martes, 16 de junio de 2020

A CIENTO SESENTA AÑOS DE LA MUERTE DE ARTHUR SCHOPENHAUER (1788-1860)


   Filósofo alemán. Es uno de los principales exponentes modernos del voluntarismo. La raíces principales del pensamiento de Schopenhauer son Platón, Kant y el pensamiento oriental. Por supuesto, también, en líneas generales recibe fuertes influencias del romanticismo, por lo cual puede ser considerado a su vez como un pensador neo-romántico. En su periodo de estudiante se interesó por las ideas del filósofo escéptico Schulze y en la Universidad de Berlín asistió a las clases de Fichte y Schleiermacher.
     Entre las obras del filósofo alemán podemos citar el libro fundamental para entender su pensamiento, “El mundo como voluntad y representación” (1818), compuesto de cuatro partes, a las que en años posteriores el autor agregará unos escritos complementarios (1844). También pueden citarse otras obras como: “De la cuádruple raíz del principio de razón” (1813), “De la visión y los colores” (1816), “Sobre la voluntad en la naturaleza” (1836), “Los dos problemas fundamentales de la ética. Sobre la libertad de la voluntad y Sobre el fundamento de la moral” (1841) y su colección de aforismos ensayos  denominado “Parerga y Paralipomena” (1851), en donde se pueden encontrar interesantes escritos que luego se han divulgado por separado como “El arte del buen vivir”, “El amor, las mujeres y la muerte” o “Sobre la filosofía de la universidad”.
     La vida del joven Schopenhauer estaba preparada para que él se dedique al comercio (su adinerado padre hizo todo lo posible para alejarlo de aquella “inútil” ocupación llamada filosofía) pero luego del inesperado fallecimiento de su progenitor, encontró el camino libre para entregarse al pensamiento y a la escritura.
     Es notable, dentro de  esta perspectiva simbólica con la que abordamos la historia de la filosofía occidental,  que Arthur Schopenhauer se haya despachado contra Hegel (quien constituye la madurez suprema del pensamiento moderno al plantear la identidad plena de razón y realidad) de una forma explícita, revelando con ello una vertiente paralela al racionalismo del pensamiento occidental.
   Schopenhauer puede ser considerado como un pensador que se adelantó a los llamados por Ricoeur “filósofos de la sospecha”[1],  a partir de sus planteamientos sobre el fondo no racional (la voluntad) de todo lo que conocemos y hacemos[2].


1. Generalidades
La filosofía
    Schopenhauer identifica al filósofo con el genio. Por eso, desde su perspectiva los profesores de filosofía (a los que criticó en su obra “Sobre la filosofía de la universidad”) no son filósofos sino “mercaderes” del conocimiento.
    En relación con esta cuestión sostiene:
“el simple diletantismo en el arte está muy alejado de la facultad creadora; por otra parte, las ciencias dejan en pie las relaciones de los fenómenos entre sí, no pueden absorber al hombre íntegro, colmar todo su ser, ni, por consiguiente, entrelazarse tan estrechamente en el tejido de su existencia que se haga incapaz de tomar interés por todo lo demás. Esto está exclusivamente reservado a la suprema eminencia intelectual, a la que se llama comúnmente genio; sólo ella toma por norma, íntegra y absolutamente, esencia y la existencia de las cosas; después de lo cual tiende, según su dirección individual, a expresar sus profundas concepciones por medio del arte, la poesía o la filosofía”[3].

2. El mundo como voluntad y representación
2.1. La voluntad
   Schopenhauer equipara la cosa en sí kantiana con la voluntad, pero, ¿acaso la cosa en si no era un terreno imposible para el conocimiento según Kant? Schopenhauer sostiene que ella si puede ser conocida, pero ya no al modo del realismo (el mundo está fuera de la mente) o el idealismo (el mundo está en la mente), sino mediante lo que llama un conocimiento “sui generis”, el proporcionado por los movimientos del cuerpo. Kant decía que para conocer la esencia del mundo era necesario poseer una intuición intelectual, algo inexistente en el hombre. Pero Schopenhauer sostiene que en contrapartida el hombre posee una intuición, de tipo volitiva, que se enraíza en el cuerpo y que permite conocer la esencia del mundo. 
     El sufrimiento se fundamenta en la voluntad del individuo, que busca una satisfacción plena de sus deseos manteniendo su forma de sujeto sometido a la voluntad. Es como si quisiera meter el océano en un vaso de agua. Esto es lo que hace que vida sea absurda[4].
2.2. La representación
     La voluntad se hace objeto en la representación. La representación puede ser de dos tipos: la representación sometida al principio de razón y la representación independiente del principio de razón (que constituye al conocimiento estético).
La Sociedad
   Para Schopenhauer la salvación humana no se encuentra en la sociedad (como lo plantean las filosofías e ideologías del liberalismo y el socialismo en general),  pues asume a su manera la enseñanza budista de que la vida es dolor, y la cristiana de que el hombre es malo por naturaleza[5]. En tales condiciones la única salida posible para este filósofo alemán es la “negación de la voluntad de vivir”, es decir, la negación de la esencia mismo del mundo. Este logro, plantea Schopenhauer, esta ejemplificado en la vida de los grandes santos, sanyasis, anacoretas, faquires o monjes, de todos los tiempos y de todas las tradiciones religiosas.
   En lo que hace a las cuestiones relativas a la sociedad, es evidente que Schopenhauer no puede esperar con optimismo ninguna de las promesas de las ideologías clásicas (liberalismo o socialismo) ya que sostiene que la vida en sí misma es dolor, de ahí que plantee que vale más abandonar la sociedad antes que tratar de transformarla.
     De todas maneras, las posibilidades de la gran mayoría de los seres humanos están alejadas de poder negar plenamente la voluntad, por el cual, para que no se haga insostenible una guerra de todos contra todos, el Estado debe obrar un sentido negativo, asegurando el orden y la seguridad en un espacio en donde naturalmente no existe sino caos y luchas constantes.
     Lo originario en relación con la sociedad es la “injusticia”, que se explica por la lucha de todas las manifestaciones de la voluntad entre sí, ya sea en el reino mineral, vegetal o animal, pero en forma más dramática entre los hombres.
3. El Arte del buen vivir
   Schopenhauer, en especial en “El arte del buen vivir”, sostiene como ideal existencia a la vida teorética, el trabajo no le da al hombre ningún tipo de dignidad, antes bien, es lo que le impide, al posibilitado para ello, el desarrollo pleno de su riqueza interior.
   No es de extrañar entonces, que el pensador marxista George Luckacs haya considerado a Schopenhauer como una de las principales figuras del conservadurismo del siglo XIX (aunque de un modo indirecto, al alentar el retiro del mundo).
   Y esta postura se reforzó por los desengaños que sufrió Schopenhauer en su carrera como profesor académico, siempre ensombrecido por la acaparadora figura de Hegel, el filósofo del Estado prusiano. En fin, luego de un tiempo el filosofó también se retiró de la universidad, para alabar las gracias del aislamiento y las miserias de la sociedad.
     En “Parerga y paralipómena”, términos griegos que significan opúsculos y suplementos, y específicamente en “El arte del buen vivir”, se concentra antes que nada en el mundo cotidiano, alejándose de alguna manera de sus planteamientos más metafísicos. Quizá este cambio de orientación haya sido uno de los factores que contribuyeron a la popularidad que alcanzó ya en los últimos años de su vida. Podríamos incluso animarnos a decir que el Schopenhauer de “El mundo como voluntad y representación” es una especie de estructuralista que deja poco espacio para las posibilidades del individuo[6], en cambio, el Schopenhauer de el “Arte del buen vivir” es semejante a un postmoderno que se anima a dar una receta de vida entre muchas posibles.
     Para Schopenhauer el término eudemonología (tratado sobre la existencia feliz) es simplemente un eufemismo, pues para él significa simplemente vivir tolerablemente. La excitación de la voluntad particularizada significa sufrimiento, y frente a ello el cultivo del espíritu disminuye tal excitación de la voluntad.
     En esta obra un tema recurrente es el del aislamiento, que se hace necesario para aprovechar al máximo el ocio disponible, en función del cultivo de los goces intelectuales, que no dan precisamente la felicidad, pero si propician el logro de una existencia tolerable.
    Aquí también Schopenhauer sostiene una suerte de planteamiento elitista, al establecer diferenciaciones entre el “hombre superior”[7] y el hombre vulgar[8]. Vemos aquí de alguna manera el traspaso de la idea del genio[9] (muy cultivada por los románticos y tratada también en El mundo como voluntad y representación) hacia ámbitos asociados con la cotidianeidad.


(Extracto de “Robert León Helman. Una mirada hacia el infinito. Ensayo sobre el pensamiento moderno”)

[1] Cfr. Paul Ricoeur. Hermenéutica y Psicoanálisis. Aurora, Bs., As., 1975, p 5.
[2] Cfr. Dolores Castrillo Mirat. Introducción al arte del buen vivir de Schopenhauer. Edaf, Madrid, 1998, p 16.
[3] Arthur Schopenhauer. El arte del buen vivir. 1998, p. 74.
[4] Podemos encontrar resonancias de este de planteamientos en las ideas de Jean Paul Sartre sobre el ser en sí y el ser para sí.
[5] Sostenemos esto en relación con la idea del pecado original.
[6] Cfr. Ibíd., p. 29; Teófilo Urdanoz. Historia de la filosofía, T. 4, ed. cit., p. 459.
[7] Al que también llama “hombre inteligente”, “hombre dotado de facultades intelectuales preponderantes”.
[8] También utiliza términos como “el hombre normal”, “los demás”.
[9] Cfr. Arthur Schopenhauer. El arte del buen vivir. 1998, p. 74; Reale-Antíseri. Historia de la filosofía. 2010, p. 28.

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