El placer y el dolor
Desde
el mismo momento del nacimiento el ser humano se ve inmerso en medio de un
juego trágico entre el placer y el dolor. Trágico porque nunca se alcanza la
tan anhelada desaparición completa del dolor; todo placer, toda satisfacción,
no es más que el punto de partida para nuevos deseos.
Pero no necesitamos sostener con
Schopenhauer que el dolor sea lo positivo mientras el placer lo negativo, es
decir, que el dolor sea el motor de todas las búsquedas de satisfacción, desde
las más elementales hasta las más refinadas. Más valdría asumir un enfoque
complejo que nos permita relacionar ambos términos de manera dialógica, es
decir, considerándolos a la vez como apuestos, complementarios, y concurrentes.
Planteada así la cuestión, podemos
preguntarnos cuales son las posibles “jugadas de vida” en medio de esta tétrica danza entre el dolor
y el placer.
Los tipos fisiológicos
Para
dilucidar los senderos de vida que a grandes rasgos se han seguido en todos los
tiempos, podemos valernos de un viejo pero provechoso esquema de reflexión. Se
trata de los tres grandes tipos fisiológicos: el de nutrición, el motor, y el
cerebral.
El tipo de nutrición posee una fuerte
influencia de los órganos de la digestión, lo que se proyecta a un nivel
psíquico, revelando a un individuo inclinado intensamente hacia los placeres
más fundamentales, como los producidos por la comida, la bebida, o el sexo. El
tipo motor se caracteriza por el carácter central que adquieren los órganos de
la circulación sanguínea, como los pulmones y el corazón, lo que explica la
búsqueda de placeres relacionados con el movimiento, como los viajes y los
deportes. Por su parte, el tipo cerebral, se encuentra intensamente
condicionado por los fundamentos materiales de la inteligencia, el cerebro y el
sistema neuro-endocrino; lo que implica el agrado que manifiesta hacia las
actividades relacionadas con el pensamiento, el arte, o la mística.
Entiéndase de todos modos que no se presentan
ninguno de los tipos con ausencia de los demás, lo que hay es sencillamente una
preeminencia o preponderancia de uno de ellos en cada individuo humano. Tampoco
podemos sostener que alguno sea mejor que los otros, pues tanto los vicios como
las virtudes pueden germinar con igual medida como consecuencia de una
deficiente formación.
Relevancia de los placeres
intelectuales
Sin
embargo, a pesar de que no queremos emitir juicios de valor en relación a los goces que corresponden a cada tipo
fisiológico, debemos considerar que los
placeres intelectuales nos abren vivencialmente a las grandes cuestiones de la
metafísica. En tal sentido, podemos sostener que todo goce intelectual (o
espiritual) implica una experiencia estética. Ella revela dos caracteres
fundamentales, por una parte el sujeto cognoscente, que deja su posición
fundante e integra, propia del pensamiento moderno, y se hace débil o
crepuscular; por otra parte el objeto conocido también se debilita, desaparecen
sus fundamentos sólidos y absolutistas, y se revela como Idea, símbolo, o
cifra, sobre un suelo abismal.
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