La canción alude a un rancho desolado, apartado del mundanal ruido,
lejos de los innumerables avances de la modernidad, sumido en algún rincón del
campo paraguayo.
Un carácter propio de los ambientes agrarios es la escasa densidad
poblacional. Esto se asocia por una parte con el modo de producción
agropecuario que se basa en considerables áreas de cultivos, en donde por supuesto,
no pueden existir amontonamientos de viviendas como se da en las ciudades.
También, este carácter agrario se explica por la intensa migración del campo
hacia las ciudades, alentada por la misma crisis del modelo productivo
campesino.
El resultado de esto es un aire de desolación (el mismo rancho que da
motivo a esta canción permaneció cerca de un año literalmente en ruinas), en
donde la mayoría de los habitantes que permanecen obstinadamente al pie de sus
campos son adultos mayores o personas que ya han entrado en la tercera edad
(más de 60 años o más).
Se da un sentimiento de nostalgia, de anhelo, se busca un “retorno” (en
tal sentido podemos recordar a otra de nuestras canciones titulada “Quisiera
volver”). Volver al campo es volver a las raíces de la cultura paraguaya, una
necesidad ineludible frente a la avalancha de uniformización con la que llega
el mundo globalizado al Paraguay.
Pero ¿qué pasará si un día retornamos y nos encontramos con nada? ¿Si
hoy ya la cultura paraguaya tradicional agoniza? La respuesta frente a estos
tipos de cuestionamientos es que es necesario re-crear nuestra cultura seminal,
y en tal afán el arte constituye (junto a las diversas apuestas educativas) un
recurso de enorme valor.
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