La
contemplación estética puede tomar dos formas, la moderada y la radical. Ambas
formas se caracterizan porque el sujeto se revela como “débil”, en tanto que el
objeto como “idea infundada”, “símbolo”, o “cifra”. La variante moderada se presenta
con más facilidad, pudiendo ser producida por objetos o acontecimientos que no
implican demasiadas intensidades afectivas. En cambio, la forma radical se
asocia con el estado de ánimo de la angustia, en donde a la par que un mundo
estetizado se muestra la misma nada.
El hombre en general no es consiente del
contexto cognoscitivo, e incluso epistemológico en el que estamos inmersos, no
considera aun la “estetización genera de
la existencia”[1],
en donde debe ser ubicada incluso la misma ciencia (esto no implica
minusvalorar a la ciencia, sino, darle el sentido que más la potencie en el
contexto del pensamiento actual, a través de una relación dialógica con la
filosofía).
Vivimos en una especie de sueño, como ya lo
decían desde siempre los sabios orientales y los filósofos de la tradición platónica,
y despertar es comenzar a ver al mundo en forma estética. Este despertar,
aunque sea en breves e intensos momentos, nos revela nuestro propio destino,
nuestra vocación ineludible, nuestro llamado de vida. Por ello, la experiencia
estética se relaciona directamente con una auto-ética, con el establecimiento
de las condiciones necesarias para lograr la auto-realización, que no se
despliega sino junto a lo trascendente.
Pero la vivencia estética no se proyecta a
mundos celestiales, encuentra un eco en las discusiones del pensamiento actual,
no sólo través de la “estetización general de la existencia” aludida más
arriba, sino también mediante el llamado a un “cambio paradigmático”. A nivel social quizá sea mucho pedir que un
“paradigma de la complejidad” cobre preponderancia en forma plena y definitiva,
puesto que ello implicaría la conciencia del debilitamiento del sujeto en cada
ser humano, lo que pensamos va a contramano con el carácter gregario del hombre,
tan necesario para el control social, pero tan esclavizante para el individuo.
Así, sostenemos que la experiencia estética constituye un desplazamiento del
paradigma de la simplicidad (reinante en la cotidianeidad y aun todavía en la
misma ciencia) hacia un paradigma de la complejidad (con sus principios
fundamentales: dialógica, recursividad organizacional, hologramática[2])
en una perspectiva meramente individual.
(Extracto
y corrección de “Vivir y filosofar. Cosecha de pensamientos. Libro 6).
Bibliografía:
- Estrada Herrero, David.
Estética. Herder, Barcelona, 1988.
- León Helman, Robert.
Retorno. Interiora Terrae, Asunción, 2013.
- Morin, Edgar.
Introducción al pensamiento complejo. Gedisa, Barcelona, 2007.
- Schopenhauer, Arthur. El
mundo como voluntad y representación. Biblioteca Nueva, Bs As.
- Vattimo, Gianni:
+ Las aventuras de la
diferencia. Península, Barcelona, 1990.
+ El fin de la modernidad.
Gedisa, Barcelona, 1990.