miércoles, 26 de junio de 2019

INTRODUCCIÓN A “ENTRE VILLARRICA Y ASUNCIÓN. COLECCIÓN DE POEMAS”


     No es común en nuestro ambiente cultural la publicación en dúo de una colección de poemas, y en verdad, la idea no fue largamente planificada como sucede muchas veces en emprendimientos de este tipo, sino que surgió como una chispa de imaginación en la mente de mi amigo guaireño Arnulfo Morínigo Paniagua (¿no es acaso esto lo que significa un desarrollo orgánico antes que artificial de la obra artística); y puesto que nunca tuve dudas ni reservas en publicar cuanta coma, letra o palabra haya escrito, no tardé ni un segundo en aceptar este inusual planteamiento.

   De todas maneras, siento que el libro es de Morínigo, así que le dedico a él este prefacio y todos los poemas que están a mi nombre, se lo merece por su tesón como activista cultural y por su obstinado amor hacia el arte.

  

   Villarrica ha sido para mí como una patria espiritual, de modo que en alguna medida he hecho en mí mismo este intercambio dual entre ideas y visiones de mundo que se ha dado entre los poemas de Morínigo y los míos; en otras palabras, también he partido yo, en cierta forma, desde las nobles raíces guaireñas para asomarme a ese mundo pletórico de miserias espirituales que es Asunción, la ciudad más urbanizada del país (la obra del mayor poeta modernista paraguayo, Manuel Ortiz Guerrero, a quien homenajeamos en nuestra portada, nos revela también pistas de esta maravillosa corriente espiritual guaireña-asuncena).

   Esto lo ha sabido matizar el también  poeta guaireño Martin García Silvero, cuando me expresó que: “Vas caminando muy dentro tuyo, indagando tus propios horizontes, perteneces más allí que aquí, por eso cuando gritas allí se oye el susurro de un poema aquí”. Pues bien, García Silvero de alguna manera me dijo que yo pertenezco más allí (Asunción) que aquí (Villarrica), como de hecho desde la experiencia empírica y cotidiana es verdad, pero yo siempre querré partir desde “aquí”, porque mi alma siempre habitará “aquí”.



   Continúo entonces, ahora escribiendo sobre un emergente y renovador poeta de nuestro “aquí”, de Villarrica, hablaré de Morínigo, el enigmático artista de la compañía Rincón.

   Pensar en la obra de un escritor, como Arnulfo Morínigo, implica no sólo fijarse en la peculiaridad de su estilo o en las direcciones de sus ideas, sino también, considerar las raíces y el ambiente que alimentan su obra, tal como cuando observamos una planta y tratamos de conocer su carácter y sus propiedades.

   Y asi, sin lugar a dudas la literatura de Morínigo brota maravillosamente desde el espacio cultural del Paraguay, y muy particularmente desde el Guairá y todo su histórico flujo espiritual.

   Como hemos planteado en uno de nuestros ensayos[1], la cultura paraguaya se encuentra situada en un espacio de putrefacción espiritual, en donde la unidad y la consistencia de la cultura seminal se han aminorado claramente. Tenemos a un Paraguay conectado ya a un mundo globalizado que nunca duerme, lo que constituye todo un shock socio-cultural para un país que hasta hace algunas décadas podía ser considerado “la China sudamericana” o “una isla rodeada de tierra”.

   Y la cultura guaireña fue repitiendo estos caracteres de la cultura paraguaya, resistiéndose hasta último momento en sus tradiciones y en su arte, en sus barrios de antaño y sus compañías silenciosas. Pero un paseo por Villarrica basta para dimensionar la magnitud del cambio espiritual que se avecina: calles ruidosas, gente apresurada, supermercados poblados, en fin, la marca de numerosas fracturas en el antes compacto y sólido espíritu del pueblo.

   Y es justo en esta intersección de tiempos (uno sereno, el otro agitado) donde Arnulfo Morínigo nos entrega su mensaje poético, como un reflejo espontáneo de un cúmulo de pesares y de goces que traspasa a la vez su propia interioridad y las circunstancias sociales y culturales que lo rodean.

   Entre afectos místicos y amorosos se despliega su corriente poética, con un lenguaje que a veces se asemeja a una estocada en el alma, seca y profunda, sin avisar siquiera al lector de la proximidad de una inquietud semejante.

   Puede decirse que debido a nuestro ambiente social enrarecido por el espectáculo y la banalidad, nuestra mente necesita una llave que la abra a las profundidades del ser humano, y en tal afán los senderos poéticos que Morínigo nos ofrece, puede servirnos de aliciente espiritual.



   Para terminar este prefacio, quiero hacer alusión al círculo artístico e intelectual que hemos bautizado como “Interiora terrae”[2], formado ya a finales del siglo pasado, junto a el profesor Felipe Villalba Britos, y al que se han agregado luego el guitarrista caazapeño José Irrazabal, y por último Arnulfo Morínigo, quien le ha prestado al grupo un dinamismo notable y un entusiasmo juvenil que apreciamos mucho.

   Tampoco debemos olvidar que el maestro Filemón Espinoza (al que calificamos como componente del trío de oro de la madurez de la cultura guaireña, junto a Ramiro Domínguez y Modesto Escobar)  ha alentado siempre el fortalecimiento de  nuestro círculo cultural,  con ese talante de maestro incansable, manifestado en sus pensamientos, en sus palabras y acciones.

   En la presente edición hemos agregado un par de trabajos de la artista colombiana Adriana Baquero Pardo (1965) y un dibujo del guaireño Arnaldo Amarilla (1986), a quienes agradecemos por la empatía y la apertura hacia nuestras ideas.



R.L.H.



[1] Cfr. Robert León Helman. La Idea del Paraguay. Interiora terrae, Asunción, 2014, p. 27-30.
[2] En latín, interiores o entrañas de la tierra. Extraído del lema alquimista: “Visita interiora terrae, rectificandum invenues ocultum lapidem”, visita los interiores de la tierra, que rectificando (el espíritu) encontrarás la piedra oculta (la piedra filosofal).


Índice:

Prefacio………………………………………………………………7

I. Poema único de doble autoría…………………………………11

II. 24 Poemas de Arnulfo Morínigo Paniagua...……………..….12

III. 5 poemas de Robert León Helman…………………..………38



Enlace al libro completo:
https://drive.google.com/file/d/1zZigYRfNIQvSu7774E4m0aXktYmi5iaI/view?usp=sharing

miércoles, 12 de junio de 2019

INTRODUCCIÓN A “UN PARAGUAYO QUE LEYÓ A SCHOPENHAUER. AUTOBIOGRAFÍA”


   Luego de las tres citas, tomadas como rituales iniciales para espantar a los malos espíritus, comenzamos con la presentación de la obra.



   Por el hecho de que el periodo de tiempo que abarca esta autobiografía alcanza aproximadamente un tercio de lo que vive en promedio una persona en nuestro tiempo (es decir, tenemos sólo la infancia, la adolescencia y la juventud), la metodología de la división en cuatro edades de la vida, que utilizamos generalmente en nuestros escritos tomará algunas peculiaridades. Seguiremos con la división en cuatro, pero en vez de edades utilizaremos las cuatro estaciones anuales: primavera, verano, otoño e invierno.



     En verdad, no sé precisamente quién soy, me he buscado toda mi vida y sólo he encontrado imágenes, que se han ubicado curiosamente entre todo lo que he escrito (esto me hace acordar de las enseñanzas de Hume). Pero también he buscado a la filosofía en mí, porque he hecho de ella una cuestión personal y quizá por ello la he  hallado en la forma de numerosas preguntas, que aunque sin respuestas, alimentan el gozo y el asombro de seguir buscando.

      Las tres fundamentales preguntas de la antropología filosófica son: ¿Quién soy yo? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? Las cuales abordamos a lo largo del presente trabajo, valiéndonos para ello de un marco teórico que hemos expuesto en nuestro trabajo “La Auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual”.



     La distancia al presente que he considerado en este escrito es de cinco años, pues a través de este espacio de tiempo la vida se ve ya desmaterializada, o como diría Schopenhauer desvoluntarizada, y por lo tanto se muestra apta para la contemplación estética, o simplemente para una observación mesurada y tranquila, que deje de lado tantos vanos apegos. Al respecto nos dice el mismo Schopenhauer:

Aquella felicidad de la intuición voluntaria es, finalmente, la que difunde ese encanto tan asombroso sobre el pasado y la distancia, y nos lo presenta a una luz embellecedora por medio de un auto-engaño. Pues al hacernos presente los días pasados hace tiempo vividos en un lejano lugar, lo que nuestra fantasía evoca son solamente los objetos, y no el sujeto de la voluntad, que antaño cargaba con innumerables sufrimientos igual que ahora: pero ahora están olvidados, porque desde entonces han dejado su lugar a otros[1].



   La vida es como un suspiro, de modo que todos los recuerdos dan la impresión de que son sólo de ayer, pero plasmados como en los horizontes de un cuadro, o como una sublime sinfonía que queda sonando en nuestra memoria cuando ya hemos dejado de escucharla.

   Todo lo que hemos vivido forma parte de todo lo que de alguna manera ya hemos muerto, quedando las imágenes antes que nada como arquetipos o símbolos, y no ya como una forma de auto consideración, y quizá por ello, acaso podemos plasmar la vida pasada en una obra literaria.

    Y precisamente, la escritura y la reflexión sobre las imágenes de mi pasado  constituyen formas del cultivo del espíritu, una de las principales enseñanzas que he tomado de Schopenhauer.  

   Antes de asimilar las ideas del filósofo alemán, mi vida se reducía a seguir las metas que la sociedad moderna (en sus distintos tipos) nos impone: la obtención de dinero y de posicionamiento social. La enseñanza de Schopenhauer es que existe algo que vale mucho más que estos logros, y al que a su vez deben subordinarse: el cultivo del espíritu[2].

   Y así como en el título de la autobiografía hago alusión a Schopenhauer, también apunto a mi condición de paraguayo[3], como alguien que construye su subjetividad en el contexto de una sociedad y una cultura peculiar[4] (la paraguaya), que ineludiblemente condiciona las direcciones que tomó, toma y puede tomar una aventura de vida.







[1] Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación. Biblioteca nueva, Bs As, p. 253.
[2] Véase: Arthur Schopenhauer. El arte del buen vivir. Edaf, Madrid, 1998.
[3] La identidad nacional se define como el sentimiento de pertenencia a un determinado grupo social, pero a su vez, el sentido de pertenencia forma parte de una de las necesidades fundamentales propuestas por Abraham Maslow, que aquí podemos volver a recordar: necesidades fisiológicas, de seguridad, de pertenencia, de aprecio y de auto-realización.
[4] Cfr. Robert León Helman. La Idea del Paraguay. Hacia una visión estética de la cultura paraguaya. Interiora terrae, Asunción, 2018.


Índice

0. Introducción……………………………………………………....9

1. Primavera………..………………………………………………12

2. Verano……………………………………………………………23

3. Otoño………………………………………………………….…46

4. Invierno………………………………………………………….68

Epílogo……………………………………………………………...78
Enlace al libro completo:

https://drive.google.com/file/d/1PohndDHVq9XbsGUsNDJV28DNddXphh7a/view?usp=sharing