viernes, 3 de mayo de 2013

SOBRE LAS RUTAS DE ACCESO AL ESTADO DE ANGUSTIA



Podemos decir que existen cuatro estados de ánimo que desembocan o dan acceso a la angustia (que es el estado de ánimo fundamental, y llave que abre a la experiencia estética): el aburrimiento, el júbilo, la desesperación, y el estado de alerta.
   Decía Arthur Schopenhauer que  la  vida humana se desplegaba como un péndulo, entre la insatisfacción de las necesidades fundamentales y el “aburrimiento”. Este llega a un punto crítico cuando ya ningún goce puede compensar el aletargamiento del espíritu; en esos momentos el mundo se muestra insignificante, vacio, casi muerto, como si las cosas y las personas no tuvieran ningún sentido, y he ahí que emerge la angustia.  
   Cuando se alcanza algo que en un principio se presentaba como muy exigente, o como excesivamente peligroso o complicado, o cuando surge inesperadamente un valioso regalo, puede despertarse el “júbilo”, una alegría desbordada que ilumina a todos los entes,  y su vez puede problematizarlos, es decir, enlazarlos con el estado de angustia.  
   La “desesperación” adviene cuando se experimenta un sufrimiento desmesurado, cuando el dolor llega a tanto que al mismo ego le extraña que tantas cosas y situaciones estén ahí frente a él, entonces se propicia el enlace con la angustia, que lleva hasta el extremo la turbación.
   A diferencia de las anteriores afecciones, al “estado de alerta” se llega a través de un proceso desarrollado conscientemente. Toda las articulaciones de ideas y prácticas que hemos denominado “auto-ética”[1], se dirigen a un fin supremo, el logro del estado de alerta. Básicamente, éste consiste en la espera atenta y lucida de la presencia de la angustia.
   La “angustia”, como ya apuntamos más arriba, constituye el estado de ánimo fundamental, pues en ella se accede a lo trascendente, a aquello que se muestra más allá del ente en cuanto ente, la nada misma. A su vez, el estado de angustia revela la estetización del mundo, su apertura maravillosa como sueño y como juego. 



[1] Cfr. León Helman, Robert. Retorno. 2da parte, cap 2.2.

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