histórico flujo espiritual.
Como hemos planteado en uno de nuestros ensayos[1], la
cultura paraguaya se encuentra situada en un espacio de putrefacción
espiritual, en donde la unidad y la consistencia de la cultura seminal se han
aminorado claramente. Tenemos a un Paraguay conectado ya a un mundo globalizado
que nunca duerme, lo que constituye todo un shock socio-cultural para un país que
hasta hace algunas décadas podía ser considerado “la China sudamericana” o “una
isla rodeada de tierra”.
Y la cultura guaireña fue repitiendo estos caracteres de la cultura
paraguaya, resistiéndose hasta último momento en sus tradiciones y en su arte,
en sus barrios de antaño y sus compañías silenciosas. Pero un paseo por
Villarrica basta para dimensionar la magnitud del cambio espiritual que se
avecina: calles ruidosas, gente apresurada, supermercados poblados, en fin, la
marca de numerosas fracturas en el antes compacto y sólido espíritu del pueblo.
Y es justo en esta intersección de tiempos (uno sereno, el otro agitado)
donde Arnulfo Morínigo nos entrega su mensaje poético, como un reflejo
espontáneo de un cúmulo de pesares y de goces que traspasa a la vez su propia
interioridad y las circunstancias sociales y culturales que lo rodean.
Entre afectos místicos y amorosos se despliega su corriente poética, con
un lenguaje que a veces se asemeja a una estocada en el alma, seca y profunda,
sin avisar siquiera al lector de la proximidad de una inquietud semejante.
Puede decirse que debido a nuestro ambiente social enrarecido por el
espectáculo y la banalidad, nuestra mente necesita una llave que la abra a las
profundidades del ser humano, y en tal afán los senderos poéticos que Morínigo
nos ofrece, puede servirnos de aliciente espiritual.
Para terminar este prefacio, quiero hacer alusión al círculo artístico e
intelectual que hemos bautizado como “Interiora terrae”[2], formado
ya a finales del siglo pasado, junto a el profesor Felipe Villalba Britos, y al
que se han agregado luego el guitarrista caazapeño José Irrazabal, y por último
Arnulfo Morínigo, quien le ha prestado al grupo un dinamismo notable y un
entusiasmo juvenil que apreciamos mucho.
Tampoco debemos olvidar que el maestro Filemón Espinoza (al que
calificamos como componente del trío de oro de la madurez de la cultura
guaireña, junto a Ramiro Domínguez y Modesto Escobar) ha alentado siempre el fortalecimiento de nuestro círculo cultural, con ese talante de maestro incansable,
manifestado en sus pensamientos, en sus palabras y acciones.
En la presente edición hemos agregado un par de trabajos de la artista
colombiana Adriana Baquero Pardo (1965) y un dibujo del guaireño Arnaldo
Amarilla (1986), a quienes agradecemos por la empatía y la apertura hacia nuestras
ideas.
R.L.H.
[2] En latín, interiores o
entrañas de la tierra. Extraído del lema alquimista: “Visita interiora terrae,
rectificandum invenues ocultum lapidem”, visita los interiores de la tierra,
que rectificando (el espíritu) encontrarás la piedra oculta (la piedra filosofal).
Enlace al libro ccompleto:
Enlace al libro ccompleto:
https://drive.google.com/file/d/0B1fbaSG6HJjWYkxYWTBUcU52S3c/view
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