lunes, 18 de enero de 2016

TIEMPO MARCHITO (CANCIÓN NRO. 42 DE LA COLECCIÓN “CANTAR, PENSAR, MORIR”).


“Entre las sombras de un tiempo marchito”. Evidentemente, un tiempo sombrío y marchito es como el nuestro, pletórico de anuncios apocalípticos y de lamentos macabros; un tiempo que por su misma condición luctuosa nos invita a pensar. Podemos aquí recordar a Heidegger, que una y otra vez reflexionó sobre nuestro curso temporal y el pensamiento, a veces, dando a entender que el pensar fluye serenamente sobre las aguas de la nada y el tiempo… 

   “Que ha perdido la esperanza”. ¿Cuál es la esperanza que se ha perdido en este tiempo marchito? La esperanza en los metarrelatos, en particular en las grandes ideologías (liberalismo y socialismo) que prometían al advenimiento del paraíso sobre la tierra, con tal de seguir las recetas teórico-prácticas propagadas por las doctrinas sagradas y los grandes profetas del futuro venturoso.

   De todo ello no quedan más que fantasmas, como curiosamente ya lo había apuntado Marx en su manifiesto comunista, sólo que a diferencia del siglo XIX, los fantasmas ya no producen miedo en el presente siglo, antes bien, son objeto de risa y  de burla. Irónicamente, el mismo auge de lo paranormal en la sociedad de consumo no ha sido más que una moda pasajera. En verdad, tener que comparar los mensajes del radicalismo político con los fenómenos paranormales es realmente patético.

   “Entre los basurales modernos”. Nuestro tiempo está marcado por la modernidad, incluso en espacios culturales latinoamericanos o paraguayos (en donde tuvimos o tenemos una modernidad tardía, parcial y conservadora), una situación histórica que ha traído ya también los aires putrefactos de los espacios europeos y norteamericanos. En el Paraguay también tenemos noticias del cadáver de Dios.

   “Las lágrimas tóxicas”. El dolor humano ha terminado convirtiéndose en un gran espectáculo; las imágenes noticiosas de los canales televisivos o de internet, nos hacen atragantar con las miserias y desgracias de nuestros compañeros de infortunio (agrupados en la misma humanidad), como una  patética vacuna contra la adquisición de una conciencia lúcida.

   “Y la risa infeliz”. El jolgorio, la algarabía que nos muestra el mundo los fines de semana, es la contracara de los días laborales, en donde el individuo “libre y responsable”, se dedica a hacer girar la miserable ruedita de rata de laboratorio, y ello para ser cada día más “gente”, gracias al mejoramiento de su “posición” en el circo mundial y al honorable engorde de sus inagotables deudas bancarias.

   “Y ayer creían en el progreso”. El progreso es una idea propia de la modernidad, que vino a ser la forma secularizada de la providencia divina, sostenida por el pensamiento cristiano en general, preponderante en la edad media. Sin embargo, la modernidad ha dejado en su camino numerosos desengaños en relación con  las  promesas del futuro, baste citar acontecimientos como las guerras mundiales, la utilización de bombas de destrucción masiva, o la degradación del medio ambiente,  y en un nivel cultural, la anomia, el desmembramiento de las culturas ancestrales,  o el nihilismo

   “Liberar al hombre de cadenas”. Una de las principales promesas de las grandes ideologías modernas ha sido la libertad (junto a ese otro gran augurio, la igualdad), actitud que es comprensible, considerando al mismo proceso de secularización en occidente, que echó por tierra la visión medieval del mundo, en la que se encontraba la doctrina del pecado original, que condenaba a cada ser humano a la limitación y al empobrecimiento de sus actos e ideas, por el mismo hecho de haber nacido. En tal contexto, célebre es la sentencia de Calderón de la Barca: “Porque el peor pecado del hombre es haber nacido”.

   Pero el problema del mal en el mundo, y añadido a éste, la libertad del hombre, no desapareció con la caída Medioevo, sólo fue racionalizado, y asi, la solución para las desdichas humanas dejaron de estar en dependencia de la gracia divina, para pasar a manos de los hombres, que debían ahora establecer cambios profundos en sus sociedades para la lograr la felicidad plena y la libertad para la humanidad.

   “Pero éste (el hombre) ha erigido demonios”. Los principios irracionales que cada hombre lleva en sí mismo, en la forma de bajos instintos y pasiones,  hacen que las más nobles intensiones desemboquen muchas veces en vicios sociales, como la explotación laboral, la anomia o la agudización de la pobreza.

   “Que ocultan ideas”. Cuando hablamos de intenciones ocultas, podemos recordar a aquellos filósofos que Ricoeur llamó filósofos de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud[1]. Estos pensadores llevaron adelante un desenmascaramiento de los afanes modernos por dominar a la naturaleza y a la sociedad, y en el caso de los últimos, no ofrecieron soluciones alternativas a nivel social para llegar a utópicos espacios de felicidad colectiva.

   “Y que sepultan promesas”. El mismo proceso de racionalización terminó, como apuntó Weber, en un “desencantamiento del mundo”; que Manheim pensaba que arrastraría también a toda ideología y utopía. Pues bien, no tardó Lyotard en anunciar la “incredulidad hacia los metarrelatos”, como característica de las sociedades más podridas.

   “Si tú quieres alcanzar la raíz de la razón”. Pero ¿Cuál es la raíz de la razón? La raíz de todo el mundo representado y construido por la conjunción cuerpo-mente-sociedad, es la nada misma. Se revela entonces aquí el afán de acceder a una contemplación estética radical, que revela un mundo de símbolos maravillosos (o Ideas, arquetipos o cifras) sobre el suelo de la nada[2].

   “No claudiques hasta el fin, que la muerte espera ahí”. La vida nos exige constantemente permanecer alertas, para no sumirnos en las miserables olas cotidianas de la tontería y la maldad, y principalmente para esperar aquel momento en el que la nada se revela (pintada muchas veces de muerte), y desde la que se “abre” un mundo pletórico de símbolos maravillosos.  

   “Y la ciudad enciende un cigarrillo, fuma el humo por las calles”[3]. Esta personificación de la ciudad es utilizada no precisamente para asociar el vicio y los espacios urbanos, sino para buscar la imagen metafórica de un momento contemplativo, nos referimos a la misma contemplación estética que se despliega entre las miserias de la modernidad.

   “Entre asfalto, perros y bullicio”. Se recrean aquí imágenes urbanas, que despiertan sensaciones de sequedad y de miserias, en medio de una aparente vitalidad que nos presta el ruido y el parloteo incesante. 

   “Luego escupe en el piso su ilusión quebrada”. Si fumar constituye en la canción una imagen que simboliza a un goce, escupir por su parte pretende comunicar la sensación de hastío, en particular en relación con las promesas de la modernidad, que antes que cumplirse han dejado una estela de desengaños y frustraciones.

   “Ha llegado el nihilismo”. El anuncio de Nietzsche, “la muerte de Dios”, casi inentendible en su tiempo, hoy retumba por todos los rincones del mundo, pero a su vez, aludiendo al parágrafo 125 de “La Gaya Ciencia”, deberíamos preguntarnos si somos lo suficientemente valientes para asumir las implicancias de este acontecimiento colosal, ¿o seguiremos burlándonos de aquel que busca a Dios con una linterna en mano?

   “Fresco entre las ruinas del tiempo”. Las grandes promesas del futuro se han desvanecido, hoy hacemos apenas planes de supervivencia en un mundo hostil, pues pareciera que nos vamos acostumbrando al infierno, que ya no hay tiempo para proyectar la mirada, que el abismo está a nuestros pies exigiéndonos premuras y angustias.

   “Entre los jardines marchitos”. Los jardines de la esperanza se han marchitado entre la desértica extensión  del descreimiento y la apatía, pero tal vez, entre el seco cúmulo de racimos muertos, surjan nuevos valores parados con valentía frente al absurdo y la anomia.

   “Y ya enarbola los valores de las olas bravas y el viento”. Estos valores renovados no tendrán ya la fría solidez de una roca, como la filosofía tradicional pretendía, serán adaptables y fluidos como las bondades e inclemencias del tiempo, serán plegables, livianos, valores de bolsillo para mantenerse parados en la medio de los fragores del viento…


Enlace al video:
https://www.youtube.com/watch?v=nMnLHifUEpg&feature=youtu.be

 

 



[1] “Los llamados filósofos de la sospecha (según la enseñanza de Paul Ricoeur[1]), Marx, Nietzsche y Freud, hicieron hincapié en la necesidad de poner en cuestión todo aquello que consideramos verdadero, bueno y bello. Pero ¿En qué forma poner en cuestión? A través de la búsqueda de instancias ocultas, que degradan aquello que conocemos y hacemos; para Marx, los modos de producción, para Nietzsche, la voluntad de poder, y para Freud, el inconsciente”. R.L.H. El grito del mundo. Cosecha de pensamientos 2. Interiora terrae, Asunción, 2015, p. 12.
[2] Cfr. R.L.H. El goce inefable. Ensayo sobre la experiencia estética. Interiora terrae, Asunción, 2015, p. 14.
[3] Utilizamos aquí un recurso literario, la transposición, pues reemplazamos un carácter de un objeto para representar al objeto mismo, asi, en vez de decir fuma el cigarrillo por las calles, decimos fuma el humo por las calles.

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