viernes, 17 de mayo de 2013

LO ESTÉTICO




La contemplación estética puede tomar dos formas, la moderada y la radical. Ambas formas se caracterizan porque el sujeto se revela como “débil”, en tanto que el objeto como “idea infundada”, “símbolo”, o “cifra”. La variante moderada se presenta con más facilidad, pudiendo ser producida por objetos o acontecimientos que no implican demasiadas intensidades afectivas. En cambio, la forma radical se asocia con el estado de ánimo de la angustia, en donde a la par que un mundo estetizado se muestra la misma nada.
   El hombre en general no es consiente del contexto cognoscitivo, e incluso epistemológico en el que estamos inmersos, no considera aun la “estetización  genera de la existencia”[1], en donde debe ser ubicada incluso la misma ciencia (esto no implica minusvalorar a la ciencia, sino, darle el sentido que más la potencie en el contexto del pensamiento actual, a través de una relación dialógica con la filosofía). 
   Vivimos en una especie de sueño, como ya lo decían desde siempre los sabios orientales y los filósofos de la tradición platónica, y despertar es comenzar a ver al mundo en forma estética. Este despertar, aunque sea en breves e intensos momentos, nos revela nuestro propio destino, nuestra vocación ineludible, nuestro llamado de vida. Por ello, la experiencia estética se relaciona directamente con una auto-ética, con el establecimiento de las condiciones necesarias para lograr la auto-realización, que no se despliega sino junto a lo trascendente.
   Pero la vivencia estética no se proyecta a mundos celestiales, encuentra un eco en las discusiones del pensamiento actual, no sólo través de la “estetización general de la existencia” aludida más arriba, sino también mediante el llamado a un “cambio paradigmático”.  A nivel social quizá sea mucho pedir que un “paradigma de la complejidad” cobre preponderancia en forma plena y definitiva, puesto que ello implicaría la conciencia del debilitamiento del sujeto en cada ser humano, lo que pensamos va a contramano con el carácter gregario del hombre, tan necesario para el control social, pero tan esclavizante para el individuo. Así, sostenemos que la experiencia estética constituye un desplazamiento del paradigma de la simplicidad (reinante en la cotidianeidad y aun todavía en la misma ciencia) hacia un paradigma de la complejidad (con sus principios fundamentales: dialógica, recursividad organizacional, hologramática[2]) en una perspectiva meramente individual.

(Extracto y corrección de “Vivir y filosofar. Cosecha de pensamientos. Libro 6).

Bibliografía:
- Estrada Herrero, David. Estética. Herder, Barcelona, 1988.
- León Helman, Robert. Retorno. Interiora Terrae, Asunción, 2013.
- Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo. Gedisa, Barcelona, 2007.
- Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Biblioteca Nueva, Bs As.
- Vattimo, Gianni:
+ Las aventuras de la diferencia. Península, Barcelona, 1990.
+ El fin de la modernidad. Gedisa, Barcelona, 1990.



[1] Vattimo, Gianni. El fin de la modernidad. Cap VI
[2] Cfr. Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo.

jueves, 16 de mayo de 2013

SOBRE EL HOMBRE Y EL SER




 El Hombre
¿Porque el hombre empieza a preguntarse con seriedad por las cuestiones últimas de la vida, como el ser, el mundo, uno mismo, o la sociedad? ¿Cómo es posible dejar el sueño pesado de los problemas cotidianos, de las preocupaciones diarias por ganarse el pan o por cultivar la vanidad? Explica Martin Heidegger: “En esta distanciación inherente al “ser con” entra esto: en cuanto cotidiano “ser uno con otro” está el “ser ahí” bajo el señorío de los otros. No es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del “ser ahí””[1].
  Dejar el letargo de esta cotidianeidad muchas veces se hace posible porque aparece una situación límite, como una larga enfermedad, o la muerte inesperada de un ser querido; o tal vez un estado de ánimo intenso, como un profundo aburrimiento, o el júbilo que adviene al contemplar serenamente la naturaleza. Estas situaciones límites, o estos estados interiores, al agudizarse desembocan en la angustia, la llave espiritual que nos abre a lo trascendente. A través de este estado, que en medio de lo cotidiano se presenta como excepcional (aunque puede ser cuidado y propiciado por una auto-ética[2]), el individuo puede llegar a la conciencia, no de su integridad, originalidad, o autenticidad, sino de su  condición de sujeto débil o crepuscular, que ya no se constituye como centro dictatorial del conocimiento, sino como componente de un saber a la vez estético, débil, retórico, y nihilista. Al respecto dice Vattimo: “Estas son, me parece, las dos dimensiones decisivas de la crisis del sujeto burgués-cristiano (y antes del sujeto trascendental): el ocaso del rol hegemónico de la conciencia (ante todo entendida como conocimiento), tanto respecto de las otras fuerzas internas que constituyen la persona, como respecto de los “poderes históricos””[3]. Heidegger decía que lo grave es lo que da que pensar, pero lo "gravísimo" es que a pesar de nuestro tiempo grave, todavía no pensamos[4]. Vivimos en una grave situación de crisis, tanto como especie, en un planeta enfermo; como individuos, en medio de exigencias afectivas e intelectuales; como seres sociales, inmersos en una sociedad resquebrajada, y una cultura masificada. Nuestro mundo de hoy se presenta como un grito que llama al pensar, pero ¿está el hombre  de nuestro tiempo dispuesto a escuchar tal llamado?
  Toda crisis es dolorosa, difícil de sobrellevar, pero la nuestra terminará en dos posibles desenlaces, el de la muerte o el de la transformación, o tal vez, porque no decirlo, en una muerte que nos abrirá a la transformación. 

El Ser

El Ser o fundamento del Todo está detrás de todas las dimensiones humanas, pero he aquí lo asombroso, el Ser se presenta en verdad con la Nada, pues a la vez que se muestra se sustrae, a la vez que se hace presencia se hace ausencia. A propósito decía Heidegger: “ex nihilo omne ens qua ens fit”[5], es decir, de la nada todo ente en cuanto ente es.
  La crisis de los fundamentos, registrada tanto en la ciencia como en la filosofía, nos ha dejado sin sostén, pero esto quizá no sea una desgracia, sino el punto de partida para una renovada libertad.
  Sobre este insondable abismo se nos muestra la “unitas multiplex” del cosmos de lo complejamente conocido, tal como una maravillosa y sublime obra de arte.

(Extracto y corrección de “Retorno. Ensayo de Antropología filosófica”).

Bibliografía:
-Heidegger, Martin.
+ El ser y el tiempo. Fondo de cultura económica, México.
+ ¿Qué es metafísica? Siglo Veinte, Bs As.
+ ¿Qué significa pensar? Nova, Bs As.
- León Helman, Robert. De pie sobre el abismo. Interiora Terrae, Asunción, 2013.
- Vattimo, Gianni.
+ Las aventuras de la diferencia. Península, Barcelona, 1985.
+ El fin de la modernidad. Gedisa, Barcelona, 1990.



[1] Heidegger, Martin. El Ser y el Tiempo, p 143.
[2] Ver apartado 2.2.
[3] Vattimo, Gianni. Las aventuras de la diferencia, p 55.
[4] Cfr: Heidegger, Martin.  ¿Qué significa pensar?
[5] Heidegger, Martin.  ¿Qué es metafísica?, p 108.

viernes, 3 de mayo de 2013

SOBRE LAS RUTAS DE ACCESO AL ESTADO DE ANGUSTIA



Podemos decir que existen cuatro estados de ánimo que desembocan o dan acceso a la angustia (que es el estado de ánimo fundamental, y llave que abre a la experiencia estética): el aburrimiento, el júbilo, la desesperación, y el estado de alerta.
   Decía Arthur Schopenhauer que  la  vida humana se desplegaba como un péndulo, entre la insatisfacción de las necesidades fundamentales y el “aburrimiento”. Este llega a un punto crítico cuando ya ningún goce puede compensar el aletargamiento del espíritu; en esos momentos el mundo se muestra insignificante, vacio, casi muerto, como si las cosas y las personas no tuvieran ningún sentido, y he ahí que emerge la angustia.  
   Cuando se alcanza algo que en un principio se presentaba como muy exigente, o como excesivamente peligroso o complicado, o cuando surge inesperadamente un valioso regalo, puede despertarse el “júbilo”, una alegría desbordada que ilumina a todos los entes,  y su vez puede problematizarlos, es decir, enlazarlos con el estado de angustia.  
   La “desesperación” adviene cuando se experimenta un sufrimiento desmesurado, cuando el dolor llega a tanto que al mismo ego le extraña que tantas cosas y situaciones estén ahí frente a él, entonces se propicia el enlace con la angustia, que lleva hasta el extremo la turbación.
   A diferencia de las anteriores afecciones, al “estado de alerta” se llega a través de un proceso desarrollado conscientemente. Toda las articulaciones de ideas y prácticas que hemos denominado “auto-ética”[1], se dirigen a un fin supremo, el logro del estado de alerta. Básicamente, éste consiste en la espera atenta y lucida de la presencia de la angustia.
   La “angustia”, como ya apuntamos más arriba, constituye el estado de ánimo fundamental, pues en ella se accede a lo trascendente, a aquello que se muestra más allá del ente en cuanto ente, la nada misma. A su vez, el estado de angustia revela la estetización del mundo, su apertura maravillosa como sueño y como juego. 



[1] Cfr. León Helman, Robert. Retorno. 2da parte, cap 2.2.