martes, 24 de noviembre de 2020

A CUARENTA AÑOS DE LA MUERTE DE JEAN PAUL SARTRE (1905-1980)

 

     Fue un filósofo y literato francés. Es uno de los principales representantes de la corriente existencialista, que floreció hacia la mitad del siglo XX. Recibió fuertes influencias de la fenomenología de Husserl y de las ideas de Marx. También es posible detectar en sus reflexiones la impronta de pensadores como Kant, Hegel, Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer o Heidegger.

     Se graduó en filosofía en la Escuela Normal Superior de París y en Alemania estudio un par de años la fenomenología de Husserl (en Berlín). Enseñó en los liceos de Le Havre y París.

     Durante la segunda guerra mundial fue prisionero de los alemanes y al salir de la prisión se unió a la resistencia francesa. Junto al filósofo francés Merleau-Ponty conformaron el grupo “Socialismo y libertad”.

    Su pensamiento ha sido interpretado en clave feminista por su inseparable compañera, la escritora Simone de Beauvoir.

     Las ideas de Sartre nos ofrecen una exposición clásica del movimiento existencialista, centrado en el individuo, una aplicación peculiar del método fenomenológico y una curiosa conjunción entre existencialismo y marxismo.

     Entre sus obras filosóficas cabe destacar a: “La trascendencia del ego” (1936), “La imaginación” (1936), “Ensayo de una teoría de las emociones” (1939), “El imaginario. Psicología fenomenológica de la imaginación” (1940), “El ser y la nada. Ensayo de una ontología fenomenológica” (1943),  “El existencialismo es un humanismo” (1946) y “Crítica a la razón dialéctica” (1960).

    Sartre también volcó sus ideas en obras literarias como en  la novela “La náusea” (1938) y en composiciones teatrales como “Las moscas” (1943), “A puerta cerrada” (1945), “Las manos sucias” (1948),  “El diablo y el buen Dios” (1951) y otras.

     Es posible distinguir dos etapas en la obra de este pensador; en la primera se muestra eminentemente existencialista; mientras que en la segunda se da la conjunción entre existencialismo y marxismo.

 

a. El ser en sí   

   Sartre asumirá la fenomenología para investigar sobre el fundamento de todos los entes (las cosas), sobre la ontología. Por ello Sartre calificará a su posicionamiento filosófico como una “ontología fenomenológica”. Pero ¿qué son las cosas? Las cosas muestran lo que son en su aparecer, no hay nada más allá de lo que se muestra o aparece (no hay ninguna cosa en sí, no hay una esencia del mundo).

     Pero aunque no exista nada más allá de lo que aparece, podemos hacernos la pregunta por ello, y la respuesta no podría ser más que la nada. Aquello que la filosofía tradicional llamó ser no es sino nada. El “ser en sí” (etre-pour-soi) es nada para el sujeto. Al ser en sí o la nada se llega analíticamente no descriptivamente (mediante el método fenomenológico).

    

     Las cosas (los entes) aparecen como tales sólo frente a un sujeto que conoce, frente a la consciencia. La consciencia tiende (de ahí el concepto de in-tencionalidad) hacia los objetos, y éstos se muestran, se revelan a la consciencia.

     Entonces, con la fenomenología Sartre espera volver a las cosas mismas, espera lograr una descripción de lo que se muestra, antes que una espesa especulación sobre el sentido del ser.

 b. El ser para sí   

     Para Sartre el hombre no es un ser ya hecho (no es un ser en sí) sino en proceso de realización (un ser para sí), por eso “la existencia precede a la esencia”. La consciencia misma vino a negar esa esencia inmutable, ese ser en sí. Entonces, no existe ninguna naturaleza humana, ni trascendente, ni tampoco ilustrada.

     El hombre se sitúa en el mundo como “estar ahí”[1] (la misma existencia) y desde este posicionamiento se construye su modo de ser a partir de las elecciones que se toman.

    El “ser para sí” es existencia, es introducción del tiempo entre la consciencia y el ser en sí, en otras palabras, es pro-yecto, posibilidad y creación.

    El término “ex-istecia”, significa estar parado y direccionarse hacia a-fuera; en otras palabras, la existencia es acción, con-strucción, trabajo[2].

 

     La mirada es el factor de cosificación del mundo. Esta idea será tomada por Michel Foucault para explicar la episteme característica de la medicina clínica que se inicia en el siglo XIX.

 

c. Sartre marxista

     Sartre propone una extraña conjunción entre el existencialismo y el marxismo, y decimos extraña porque el existencialismo se caracteriza por la exaltación del  individuo, mientras que el marxismo define al hombre como “el conjunto de las relaciones sociales” (Sexta tesis sobre Feuerbach). De alguna manera con su obra “Crítica a la razón dialéctica” (1960), Sartre tratará de volcar sus primeras reflexiones hacia la posibilidad de justificar no sólo la libertad del individuo, sino también la transformación de la sociedad y la cultura (un afán también enarbolado por el pensamiento ilustrado, del que Marx fue tributario).

     Sartre se presenta, acaso como un nuevo Kant, queriendo someter a crítica a una razón, que se había emparentado no sólo con la ilustración, sino también ya con el pensamiento de Marx (unas décadas atrás Wilhelm Dilthey también había retornado a Kant, con su pretensión de llevar adelante una  “crítica a la razón histórica” en su obra “Introducción a las ciencias del espíritu” de 1883).

 (Extracto de “Robert León Helman. Una mirada hacia el infinito. Ensayo sobre el pensamiento moderno”). 

 



[1] Cfr. Jean Paul Sartre. La náusea. 1947, p. 145 y ss.

[2] Ortega dirá, ya en el contexto de su pensamiento, que la vida es un que-hacer.

martes, 17 de noviembre de 2020

INTRODUCCIÓN A “EN BUSCA DE UN MUNDO MÁS TOLERABLE. ENSAYO SOBRE ÉTICA SOCIAL”.

 

     En la portada de nuestro ensayo podemos observar una pintura de Pieter Broeghel el Viejo, que recrea la mítica imagen bíblica de la torre de Babel, en donde la divinidad dispersó a la humanidad al darles diferentes lenguas, y por ende, diferentes culturas y códigos para el entendimiento. Una situación que se asemeja a la que tenemos en nuestras sociedades, en donde a pesar de la predominancia de la cultura occidental, debemos encontrar acuerdos entre interlocutores con distintos proyectos de vida o visiones de mundo. Y son de desafíos como éste de donde surge la necesidad de reflexionar y plantear una ética social que nos permita hacer de la convivencia una experiencia más tolerable, compasiva y útil para encarar las situaciones de crisis que la historia nos depara.

 

     En este ensayo nos ocuparemos sobre cuestiones relativas a la ética social, la democracia y la crítica; y de ahí partiremos para entablar la búsqueda de direcciones que nos permitan acercarnos a una sociedad más tolerable, lo que implica, que en la medida de lo posible se establezcan mejores condiciones “públicas” para las apuestas  éticas “privadas”[1].

   Aparte de ello, las grandes situaciones de crisis que se ciernen sobre la humanidad nos hacen parar frente a ellas (en particular a través de las reformas), ya que constituyen amenazas  para la misma supervivencia de la especie. Estas situaciones de crisis son: la degradación ambiental, las guerras, la pobreza y la desintegración espiritual del individuo.

     De todas maneras, la forma de evitar que los acuerdos a que se llegan se escleroticen y deriven en dogmas y en fanatismos, es el cultivo constante de la crítica, social y personal, y ello, desde el mismo suelo de la nada. Sólo de esta manera podremos estar a tono con los vertiginosos cambios que la naturaleza, la sociedad y nuestra propia subjetividad nos proponen en nuestros tiempos.

 

     El intento de articular una moral social se empezó a dar ya en la antigua Grecia, en especial a partir Sócrates y los sofistas, y desde entonces el intento de encontrar un modo de vida que conduzca a la sociedad hacia la plenitud, la felicidad, o por lo menos hacia un espacio de vida más tolerable no ha acabado. Lo que hacemos entonces en este ensayo es recrear un afán que lleva siglos, y que cada vez se hace más necesario por los grandes riesgos y crisis que la humanidad afronta y afrontará.    

 

 

 



[1] En nuestra serie “cosecha de pensamientos” hemos insistido en considerar a la vida humana como una cruz, la horizontal de esta cruz representaría a todo lo pertinente a la cotidianeidad, en donde entrarían a tallar todo lo referente a lo “público”; en cambio, la vertical de la cruz representaría el desarrollo de la riqueza espiritual, por ende estaría relacionada con las apuestas éticas “privadas”.

Enlace al ensayo completo:

https://drive.google.com/file/d/12W7EAJh0PdI0mBIZLCL1LQedzAC_XrdL/view?usp=sharing

lunes, 9 de noviembre de 2020

A CIENTO DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DE RAFAEL BARRET (1876-1910)

      Fue un pensador, literato y periodista  español.  De una corriente de ideas anarquistas. Vivió y escribió en Paraguay, Uruguay y Argentina. Inicia la línea de pensamiento socialista en el Paraguay (que a su vez constituye una de las tres principales matrices narrativas, junto a la nacionalista-historicista y la liberal-positivista). Llegó al Paraguay en 1904, como periodista internacional, para informar sobre la revolución liberal de 1904. Como su compatriota Viriato Díaz Pérez, también formó parte de la generación literaria del 98 de España. Recibió influencias filosóficas de Nietzsche y Bergson. Murió castigado por la tuberculosis.

     El estudio de las obras de Barret nos proporciona orientaciones hacia una crítica incisiva de la realidad social paraguaya de inicios del siglo XX; también nos da pistas sobre el origen de la matriz narrativa socialista en el Paraguay y a su vez nos dona una prosa pulida, llena de imágenes evocadoras, un carácter propio de los exponentes de la generación literaria del 98 en España.

     Entre sus obras cabe citar a las “Moralidades actuales” y “El dolor paraguayo".

a. Un pensador anarquista

     Augusto Roa Bastos lo llamó expresivamente un “predicador del pensamiento libertario”[1] y todavía más: “el descubridor de la realidad social del Paraguay”. Si a la “realidad social” la llamamos al mundo de miserias materiales y espirituales que tan brillantemente describió y en torno a las cuales reflexionó Barret, tal vez nos acercaríamos a lo que Roa Bastos quiso decir con eso. Esa realidad social sería la expresión de “el dolor paraguayo”.

    Dice Barret: “No es en las costumbres públicas donde empieza el progreso, sino en las privadas”[2]. Esta especie de individualismo anarquista destilaba una confianza ciega en el ser humano, una vez que se hubiera liberado de los lastres de las organizaciones sociales modernas. Como lo plantea Roa Bastos, este es el signo de un “anarquismo humanista y moralizador”[3].

     ¿De qué fuentes anarquista bebió Barret? ¿León Tolstoi, Anatole France? ¿Quizá combinada con brebajes nietzscheanos? Quizá, pero todo ello no encontró consistencia sino en el experimento de su vida, marcada por su disposición a pisar el mismo barro de los miserables y olvidados, pero también a elevarse a las alturas del pensamiento y la creación literaria.

b. El Paraguay escondido  

    A propósito de Roa Bastos, aquella acertada metáfora utilizada por el escritor paraguayo para referirse al Paraguay, la “isla rodeada de tierra”, está basada en uno de los escritos de Barret que reza:

“En uno de mis viajes lejanos, descubrí una isla. De vuelta, visité a un célebre geógrafo. Me oyó, consultó largamente libros y planos, y me dijo: -la isla que ha descubierto no existe. No está en el mapa”[4].

c. El dolor paraguayo

     Su obra más conocida en nuestro medio lleva por título “El dolor paraguayo” (una compilación de artículos periodísticos y ensayos compilados por Miguel Ángel Fernández), en donde describe las penurias y sufrimientos un pueblo empobrecido, que continuaba su vía crucis luego de la tragedia de la guerra grande.  

    Sin dudas un título elocuente para reflexionar sobre el modo como el paraguayo ha abordado el sufrimiento (lo que podemos conectar con el clásico problema del mal en el mundo, ampliamente desarrollado en el contexto del pensamiento occidental)

     Barret plantea, como buen exponente de la matriz socialista, un conflicto entre dominantes y dominados, que se manifiesta de manera cultural en el conflicto entre el castellano y el guaraní (entre una lengua formal y una lengua informal), que reduce a términos de diglosia.

 (Extracto de “Robert León Helman. En pos del pensamiento inútil. Ensayo sobre la historia de las ideas en el Paraguay”).



[1] Augusto Roa Bastos. Prólogo a “Rafael Barret. El dolor paraguayo. 1978, p. IX”.

[2] Ibíd., p. XXVI.

[3] Ibíd., p. XXVII.

[4] Ibíd p. XIII”.