En la tapa de nuestro ensayo hemos colocado un recorte de la famosa obra
de Rafael Sanzio, “La escuela de Atenas”, en donde se retrata la figura de
Heráclito, llamado por sus contemporáneos “el oscuro”, por lo enigmáticas de
sus enseñanzas sobre la “physis” o naturaleza.
Y así, una de nuestras formas de retornar a la naturaleza, será
siguiendo el ejemplo de Heráclito, a través del pensamiento, y tratando de
considerar la complejidad del mundo y del ser humano. Pero este retorno a la
naturaleza tiene que ver de manera particular con la filosofía y una de sus disciplinas
fundamentales, la metafísica. Volver a la naturaleza es volver a preguntar por
el ser, por el fundamento último de todo lo existente, de todo lo que pensamos
y hacemos.
Hay sin lugar a dudas muchas concepciones de la naturaleza, y utilizaremos
cuando sea necesario algunas de ellas, pero cuando estamos hablando de un retorno a la naturaleza, nos referimos
también a un sentido eminentemente estético, y en esto no nos cansaremos de
insistir.
Desde nuestros planteamientos lo estético y lo metafísico se asocian
íntimamente, porque cuando gracias a la angustia se nos revela la Nada, al
mismo tiempo se muestra el ser en su totalidad como Ideas o Arquetipos.
El ser humano emergió de la naturaleza, su dimensión corporal o
biológica se enraíza en los llamados homínidos, que según algunos
planteamientos, desde la rama del homo habilis ha pasado por el hombre de
Neandertal, el hombre del Cro-Magnon hasta llegar al Homo Sapiens, el hombre de
hoy.
A su vez, no olvidemos que el
pensador que popularizó el lema “volved a la naturaleza” fue el suizo Jean
Jaques Rousseau, quien creía que era posible erradicar los males de la
humanidad a partir de la construcción de una sociedad que recreara los
principios de la naturaleza (resguardados en la conciencia) para beneficio del
pueblo[1].
Frente a estas aspiraciones del filósofo no nos mostramos tan
optimistas, pero si creemos que podemos lograr una vida individual y una
sociedad que nos sea más tolerable sobre la base del cultivo del pensamiento y
de la experiencia estética (y esto también es naturaleza, en el sentido de que
se da un desarrollo del conocimiento y la sensibilidad sin las fricciones y el
desgaste de energía propia de una actividad forzada).
Y precisamente, este último sentido del término “naturaleza” se asocia
con un espacio de símbolos, como arquetipos o Ideas, a las que accedemos a
partir de una experiencia estética.
La modernidad ha arrasado con todo lo que se le salía al paso, sea mito,
religión, arte o filosofía tradicional; ha sometido a todo a lo que Max Weber
llamó “desencantamiento del mundo”. Dentro de esa actitud desacralizadora, la
naturaleza quedó reducida también a un simple y grosero mecanismo de relojería.
Por supuesto, no debemos por ello sostener que todo el proyecto moderno
fue un error, y que es necesario dejarlo de lado a cambio de una postura
postmoderna radical. Al contrario, creemos que el mismo postmodernismo no se separa de la modernidad, sino antes bien,
la agudiza.
Y precisamente, uno de los principales factores culturales asociados con
el postmodernismo (o la ultramodernidad) es el del cambio radical que ha
adquirido en la ciencia contemporánea la imagen de la naturaleza.
En la antigüedad, para los pensadores griegos en general (en especial
para los presocráticos), la naturaleza (physis) estaba viva y constituía tanto la
fuente del conocimiento verdadero como
de los actos virtuosos. El pensamiento cristiano asoció la naturaleza con la
creación divina, subordinándola de todas maneras al hombre, considerado la
creación más excelsa de la divinidad. La modernidad extremará esta posición de
dependencia por parte de la naturaleza, tratando de que ella responda a los
oscuros deseos del hombre de dominarla (o esclavizarla), o tratando de que ella
satisfaga a sus pomposos anhelos progresistas.
Con las revoluciones científicas propiciadas tanto por la teoría de la
relatividad de Albert Einstein como por la mecánica cuántica (desarrollada
entre otros por Plank, Heisenberg, Bohr, Schrodinger y el mismo Einstein) la
visión mecanicista del mundo fue destronada (aunque no ha desaparecido del
todo), imponiéndose en contrapartida una interpretación compleja de la
naturaleza, en donde el sujeto cognoscente vuelve a tener relevancia.
Y así, pareciera que la naturaleza puede volver a sernos amiga
(alentándonos en esto, como vemos, los mismos desarrollos de la ciencia), luego
de haberla tratado como a un mísero animal de carga o como una simple
oportunidad de obtener ganancias. Y creemos que esta renovada amistad podrá
propiciar a su vez que distintas visiones de la naturaleza, no sólo ya las científicas, sino también, las
filosóficas, las míticas, artísticas y religiosas sean consideradas como válidas y respetables.
Es decir, en nuestro tiempo se nos abre espacios multiparadigmáticos, que lejos
de crear caos o confusión, alientan el desarrollo de la libertad individual y
el respeto a las diferencias culturales.
A su vez, la naturaleza podrá mostrarse de nuevo como un motivo para la
contemplación estética, como ya apuntamos más arriba, con lo que alcanzará un
renovado sentido simbólico que podrá alimentar el proceso de crecimiento personal
al que hemos llamado auto-ética[2]. En tal sentido, podemos decir que uno de los
principales objetivos de este ensayo es tratar
de añadir una visión de la naturaleza (y a partir de ella de la misma
realidad) al conjunto de trabajos que hemos venido publicando.
Pero si espiritualmente la contemplación estética es uno de los caminos
para la volver a la naturaleza, pragmáticamente la dirección que proponemos es
la vida en el campo, tratando de reconectarnos con sus valores y costumbres[3].
Podemos considerar que los niños revelan de manera
peculiar ese talante maravillado frente a la naturaleza (lo que asociamos con
la experiencia estética), lo que vamos perdiendo paulatinamente debido al ritmo
febril de competencias y necesidades propio del mundo actual.
Con esto no queremos decir precisamente que la manera moderna de vivir
este equivocada, no, pues no creemos poseer una verdad que pueda ser impuesta a
todos, pero si creemos que podemos invitar a que la naturaleza sea vista de una
manera renovada, considerando los estudios que van emergiendo desde las
fronteras mismas de las ciencias, así como de la filosofía, que desde la
aparición misma de la modernidad ha aportado enfoques alternativos a la visión
mecanicista.
Finalmente, debemos considerar también la degradación ambiental propia
de nuestro tiempo, que está poniendo en jaque las posibilidades de
supervivencia de la humanidad para el futuro. En relación con esta tétrica
circunstancia, podemos decir que ya no sólo el hombre y las demás especies
dependen de la naturaleza, sino también, hoy más que nunca, la naturaleza
depende del hombre.
[1] Cfr.
Salvador Giner. Historia del pensamiento social. Ariel, Barcelona, 1967, p. 299
y ss.
[2] Cfr.
Robert León Helman. La auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual.
Interiora terrae, Asunción, 2016, p. 36.
En adelante, al referirnos a nuestros trabajos
utilizaremos las siglas R.L.H.
[3] Véanse nuestros
ensayos: Elogio a la vida del campo. Ensayo sobre los valores y las costumbres
agrarias. Interiora terrae, Asunción, 2015.; La Idea del Paraguaya. Hacia una
visión estética de la cultura paraguaya. Interiora terrae, Asunción, 2016.; Del
campo a la ciudad. Ensayo sobre los procesos sociales del Paraguay. Interiora
terrae, Asunción, 2016.
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